Puede que me conozcas como Meredith Nic Essus, princesa del reino de las Hadas. O quizás, como Merry Gentry, detective privado de Los Ángeles. Tanto en el Mundo de las Hadas como en el mundo de los mortales, mi vida es objeto de intrigas reales y dramas célebres. Entre los míos, me he enfrentado a enemigos terribles, soportado la traición y maldad de mi familia y cumplido con el deber de engendrar un heredero… todo por el derecho de reclamar el trono. Pero le he dado la espalda a la Corte y a la corona, eligiendo el exilio en el mundo de los humanos… y en brazos de mis amados Frost y Oscuridad.

Puede que haya rechazado la monarquía, pero no puedo abandonar a mi gente. Alguien está matando hadas, lo que tiene desconcertado al Departamento de Policía de Los Ángeles y profundamente trastornados a mis guardias y a mí. Los de mi especie no son fáciles de matar o capturar… al menos, no por mortales. He de llegar al fondo de este espantoso asunto, aunque eso signifique enfrentarme a Gilda, el Hada Madrina, mi rival por la lealtad de las hadas de la ciudad de Los Ángeles.

Pero suceden las cosas más extrañas. Mortales a los que una vez sané usando la magia, de pronto obran milagros, un impactante fenómeno que siembra el caos en las relaciones entre humanos y hadas. Aunque yo soy inocente, soy sospechosa de realizar actividades mágicas ilícitas.

Creía que había dejado atrás la sangre y la política en mi turbulento reino. He soñado con llevar una vida idílica en la soleada ciudad de Los Ángeles al lado de mis amados. Pero ha llegado el momento de despertar y darme cuenta de que el mal no tiene fronteras y de que nadie vive para siempre… ni siquiera si son mágicos.

Laurell K Hamilton

Delitos Menores

CAPÍTULO 1

EL OLOR DE LOS EUCALIPTOS SIEMPRE ME HACÍA PENSAR EN el Sur de California, mi casa lejos del hogar; a partir de ahora también podría asociarlo al olor de la sangre. Estaba de pie, mientras el viento insólitamente cálido susurraba sobre las hojas altas de los árboles y hacía ondular mi fino vestido de verano, pegándolo alrededor de mis piernas, y hacía flotar mi cabello, largo hasta los hombros, como una telaraña escarlata delante de mi cara. Intenté ver apartando el pelo a puñados, aunque tal vez no poder hacerlo hubiera sido mejor. Los guantes de látex se pegaron a mi cabello, tirando de él. Estaban diseñados para no contaminar las pruebas, no para ser cómodos. Nos rodeaba un círculo casi perfecto, formado por altos y pálidos troncos de árboles. Y en medio de aquel círculo natural estaban los cuerpos.

El aroma penetrante de los eucaliptos casi podía esconder el olor de la sangre. Aunque si los cuerpos hubieran sido del tamaño de un humano adulto, el olor a eucalipto no habría tenido posibilidad alguna de neutralizarlo. Pero estos cuerpos no eran de ese tamaño. Eran pequeños para los estándares humanos, tan diminutos como del tamaño de muñecas; ninguno de los cadáveres hacía más de treinta centímetros de alto, y algunos medían menos de trece. Reposaban sobre la tierra como brillantes mariposas con sus alas de polilla congeladas en mitad de un movimiento. Sus manos muertas aferraban flores marchitas como en un juego alegre que se hubiera transformado en algo terriblemente incorrecto. Se parecían a rotas muñecas Barbie, salvo que las Barbies nunca yacerían de forma tan real, o tan perfectamente colocadas. No importa con cuánta fuerza lo había intentado yo siendo niña, sus miembros permanecían rígidos e inflexibles. Los cuerpos sobre la tierra estaban tiesos por la rigidez del rigor mortis, pero aún así habían sido colocados con sumo cuidado, de forma que al quedar rígidos adoptaran poses extrañamente elegantes, como si estuvieran a punto de empezar a bailar.

La Detective Lucy Tate se acercó a mí. Llevaba puesto un traje de chaqueta y pantalón, con una camisa blanca abotonada hasta arriba, un poco tirante en la pechera porque Lucy, como yo, tenía mucho busto que cubrir. Pero yo no era detective, así que no tenía que fingir que era un hombre para intentar encajar. Había trabajado para una agencia de detectives que se aprovechó del hecho de que yo era la Princesa Meredith, el único miembro de la familia real de las hadas nacida en suelo americano, y ahora volvía a trabajar para ellos, para la Agencia de Detectives Grey: “Problemas Sobrenaturales; Soluciones Mágicas”. A la gente le encantaba pagar mucho dinero para ver a la princesa, y hacer que escuchara sus problemas. De hecho, a día de hoy empezaba a sentirme un poco como un fenómeno de feria o algo así. Y hoy, me habría encantado estar de vuelta en la oficina para escuchar algún problema mundano que realmente no necesitara de mis habilidades especiales, para ayudar a algún humano lo bastante rico como para pagar mi tiempo. Realmente, hubiera preferido hacer muchas otras cosas antes que estar aquí de pie mirando fijamente una docena de duendes muertos.

– ¿Qué piensas? -me preguntó.

Lo que realmente pensaba era que me alegraba de que los cuerpos fueran lo bastante pequeños como para que los árboles cubrieran la mayor parte del olor, pero eso sería admitir una debilidad, y uno no hacía semejante cosa en las raras ocasiones en las que se conseguía trabajar con la policía. Tenías que ser una profesional y resistente a cualquier cosa o ellos pensarían mal de ti, incluidas las mujeres policías, casi que especialmente ellas.

– Están colocados como en los cuentos infantiles, en posturas de baile y con flores en las manos.

Lucy asintió.

– No están como si lo fueran, es así.

– ¿Cómo…? -pregunté, mirándola. Llevaba su pelo moreno más corto que el mío, recogido por una gruesa cinta de modo que nada entorpeciera su visión. Mientras que yo todavía luchaba con mi propio cabello, ella se veía fresca y profesional.

Utilizó su mano enguantada para sostener una página envuelta en plástico. Me la tendió, aunque no pensaba tocarla ni con los guantes . Yo era un civil, y era muy consciente de ello mientras caminaba con toda la pasma de camino al centro de toda esa actividad. La policía nunca había sido muy afectuosa con los detectives privados, sin importar lo que uno viera en la televisión, y además, yo ni siquiera era humana. Por supuesto, si lo hubiera sido, no me habrían llamado en primer lugar para examinar la escena del crimen. Yo estaba aquí porque era una detective cualificada y una princesa de las hadas. Una cosa sin la otra no me habría hecho atravesar el cordón policial.

Contemplé la página. El viento trató de arrebatársela de la mano, y ella utilizó las dos para sujetarla delante de mí. Era una ilustración de un cuento infantil. En ella, los duendes bailaban con flores en las manos. Lo miré durante un segundo, luego miré hacia los cuerpos que yacían sobre el suelo. Me obligué a estudiar sus formas muertas, y luego a volver a mirar la ilustración.

– Están igual, parecen idénticos -comenté.

– Así es, aunque tendríamos que contactar con algún experto en flora para que compare las flores, para constatar que nuestro asesino ha duplicado la escena del crimen.

Miré fijamente de uno al otro otra vez, unas caras muy felices en el dibujo y las otras muy, muy muertas sobre el suelo. Su piel ya había comenzado a cambiar de color, volviéndose del azul amoratado de la muerte.

– Él, o ella, tuvo que vestirlos -indiqué. -No importa cuántas ilustraciones veas con esas pequeñas túnicas y taparrabos, la mayoría de los semiduendes fuera del mundo feérico no visten de esta manera. Los he visto llevar trajes de tres piezas y ropa de noche formal.

– ¿Estás segura de que ellos no llevarían esta ropa aquí? -me preguntó.

Negué con la cabeza.

– No lo habrían conjuntado tan perfectamente sin haberlo planeado antes.

– Creemos que él los atrajo hasta aquí con la promesa de formar parte de una interpretación, un rodaje -dijo ella.

Pensé en ello, entonces me encogí de hombros.

– Quizás, pero habrían venido al círculo de todos modos.

– ¿Por qué?

– Son semiduendes, pequeños duendes alados, tienen un especial cariño por estos círculos naturales.

– Explícate.

– Los cuentos sólo advierten a los humanos de que no entren en un círculo de setas venenosas, o en un círculo donde bailan las hadas, pero los círculos naturales pueden estar hechos de casi cualquier cosa… flores, piedras, colinas, o árboles, como este círculo. Ellos vinieron a este círculo a bailar.

– ¿Así que ellos vinieron aquí para bailar y él les trajo la ropa? -dijo ella, mirándome ceñuda.

– Piensas que todo encajaría mejor si él los hubiera traído aquí con la promesa de filmarlos -le dije.

– Sí.

– Puede que fuera eso o bien él los vio -dije -, y por lo tanto ya sabía que venían aquí durante ciertas noches para bailar.

– Eso significaría que él o ella los estaba espiando -dijo Lucy.

– Podría ser.

– Si voy tras la posibilidad de un rodaje, puedo localizar dónde alquiló los trajes y el anuncio buscando actores para la película -dijo, haciendo el gesto de unas comillas en el aire ante la palabra “película”.

– A no ser que él fuera sólo un acosador, e hiciera él mismo los trajes, con lo que tendrías menos pistas que seguir.

– No digas él. No se sabe si el asesino es él o ella.

– Estoy de acuerdo, no lo sabemos. ¿Estáis asumiendo que el asesino no es humano?

– ¿Deberíamos asumirlo? -preguntó, su voz sonando neutral.

– No lo sé. No puedo imaginar a un humano lo suficientemente fuerte o rápido para atrapar a seis semiduendes y degollarlos antes de que los demás puedan escapar o atacarle.

– ¿Los semiduendes son tan delicados como parecen? -me preguntó.

Estuve a punto de sonreír, pero no estaba de humor para ello.

– No, Detective, no lo son. Son más fuertes de lo que parecen, e increíblemente rápidos.

– ¿Entonces no buscamos a un humano?

– Yo no he dicho eso. He dicho que físicamente los humanos no podrían hacerlo, pero si hay implicada alguna clase de magia que pudiera ayudarles, sí lo lograrían.

– ¿Qué tipo de magia?

– No estoy pensando en un hechizo. Yo no soy humana. No necesito un hechizo para usarlo contra otra hada, pero sé que hay historias sobre magia en la que se nos puede hacer más débiles, perceptibles, y vulnerables.

– Bien, ¿y no se supone que este tipo de duendes son inmortales?

Aparté la vista de los diminutos cuerpos sin vida. Antes, la respuesta habría sido simplemente un sí, pero había sabido de algún semiduende en la Corte Oscura que había muerto por caerse por una escalera, y otros por causas más triviales. Su inmortalidad no era lo que solía ser, pero esto no lo habíamos hecho público a los humanos. Algo de lo que intentábamos asegurarnos era de que los humanos siguieran pensando que no podían hacernos daño fácilmente. ¿Algún humano habría averiguado la verdad y se estaba aprovechando? ¿Esta mortalidad se estaba acentuando entre los duendes menores? O… ¿la magia que les hacía inmortales estaba desapareciendo lentamente?

– Merry, ¿sigues por aquí?

Sacudí la cabeza y la miré, feliz de dejar de mirar los cuerpos.

– Lo siento, sólo que nunca me acostumbraré a ver esta clase de cosas.

– Oh, te acostumbrarás a ello -me dijo. -Sólo espero que no tengas que ver tantos cadáveres como para que te llegue a ser indiferente -dijo suspirando, como si deseara no estar tan hastiada.

– Me preguntaste si los semiduendes eran inmortales, y la respuesta es sí. -Era todo lo que yo podría decirle hasta averiguar si la mortalidad se extendía entre los duendes. Hasta ahora sólo se habían dado casos aislados dentro del mundo feérico.

– Entonces… ¿cómo lo hizo el asesino?

Yo sólo había visto a otro semiduende morir por una hoja que no fuera de hierro frío. Hoja que fue esgrimida por un noble de la Corte Oscura. Un sidhe, y uno de mis parientes sanguíneos. Habíamos ejecutado al sidhe que lo hizo, aunque dijo que no había pensado matarla. Él sólo quiso herirla atravesándole el corazón, igual que ella había herido profundamente el suyo al abandonarlo -poético y la clase de tontería romántica que se hace cuando uno está acostumbrado a estar rodeado de seres a los que puedes cortar la cabeza y siguen viviendo-. Aunque esto último no ha funcionado desde hace mucho tiempo incluso entre los sidhe, y tampoco lo íbamos contando por ahí. A nadie le gusta hablar del hecho de que su gente está perdiendo su magia y su poder.

¿El asesino era un sidhe? De alguna manera no pensé que lo fuera. Ellos podrían matar a un duende menor por arrogancia o por una cuestión de honor, pero esto tenía el regusto de algo mucho más complicado que eso, un motivo que sólo el asesino entendería.

Medité cuidadosamente mi propio razonamiento para estar segura de que no estaba considerando como sospechosos a la Corte Oscura, la Multitud Oscura. Una Corte que me había ofrecido su trono y que yo había rechazado por amor. La prensa sensacionalista todavía hablaba del final del cuento de hadas, pero mucha gente había muerto, algunos de ellos por mi propia mano, y como en la mayoría de los cuentos de hadas, se trataba más de la sangre y de ser sincero con uno mismo que del amor. El amor acabó por ser la emoción que me había conducido a saber lo que realmente quería, y quién era yo en realidad. Creo que hay emociones mucho peores que seguir.

– ¿Qué es lo que piensas, Merry?

– Me pregunto qué emoción llevó al asesino a hacer esto, a querer hacer esto.

– ¿Qué quieres decir?

– Se necesita algo así como el amor para poner tanta atención en los detalles ¿Amaba el asesino este libro o amaba a los pequeños semiduendes? ¿Odiaba este libro cuando era un niño? ¿Puede ser la pista de algún trauma horrible que le hizo perpetrar este crimen?

– No me hagas su perfil criminal, Merry; tenemos a gente pagada para hacer eso.

– Sólo estoy haciendo lo que me enseñaste, Lucy. El asesinato es como cualquier habilidad; no existe el escenario perfecto. Y éste es perfecto.

– El asesino probablemente pasó años fantaseando sobre esta escena, Merry. Quería, necesitaba que fuera perfecto.

– Pero nunca lo es. Eso es lo que dicen los asesinos en serie cuando les interroga la policía. Algunos de ellos cometen esos homicidios una y otra vez para clavar su fantasía, pero nunca lo consiguen, por lo que siguen matando para intentar conseguir su fantasía perfecta.

Lucy me sonrió.

– Sabes, esa es una de las cosas que siempre me han gustado de ti.

– ¿El qué? -pregunté.

– No confías sólo en la magia; intentas realmente ser un buen detective.

– ¿Y no es eso lo que se supone que tengo que hacer? -pregunté.

– Sí, pero te sorprendería saber cuántos médiums y magos son magníficos utilizando su magia, y unos chapuzas haciendo de detectives.

– No, no me sorprendería, pero recuerda, que yo no tenía tanta magia hace unos meses.

– Es verdad, tus poderes han despertado más tarde. -Y me sonrió otra vez. Antes hubiera pensado que era extraño que la policía pudiera sonreír junto a un cadáver, pero había aprendido que o te sobrepones o te sacan de homicidios, o todavía mejor, te echan de la policía.

– Ya lo he comprobado, Merry. No hay más homicidios que se parezcan a éste. No hay más muertes de semiduendes en grupo. Sin trajes. Sin que se parezcan a los dibujos de un libro. Éste es el primero de esta clase.

– Quizás sea así, pero tú me enseñaste que los asesinos no comienzan tan bien. Tal vez ellos sólo lo planearon perfectamente y tuvieron la suerte de que les saliera perfecto, o tal vez ellos han cometido otras masacres que no han sido tan perfectas, tan planificadas, pero serían como una puesta en escena, o darían esa sensación.

– ¿Qué tipo de sensación? -me preguntó.

– Pensaste en la película no sólo porque te daría más pistas, sino porque hay algo dramático en todo esto. El escenario, la elección de víctimas, la puesta en escena, el libro ilustrado; todo llama la atención.

Ella asintió.

– Exactamente -dijo.

El viento jugó con mi vestido morado hasta que tuve que sujetarlo para evitar que topara contra el cordón policial que estaba detrás de nosotros.

– Siento haber tenido que llamarte para algo así en sábado, Merry – me dijo. -De verdad que traté de contactar con Jeremy.

– Él tiene una nueva novia y ha apagado el móvil. -No envidiaba a mi jefe, la primera relación casi seria que había tenido desde hacía años. De verdad que no.

– Parece que tenías planeado un picnic.

– Algo así -le dije- pero este tampoco es un buen sábado para ti.

Ella sonrió tristemente.

– No tenía ningún plan. -Luego señaló con el pulgar en dirección donde estaba la policía. -Tus novios están cabreados conmigo por hacerte examinar cadáveres mientras estás embarazada.

Mis manos, automáticamente, fueron a mi estómago, que todavía estaba plano. No se me notaba nada, aunque con gemelos el médico me había advertido que esto podría cambiar de la mañana a la noche.

Eché un vistazo hacia atrás para mirar a Doyle y a Frost, que estaban junto a los policías. Mis dos hombres no eran más altos que algunos de los policías -medir algo más de metro noventa de estatura no era tan extraño-, pero era lo demás lo que destacaba dolorosamente. Doyle había sido llamado la Oscuridad de la Reina durante miles años, y encajaba con ese apodo. De piel y cabello negro, con ojos también negros ocultos tras unas gafas de sol negras. Su pelo negro estaba recogido a su espalda en una apretada trenza. Sólo los pendientes de plata que ascendían por el lóbulo de su oreja puntiaguda suavizaban el negro-sobre-negro de sus tejanos, camiseta, y chaqueta de cuero negros. Esta última debía de esconder las armas que llevaba. Era el capitán de mis guardaespaldas, así como uno de los padres de mis bebes no natos, y uno de mis amores más queridos. El otro amor más querido estaba de pie a su lado como un pálido negativo, y de piel tan blanca como la mía, aunque el pelo de Frost era plateado como el espumillón de un árbol de Navidad brillando a la luz del sol. El viento jugaba con su pelo de forma que parecía flotar tras él como una ola brillante. Parecía un modelo frente a un ventilador, pero aunque su pelo le llegaba a los tobillos y lo llevaba suelto, no se le enredaba con el viento. Le había preguntado sobre ello, y simplemente me había contestado… -Al viento le gusta mi pelo. -No había sabido qué decirle, así que no le contesté nada.

Sus gafas de sol eran de color gris plomo con cristales de un gris más oscuro para esconder el color gris más pálido de sus ojos, su rasgo más corriente, en realidad. Le sientan muy bien los trajes de diseño, pero hoy llevaba uno de los pocos tejanos que tenía, con una camiseta de un tejido sedoso y una chaqueta cruzada para esconder sus propias armas, todo combinado en tonos grises. La verdad era que habíamos planeado ir a la playa, o nunca habrían pillado a Frost en pantalones vaqueros. De los dos, Frost podría ser el que poseía unos rasgos más tradicionalmente hermosos, aunque era difícil de discernir. Eran como habían sido durante siglos, la luz y la oscuridad, una complementaria de la otra.

Los policías uniformados, con trajes o con ropa más informal, parecían meras sombras a su lado, ni tan brillantes ni tan vivos como mis dos hombres, pero quizás todos los enamorados pensaban lo mismo. Quizás no se debía a que fueran inmortales guerreros sidhe, sino que simplemente el amor les hacía destacables a mis ojos.

Lucy me había hecho pasar a través del cordón policial porque yo ya había trabajado antes con la policía, y además realmente yo era un detective privado con licencia en este estado. Doyle y Frost no lo eran, y nunca habían trabajado con la policía en un caso, por lo que tenían que quedarse detrás de la barrera y lejos de cualquier presunta pista.

– Si descubro cualquier cosa que a ciencia cierta parezca tener relación con esta clase de magia, te lo haré saber. -No fue una mentira, no en la forma en la que lo dije. Las hadas, y especialmente los sidhe, somos conocidos porque nunca mentimos, pero te engañaremos hasta que pienses que el cielo es verde y la hierba es azul. No te diremos que el cielo sea verde y la hierba azul, pero conseguiremos que ésa sea tu impresión.

– Crees que tiene que haber habido otro asesinato anterior -dijo.

– Si no, este tío, o tía, ha tenido mucha suerte.

Lucy señaló los cuerpos.

– No estoy segura de llamar a esto suerte.

– Ningún asesino es tan bueno la primera vez, o ¿te encontraste con un nuevo tipo de asesino mientras yo estaba lejos en las Cortes Feéricas?

– No. La mayoría de los asesinatos fueron bastante normalitos. El nivel de violencia y las víctimas difieren, pero tienes entre un 80 o 90% de probabilidades de que el asesino sea alguien cercano o querido por la víctima y no un desconocido, y la mayoría de las muertes son deprimentemente comunes.

– Éste es deprimente -dije-, pero no común.

– No, no es para nada común. Espero que esta clase de perfecta puesta en escena que hemos conseguido, nos muestre el modus operandi del asesino.

– ¿Crees que así será? -pregunté.

– No -dijo-. No lo creo.

– ¿Puedo alertar a los semiduendes de la zona para que tengan cuidado, o vas a tratar de ocultar el perfil de las víctimas a los medios de comunicación?

– Adviérteles, porque si no lo hacemos y ocurre de nuevo, seremos acusados de racistas, o ¿esto es ser especistas? -dijo sacudiendo la cabeza y caminando hasta el cordón policial. La seguí, feliz de apartarme de los cuerpos.

– Los humanos pueden cruzarse con semiduendes, así que no creo que la palabra “especista” se pueda aplicar.

– Yo no podría procrear con algo del tamaño de una muñeca. Sería algo anormal.

– Algunos de ellos tienen dos formas, una pequeña y otra apenas un poco más baja que yo.

– ¿Metro y medio? De verdad, ¿pueden pasar de 25 centímetros a casi un metro y medio?

– Sí, de verdad. Es una capacidad rara, pero se da, y los bebés son fértiles, por lo que creo que realmente no son especies tan diferentes.

– No quise que pareciera una ofensa -me dijo.

– Yo tampoco me he sentido ofendida, sólo te lo estoy explicando.

Estábamos casi ante el cordón policial y mis novios parecían visiblemente nerviosos.

– Disfruta de tu sábado -me dijo.

– Lo mismo te digo, aunque sé que estarás por aquí durante horas.

– Sí, creo que tu sábado será mucho más divertido que el mío -dijo mientras miraba a Doyle y Frost cuando la policía finalmente les dejó avanzar. Lucy les lanzó una mirada de admiración tras sus gafas de sol. No podía culparla.

Me quité los guantes aunque no había tocado nada. Los dejé caer donde estaban los otros guantes desechados a este lado del cordón. Lucy sostuvo el cordón para mí y la verdad no tuve que inclinarme mucho. A veces ser pequeña es una ventaja.

– Oh, recuerda comprobar las flores, y a los floristas -le dije.

– Estoy en ello -comentó.

– Lo siento, a veces me emociono cuando me dejas ayudarte.

– No, todas tus ideas son bienvenidas, Merry, lo sabes. Es por eso por lo que te llamé para que vinieras aquí -dijo saludándome con un gesto de la mano mientras se giraba en dirección a la escena del crimen. No podíamos despedirnos con un apretón de manos porque ella todavía llevaba puestos los guantes y sostenía las pruebas.

Doyle y Frost casi habían llegado junto a mí, pero tampoco íbamos a poder irnos a la playa en seguida. Tenía que advertir a los semiduendes del lugar, e intentar encontrar una manera de ver si la mortalidad se había extendido entre ellos, o si había alguna magia aquí en Los Ángeles que pudiera estar robando su inmortalidad. Había cosas que eventualmente podrían llegar a matarnos, pero no había muchas que permitieran a alguien cortarles la garganta a nuestros parientes alados. Ellos eran la esencia del mundo feérico, más incluso que la Alta Nobleza de las Cortes. Si averiguaba algo se lo diría a Lucy, pero hasta que tuviera algo que fuera útil me guardaría mis secretos. Sólo era humana en parte; y el resto de mí era puro duende, y sabemos guardar un secreto. El truco estaba en cómo advertir a los semiduendes sin provocar el pánico. Entonces comprendí que no había otra forma. Los duendes son igual que los humanos, entienden el miedo. Algo de magia, o un poco de inmortalidad, no te evitan el sentir temor; sólo te dan una lista diferente de miedos.

CAPÍTULO 2

FROST INTENTÓ ABRAZARME, PERO LE DETUVE PONIENDO una mano en su estómago, tan breve, que realmente tocaba su pecho.

– Ella está intentando mostrarse firme ante los policías -dijo Doyle.

– No deberíamos haberte dejado venir a ver esto -dijo Frost.

– Jeremy podía haber dado la opinión de un duende -añadió Doyle.

– Jeremy es el jefe y le está permitido desconectar su móvil un sábado -les contesté.

– Entonces Jordan o Julian Kane. Son psíquicos y magos en funciones.

– Son solamente humanos, Frost. Lucy quería que un hada examinara la escena del crimen.

– No deberías obligarte a ver esto en tu estado.

Me incliné hacia adelante y le hablé en voz baja…

– Soy detective. Es mi trabajo, y es nuestra gente la que está muerta allí arriba en la ladera. Puede que nunca sea reina, pero soy lo más parecido que tienen aquí en Los Ángeles. ¿Dónde, si no, debería estar un gobernante cuando su gente es amenazada?

Frost comenzó a decir algo más, pero Doyle le tocó el brazo.

– Déjalo, amigo mío. Sólo deja que la devolvamos al vehículo y podremos irnos.

Enlacé mi brazo a través del brazo vestido de cuero de Doyle, aunque pensé que hacía demasiado calor para llevar algo de piel. Frost nos seguía, y una mirada me dejó ver que cumplía con el deber de inspeccionar el área en busca de amenazas. A diferencia de un guardaespaldas humano, Frost controlaba desde el cielo hasta el suelo, porque cuando tu potencial enemigo es un hada, el peligro puede llegar casi desde cualquier parte.

Doyle también estaba alerta, pero su atención estaba dividida, intentando impedir que me torciera un tobillo por culpa de las sandalias, que se veían fabulosas con el vestido que llevaba, pero eran una mierda para andar por ese suelo accidentado. No tenían un tacón demasiado alto, pero eran muy abiertas y no ofrecían demasiada estabilidad. Me pregunté qué iba a ponerme cuando el embarazo estuviera muy avanzado. ¿Tenía algún zapato práctico, además de los que llevaba para hacer footing?

Habíamos superado el mayor peligro cuando maté a mi principal rival por el trono y después abdiqué de la corona. Hice todo lo posible para parecer al mismo tiempo, demasiado peligrosa para tentar a alguien y totalmente inofensiva para los nobles y su estilo de vida. Me había exiliado voluntariamente, y había dejado claro que era una decisión permanente. No quería el trono. Sencillamente quería que me dejaran en paz. Pero ya que algunos de los nobles habían pasado los últimos mil años conspirando para acercarse al trono, encontraban mi decisión algo difícil de creer.

Hasta ahora nadie había intentado matarme, a mí o a alguno de los míos, pero Doyle era la Oscuridad de la Reina, y Frost era el Asesino Frost. Se habían ganado sus nombres, y ahora que estábamos enamorados y yo llevaba a sus niños, sería una lástima dejar que algo saliera mal. Éste era el final de nuestro cuento de hadas, y tal vez no teníamos enemigos al acecho, pero los viejos hábitos no son siempre una mala cosa. Me sentía segura con ellos, pero los quería más que a la vida misma, y si morían intentando protegerme nunca me recuperaría de ello. Hay muchas formas de morir sin llegar a morir.

Cuando quedamos fuera del alcance del oído de los policías humanos, les conté mis temores sobre los asesinatos.

– ¿Cómo averiguamos si los duendes menores son más fáciles de matar aquí? -preguntó Frost.

– En otros tiempos habría sido bastante simple -contestó Doyle.

Dejé de andar, lo cual le obligó a detenerse.

– ¿Sólo escogerías a unos cuantos y verías si podías cortar sus gargantas?

– Si mi reina lo hubiera pedido, sí -contestó.

Comencé a apartarme de él, pero sujetó mi brazo con el suyo.

– Tú sabías lo que yo era antes de acogerme en tu cama, Meredith. Es un poco tarde para el shock y la inocencia.

– La reina diría… “¿Dónde está mi Oscuridad? Traedme a mi Oscuridad.” Y tú aparecerías, o simplemente darías un paso acercándote a ella, y entonces alguien sangraría o moriría -dije.

– Fui su arma y su general. Hice lo que me ordenaban.

Estudié su expresión, y supe que no eran simplemente las gafas de sol negras y envolventes lo que me impedían leerle. Él podía esconder cualquier cosa tras su semblante. Había pasado demasiados años junto a una reina loca, donde una mirada equivocada o a destiempo te podía enviar al Vestíbulo de la Muerte, la cámara de tortura. La tortura podía durar mucho para un inmortal, especialmente si te curabas bien.

– Fui un duende menor una vez, Meredith -dijo Frost. Él había sido Jack Frost, y, literalmente, una leyenda humana, pero la necesidad de ser más fuerte para proteger a la mujer que amaba le había convertido en el Asesino Frost. Pero una vez fue simplemente el pequeño Jackie Frost, solamente un ser menor en el séquito del poder Invernal. La mujer por quien él había cambiado tan completamente hacía siglos que moraba en su tumba humana, y ahora él me amaba a mí: El único miembro de la corte real sidhe, que no envejecía y no era inmortal. Pobre Frost… al parecer no podía amar a personas que le sobrevivieran.

– Sé que no siempre fuiste sidhe.

– Pero recuerdo cuando él era la Oscuridad para mí, y le temía tanto como los demás. Ahora es mi amigo más fiel y mi capitán, porque ese otro Doyle existió siglos antes de que tú nacieras.

Volví a examinar su rostro, y a pesar de sus gafas de sol pude ver la gentileza… un atisbo de la ternura que sólo me había dejado ver en las últimas semanas. Me di cuenta de que Frost había actuado igual que si hubiera tenido que proteger a Doyle en una batalla. Me había distraído de mi cólera, poniéndose en medio, como si yo fuera una espada para ser eludida.

Tendí una mano hacia él, y la tomó. Dejé de luchar contra el brazo de Doyle, y simplemente los sujeté a ambos.

– Tienes razón. Ambos tenéis razón. Sabía la historia de Doyle antes de que él llegase a mi lado. Dejadme volver a intentarlo. -Contemplé a Doyle, todavía con la mano de Frost en la mía-. ¿No estarás sugiriendo que probemos nuestra teoría con un semiduende escogido al azar?

– No, pero con sinceridad no se me ocurre otra forma de probarlo.

Pensé en eso, y luego negué con la cabeza.

– Ni a mí.

– ¿Entonces qué debemos hacer? -preguntó Frost.

– Advertimos a los semiduendes, y después nos vamos a la playa.

– Pensé que esto acabaría con nuestro día libre -dijo Doyle.

– Cuando no puedes hacer nada más, sigues con tus planes iniciales. Además, todo el mundo se nos unirá en la playa. Podemos hablar de este problema allí tan bien como en la casa. ¿Por qué no dejar que algunos de nosotros disfruten de la arena y el agua mientras el resto debatimos sobre la inmortalidad y el asesinato?

– Muy práctico -dijo Doyle.

Asentí con la cabeza.

– Nos detendremos en el Salón de Té Fael de camino a la playa.

– El Fael no está de camino a la playa -dijo Doyle.

– No, pero si dejamos recado allí sobre los semiduendes, las noticias correrán.

– Podríamos dejar el aviso a Gilda, el Hada Madrina -dijo Frost.

– No, ella podría guardarse la noticia para sí misma de forma que pudiera afirmar más tarde que yo no advertí a los semiduendes porque no era un tema que me preocupara.

– ¿Verdaderamente piensas que te odia más de lo que ama a su gente? -preguntó Frost.

– Ella era el poder gobernante entre los exiliados del mundo feérico en Los Ángeles. Los duendes menores se dirigían a ella para dirimir disputas. Ahora vienen a mí.

– No todos ellos -dijo Frost.

– No, pero sí los suficientes para que piense que estoy tratando de asumir el control de su negocio.

– No queremos parte de sus negocios, legales o ilegales -dijo Doyle.

– Ella fue humana una vez, Doyle. Eso la hace insegura.

– Su poder no parece humano -dijo Frost, temblando.

Estudié su cara.

– Ella no te gusta.

– ¿A ti, sí?

Negué con la cabeza.

– No.

– Siempre hay algo torcido dentro de las mentes y cuerpos de los humanos a los que les es concedido el acceso a la magia salvaje del mundo de las hadas -dijo Doyle.

– A ella le concedieron un deseo -dije-, y deseó ser un hada madrina, pero ella no sabía que no existe tal cosa entre nosotros.

– Se ha convertido en un poder a tener en cuenta en esta ciudad -dijo Doyle.

– La has investigado, ¿no?

– Casi te amenazó directamente si continuabas llevándote a su gente. Investigué la fortaleza de un enemigo potencial.

– ¿Y…? -Pregunté.

– Es ella la que debería tener miedo de nosotros -dijo él, y su voz fue otra vez esa voz de antes, cuando él sólo había sido un arma para mí y no una persona.

– Nos pasamos por el Fael, y luego discutiremos qué hacer con Gilda. Si la informamos y ella no avisa a nadie, entonces somos nosotros quienes podemos decir que a ella le importan más los celos que me tiene que su gente.

– Astuto -dijo Doyle.

– Despiadado -agregó Frost.

– Sólo sería despiadado si no advirtiera a los semiduendes de alguna otra forma. No arriesgaré más vidas por algún juego estúpido de poder.

– No es estúpido para ella, Meredith -dijo Doyle-. Ése es todo el poder que ella ha tenido alguna vez, o que jamás tendrá. Las personas hacen cosas muy malas por mantener su poder intacto.

– ¿Es un peligro para nosotros?

– En un ataque frontal, no, pero si utiliza la malicia y el engaño, tiene duendes que le son leales y odian a los sidhe.

– Entonces tendremos que mantenerlos vigilados.

– Lo hacemos -dijo él.

– ¿Espías a la gente sin decírmelo? -Le pregunté.

– Por supuesto que lo hago -contestó.

– ¿No deberías decírmelo primero antes de hacer cosas como ésas?

– ¿Por qué?

Miré a Frost.

– ¿Le puedes explicar por qué debería contarme estas cosas?

– Pienso que él te está tratando como la mayoría de miembros de la familia real quieren ser tratados -dijo Frost.

– ¿Qué significa eso? -Pregunté.

– El poder negar algo de una forma plausible es muy importante entre los monarcas -dijo él.

– ¿Tú ves a Gilda como un monarca del mismo nivel? -Pregunté.

– Ella se ve como tal -dijo Doyle-. Siempre es mejor dejar que los reyes insignificantes conserven sus coronas hasta que queramos la corona y la cabeza sobre la que se asienta.

– Éste es el siglo veintiuno, Doyle. Tú no puedes manejar nuestra vida como si estuviéramos en el décimo.

– He estado mirando vuestros informativos y leyendo libros sobre los gobiernos que existen hoy en día, Merry. Las cosas no han cambiado tanto. Simplemente, ahora hay más secreto.

Quise preguntarle cómo sabía eso. Quise preguntarle si conocía secretos gubernamentales que me hicieran dudar de mi gobierno, y de mi país. Pero finalmente, no pregunté. En primer lugar, no estaba segura de que me dijera la verdad si pensaba que eso me contrariaría. Y por otro, un magnicidio parecía bastante por un día. Hice que Frost llamara a casa y alertara a nuestra gente de que permaneciera cerca de la casa y tuvieran cuidado con los desconocidos, porque de lo único de lo que estaba segura era de que no era uno de nosotros. Más allá de eso no tenía ni idea. Me preocuparía por espías y gobiernos otro día, cuando la imagen de los cadáveres alados no estuviera todavía bailando ante mis ojos.

CAPÍTULO 3

ME DIRIGÍ HACIA EL SALÓN DE TÉ FAEL, Y DOYLE TENÍA razón. No estaba cerca de la playa, donde todo el mundo estaría esperando. Se situaba a manzanas de distancia, en lo que en un primer momento había sido una mala zona de la ciudad y luego se había aburguesado siendo ocupada por los yuppies, para más tarde convertirse en un lugar donde las hadas se habían establecido convirtiéndolo en un lugar más mágico. Se llegó a convertir en un centro turístico donde los adolescentes y universitarios iban a pasar el rato. Los jóvenes siempre se han visto atraídos por los fantasiosos. Es por eso que durante siglos los humanos han puesto amuletos a sus hijos para protegerles y evitar que les arrebatáramos a los mejores, más brillantes y creativos. Nos gustan los artistas.

Como de costumbre, Doyle iba aferrado a la puerta y al salpicadero del coche. Siempre se sentaba de esa forma cuando iba en el asiento delantero. Frost le tenía menos miedo a los coches y al tráfico de Los Ángeles, pero Doyle insistía en que como capitán él debía sentarse a mi lado. Lo cierto era que yo encontraba encantador ese acto de valentía por su parte, aunque me guardé para mí misma cualquier comentario al respecto. No estaba segura de cómo se lo iba a tomar.

Él se las arregló para decir…

– Prefiero este coche al otro que conduces. Éste está más alto desde el nivel del suelo.

– Es un SUV [1] -dije, -es más un camión que un coche. -Iba buscando un lugar donde aparcar, y no tenía mucha suerte. Ésta era una zona de la ciudad donde la gente venía a pasear y a disfrutar de un agradable sábado. Y había un montón de gente, lo que significaba un montón de coches. Y estábamos en Los Ángeles. Todo el mundo usaba el coche para ir a cualquier parte.

El SUV en realidad pertenecía a Maeve Reed, como muchas de nuestras cosas. Su chofer se había ofrecido a conducir para nosotros, pero en el momento en que llamó la policía decidí que la limusina se quedaba en casa. Ya tenía bastantes problemas para conseguir que la policía me tomara en serio como para aparecer en una limusina. Nunca se olvidarían de eso, y Lucy tampoco se olvidaría, y eso me importaba mucho más. Era su trabajo. En cierto sentido, los otros policías tenían razón. Yo sólo estaba allí de paso.

Sabía que parte del problema de Doyle era el coche en sí, toda esa acumulación de tecnología y metal. Aunque yo sabía de muchos semiduendes que tenían coches propios y conducían. La mayoría de los sidhe no tenían problemas con los rascacielos modernos, y estaban repletos de metal y de tecnología. Doyle también le tenía miedo a los aviones. Era uno de sus puntos débiles.

– ¡Ahí hay un sitio! -gritó Frost, señalando. Maniobré el enorme SUV hacia el hueco. Tuve que acelerar y casi golpeé a un coche más pequeño que estaba intentando adelantarme para quitarme el sitio. Doyle tragó saliva y dejó escapar un suspiro tembloroso. Quise preguntarle por qué ir en la parte trasera de la limusina no le molestaba tanto, pero me contuve. No estaba segura de que hacerle notar que sólo tenía miedo en el asiento delantero de un automóvil no le hiciera también coger miedo a la limusina. Y eso no era necesario.

Tenía el sitio, aunque aparcar el Escalade [2] en paralelo no era uno de mis pasatiempos favoritos. Aparcar el Escalade nunca era fácil y hacerlo en paralelo era como recibir un master de postgrado en estacionamiento. ¿Aparcar un trailer equivaldría a obtener el doctorado? Nunca he querido conducir algo más grande que este SUV, por lo que probablemente nunca lo averiguaré.

Podía ver el rótulo del Fael desde el coche, sólo unas pocas tiendas más abajo. Por una vez habíamos conseguido aparcar a menos de una manzana de distancia. Perfecto.

Esperé a que Doyle saliera estremeciéndose del coche y a que Frost se desatara y llegara junto a mi puerta. Yo sabía que era mejor no salir sin que uno de los dos estuviera a mi lado.

Se habían asegurado de que yo entendiera que parte del trabajo de un guardaespaldas consistía en entrenar a su protegido para que colaborase con ellos y su trabajo de protección. Sus altos cuerpos formaban una muralla a mi alrededor cuando estábamos en la calle. Si hubiera existido una amenaza potencial hubiera tenido más guardias. Como precaución, dos era lo mínimo. Tenerlos sólo como precaución me gustaba, quería decir que nadie estaba tratando de matarme. Y que eso fuera una novedad, decía mucho sobre los últimos años de mi vida. Tal vez no vivía el “Felices para siempre” que pintaban los periódicos sensacionalistas, pero definitivamente era mucho más feliz.

Frost me ayudó a bajar del SUV, lo cual ya me iba bien. Siempre hay un momento en el que me siento como una niña pequeña cuando me subo al Escalade. Era como estar sentada en una silla donde los pies no te llegan al suelo. Me hacía sentir como si tuviera seis años, pero el brazo de Frost bajo el mío, su altura y corpulencia me recordaron que yo ya no era una niña y que estaba a décadas de distancia de los seis años.

Se oyó la voz de Doyle…

– Fear Dearg [3], ¿qué estás haciendo aquí?

Frost se detuvo en mitad del movimiento e interpuso su cuerpo más sólido delante de mí, protegiéndome, porque Fear Dearg no era un nombre. Los Fear Dearg eran muy viejos, lo que quedaba de un antiguo reino de hadas anterior a las Cortes de la Luz y de la Oscuridad. Eso quería decir que como mínimo el Fear Dearg tenía más de tres mil años. Todos los que quedaban eran muy viejos, porque no tenían mujeres y por lo tanto no nacían nuevos Fear Dearg. Parecían una mezcla entre un brownie, un duende, y una pesadilla, una pesadilla que podía hacer que un hombre pensara que una piedra era su esposa, o que un acantilado sobre el mar fuera un camino seguro. Y algunos se deleitaban con el tipo de tortura que le habría gustado a mi tía. Una vez la había visto desollar a un noble sidhe hasta que quedó irreconocible, haciendo luego que la siguiera atado con una correa como un perro.

Un Fear Dearg podría ser más alto que el humano medio o podría ser unos 30 centímetros más bajo que yo, o de cualquier otra talla entre los dos extremos. Entre ellos sólo se parecían en que según los cánones humanos no eran hermosos y que vestían de rojo.

La voz que contestó la pregunta de Doyle era de un tono muy alto, aunque definitivamente masculino, pero sonaba quejumbrosa con ese tono que normalmente asocias a una edad avanzada en un humano. Nunca había oído ese tono en la voz de un duende.

– ¿Por qué? Para guardarte una plaza de parking, primo.

– Nosotros no somos parientes, y… ¿cómo sabías que tenías que guardar una plaza de aparcamiento para nosotros? -preguntó Doyle, y ahora no se oía en su voz profunda ningún indicio de su debilidad en el coche.

Él ignoró la pregunta.

– Oh, vamos. Soy un cambia formas, un duende que utiliza el encanto, como lo era tu padre. Un Phouka [4] no está tan lejos de los Fear Dearg.

– Yo soy la Oscuridad de la Reina, no algún Fear Dearg sin nombre.

– Ah, y ahí está el problema -dijo con su voz aguda. -Ése es el nombre que necesito.

– ¿Qué quieres decir con eso, Fear Dearg? -preguntó Doyle.

– Quiere decir que tengo una historia que contar, y que lo mejor sería contarla dentro del Fael, donde vuestro anfitrión y mi jefe os espera. U… ¿os negaríais a aceptar la hospitalidad de nuestro establecimiento?

– ¿Trabajas en el Fael? -preguntó Doyle.

– Así es.

– ¿Cuál es tu trabajo allí?

– Soy de seguridad.

– No sabía que en el Fael necesitaran seguridad adicional.

– Mi jefe cree que es necesario. Ahora lo preguntaré otra vez… ¿vas a rechazar nuestra hospitalidad? Y piénsate bien la respuesta esta vez, primo, porque entre los de mi clase todavía se aplican las viejas reglas. No tengo alternativa.

Ésa era una pregunta capciosa, porque una de las cosas por las que se conocía a los Fear Dearg era por aparecerse en una noche oscura y húmeda, invitándote a calentarte junto al fuego. O bien, el Fear Dearg podría ofrecerte el único refugio en una noche tempestuosa, y un humano podría vagar dentro, atraído por su fuego. Si el humano rechazaba su hospitalidad o trataba al Fear Dearg de manera descortés, éste utilizaría su encanto para hacerle daño. Si le trataba bien, saldría ileso y a veces haría algún quehacer doméstico en agradecimiento u ofrecería al humano un presente de buena suerte durante un rato. Aunque normalmente, lo mejor que podría esperar es quedar en paz.

Pero yo no podía esconderme toda la vida detrás del cuerpo de Frost y empezaba a sentirme un poco ridícula. Conocía la reputación de los Fear Dearg, y también sabía que por alguna razón los otros duendes, especialmente los más viejos, les tenían cierto afecto. Toqué el pecho de Frost, pero él no se iba a mover hasta que Doyle se lo dijera o yo armara un jaleo. No quería organizar un escándalo delante de desconocidos. El hecho de que mis guardaespaldas a veces se oyeran antes el uno al otro que a mí era algo en lo cual estábamos trabajando.

– Doyle, él no ha hecho nada más que ser cortés con nosotros.

– He visto lo que su clase les hace a los mortales.

– ¿Es peor que lo que he visto hacer a los de nuestra clase a otros?

Frost realmente me miró entonces, aún estando alerta ante cualquier amenaza que podría, o no, venir. La mirada incluso a través de sus gafas me dijo que yo estaba revelando demasiado delante de alguien que no era un miembro de nuestra corte.

– Oímos lo que te hizo el rey de oro, Reina Meredith.

Aspiré profundamente, dejando escapar el aire muy lentamente. El rey de oro era mi tío por parte de madre, Taranis, más bien un tío abuelo, y el rey de la Corte de la Luz, la multitud dorada. Él usó la magia como una droga de violación, y en algún lugar había una unidad de almacenamiento forense donde se había depositado la evidencia de que me había violado. Estábamos tratando de acusarle de violación ante la justicia humana. Todo eso proporcionó a la Corte de la Luz la peor publicidad de su historia.

Intenté mirar por un lado del cuerpo de Frost para ver con quién hablaba, pero el cuerpo de Doyle también estaba delante, así que le hablé al aire…

– No soy reina.

– No eres reina de la Corte Oscura, pero eres la reina de los Sluagh, y si yo pertenezco a alguna corte de las que partieron de la Tierra del Verano, es a la de Sholto, Rey de los Sluagh.

El mundo de las hadas, o la Diosa, o ambos, me habían coronado dos veces esa noche. La primera corona cuando estuve con Sholto en su sithen. Fuimos coronados como el Rey y la Reina de los Sluagh, la hueste oscura, las pesadillas del mundo de las hadas, tan oscuros que incluso los de la Corte Oscura no les permitirían refugiarse en su sithen, aunque en una pelea sería a los primeros a los que llamarían. Esa corona desapareció cuando apareció una segunda corona, la que me habría coronado Reina del Mundo de las Hadas. Doyle habría sido mi rey, y durante un tiempo fue tradición que todos los reyes de Irlanda se casaran con la misma mujer, la Diosa, quien fue una reina real para cada rey, al menos por una noche. Nosotros no siempre nos regíamos por las tradicionales leyes humanas de la monogamia.

Sholto era uno de los padres de los niños que llevaba, tal como la Diosa nos había mostrado a todos nosotros. Así que técnicamente era todavía su reina. Sholto no me había presionado con este tema, al menos en el mes que llevábamos de regreso en Los Ángeles. Parecía entender que yo estaba luchando por encontrar mi sitio en este nuevo y casi permanente exilio.

Todo lo que se me ocurrió decir en voz alta fue…

– No pensé que los Fear Dearg debieran lealtad a cualquiera de las cortes.

– Algunos de nosotros peleamos con los sluagh en las últimas guerras. Esto nos permitió traer la muerte y el dolor sin que el resto de vuestra buena gente -y él se aseguró de que en la última frase se pudiera oír la amargura y el desprecio que le embargaban- nos diera caza y dictara sentencia por hacer lo que estaba en nuestra naturaleza. Los sidhe de cualquiera de las Cortes no pueden prevalecer legalmente sobre los Fear Dearg, ¿no es así, pariente?

– No reconoceré parentesco contigo, Fear Dearg, pero Meredith tiene razón. Has actuado con cortesía. No puedo hacer menos. -Era interesante que Doyle hubiera abandonado lo de “Princesa”, que normalmente utilizaba delante de todos los duendes menores, y que tampoco utilizaba en presencia de la reina. Eso me decía que él estaba interesado en que el Fear Dearg me reconociera como reina, y eso me interesaba mucho.

– Bien -dijo el Fear Dearg. -Entonces te llevaré junto a Dobbin, ah, Robert, como se hace llamar ahora a sí mismo. Todo un lujo eso de tener dos nombres para uno mismo. Qué desperdicio cuando hay otros sin ningún nombre y que se han quedado con las ganas de tenerlo.

– Escucharemos tu historia, Fear Dearg, pero primero tenemos que hablar con cualquier semiduende que haya en el Fael -le dije.

– ¿Por qué? -Preguntó, y había demasiada curiosidad en sólo dos palabras. Recordé entonces que algunos Fear Dearg solicitaban una historia de sus huéspedes humanos, y si la historia no era lo bastante buena los torturaban y mataban. Pero si la historia era lo bastante buena los dejaban ir con una bendición. ¿Por qué un ser que tenía miles de años se interesaría por historias vagas? Y, ¿a qué se debía su obsesión con los nombres?

– Eso no es de tu incumbencia, Fear Dearg -dijo Doyle.

– Está bien, Doyle. Todo el mundo lo sabrá muy pronto.

– No, Meredith, no aquí, no en la calle -Hubo algo en la forma que él dijo eso que hizo que me detuviera. Pero fue la mano de Frost apretando mi brazo, lo que me hizo mirarle, y darme cuenta de que un Fear Dearg podría ser el asesino de los semiduendes. Quizás podría ser nuestro asesino, ya que los Fear Dearg se apartaban de las reglas habituales de nuestra clase, de ahí todo ese discurso sobre su pertenencia al reino de los sluagh.

¿Estaba nuestro asesino en serie ahí de pie junto a mis amantes? ¿No sería conveniente? Sentí un atisbo de esperanza, pero lo dejé morir tan rápidamente como había llegado. Había trabajado antes en casos de asesinato, y nunca era tan fácil. Los asesinos no coinciden contigo en la calle poco después de abandonar la escena del crimen. Aunque sería bonito si sólo por una vez realmente fuera tan fácil. En ese momento me percaté de que Doyle se había dado cuenta en cuanto le vio de que el Fear Dearg podría ser nuestro asesino. A eso era debida su extrema cautela.

De repente me sentí torpe e incapaz de hacer este trabajo. Se suponía que yo era un detective, y que Lucy me había llamado debido a mi experiencia del mundo de las hadas. Menuda experta estaba resultando ser.

CAPÍTULO 4

ESTE FEAR DEARG ERA MÁS PEQUEÑO QUE YO, AUNQUE SÓLO unos centímetros. Apenas llegaba al metro cincuenta. Antiguamente debía ser el equivalente a la talla media de un humano. Su cara estaba arrugada y llevaba unas patillas encrespadas y anchas que cubrían sus mejillas como una barba grisácea. Su nariz era delgada, larga, y afilada. Sus ojos eran grandes para su cara y se inclinaban hacia arriba en las esquinas. Eran negros, y parecían no tener iris hasta que te dabas cuenta de que, al igual que Doyle, sus irises eran tan negros como sus pupilas, con lo que tenías problemas para distinguirlos.

Caminó delante de nosotros por la acera, junto a felices parejas caminando de la mano y sus familias todas sonrientes, todas riéndose. Los niños clavaban abiertamente los ojos en el Fear Dearg. Los adultos le miraban de reojo, pero fue a nosotros a quiénes se quedaron mirando fijamente. Me di cuenta de que nos veíamos tal como éramos. No se me había ocurrido usar el encanto para hacernos parecer humanos, o al menos, menos evidentes. Había sido demasiado imprudente con lo que decía.

Los padres tardaron en reaccionar, luego sonrieron, e intentaron establecer contacto visual. Si yo les devolvía la mirada, igual querrían entablar conversación, y nosotros de verdad que necesitábamos advertir a los semiduendes. Normalmente intentaba ser amistosa, pero no hoy.

El encanto era la habilidad para nublar la mente de otros a fin de que vieran lo que tú deseabas que vieran, no lo que estuviera realmente allí. Hasta hacía pocos meses, ésa siempre había sido mi magia más fuerte. Era todavía la magia con la que estaba más familiarizada, y ahora fluía fácilmente a través de mi piel.

Hablé en voz baja para Doyle y Frost…

– Sólo conseguimos miradas atónitas, y la prensa no está aquí para quejarse.

– Puedo esconderme.

– No, con esta luz no puedes -le dije. Doyle tenía la extraña habilidad de esconderse como una especie de ninja de película. Yo sabía que él era la Oscuridad, y tú nunca ves a la oscuridad antes de que te alcance, pero no había caído en la cuenta de que había algo más que simplemente siglos de práctica. Realmente podía envolver las sombras a su alrededor y esconderse. Pero no nos podía esconder a nosotros, y necesitaba algo más que la brillante luz del sol que le rodeaba para esconderse.

Imaginé mi pelo simplemente rojo, de un humano castaño rojizo, y no del granate hilado de mi color verdadero. Hice que mi piel palideciera hasta armonizar con el pelo, lejos del blanco nacarado de mi propia piel. Difundí el encanto para que fluyera sobre la piel de Frost mientras caminábamos. Su piel era del mismo blanco de luz de luna que la mía, así que era más fácil cambiar su color al mismo tiempo. Oscurecí su pelo hasta volverlo de un gris intenso y continué oscureciéndolo mientras nos movíamos hasta que fue una sombra oscura, negra con vetas grises. Armonizaba con su piel blanca y daba la sensación de haberse convertido en gótico. No estaba vestido correctamente para eso, pero por alguna razón encontré más fácil poner ese color en él. Podía haber escogido casi cualquier color si hubiera tenido tiempo suficiente, pero estábamos llamando la atención, y no quería hacerlo. En el momento que demasiada gente “nos veía” tal como éramos, el encanto podría desmoronarse. Así que, dicho y hecho, fui haciendo gradualmente el cambio mientras caminábamos, y proyecté un pensamiento hacia la gente que nos había reconocido, con el fin de que les costara reaccionar y pensaran que se habían equivocado.

El truco estaba en cambiar el pelo y la piel de forma gradual, suavemente, sin dejar que la gente se diera cuenta de que lo estabas haciendo, así que en realidad eran dos tipos de encanto en uno. El primero, solamente una ilusión de nuestra apariencia cambiando, y el segundo, un momento Obi Wan donde la gente justamente no veía lo que pensaban que vieron.

Por alguna razón, cambiar la apariencia de Doyle era siempre más difícil. No estaba segura del por qué, pero siempre se requería un poco más de concentración para convertir su piel negra en un profundo, rico tono marrón, y el… oh… tan oscuro pelo en un castaño que concordara con la piel. Con tan poco tiempo, lo mejor que pude conseguir debió hacer que pareciera vagamente indio, un indio americano. Dejé que las graciosas curvas de sus orejas conservaran sus pendientes; sin embargo, y ahora que yo ya le había dado a su piel un matiz más humano, las orejas puntiagudas le señalaban como un aspirante a hada, no, un aspirante a sidhe. Todos ellos parecían pensar que los sidhe tenían orejas acabadas en punta como si justo acabaran de salir de un cuento de ficción, cuando de hecho eso marcaba a Doyle como de sangre no pura, con mezcla de duende menor. Él casi nunca escondía sus orejas, un gesto desafiante, un dedo en el ojo de la corte. Los aspirantes también eran aficionados a llamar a los sidhe, elfos. Yo culpaba de eso a Tolkien y sus elfos.

Nos habíamos atenuado algo, pero todavía llamábamos la atención, y los hombres todavía se veían exóticos, pero habría tenido que pararme y concentrarme más intensamente para cambiarlos más profundamente.

El Fear Dearg también tenía el suficiente encanto para haber cambiado su apariencia. Aunque a él, simplemente no le importaba si se le quedaban mirando. Lo que quería decir que una llamada a un número determinado podía conseguir que la prensa cayera sobre él hasta que tuviéramos que llamar a otros guardaespaldas para conseguir llegar hasta nuestro coche. Eso había ocurrido dos veces desde que regresamos a Los Ángeles. No quería que volviera a ocurrir.

El Fear Dearg se rezagó para hablar con nosotros.

– Nunca he visto a un sidhe que fuera capaz de usar el encanto tan bien.

– Eso es adulación viniendo de ti -le dije-. Tu gente es conocida por su habilidad con el encanto.

– Todos los duendes menores son mejores con el encanto que las hadas mayores.

– He visto a un sidhe hacer que la basura pasara por un banquete y hacer que las personas se lo coman -le contesté.

Doyle añadió…

– Y un Fear Dearg necesita una hoja para crear dinero, una galleta para hacer un pastel, un leño para conseguir una bolsa de oro. Tú necesitas algo que se pueda unir al encanto para que funcione.

– Igual que yo -dije, pensando en eso…-Igual que el sidhe que vi que era capaz de hacerlo.

– Oh, pero hubo un tiempo en que los sidhe podían conjurar castillos por arte de magia, y comida para tentar a cualquier mortal que fuera mera apariencia -dijo el Fear Dearg.

– No he visto… -Entonces me detuve, porque a los sidhe no les gustaba admitir en voz alta que su magia se estaba desvaneciendo. Se consideraba grosero, y si la Reina del Aire y la Oscuridad te oían, el castigo podía ser una bofetada, si tenías suerte, y si no, sangrarías dolorosamente por recordarle que su reino disminuía.

El Fear Dearg dio un pequeño salto, lo que forzó a Frost a retroceder un poco de su posición a mi lado, para no pisar al semiduende. Doyle le gruñó, un gruñido bajo y profundamente retumbante que correspondía al enorme perro negro en el que podía convertirse. Frost avanzó, obligando al Fear Dearg a dar un paso delante para no ser pisoteado.

– Los sidhe siempre han sido mezquinos -dijo él, como si no le molestara en absoluto-, pero tú decías, mi reina, que nunca habías visto un encanto así en los sidhe. No, en tu vida, ¿eh?

La puerta del Fael estaba ahora frente a nosotros. Era toda de cristal y madera, muy pintoresca y anticuada, como si fuera una tienda con décadas a sus espaldas.

– Necesito hablar con uno de los semiduendes -le dije.

– Sobre los asesinatos, ¿eh? -preguntó él.

Por un momento nos quedamos inmóviles, y de repente me encontré detrás de los hombres y sólo podía vislumbrar el borde del abrigo rojo que cubría su cuerpo.

– Oh, eh -dijo el Fear Dearg con una risita-. Pensáis que fui yo. Pensáis que rajé sus gargantas.

– Lo hacemos ahora -dijo Doyle.

El Fear Dearg se rió, y fue la clase de risa que te daría miedo si la oías en la oscuridad. Era la clase de risa que disfrutaba del dolor.

– Podéis hablar con la semiduende que consiguió escapar hasta aquí con el cuento. Estaba repleta de toda clase de detalles. Histérica estaba, balbuceando acerca de los muertos, vestidos como se describía en los cuentos para niños, con flores aferradas en sus manos. -Dejó escapar un sonido asqueado-. Toda hada sabe que ninguna hada de las flores arrancaría una flor y la mataría. Las cuidan.

No había pensado en eso. Él tenía toda la razón. Era un error humano, igual que la puesta en escena de los cadáveres. Algunos duendes podían mantener viva una flor arrancada, pero no era un talento común. A la mayoría de los semiduendes no les gustaban los ramilletes de flores. Olían a muerte.

Quienquiera que fuera nuestro asesino, era humano. Necesitaba informar a Lucy. Pero tuve otra idea. Intenté empujar más allá de Doyle, pero fue como intentar mover una pequeña montaña; podías empujar, pero no conseguías demasiado. Hablé por su lado.

– ¿La semiduende vio los asesinatos?

– No -…y lo que pude ver de la pequeña cara arrugada del Fear Dearg pareció verdaderamente triste… -ella había ido a cuidar las plantas que tenía en la ladera y cuando llegó, la policía ya estaba allí.

– Aún así necesitamos hablar con ella -le dije.

Por un resquicio entre los cuerpos de Doyle y Frost, pude ver que él asintió con la cabeza.

– Está en la parte de atrás con Dobbin tomando algo para calmar sus nervios.

– ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

– Pregúntaselo tú misma. Dijiste que querías hablar con un semiduende, no con ella específicamente. ¿Por qué querías hablar con uno, mi reina?

– Quería advertir a los demás de que podrían estar en peligro.

Él se volvió de manera que un ojo miró fijamente por el hueco que los hombres nos habían dejado. El rabillo de ese ojo negro se curvó hacia arriba, y me di cuenta de que estaba sonriendo abiertamente.

– ¿Desde cuándo le importa una mierda a los sidhes cuántas hadas de las flores se pierden en Los Ángeles? Una docena desaparece cada año debido al exceso de metal y tecnología, pero ninguna Corte del mundo de las hadas las dejará volver ni siquiera para salvar sus vidas. -La gran sonrisa se desvaneció cuando dejó de hablar, pareciendo enojado.

Peleé por no dejar traslucir mi sorpresa. Si lo que él acababa de decir era cierto, yo no lo había sabido.

– Me importa o no estaría aquí.

Él asintió con la cabeza, solemne.

– Espero que te importe, Meredith, hija de Essus, espero que verdaderamente te importe.

Frost se giró, dejando que Doyle mantuviera su completa atención sobre el Fear Dearg. Frost miraba detrás de nosotros y me di cuenta de que teníamos detrás un corrillo de gente formando fila.

– ¿Os importa? -preguntó un hombre.

– Lo siento -dije, y sonreí-. Nos poníamos al día con unos viejos amigos. -Él sonrió antes de poder contenerse, y su voz sonó algo menos irritada cuando dijo… -Bien, ¿podéis poneros al corriente dentro?

– Sí, por supuesto -le contesté. Doyle abrió la puerta, hizo al Fear Dearg pasar primero, y después entramos nosotros.

CAPÍTULO 5

EL FAEL ESTABA TODO FORRADO DE MADERA PULIDA, amorosamente tallada a mano. Sabía que casi toda la carpintería interior había sido recuperada de un viejo salón/bar del Oeste que estaba siendo demolido. La fragancia de algo herbal y un dulce perfume se mezclaban refinadamente con el exquisito aroma del té, y sobre todo ello se percibía el olor del café, tan intenso que podías paladearlo. Justo en ese momento debían de haber molido un poco para algún cliente, ya que Robert siempre insistía en que el café estuviese herméticamente cerrado. Quería mantener su frescor, pero también intentaba que el intenso aroma del café no aplastara la fragancia más suave de sus tés.

Todas las mesas estaban ocupadas, y había personas sentadas en la barra, tomando su té o esperando para ocupar una mesa. Casi había el mismo número de humanos que de duendes, aunque estos últimos eran todos duendes menores. Si dejara caer el encanto habríamos sido los únicos sidhe. No había demasiados sidhe exiliados en Los Ángeles, pero los que estaban aquí veían al Fael como un local para seres inferiores. Había un par de clubes lejos de aquí que atendían a los sidhe y a los aspirantes a sidhe. Ahora que había aclarado la piel de Doyle, sus orejas le señalaban como a un posible aspirante que había conseguido esas orejas puntiagudas gracias a unos implantes, con el fin de parecer un duende. De hecho, había otro hombre alto sentado en una mesa lejana con sus propios implantes. Incluso se había dejado crecer su cabello rubio y lacio. Era guapo, pero había algo en sus anchos hombros que hablaba de muchas horas de gimnasio, y también una aspereza que le señalaba como humano y no como sidhe, como una escultura no lo bastante pulida.

El rubio aspirante a duende clavó su mirada en nosotros. La mayor parte de los clientes nos había mirado al entrar, pero luego la mayoría apartó la mirada. El rubio nos seguía mirando fijamente por encima del borde de su taza de té, y no me gustó tal nivel de atención. Era demasiado humano para ver a través de nuestro encanto, pero no me gustaba él. No estaba segura del por qué. Era casi como si le hubiera visto antes en alguna parte, o como si tuviera que conocerle. Era simplemente una sensación molesta. Probablemente sólo estaba siendo quisquillosa. Los escenarios homicidas consiguen eso a veces, te hacen ver tipos malos por todas partes.

Doyle me tocó el brazo.

– ¿Qué va mal? -Murmuró contra mi pelo.

– Nada. Sólo pensé que reconocía a alguien.

– ¿Al rubio de los implantes? -preguntó.

– Hm… hm… -dije, sin mover los labios, porque realmente no me gustaba cómo nos estaba mirando.

– Qué amable por vuestra parte uniros a nosotros en esta bonita mañana. -Era una voz fuerte y cordial, lista para saludarte y hacerte sentir feliz por haber venido. Robert Thrasher estaba detrás de la barra sacando brillo a la madera con un paño blanco y limpio. Nos sonreía, con toda su atractiva cara color avellana. Había dejado que la cirugía moderna le proporcionara una nariz, y le construyera pómulos y una graciosa barbilla, aunque pequeña. Era alto para ser un brownie, casi de mi misma altura, pero era de esqueleto pequeño, y el doctor que había remodelado su cara lo había tenido en cuenta, de forma que si tú no sabías que él había nacido con dos agujeros por nariz y una cara más parecida a la de un Fear Dearg que a la de un humano, nunca habrías supuesto que no había sido este hombre apuesto desde que nació.

Si alguien alguna vez me pedía una recomendación para un cirujano plástico, le enviaría al doctor de Robert.

Él sonrió, sólo sus oscuros ojos castaños mostraban un indicio de preocupación, pero ninguno de sus clientes lo notaría.

– Tengo tu pedido en la parte de atrás. Vamos para allá y podrás tomarte una taza antes para probarlo.

– Suena bien -le dije, toda feliz para hacer juego con su tono. Había vivido en la Corte Oscura cuando la única magia que podía realizar era el encanto. Sabía cómo fingir sentir cosas que no sentía en absoluto. Eso había hecho que fuera muy buena haciendo el trabajo encubierto que realizaba para la Agencia de Detectives Grey.

Robert le pasó el trapo a una joven que parecía una modelo fotográfica salida de la Revista Gótica Mensual, desde su pelo negro hasta su minivestido de terciopelo negro, medias a rayas, y macizos zapatos retro. Lucía un tatuaje en el cuello y un piercing en la boca intensamente pintada.

– Cuida del frente por mí, Alice.

– Así lo haré -contestó, sonriéndole alegremente. Ah, una gótica alegre, no una sombría. La actitud positiva es una ayuda cuando estás detrás de una barra.

El Fear Dearg se quedó atrás, torciendo el gesto en una sonrisa dirigida a la alta chica humana. Ella le devolvió la sonrisa, y en su cara no se pudo ver otra cosa que atracción hacia el pequeño duende.

Robert se puso en marcha y nosotros le seguimos, así que dejé de especular sobre si Alice y el Fear Dearg serían pareja, o si al menos se enrollaban. Desde luego, él no era santo de mi devoción, pero por otra parte yo sabía de lo que era capaz, ¿no?

Moví la cabeza, dejando de lado tales pensamientos. Su vida amorosa no era asunto mío. El espacio dedicado a oficina era moderno y estaba limpio, decorado en cálidos tonos tierra, y en una pared había un mural para colgar fotos, para que todo el personal, incluso los que no tenían despacho, pudiera traer sus fotos de casa, de sus familiares y amigos y verlas durante el día. Había fotos de Robert y su pareja, vestidos con camisas tropicales delante de una bella puesta de sol. Había varias fotos de la chica gótica, Alice, cada una con un tipo diferente; tal vez antes sólo estaba siendo amistosa y cordial. Había una mampara, también de un tono cálido entre el canela y el marrón, que separaba la zona de descanso del espacio de la oficina. Oímos las voces antes de llegar a esa zona. Una era baja y masculina, la otra aguda y femenina.

Robert gritó en tono alegre…

– Tenemos visita, Bittersweet.

Se oyó un pequeño grito, y el ruido de porcelana rompiéndose, y entonces entramos en la zona de descanso. Pudimos ver agradables muebles de cuero con cómodos cojines, una gran mesa de café, algunas máquinas expendedoras de bebidas y bocadillos casi ocultas por un biombo oriental, un hombre y una pequeña hada volando.

– Lo prometiste -gritó ella, y su voz sonaba aguda por la cólera, oyéndose en su tono como el vestigio de un zumbido, como si ella fuera realmente el insecto al que se parecía-. ¡Prometiste que no lo contarías!

El hombre estaba de pie, tratando de consolarla mientras ella revoloteaba cerca del techo. Sus alas eran un borrón en movimiento, y yo sabía que cuando dejara de moverse, las alas de su espalda no se parecerían a las alas de una mariposa, sino más bien a algo más rápido, más liviano. Sus alas reflejaban la luz artificial con pequeños destellos del color del arco iris. Su vestido era de color púrpura, sólo un poco más oscuro que el mío. El pelo le caía sobre los hombros en ondas rubio platino. Apenas llenaba mi mano, era pequeña incluso para los estándares de los semiduendes.

El hombre que intentaba calmarla era Eric, la pareja de Robert. Medía casi un metro ochenta, esbelto, bien vestido y bronceado, muy apuesto, al estilo pijo o chico de casa bien. Hacía más de diez años que eran pareja. Antes de Eric, el último amor en la vida de Robert había sido una mujer a la que le fue fiel hasta que murió a la edad de ochenta y tantos. Pensé que era muy valiente por parte de Robert amar a otro humano tan pronto.

Robert dijo con brusquedad…

– Bittersweet, te prometí no contárselo a todo el mundo, pero tú fuiste la que voló hasta aquí balbuceando histéricamente. ¿Creías que nadie hablaría? Tienes suerte de que la princesa y sus hombres hayan llegado antes que la policía.

La pequeña duende se lanzó sobre él, sus pequeñas manos cerradas en puñitos y sus ojos brillantes de furia. Le golpeó. Se podría pensar que algo más pequeño que una muñeca Barbie no pegaría con mucha fuerza, pero sería una equivocación.

Ella le golpeó, y yo estaba tras él, así que pude percibir la onda de energía que llegó rodeando su puño como una pequeña explosión. Robert salió volando y cayó hacia atrás en mi dirección. Sólo la velocidad de Doyle le interpuso entre el hombre que caía y yo. Frost tiró de mí, sacándome bruscamente de la trayectoria de ambos mientras chocaban contra el suelo.

Bittersweet se revolvió contra nosotros, y observé la onda de poder que la rodeaba como el calor de un día de verano. Su cabello formaba un pálido halo alrededor de su cara, erizado por el poder de su propia energía. Era sólo la magia lo que mantenía vivo a un ser tan pequeño sin que tuviera que comer cada día el equivalente a varias veces su peso, igual que hacían los colibríes o las musarañas.

– No seas impulsiva -dijo Frost. Su piel se heló contra la mía a medida que su magia se despertaba en un frío invernal que hacía cosquillas en la piel. El encanto que había usado para escondernos se debilitó, en parte debido a que mantenerlo con su magia aflorando era más difícil, y en parte debido a que también esperaba que eso ayudaría a que la pequeña duende se tranquilizara.

Sus alas se detuvieron, y por un momento pude ver el cristal de sus alas de libélula en su diminuto cuerpo mientras ella hacía el equivalente aéreo de un tropezón humano en un terreno irregular. Eso la hizo precipitarse casi hasta el suelo antes de poder frenar y volver a elevarse hasta quedar más o menos al nivel de los ojos de Frost y Doyle. Ella se había girado hacia un lado de forma que podía verlos a los dos. La energía que la rodeaba se iba calmando mientras revoloteaba.

Ella osciló en una embarazosa reverencia en el aire.

– Si te escondes tras el encanto, princesa, entonces… ¿cómo va a saber un duende cómo actuar?

Comencé a acercarme rodeando el cuerpo de Frost, pero él me detuvo a medio camino con su brazo, por lo que tuve de hablar desde detrás del escudo que formaba su cuerpo.

– ¿Nos habrías hecho daño si sólo hubiéramos sido humanos con algo de sangre duende en las venas?

– Te parecías a uno de esos humanos disfrazados de duendes de pega.

– Quieres decir los aspirantes -dije.

Ella asintió con la cabeza. Sus rizos rubios habían caído sobre sus diminutos hombros en bellos bucles, como si el poder le hubiera ensortijado el cabello haciéndolo aún más rizado.

– ¿Por qué te asustarían los aspirantes humanos? -preguntó Doyle.

Sus ojos fueron hacia él, y después de regreso a mí como si la mera vista de él la asustara. Doyle había sido el asesino de la reina durante siglos; el hecho de que ahora estuviera conmigo no cambiaba su pasado.

Ella respondió a su pregunta mientras me miraba.

– Los vi bajar por la colina donde mis amigos… -Aquí se detuvo, se puso las manos delante de los ojos, y empezó a llorar.

– Bittersweet -dije-, siento tu pérdida, ¿pero dices que viste a los asesinos?

Ella sólo asintió con la cabeza sin quitarse las manos de la cara, y empezó a llorar más fuerte, emitiendo una increíble cantidad de ruido para un ser tan pequeño. El llanto tenía un deje histérico, pero supongo que no podía culparla.

Robert la rodeó para acercarse a Eric, tomándose ambos de las manos mientras Eric le preguntaba a Robert si estaba herido. Robert simplemente negó con la cabeza.

– Tengo que hacer una llamada -le dije.

Robert asintió con la cabeza, y algo en sus ojos me dejó saber que él me entendía, sabía a quién iba a llamar y el por qué no lo haría desde este cuarto. La pequeña duende no parecía querer que nadie supiera lo que había visto, y yo estaba a punto de llamar a la policía.

Robert nos dejó volver al almacén que estaba detrás de las oficinas, pero no antes de hacer entrar al Fear Dearg y ordenarle que se sentara con Eric y la semiduende. Disponer de algo de seguridad adicional daba la impresión de ser una idea realmente buena.

Frost y Doyle comenzaron a moverse para venir conmigo, pero dije…

– Uno de vosotros se queda con ella.

Doyle le ordenó a Frost hacerlo, mientras él se quedaba conmigo. Frost no discutió; llevaba siglos obedeciendo sus órdenes. Era una costumbre para la mayoría de los guardias hacer lo que Doyle decía.

Doyle dejó que la puerta se cerrara detrás de nosotros mientras yo marcaba el número del móvil de Lucy.

– Detective Tate.

– Soy Merry.

– ¿Hay algo de nuevo?

– ¿Qué tal una testigo que dice que vio a los asesinos?

– No bromees -dijo ella.

– No bromeo, mi intención es solucionarlo.

Ella casi se rió.

– ¿Dónde estás, y quién es? Podemos enviar un coche y recogeros.

– Una semiduende, y una de las más diminutas. Probablemente no puede viajar en coche sin resultar herida por el metal y la tecnología.

– Mierda. ¿Va a tener problemas sólo por venir a la central?

– Probablemente.

– Más mierda. Dime dónde estás y vendremos nosotros. ¿Tienen una habitación donde podamos interrogarla?

– Sí.

– Dame tu dirección. Vamos de camino. -La oí moverse sobre la hierba lo bastante rápido para que sus pantalones hicieran ese sonido whish-whish.

Le di la dirección.

– No os mováis. Haré que los policías más cercanos vayan a hacer de canguro, pero no tendrán magia, sólo armas.

– Esperaremos.

– Estaremos allí en veinte minutos si el tráfico realmente coopera y se aparta del camino de las luces y sirenas.

Sonreí, si bien ella no podía verlo.

– Entonces te veremos en treinta. Aquí nadie puede imponerse al tráfico.

– Mantén el fuerte a salvo. Estamos de camino. -Oí el ulular de las sirenas antes de que la llamada se cortara.

– Están de camino. Quiere que nos quedemos aquí incluso después de que lleguen los policías más cercanos -dije.

– Porque no pueden hacer magia, y este asesino, sí -dijo Doyle.

Asentí con la cabeza.

– No me gusta que la detective te pida que te pongas en peligro por su caso.

– No es por su caso. Es para evitar que alguien más de nuestra gente muera, Doyle.

Él me miró, estudiando mi cara, como si no la hubiera visto antes.

– Tú te habrías quedado de todos modos.

– Hasta que nos echaron, sí.

– ¿Por qué? -preguntó él.

– Nadie mata a nuestra gente y se sale con la suya.

– Cuando sepamos quién hizo esto, ¿estás decidida a que se enfrenten a un juicio ante un tribunal humano?

– ¿Quieres decir, que tú simplemente ordenarías que se encargaran de ellos de la forma tradicional? -Fue mi turno de estudiar su cara.

Él asintió con la cabeza.

– Creo que vamos a acudir al tribunal.

– ¿Por qué? -preguntó él.

No intenté decirle que eso era lo correcto. Él me había visto matar a gente por venganza. Ahora era un poco demasiado tarde para esconderse detrás de un velo de santidad.

– Porque estamos exiliados permanentemente en el mundo humano y tenemos que adaptarnos a sus leyes.

– Sería más fácil matarlos, y ahorrar el dinero de los contribuyentes.

Sonreí, y negué con la cabeza.

– Sí, podría ser una buena idea desde un punto de vista fiscal, pero yo no soy el alcalde, y no manejo el presupuesto.

– Si lo fueras, ¿los mataríamos?

– No -dije.

– Porque ahora jugamos según las reglas humanas -dijo él.

– Sí.

– No vamos a ser capaces de jugar según las reglas de los humanos todo el tiempo, Merry.

– Probablemente no, pero hoy lo somos, y lo haremos.

– Eso es una orden, ¿mi princesa?

– Si necesitas que lo sea… -dije.

Pensó en ello, y luego asintió.

– Me tomará algún tiempo acostumbrarme a esto.

– ¿A qué?

– A que ya no soy sólo un portador de muerte, y que tú estás también interesada en la justicia.

– El asesino todavía podría librarse gracias a algún tecnicismo -le dije-. Aquí, la Ley no es lo mismo que la Justicia. Más bien depende de cómo se interpreta la ley y de quién tiene el mejor abogado.

– Si el asesino se libra por un tecnicismo, ¿entonces cuáles son mis órdenes?

– Estamos hablando a meses o años vista, Doyle. La justicia se mueve muy lentamente por aquí.

– La pregunta se mantiene, Meredith. -Él estudiaba mi cara otra vez.

Encontré sus ojos a través de sus gafas oscuras, y le dije la verdad.

– Él, o ellos, o bien pasan el resto de sus vidas en prisión, o mueren.

– ¿Por mi mano? -preguntó él.

Me encogí de hombros, y aparté la mirada.

– Por la mano de alguien. -Me moví más allá de él para alcanzar la puerta. Él me agarró del brazo, haciéndome girar para mirarlo.

– ¿Lo harías tú misma?

– Mi padre me enseñó a que no pidiera nunca nada que no estuviera dispuesta a hacer yo misma.

– Tu tía, la Reina del Aire y la Oscuridad, está realmente deseando manchar sus blancas manos de sangre.

– Ella es una sádica. Yo sólo los mataría.

Levantó mis manos entre las suyas y las besó con suavidad.

– Prefiero que tus manos sostengan cosas más tiernas que la muerte. Déjame a mí esa tarea.

– ¿Por qué?

– Porque creo que mancharte las manos de sangre puede cambiar a los niños que llevas.

– ¿Crees eso? -Le pregunté.

Él asintió con la cabeza.

– El asesinato puede cambiar muchas cosas.

– Intentaré hacer todo lo posible para no matar a nadie, mientras todavía estoy embarazada.

Me besó en la frente, y luego se inclinó para tocar sus labios con los míos.

– Eso es todo lo que pido.

– Sabes que lo que le ocurre a la madre durante el embarazo no afecta realmente a los bebés, ¿verdad?

– Compláceme -dijo él, irguiéndose en toda su altura, pero manteniendo mis manos en las suyas. No sé si le habría dicho que estaba siendo supersticioso porque un golpe en la puerta nos interrumpió. Frost abrió la puerta, diciendo…

– Los policías están aquí.

Bittersweet comenzó a gritar de nuevo.

– ¡La policía no puede ayudar! ¡La policía no nos puede proteger de la magia!

Doyle y yo suspiramos al mismo tiempo, nos miramos el uno al otro, y sonreímos. Su sonrisa fue muy leve, sólo un ligero movimiento de labios, pero pasamos por la puerta sonriendo. Las sonrisas se desvanecieron, apresurándonos mientras Frost se giraba, diciendo…

– Bittersweet, no dañes a los oficiales.

Corrimos junto a él para intentar impedir que la diminuta semiduende lanzara a los grandes y malos policías al otro lado del cuarto.

CAPÍTULO 6

NO ERAN UNOS POLICÍAS GRANDES Y MALOS. ERAN UNOS “oficiales” de policía grandes y malos, y aunque uno de los oficiales era una mujer, y ambos eran sumamente amables, eso no era ningún consuelo para Bittersweet.

A la mujer policía no le gustaba el Fear Dearg. Supongo que si una no ha pasado su vida rodeada de seres que podrían ser chicos de portada de GQ [5], se le podría perdonar tener un poco de miedo. Realmente el problema era que al Fear Dearg le gustaba que ella le tuviera miedo. Mantenía vigilada a la histérica Bittersweet, pero también se las arreglaba para acercarse a la oficial rubia impecablemente uniformada. Su pelo estaba recogido en una apretada cola de caballo. Toda ella brillaba. Su compañero era un poco más viejo, y menos limpio. Podría apostar a que ella era nueva en el cuerpo. Los novatos tendían a tomárselo todo muy a pecho al principio.

Robert le pidió a Eric que se fuera con Alice a la parte de delante. Yo sospechaba que intentaba sacar de en medio a su amante humano, por si acaso Bittersweet volvía a perder el control de su poder. Si ella golpeaba a Eric como había golpeado a Robert y a Doyle, podría hacerle daño. Mejor rodear a la histérica duende de personas que fueran más resistentes de lo que un humano podría llegar a ser.

Bittersweet estaba sentada en la mesita del café llorando suavemente. El ataque de histeria, el estallido de energía y la crisis de llanto la habían agotado totalmente; y todo eso le había pasado factura. Era realmente posible que una hada diminuta pudiera mermar su energía de tal forma que pudiera llegar a desvanecerse. Sobre todo era arriesgado hacerlo fuera del mundo de las hadas. Cuánto más metal y tecnología rodeaban a un hada, más duro podría llegar a ser el permanecer ahí. ¿Cómo había llegado a Los Ángeles algo tan diminuto? ¿Por qué había sido exiliada, o sólo había seguido a su flor silvestre a través del país como hacía el insecto al que se parecía? Algunas hadas de las flores le profesaban una gran devoción a sus plantas, especialmente si éstas eran de alguna especie en concreto. Eran como cualquier fanático: cuanto más limitado era el interés en esa especie, más devotos podrían llegar a ser.

Robert había ocupado una de las sillas acolchadas tapizadas de cuero y nos había dejado el sofá.

El sofá era de un agradable tamaño intermedio entre mi altura y la de Robert, y por lo tanto, la altura promedio de un humano. Lo que significaba que estaba bastante cómoda sentada en él, aunque probablemente Doyle o Frost no estarían cómodos, bien, eso no era importante ya que ellos no estaban interesados en sentarse.

Frost estaba junto al brazo del sofá que estaba a mi lado. Doyle estaba apostado cerca de la puerta del cuarto dividido en reservados y vigilaba la puerta de salida. Como mis guardias no se sentaban, los dos policías tampoco quisieron sentarse. Al oficial mayor, el Oficial Wright, no le gustaban mis hombres. Medía algo más de un metro ochenta y estaba en buena forma física, desde su corto cabello castaño a sus botas cómodas y apropiadas. Miraba sucesivamente a Frost, a Doyle y a la pequeña hada que estaba en la mesa, pero sobre todo a Frost y Doyle. Apostaría lo que fuera a que Wright había aprendido una o dos cosas sobre el potencial físico en todos sus años de trabajo. A alguien que podía juzgar eso nunca le habrían gustado mis hombres. A ningún policía le gustaba pensar que podía no ser el perro más fiero de la habitación, en el caso de que estallara una pelea de perros.

O’Brian, la novata, medía por lo menos uno setenta, alta si se la comparaba conmigo, no tanto midiéndose con su compañero y mis guardias. Pero creo que ella ya estaba acostumbrada a eso en el cuerpo; a lo que no estaba acostumbrada era al Fear Dearg que tenía al lado. Él se había acercado a ella todo lo que le había sido posible. No había hecho nada incorrecto, nada de lo que ella pudiera quejarse excepto invadir su espacio personal, pero podría apostar a que ella se estaba tomando muy a pecho sus lecturas sobre las diferencias entre humanos y hadas. Una de las diferencias culturales entre nosotros y la mayoría de los americanos era que no necesitábamos marcar los límites personales y espaciales que la mayoría de los humanos necesitaban, por lo que si la Oficial O ’Brian se quejaba, se estaría mostrando insensible con nuestra gente y con la Princesa Meredith sentada ahí mismo. Observé su intento de no ponerse nerviosa mientras el Fear Dearg se movía acercándose a ella unos centímetros más. Pude leer en sus ojos azules cómo intentaba calcular las implicaciones políticas que se podrían derivar si le decía al Fear Dearg que se echara para atrás.

Sonó un educado golpe en la puerta, lo que significaba que no era Lucy y su gente. La mayoría de los policías tendían a golpear las puertas de forma mucho más autoritaria. Robert gritó…

– Adelante.

Alice empujó la puerta entrando con una pequeña bandeja de repostería.

– Aquí traigo algo para que vayan picando mientras les tomo nota -dijo dirigiéndonos una sonrisa y mostrando unos hoyuelos a ambos lados de su plena y roja boca. El pintalabios rojo era lo único que destacaba sobre su atuendo todo en blanco y negro. ¿Podía ser que la sonrisa que dirigió al Fear Dearg fuera algo más persistente? ¿Qué la mirada de sus ojos se endureciera al aproximarse a O’Brian? Tal vez, o quizás yo lo estaba esperando.

Ella vaciló con los pasteles como si no estuviera segura de a quién servir primero. Yo la ayudé a tomar la decisión.

– ¿Está Bittersweet fría al tacto, Robert?

Robert se había movido para sentarse junto a la semiduende y ella todavía sollozaba silenciosamente sobre su hombro, acurrucándose contra su cuello.

– Sí. Le vendrá bien algo dulce.

Alice me sonrió agradecida y luego ofreció la bandeja primero a su jefe y a la pequeña duende. Robert tomó un pastel glaseado y lo sostuvo acercándolo hacia la semiduende. Ella pareció no notarlo.

– ¿Está lastimada? -preguntó el Oficial Wright, pareciendo de repente más alerta, más… algo. Yo había visto a otro policía hacer eso, y a algunos de mis guardias. En un momento dado estaban allí de pie, y al momento siguiente estaban “alertas”, ya fueran policías o guerreros. Parece como si tuvieran algún interruptor interno que les hacía reaccionar al ser presionado.

La oficial O'Brian intentó hacer lo mismo, pero era demasiado novata. Todavía no sabía ponerse en modo de alerta máxima. Ya aprendería.

Sentí a Frost tensarse a mi lado junto al brazo del sofá. Sabía que si Doyle hubiera estado a mi otro lado también lo hubiera percibido en él. Eran guerreros, y era difícil para ellos no reaccionar a otro hombre.

– Bittersweet ha consumido mucha energía -dije- y necesita reponerla.

Alice nos ofrecía ahora la bandeja de dulces a Frost y a mí. Tomé el segundo pastel glaseado, que estaba entre una magdalena y algo más pequeño. El azúcar glaseado que lo cubría era blanco y espumoso, y de repente me sentí hambrienta. Ya lo había notado desde que estaba embarazada. Estaba bien, y luego de repente me entraba un hambre voraz.

Frost negó con la cabeza. Prefería mantener las manos libres. ¿Tendría hambre? ¿Cuántas veces habrían estado de pie él y Doyle en un banquete al lado de la Reina y habían velado por su seguridad mientras los demás comíamos? ¿Habría sido duro para ellos? Nunca se me había ocurrido preguntar, y no podía preguntárselo ahora delante de tantos desconocidos. Aparqué este pensamiento para más tarde y comencé a comerme el pastel lamiendo primero el azúcar glaseado.

– Parece que ella ha tenido un día duro -comentó Wright.

Me di cuenta de que a lo mejor ellos no sabían por qué estaban aquí protegiendo a Bittersweet. Igual sólo les habían dicho que tenían que proteger a un testigo, o tal vez incluso menos. Habían recibido órdenes de presentarse y vigilarla, y esto era lo que ellos estaban haciendo.

– Así es, pero es más que eso. Necesita reponerse. -Pasé la punta del dedo por la capa de glaseado y me lo lamí. Era casero, aunque no muy dulce.

– ¿Quiere decir comer? -preguntó O’Brian.

Asentí.

– Sí, pero es más que eso. No comemos sólo cuando estamos hambrientos o nos encontramos un poco desfallecidos. Si eres de sangre caliente, cuanto más pequeño eres, más difícil es mantener tu temperatura corporal y el nivel óptimo de energía. Por ejemplo, las musarañas tienen que comer cada día aproximadamente el equivalente a cinco veces su propio peso sólo para no morir de inanición.

Dejé de lamerme el dedo para lamer el glaseado que quedaba en el pastel. El oficial Wright me miró de reojo, para luego apartar rápidamente la mirada e ignorarme. Ningún oficial tomó nada de la bandeja, quizás para mantener las manos libres, o… ¿quizás les habían dicho que no aceptaran comida de los duendes? Esa regla sólo funcionaba si te encontrabas en el mundo de las hadas y eras humano. No dije nada, aunque rechazar los pasteles por miedo a la magia feérica, sería visto como un insulto a Robert.

El Fear Dearg tomó un pedazo de pastel de zanahoria de la bandeja, dirigiendo una sonrisa siniestra hacia Alice. Luego me contempló. No me miró con disimulo; simplemente se quedó mirándome con fijeza. Entre los duendes si intentabas parecer atractivo y alguien no lo percibía, se consideraba como un insulto. ¿Estaba intentando provocar o parecer atractiva? No había querido hacerlo. Sólo quería mi glaseado, y sin cubiertos no tenía muchas opciones.

Robert todavía sostenía en alto el pastel frente a la pequeña duende que se apoyaba en su hombro.

– Hazlo por mí, Bittersweet, sólo pruébalo.

– ¿Quiere decir que ella podría morir sólo por no comer lo suficiente? -preguntó O’Brian.

– No sólo es eso. La histeria y el estallido de magia, sumado a su pequeño tamaño, han consumido por completo el poder que le permite funcionar y seguir siendo un ser racional.

– Soy sólo un poli, me parece que necesitará usar palabras más simples, o un mayor número de ellas -dijo Wright. Él me miró mientras lo decía, y luego rápidamente apartó la mirada. Le hacía sentir incómodo. Entre los humanos, yo era maleducada. Entre los duendes, el maleducado era él.

Frost deslizó un brazo a mi alrededor, sus dedos se demoraron en la piel desnuda de mi hombro. Él todavía controlaba la habitación, pero su roce me dejó saber que él lo había notado, y que pensaba que bien podría yo usar esas mismas habilidades en su cuerpo. Los humanos que trataban de jugar siguiendo estas reglas a menudo se equivocaban resultando demasiado sexuales. Es educado fijarse, no andar tocando.

Me dirigí a los oficiales mientras los dedos de Frost acariciaban mi hombro dibujando delicados círculos. Doyle estaba en desventaja. Estaba demasiado lejos para tocarme ya que tenía que centrar su atención en la puerta, así que… ¿cómo podría darse cuenta de mi comportamiento sin dejar de estar en guardia? Comprendí que la reina le había puesto en ese dilema durante siglos. Él no le había mostrado nada; sólo frío, y una Oscuridad impenetrable. Dejé el pastelillo mientras me dirigía al policía y pensaba acerca de ello.

– Se necesita energía para que un cerebro complejo funcione. Se necesita energía para caminar erguidos y hacer todas las cosas que hacemos con nuestro tamaño. Y en el caso de Bittersweet se necesita magia para hacer que un duende tan pequeño como ella sea capaz de existir.

– ¿Quiere decir que sin la magia ella no podría sobrevivir? -preguntó O’Brian.

– Quiero decir que ella tiene un aura mágica, a falta de un término mejor, que la rodea y mantiene sus funciones. Ella, según todas las leyes de la física y la biología, no debería existir; sólo la magia sostiene a los más pequeños de nosotros.

Ambos oficiales miraron a la pequeña duende mientras tomaba el pastel y se lo comía tan delicadamente como un gato se lame la crema en su pata.

Alice dijo…

– Nunca antes había oído una explicación tan clara -dijo asintiendo con la cabeza en dirección a Robert. -Lo siento, jefe, pero es la verdad.

Robert dijo…

– No, si estoy de acuerdo. -Él me miró, y fue una mirada más atenta que la que me había dirigido anteriormente. -Olvidé que te educaste en escuelas humanas. Tienes una licenciatura en ciencias biológicas, ¿no?

Asentí.

– Te hace excepcionalmente capaz de explicar nuestro mundo al suyo.

Pensé en encogerme de hombros, pero sólo dije…

– He estado explicando mi mundo a los humanos desde que tenía seis años y mi padre me sacó del mundo feérico para ser educada en la escuela pública humana.

– Aquellos que fuimos exiliados cuando eso ocurrió, siempre nos preguntamos el por qué lo hizo el Príncipe Essus.

Sonreí.

– Estoy segura de que hubo muchos rumores.

– Sí, pero creo que ninguno verdadero.

Ahora sí que me encogí de hombros. Mi padre me había llevado al exilio porque su hermana, mi tía, la Reina del Aire y la Oscuridad, había intentado ahogarme. Si yo hubiera sido realmente una sidhe e inmortal, no podría morir por asfixia. El hecho de que mi padre tuviera que ponerme a salvo quería decir que yo no era inmortal, y para mi tía Andais significaba que yo no era muy diferente al resultado del cruce nacido de una perra de raza que hubiera sido por casualidad preñada por el chucho de los vecinos. Si me podía ahogar, entonces que así fuera.

Mi padre nos había llevado a mí y a su Casa al exilio para mantenerme con vida. A los medios humanos se les vendió la versión de que así yo podría conocer también el país donde nací y no sólo ser una criatura del mundo de las hadas. Fue la mejor publicidad que recibió la Corte Oscura en siglos.

Robert me miraba. Me concentré en mi pastelillo, porque no me atrevía a divulgar la verdad a alguien de fuera de la corte. Los secretos de familia sólo conciernen a los sidhe, y esas cosas había que tomarlas en serio.

Alice había dejado la bandeja en la mesa central y empezaba a tomar nota, comenzando por el lado opuesto del cuarto, es decir, por Doyle. Él pidió un café exótico que había tomado la primera vez que estuvimos aquí, y que también le gustaba tener en casa. No era un tipo de café que yo hubiera visto alguna vez en el sithen, lo que quería decir que él había estado en el exterior el tiempo suficiente como para aficionarse a él. También era el único sidhe que yo había visto alguna vez con un piercing en el pezón y un montón de pendientes. Alguna que otra vez, se había hablado del tiempo que pasó fuera del mundo de las hadas, pero… ¿cuándo fue eso? Durante toda mi vida no podía recordar un momento en que él no hubiera estado junto a la reina. Le amaba muchísimo, pero éste era uno de aquellos momentos en los que comprendía, de nuevo, que realmente no sabía demasiado sobre él. Casi nada, en realidad.

El Fear Dearg pidió una de esas bebidas de café en las que hay más leche batida que café. Los oficiales pasaron de tomar nada, y entonces llegó mi turno. Yo quería un té Earl Grey. Pero el médico me había hecho dejar la cafeína durante el embarazo. El Earl Grey sin teína me parecía insípido, por lo que pedí un té verde con jazmín. Frost pidió directamente un Assam [6] solo, pero luego ordenó también crema y azúcar. Le gustaban los tés negros cargaditos y luego los endulzaba para suavizarlos.

Robert ordenó una merienda completa [7] para él y Bittersweet, compuesta por bollitos, acompañados de una nata montada tan espesa como la mantequilla, y mermelada de fresa recién hecha. El Fael era famoso por sus meriendas.

Casi pedí lo mismo, pero los pasteles no van bien con el té verde. Nada me sabía igual, y de repente, tampoco me apetecía tanto el dulce. Algo de proteína me parecía mejor. ¿Comenzaba a tener antojos? Me incliné hacia la mesa y dejé el pastel a medio comer encima de una servilleta. El glaseado no me resultaba atractivo en ese momento.

Robert dijo…

– Ve con los oficiales, Alice. Al menos necesitan café.

Wright contestó…

– Estamos de servicio.

– Igual que nosotros -apuntó Doyle con su profunda y sedosa voz. -¿Quiere decir con eso que no nos tomamos tan en serio nuestro trabajo como ustedes realizan el suyo, Oficial Wright?

Pidieron café. La primera fue O’Brian que pidió uno solo, pero luego Wright pidió un cappuccino helado, una opción aún más dulce que la que había pedido el Fear Dearg. O’Brian miró de reojo a Wright, y con la mirada fue suficiente. Si ella hubiera sabido que él iba a pedir algo tan cursi, habría elegido otra cosa en vez del café solo. Vi ese pensamiento pasar por su cara; ¿Sería capaz de cambiar lo que había pedido?

– Oficial O’Brian, ¿desea cambiar lo que ha pedido? -le pregunté. Me limpié los dedos con otra servilleta. De repente me molestaban hasta los restos pegajosos del pastel.

Ella balbuceó…

– Yo… no, gracias, Princesa Meredith.

Wright carraspeó. Ella le miró, confusa.

– No le digas eso a un duende.

– ¿Decir el qué? -preguntó.

– Gracias -le dije. -Algunos duendes de mayor edad se tomarían el gracias como un insulto grave.

Ella se sonrojó bajo el bronceado.

– Lo siento -dijo, luego se detuvo confundida y miró a Wright.

– Está bien -dije. -No soy tan vieja como para ver ese “gracias” como un insulto, pero estaría bien que tomaras nota de esa norma para tratar con nosotros.

– Yo sí soy lo bastante viejo -dijo Robert- pero he dirigido este local el tiempo suficiente como para no sentirme insultado por cualquier cosa. -Sonrió, y fue una sonrisa sincera, toda blanca, con dientes perfectos y hermoso rostro. Me pregunté cuánto le habría costado. Mi abuela era medio brownie, así que yo sabía cuánto había tenido que cambiar.

Alice fue a por nuestros pedidos. La puerta se cerró tras ella, y luego sonó un golpe firme, fuerte, que hizo saltar a Bittersweet al mismo tiempo que se aferraba a la camisa de Robert con sus manos cubiertas de azúcar. Ahora sí era la policía. Lucy entró sin esperar invitación.

CAPÍTULO 7

– BAJARON CORRIENDO POR LA COLINA -DIJO BITTERSWEET, con voz aguda, casi musical, aunque era una música que hoy sonaba desafinada. Se notaba su stress aún mientras intentaba contestar las preguntas.

Estaba escondida en el cuello de Robert, mirando a los dos detectives vestidos de paisano como una niña asustada. Tal vez estuviera asustada, o tal vez se aprovechaba de su tamaño. La mayoría de los seres humanos trataban a los semiduendes como niños, y cuanto más diminutos son, más inocentes e ingenuos parecen a los ojos humanos. Yo tenía mejor criterio.

Los dos policías, Wright y O’Brian, habían ocupado sus puestos junto a la puerta del fondo, haciendo guardia tal como les habían ordenado los detectives. El Fear Dearg había vuelto al salón principal para ayudar en el salón, aunque yo me preguntaba de cuánta ayuda sería con los clientes. Parecía más acostumbrado a asustar que a tomar pedidos.

– ¿Cuántos bajaron corriendo por la colina? -preguntó Lucy con voz paciente. Su compañero tomaba nota de la declaración en su cuaderno de notas. Lucy me había explicado en una ocasión que algunas personas se ponían más nerviosas cuando veían que se tomaba nota de lo que decían. Esto podía ayudarte a intimidar a un sospechoso, pero también podía intimidar a un testigo cuando esto era lo último que deseabas. Ellos lo solucionaban tomando notas el compañero de Lucy, cuando ella interrogaba. Y en ocasiones, ella hacía lo mismo por él.

– Cuatro, cinco. No estoy segura -dijo, escondiendo su rostro contra el cuello de Robert. Sus delgados hombros comenzaron a temblar, y nos dimos cuenta de que estaba llorando otra vez.

Todo lo que habíamos averiguado hasta ahora era que se trataba de hombres que simulaban ser duendes con largas cabelleras e implantes en las orejas. Podían ser de cuatro a seis, aunque también podrían ser más. Bittersweet estaba segura de que, como mínimo, eran cuatro, quizás más. Ella estaba muy confusa respecto al tiempo, porque la mayoría de los duendes, especialmente aquéllos que trabajan en contacto con la naturaleza, usan la luz y no el reloj, para medir el tiempo.

Robert obligó a la semiduende a comer un poco más de pastel. Ya habíamos informado a los detectives del por qué el tomar dulce era tan importante. Oh, y… ¿cómo es que todavía estábamos aquí? Porque cuando nos habíamos levantado para marcharnos, Bittersweet se había vuelto a poner histérica. Parecía estar totalmente convencida de que, sin la princesa y sus guardaespaldas reales, los policías humanos se la llevarían a la fuerza a la comisaría de policía, y todo ese metal y tecnología la podrían matar por accidente.

Había tratado de convencerla de que Lucy era un buen policía, pero Bittersweet había perdido a alguien amado, precisamente debido a un accidente, décadas atrás, cuando los dos llegaron por primera vez a Los Ángeles. Supongo que si yo hubiera perdido a uno de mis amores por culpa de un descuido de la policía, también tendría problemas para volver a confiar en ella.

Lucy lo intentó de nuevo.

– ¿Puede describir a las personas que corrían colina abajo?

Bittersweet nos miraba a hurtadillas, con su boca diminuta manchada del glaseado del pastel. Parecía inocente, casi una víctima, pero yo sabía que la mayoría de los semiduendes preferirían tomar sangre fresca antes que dulces.

– Todo el mundo es alto para mí, así que eran altos -dijo con esa vocecita aguda. Ésa no era la voz con la que nos había gritado. Estaba jugando con los humanos. Quizás desconfiaba, o quizás sólo era el hábito de intentar pasar desapercibida para que la gente grande no la lastimara.

– ¿De qué color era su pelo? -preguntó Lucy.

– Uno de ellos lo tenía negro como la noche, el de otro era amarillo como las hojas de arce justo antes de caer del árbol, el cabello de otro era del rubio más claro como el color de las rosas cuando se marchitan al sol y otro tenía el pelo como las hojas cuando ya han caído y perdido todo color excepto el castaño, aunque era un castaño brillante como el de las hojas que después de llover brillan porque están mojadas.

Todos esperamos a ver si añadía algo, pero volvió a concentrarse en el pastel que Robert sostenía delante de ella.

– ¿Qué llevaban puesto?

– Plástico -dijo ella, por fin.

– ¿Cómo que plástico? -preguntó Lucy.

– Plástico como el que se utiliza para envolver la comida que ha sobrado.

– ¿Quieres decir que sus ropas eran de plástico para envolver?

Ella negó con la cabeza.

– Llevaban el plástico sobre su pelo, sus ropas y sus manos.

Observé cómo Lucy y su compañero se controlaban para no revelar la excitación que les producía esa información. Esa descripción debía explicar algo de lo observado en la escena del crimen, lo que daba credibilidad a la declaración de Bittersweet.

– ¿De qué color era el plástico?

Sorbí mi té, intentando no atraer la atención sobre mí. Frost, Doyle y yo estábamos aquí porque Bittersweet confiaba en nosotros para mantenerla a salvo de las garras de la policía humana. Ella confiaba, igual que lo hacían la mayoría de los duendes menores, en que los nobles de su corte actuarían con nobleza. Lo intentaríamos. Lucy había insistido en que Doyle se sentara en el sofá junto a mí, en lugar de estar junto a ellos. Así que estaba sentada entre los dos, ya que Frost se había movido del brazo del sofá para sentarse a mi otro lado. Así, tampoco él la asustaría.

– No tenía color -dijo Bittersweet, susurrando luego algo en el oído de Robert. Él le alcanzó cuidadosamente la taza de té de porcelana china, alzándola para que la semiduende pudiera beber de ella. La taza era lo bastante grande como para que ella pudiera bañarse dentro.

– ¿Quieres decir -preguntó Lucy-, que era transparente?

– Eso es lo que dije -repitió, sonando su voz algo más irritada. Quizás se debía al encanto, en el que los semiduendes eran muy, muy buenos, pero… ¿estaba oyendo algo parecido al zumbar de una colmena de abejas en sus palabras?

– O sea… que podías ver las ropas que llevaban debajo del plástico?

Ella pareció pensárselo, para luego asentir con la cabeza.

– ¿Puedes describir sus ropas?

– Sus ropas… llevaban ropas, aplastadas bajo el plástico -dijo, mientras alzaba repentinamente el vuelo, sus transparentes alas de libélula zumbando a su alrededor y dando la sensación de estar rodeada por el halo de un arco iris en movimiento.

– Son personas grandes. Son humanos. Todos me parecen iguales. -El colérico zumbido pareció sonar más alto, como haciendo hincapié en sus palabras.

El compañero de Lucy dijo…

– ¿Alguien más oye a las abejas?

Robert levantó una mano hacia la semiduende que revoloteaba, como lo haría alguien que intenta alentar a un pájaro para que se le pose en la mano.

– Bittersweet, ellos quieren encontrar a los hombres que hicieron eso tan terrible. Están aquí para ayudarte.

El sonido de abejas enojadas aumentó siendo cada vez más y más alto. Si lo hubiera oído en el exterior ya estaría corriendo. El nivel de tensión en el cuarto subía de igual manera. Incluso Frost y Doyle estaban tensos a mi lado, aunque todos nosotros sabíamos que el sonido era sólo una ilusión que pretendía conseguir que las personas grandes y curiosas no se acercaran demasiado a un pequeño semiduende o a sus plantas. Era un ruido diseñado para ponerte nervioso, y hacer que quisieras estar en cualquier otra parte. Ése era el propósito.

Se oyó otro golpe en la puerta.

– Ahora, no -exclamó Lucy con la mirada fija en la semiduende que revoloteaba. Ahora ya no trataba a la diminuta hada como si fuera un niño. Lucy y su compañero llevaban en este trabajo mucho tiempo y eso les proporcionaba una buena percepción del peligro. Igual que todos los buenos policías que conozco perciben esa sensación que parece arrastrarse por su nuca. Eso es lo que les mantiene vivos.

Robert hizo otro intento.

– Bittersweet, por favor, estamos aquí para ayudarte.

Wright abrió la puerta, sólo lo justo para transmitir el mensaje de Lucy. Se oyeron urgentes susurros en respuesta.

La pierna de Doyle se tensó bajo mi mano, como si estuviera a punto de impulsarle hacia delante. Allí donde rozaba el mío, el cuerpo de Frost temblaba levemente como un caballo ansioso a punto de echar a correr. Tenían razón. Si Bittersweet usaba el mismo poder con los detectives que el que había usado antes con Doyle y Robert, derribándolos, podrían acabar muy malheridos.

Por primera vez me pregunté si Bittersweet estaba algo más que asustada. Que la emprendiera a golpes una vez, debido a la histeria, vale… ¿pero, dos veces? Me pregunté si no se habría vuelto loca. Les ocurría a los duendes igual que a los humanos. Algunos duendes enloquecían un poco al exiliarse del mundo de las hadas. ¿Estaba teniendo nuestra testigo principal alucinaciones sobre los asesinos? ¿No iba a servir para nada todo esto?

Robert avanzó, con la mano todavía en alto.

– Bittersweet, preciosa, por favor. Hay más pastel, y enviaré a por té recién hecho.

El colérico zumbido de abejas se intensificó. La tensión en el cuarto aumentó a la par que el sonido como una nota musical sostenida demasiado tiempo, como si lo único que quisieras fuera que cambiara a cualquier precio en vez de simplemente continuar.

Ella se volvió hacia él, girando en el aire, sus alas parecían un borrón plateado y multicolor rodeando su cuerpo. Diminuta como era, y yo en todo lo que podía pensar era en que volaba como uno de esos aviones de combate. La analogía debería haber sido ridícula para alguien que medía unos quince centímetros de alto, pero toda ella proyectaba malicia en oleadas.

– No soy ninguna niña tonta que pueda ser contentada con dulces y té -dijo ella.

Robert bajó lentamente el brazo, porque el insulto había dado en el blanco. En los viejos días, a menudo se había retribuido a los brownies con dulces, té o un buen licor.

Se oyó algún tipo de conmoción detrás de la puerta, voces altas, como si una multitud intentara entrar a pesar de los policías que yo sabía que estaban al otro lado. Bittersweet hizo otro de esos precisos, casi mecánicos giros, esta vez hacia la puerta y el ruido.

– Los asesinos están aquí. No les dejaré que tomen mi magia y me destruyan. -Si ahora alguien entraba a la fuerza, ella los lastimaría, o al menos lastimaría a Wright y O'Brian, que estaban en nuestro lado de la puerta.

Hice lo único en lo que pude pensar. Hablé…

– Tú pediste mi ayuda, Bittersweet.

La maligna muñeca que revoloteaba se giró hacia mí. Doyle se movió ligeramente hacia adelante en el sofá, sólo un poco, para poder escudarme en caso de que ella nos sorprendiera con otro estallido de poder. El cuerpo de Frost estaba tan tenso a mi lado, que me daba la sensación de que sus músculos le tenían que doler. Yo luché para no tensarme, estar tranquila, y proyectar esa calma hacia Bittersweet. Ella era una cosa zumbona, llena de furia y de nuevo me pregunté si no habría enloquecido.

– Tú me rogaste que me quedara y así lo hice. Me quedé, y me he asegurado de que la policía no te llevara a ningún sitio lleno de metal y tecnología.

Ella se lanzó en picado hacia el suelo, y entonces remontó revoloteando otra vez, pero no tan alto, ni con la misma precisión. Sabía bastante sobre seres alados para saber que aquello quería decir que estaba perpleja, que vacilaba. El sonido de abejas comenzó a bajar de tono.

La pequeña hada arrugó su cara diminuta, mientras decía…

– Tú te quedaste porque tenía miedo. Tú te quedaste porque te lo pedí.

– Sí -le dije-, eso es exactamente lo que hice, Bittersweet.

Las voces de afuera se volvieron más altas, más estridentes.

– Es demasiado tarde, Reina Meredith. Están aquí -dijo, volando hacia la puerta. -Han venido a cogerme. -Su voz sonaba distante, no parecía cuerda. Danu sálvanos, ella estaba loca. La pregunta era… ¿la locura llegó antes o después de que viera a sus amigos muertos? El zumbido de abejas comenzó a crecer más fuerte otra vez, y se empezó a notar un aroma a verano y al calor del sol cayendo con fuerza sobre la hierba.

– No vienen a cogerte a ti, Bittersweet -le dije, intentando enviarle pensamientos tranquilizadores. Deseé que Galen o Abeloec hubieran estado con nosotros. Los dos podían proyectar emociones positivas. Abe podía conseguir que los guerreros se detuvieran en medio de una batalla y fueran a tomarse algo todos juntos. Galen podía hacer que todo aquél que le rodeara fuera feliz. Ninguno de los tres que nos sentábamos aquí podía hacer algo parecido. Sin lugar a dudas, podríamos matarla para poner a salvo a los humanos, ¿pero podríamos detenerla sin tener que llegar a tanto?

– Bittersweet, tú me has llamado tu reina. Como tu reina, te ordeno que no dañes a nadie de este lugar.

Ella me miró por encima del hombro, sus ojos almendrados destellando en color azul debido a su magia.

– Ya no soy Bittersweet. Soy sólo Bitter [8], y nosotros no tenemos reina -dijo, comenzando a volar hacia la puerta.

O’Brian dijo…

– ¿…Detectives?

Todos nosotros empezamos a movernos siguiendo cautelosamente a la semiduende. Lucy se acercó a mí y susurró…

– ¿Cuánto daño puede hacer realmente?

– El suficiente para hacer estallar la puerta, sacándola de sus goznes -le contesté.

– Con mi gente entre ella y la puerta -añadió Lucy.

– Sí -asentí.

– Genial, qué mierda.

Estuve de acuerdo.

CAPÍTULO 8

UNA VOZ SE OYÓ A TRAVÉS DE LA PUERTA, AGUDA Y MUSICAL; nada más oír su voz me entraron ganas de sonreír.

– Bittersweet, mi niña, no tengas miedo. Tu hada madrina está aquí.

Bittersweet descendió en picado hacia el suelo otra vez.

– Gilda -dijo con voz insegura. Los zumbidos de abeja y el olor a dorada hierba estival estaban perdiendo intensidad.

– Sí, querida, soy Gilda. Tranquilízate y la agradable policía me dejará pasar.

Bittersweet se quedó suspendida sobre el suelo delante de los sorprendidos Wright y O’Brian. La pequeña hada se rió y los dos oficiales rieron con ella. Los semiduendes eran nuestra pequeña gente, duendes menores, pero muchos de ellos dominaban el encanto a un nivel capaz de rivalizar con el de los sidhe, aunque la mayoría de mi gente nunca lo admitiría.

Me encontré queriendo ayudar a Gilda a entrar en el cuarto. Eché un vistazo a los detectives para ver si el encanto estaba funcionado con ellos, pero no era así. Sólo parecían perplejos, como si escucharan una canción demasiado distante para entender las palabras. Yo podía oír la canción también, como si procediera de una cajita de música, o el tintineo de campanillas, o campanas, o… me protegí con más intensidad redoblando el muro en mi mente y aparté la cantinela a la fuerza. No deseaba sonreír como una tonta o ayudar a Gilda a traspasar aquella puerta.

Bittersweet se rió otra vez y el compañero de Lucy se rió también, nervioso, como si supiera que no debería hacerlo. Lucy le dijo…

– ¿Te dejaste el antiencanto en casa otra vez?

Él se encogió de hombros.

Ella se metió la mano en el bolsillo y le dio una pequeña bolsita de tela.

– Hoy traje una de más -dijo echando un vistazo en mi dirección como preguntándose si yo me lo tomaría como una ofensa.

– A veces… hasta yo llevo una protección -le dije, sin añadir en voz alta… -… generalmente, cuando estoy cerca de mi familia.

Lucy me dirigió una rápida sonrisa de agradecimiento.

Le susurré a Doyle y a Frost…

– ¿Sentís la persuasión de Gilda?

– Sí -afirmó Frost.

– Sólo está dirigido hacia los duendes -añadió Doyle -pero no tiene la precisión suficiente para apuntar sólo a Bittersweet.

Me giré para mirar detrás de mí a Robert. Él parecía estar bien, pero se nos acercó al echarle yo un vistazo.

– Sabes que los brownies somos duendes solitarios, Princesa. Estas cosas no nos afectan tan fácilmente.

Asentí. Ya lo sabía, pero de alguna forma toda la cirugía plástica que se había hecho en la cara me hacía pensar en él como si no fuera un brownie puro.

– Aunque que pueda rechazarla no significa que no lo sienta -dijo, temblando. -Ella es una abominación, pero tiene coraje.

Me sentí un poco alarmada cuando utilizó la palabra “abominación”. Ésta estaba reservada para los humanos que habían caído presas de la magia salvaje y habían sido convertidos en monstruos. Yo conocía a Gilda, y “monstruo” no era la palabra con la que yo la hubiera descrito. Pero sólo la había visto una vez, brevemente, cuando antes de volver a la Corte, vivíamos en Los Ángeles. Ella pensó que yo era otro humano con mucha sangre duende en mi árbol genealógico. Yo no era lo bastante importante o lo bastante aduladora para que ella se interesara por mí en aquel entonces.

Los detectives salieron del pequeño reservado. Robert nos hizo señas para que saliéramos primero. Le miré, y él susurró…

– Ella convertirá esto en una rivalidad entre reinas. Quiero que quede claro al lado de qué reina estoy yo.

Le susurré…

– No soy la reina.

– Lo sé, fue por culpa de algo alto, oscuro y atractivo, que lo dejaste todo por amor. -Sonrió abiertamente al decirlo y había algo del viejo brownie en aquella sonrisa; con unos dientes algo menos perfectos y una cara algo menos perfecta, hubiera sido una sonrisa más brownie, pero todavía era una sonrisa lasciva.

Me hizo sonreír.

– Sé de buena tinta que la misma Diosa regresó y os coronó.

– Exageraciones -dije. -Podemos hablar del poder del mundo de las hadas y de la Diosa, pero no hubo ninguna materialización física de la Deidad.

Él negó con la cabeza.

– Le estás buscando los tres pies al gato, Merry, si todavía puedo llamarte así, o prefieres… ¿Meredith?

– Merry está bien.

Él sonrió abiertamente hacia mis dos hombres, quiénes estaban concentrados en la puerta y en si se abría o no.

– La última vez que vi a esos dos, eran los perros guardianes de la reina -dijo, mirándome con aquellos perspicaces ojos castaños. -Algunos hombres se sienten atraídos por el poder, Merry, y algunas mujeres son más reinas sin corona, que otras que la llevan.

Como si eso fuera una señal la puerta se abrió y Gilda, el Hada Madrina de Los Ángeles, entró majestuosamente en la habitación.

CAPÍTULO 9

GILDA ERA UNA VISIÓN LUMINOSA, HECHA DE ENCAJE Y destellos. Su vestido, que llegaba hasta el suelo, parecía estar cuajado de diamantes que atrapaban la luz de forma que al girar parecía moverse en un círculo de centellante luz blanca. El vestido era de un azul pálido, pero los diamantes que lo cubrían eran tan numerosos que casi parecían formar un sobrevestido de encaje de un azul aún más claro, por lo que daba la impresión de llevar una ilusión hecha de luz y movimiento sobre el vestido verdadero. Parecía un poco ostentoso para mi gusto, pero hacía juego con el resto de su persona, desde la altísima corona de cristal que llevaba sobre sus rizos rubios hasta la varita de sesenta centímetros de largo con su punta estrellada.

Era como una versión mágica del hada madrina que solía salir en las películas, y puesto que había trabajado como encargada de guardarropía en el cine de los años 40, época en que la magia salvaje la encontró y le concedió un deseo, la ropa era importante para ella. Nadie sabía realmente cómo o por qué le habían ofrecido la magia. Con el pasar de los años ella había contado más de una versión y cada una era más heroica que la anterior. Creo recordar que la última iba del rescate de unos niños de un coche ardiendo.

Ella agitó la varita alrededor del cuarto como una reina agita su cetro hacia sus súbditos. Se pudo percibir un hormigueo de poder cuando la varita se movió por nuestro lado. Independientemente de que Gilda pareciera una ilusión, la varita era real. Era de manufactura duende, pero más allá de eso, nadie había sido capaz de decir exactamente qué era, y de dónde procedía. Las varitas mágicas son muy raras entre nosotros porque no las necesitamos.

Cuando Gilda pidió su deseo, no comprendió que casi todo lo que solicitaba la marcaba como una impostora. Su magia era suficientemente real, pero la forma en que la ejecutaba tenía más que ver con los cuentos de hadas que con la verdadera magia feérica.

– Ven aquí, pequeña -dijo, y de inmediato Bittersweet voló hacia ella. Cualquiera que fuera el hechizo de compulsión que sonaba en su voz, era muy fuerte. Bittersweet se recostó sobre aquellos rizos dorados, ensimismada por su resplandor. Gilda se giró como si fuera a dejar el cuarto.

Lucy la llamó…

– Perdone, Gilda, pero aún no puede llevarse a nuestro testigo.

– Soy su reina. Tengo que protegerla.

– ¿Protegerla de qué? -preguntó Lucy.

El resplandor que envolvía a Gilda hizo que su expresión fuera difícil de leer. Pensé que parecía enojada. Su perfecta y curvada boca hizo un mohín de disgusto. Sus largas pestañas, salpicadas de polvo de diamante, velaron la mirada absolutamente azul de sus ojos. La última vez que yo la había visto estaba cubierta de polvo dorado, desde la punta de sus pestañas hasta el ceñido vestido de noche. Gilda siempre deslumbraba, aunque iba cambiando los materiales con que adornaba su ropa.

– Del acoso policial -dijo, dándose otra vez la vuelta para marcharse.

– No hemos acabado con nuestro testigo -aclaró Lucy.

Robert añadió…

– Parece que tienes prisa por irte, Hada Madrina, casi parece como si no quisieras que Bittersweet hablara con la policía.

Ante esto ella se volvió, e incluso a través de todas aquellas luces y destellos ridículos, pareció enojada.

– Contén tu lengua, brownie.

– Bien que te gustó mi lengua una vez, Gilda -le contestó él.

Ella se sonrojó tal como lo suelen hacer algunos rubios y pelirrojos, hasta el nacimiento del pelo.

– La policía no me ha dejado traer a toda mi gente aquí dentro. Sí Oberon estuviera aquí, no te atreverías a decir esas cosas.

Frost preguntó…

– ¿Oberon? ¿Quién es Oberon?

Ella le miró ceñuda.

– Mi Rey, mi consorte. -Sus ojos parpadearon otra vez, bueno más bien bizqueaba. Me pregunté si las luces de diamante eran tan brillantes como para afectar su visión. Al menos actuaba como si lo fueran.

Su expresión se suavizó de repente.

– Asesino Frost. Había oído que estabas en Los Ángeles. He estado esperando tu visita. -Su voz de repente era dulce y aterciopelada. Había un poco de encanto en su voz, pero resbaló sobre mí como el mar baña una piedra. No creí que fuera gracias a mis escudos reforzados. Creo más bien que el hechizo de compulsión no me estaba destinado.

Se giró de nuevo y dijo…

– Oscuridad, la Oscuridad de la Reina, ahora exiliado de nuestra tierra. Os había esperado a ambos en mi Corte. Ha pasado tanto tiempo desde que he visto a alguien del mundo de las hadas. Me encantaría que me visitarais.

– Tu magia no funcionará con nosotros -dijo Doyle con su profunda voz.

Un ligero temblor la recorrió, haciendo que la parte superior de su corona se agitara, el encaje azul temblara, y los diamantes reflejaran pequeños arcos iris alrededor del cuarto.

– Acércate y trae esa grande, y profunda voz tuya.

Frost dijo…

– Te está insultando.

– Más bien a ambos, creo -dijo Doyle.

Tomé un poco de aire, lo dejé ir despacio, y me acerqué a la policía. Mis hombres se movieron conmigo, y me di cuenta de que Gilda en verdad pensaba que su hechizo funcionaba. Ahora que habíamos visto lo que ella había hecho con Bittersweet, y lo que había intentado hacer con mis hombres, íbamos a tener que averiguar más detenidamente cómo conseguía que los duendes menores la obedecieran. Si todo se debía a la magia y a la compulsión, y nada al libre albedrío, entonces estaba mal, muy mal.

– Los dos viniendo hacia mí, qué maravilloso -soltó ella.

– ¿Me estoy perdiendo algo? -me preguntó Lucy cuando pasé a su lado.

Susurré…

– Una infantil lucha de poder.

Gilda no podía seguir actuando como si no me viera. Siguió sonriendo por encima de mí hacia Doyle y Frost, como si todavía pretendiera que ellos se acercaran a ella. De hecho, alargó la mano en un ángulo más alto del que yo necesitaba para tomarla, como si fuera a pasar de mí.

– Gilda, Hada Madrina de Los Ángeles, saludos -le dije, con voz baja pero clara.

Ella dejó oír un pequeño… humph, luego me miró, y bajando la mano me dijo…

– Merry Gentry. De regreso a la ciudad, por lo que veo.

– Todo miembro de la familia real duende sabe que si alguien de la realeza te nombra otorgándote tu título, debes devolvérselo otorgándole el suyo, o será visto como un insulto que sólo puede ser resuelto en un duelo. -Eso era sólo verdad a medias, ya que habían otras opciones, en las que el duelo sólo era la última de todas ellas, pero Gilda no sabía eso.

– Los duelos son ilegales -contestó ella remilgadamente.

– También los hechizos de compulsión, que roban el libre albedrío de cualquier legítimo ciudadano de los Estados Unidos.

Parpadeó hacia mí, frunciendo el ceño. Bittersweet se acurrucó contra los rizos de Gilda con una expresión medio ida, medio soñolienta, como si al estar en contacto con Gilda, su hechizo fuera aún más fuerte.

– No sé de qué estás hablando.

– Sí, lo sabes -le dije, y me incliné más cerca, de forma que la luz que rodeaba su vestido se reflejara en mis ojos tricolores y en mi piel de luz de luna. -No recuerdo que fueras así de poderosa la última vez que nos encontramos, Gilda. ¿Qué has estado haciendo para obtener tal poder?

Estaba lo bastante cerca para ver el destello de miedo en sus perfectos ojos azules. Lo disimuló, pero había estado allí. ¿Qué sería lo que había estaba haciendo que no quería que nadie lo supiera? Me vino a la cabeza que tal vez ella no quería que Bittersweet hablara con la policía. Quizás Gilda sabía más sobre los asesinatos de lo que dejaba entrever. Había muchos hechizos, hechizos malignos, hechizos prohibidos… que permitían a un duende robar el poder de aquellos menos poderosos. Incluso había visto a un mago humano que lo había perfeccionado de tal modo que podía robar su poder a otros humanos que tuvieran un débil rastro de sangre hada en sus venas. Murió tratando de violarme. No, yo no le maté. El sidhe traidor que le había dado ese poder lo mató antes de que pudiéramos usarlo para rastrear su origen y llegar hasta él. Ahora, el traidor también estaba muerto, así que todo se había resuelto.

Entonces comprendí el por qué me había fijado en el imitador rubio de la cafetería. Habíamos matado al mago principal de aquella banda de ladrones mágicos y violadores, pero no los habíamos atrapado a todos. Uno de ellos me había sido descrito como un imitador de duendes no circuncidado de largo pelo rubio llamado Donald. Esto sería una coincidencia enorme, pero había visto coincidencias más grandes en la vida real. ¿El lento robo de magia durante meses, había dado de repente un paso más, y ahora había pasado a robar la magia a los semiduendes? Ya que era sólo la magia lo que mantenía vivos a los más pequeños de nosotros fuera del mundo de las hadas.

Algo se debió leer en mi cara, porque Gilda preguntó…

– ¿Qué te pasa? ¿Por qué me estás mirando así?

– ¿Conoces a un imitador de duendes llamado Donald?

– Nunca tendría nada que ver con falsos duendes. Son una abominación.

Pensé que su elección de palabras era interesante.

– ¿Tienes un amante sidhe?

– Eso no es asunto tuyo.

Estudié su ofendida expresión. ¿Sabría ella ver la diferencia entre un buen imitador y un sidhe de verdad? Dudé que hubiera estado alguna vez con un verdadero sidhe de las Cortes, y si una nunca ha tenido uno auténtico para comparar podría tener dificultades para descubrir a un imitador.

Sonreí, y le dije…

– Piensa en ello. -Comencé a ir hacia la puerta detrás de ella. Doyle y Frost me siguieron como sombras. Lucy me llamó…

– Merry, ¿Dónde vas?

– Tengo que comprobar algo en la cafetería -contesté, sin dejar de moverme. El salón estaba lleno de gente, policía de distintos tipos, y el séquito que seguía a Gilda a todas partes, y al que la policía no había dejado pasar a la trastienda. Era un bonito grupo, casi tan brillante y espectacular como su ama. Todavía había clientes en las mesas, una mezcolanza de humanos y duendes. Unos se habían quedado para tomar té y pasteles, pero otros sólo miraban boquiabiertos.

Avancé entre la muchedumbre a empujones, pero no fue hasta que Doyle se adelantó para ponerse delante de mí que la gente no empezó a salir de en medio. Cuando él quería podía ser muy intimidante. Había visto a hombres apartarse de su camino sin saber por qué lo habían hecho. Pero cuando Doyle consiguió hacer que pasara, la mesa en la que había estado el imitador rubio estaba vacía.

CAPÍTULO 10

ME ACERQUÉ A ALICE, QUE ESTABA DETRÁS DEL MOSTRADOR, y le pregunté:

– El hombre rubio de pelo largo, musculoso y con implantes en las orejas que estaba en aquella mesa. ¿Cuándo se marchó?

– Se marchó con la mayoría de los clientes, al entrar la policía -dijo ella, reflejando en su mirada seriedad e inteligencia.

– ¿Sabes su nombre?

– Donal -contestó.

– ¿Donald? -repetí, queriendo asegurarme.

Ella negó con la cabeza.

– No, él insistió mucho en que era Donal, no como ese pato estúpido, añadió. Es su opinión, no la mía. Yo adoro los clásicos de Disney.

El comentario me hizo sonreír, pero lo dejé pasar, e hice la siguiente pregunta.

– ¿Viene regularmente?

Asintió, haciendo que sus negras trenzas rebotaran.

– Sí, viene por lo menos una vez a la semana, a veces dos.

– ¿Cómo es?

Ella entrecerró los ojos y me miró.

– ¿Por qué quieres saberlo?

– Sígueme la corriente -dije.

– Bueno, es de esos hombres groseros hasta que quieren encandilar a una mujer; entonces es todo dulzura.

– ¿Ha intentado ligar contigo?

– No, yo soy demasiado humana. Sólo le van los duendes. Es muy insistente en eso.

– ¿Le gusta alguna clase especial de duende?

Otra vez, me dirigió esa mirada.

– Tan de pura sangre como pueda conseguirlas. Ha tenido bastantes citas con duendes diferentes.

– ¿Podrías darme algunos nombres?

La voz de Lucy se oyó a mis espaldas.

– ¿Y por qué quieres esos nombres, Merry?

Frost y Doyle se separaron para que yo pudiera ver a la detective. Ella me dirigió una mirada de sospecha que por comparación dejó la de Alice a la altura del betún, pero Lucy era una poli. Las miradas sospechosas eran su especialidad.

Ella bajó la voz.

– ¿Qué pasa, Merry? ¿Qué crees que has descubierto?

El intento de violación y la muerte del violador eran del dominio público, así que le comenté mis sospechas.

– ¿Realmente piensas que este Donal es el Donald que te describió tu cliente? -preguntó ella.

– Me encantaría tener una fotografía de él y ver si le reconocen. Debe ser muy fácil oír Donal y automáticamente añadirle una “d” al final porque así te suena más familiar, sobre todo si estás asustado.

Lucy asintió.

– Tiene sentido. Me ocuparé de conseguir a alguien que pueda obtener discretamente una fotografía.

– La Agencia de Detectives Grey estaría encantada de ayudar.

Ella negó con el dedo, señalándome.

– No, a partir de ahora, no tienes nada que ver con esto. Si son la misma gente, casi acabas muerta la última vez que fuiste detrás de ellos -y añadió, mirando a Frost y a Doyle. -Vamos, grandullones, ayudadme con esto.

– Me encantaría decirle que se mantuviera alejada de gente peligrosa -dijo Doyle-, pero ella ha dejado claro que su trabajo como detective implica un riesgo. Si no nos gusta, entonces podemos hacer que la custodien otros guardaespaldas y quedarnos en casa sentaditos.

Lucy arqueó las cejas hacia ellos. Frost asintió y dijo…

– Ya hemos tenido esta conversación antes, justo esta mañana, antes de acudir a la escena del crimen.

– La única carta, como tu dirías, con la que podemos jugar es el hipotético daño que se le podría ocasionar a los bebes que lleva, e incluso ésa, es una carta que debe ser jugada con mucho cuidado -dijo Doyle, dejando ver sólo el amago de una sonrisa como si el tema le divirtiera y enfureciera a la vez.

– Sí, ya me he dado cuenta. Parece femenina y toda suavidad, pero intenta moverla y es como intentar mover una pared de ladrillo. La pared no se mueve, y ella tampoco -comentó Lucy.

– Parece que conoces bien a nuestra princesa -dijo Doyle, y sus palabras sonaron tan secas que me costó un momento percibir el humor en ellas.

Lucy asintió, mirándome luego.

– Conseguiremos los nombres de quién salió con este tipo. Haremos que alguien controle la zona. Conseguiremos una fotografía y buscaremos a tu antiguo cliente. Y por “nosotros” quiero decir a la policía, ni tú, ni nadie más de tu agencia o de tu séquito -dijo, señalándome con el dedo como si yo fuera una niña obstinada.

– Tú me has usado como señuelo en casos donde podía haber habido mucho más peligro que el que pueda existir en comprobar una serie de hechos -dije.

– Antes no sabía que eras la Princesa Meredith, y no estabas embarazada -dijo levantando una mano ante mí antes de que yo pudiera hacer algo más que tomar aliento para protestar. -Que quede claro, antes siquiera de que pudiera llevarte a ver la escena del crimen, he tenido que oír serias advertencias de mi superior según las cuales yo no podía, bajo ninguna circunstancia, ponerte en peligro. Y que si algo te pasaba por participar en alguno de mis casos, sería mi culo el que iría al matadero.

Suspiré.

– Lo siento, Lucy.

Ella agitó la mano restándole importancia.

– Pero lo que más me importa, es que hace aproximadamente cuatro años que te conozco, y ésta es la vez que más feliz te he visto. No quiero que todo esto se vaya a la mierda porque me estés ayudando en un caso. No eres poli. No tienes que arriesgarte hasta ese extremo por un caso. Ése es mi trabajo.

– Pero esa persona está matando a mi gente…

Una voz estridente gritó…

– ¡No son tu gente! ¡Son míos! ¡Han sido míos durante sesenta años! – Ella gritaba esto último mientras se abría paso a empujones para acercarse.

Lucy debió hacer alguna seña porque los oficiales se movieron para detener su avance. La bloquearon hasta que sólo pude ver los destellos de luz y las puntas temblorosas de su corona de cristal.

– ¡Salid de mi camino! -gritó, pero ellos eran la policía y no se movieron.

Oí que alguien chillaba…

– ¡Gilda, no! -entonces uno de los polis se desplomó, como si sus rodillas no aguantaran su peso. No hizo ningún intento de sujetarse, dejando que fueran los otros oficiales quiénes impidieran que se estampara contra el suelo.

Un policía comenzó a gritar…

– ¡Tire la varita al suelo! ¡Tírela ahora!

Doyle y Frost aparecieron de repente frente a mí, alejándome de todo el jaleo. Doyle dijo…

– La puerta.

No le entendí al principio, y entonces Frost me llevó hacia una segunda puerta más pequeña que daba al exterior. Eché un vistazo hacia atrás, para ver a Doyle cerca de nosotros, haciendo frente a la policía y a Gilda. Protesté…

– La puerta está conectada a una alarma. El ruido podría empeorar las cosas.

La mano de Frost estaba en el picaporte cuando dijo…

– Aquí dice “Utilizar en caso de emergencia”. Y esto es una emergencia. -Entonces me tiró del brazo para obligarme a salir con el consiguiente estruendo de la alarma y Doyle siguiendo nuestros pasos. De repente nos encontramos en la acera bajo la brillante luz del sol, y el cálido, aunque no demasiado, aire del Sur de California.

Doyle me cogió por el otro brazo y nos mantuvo en movimiento.

– Las balas vuelan. No te quiero cerca de ellas.

Intenté liberarme de sus manos, pero para el caso, también podría haber tratado de quitármelas de encima haciendo palanca con una barra de acero.

– Soy detective. No podéis sacarme del caso sólo porque se pone un poco peligroso.

– Nosotros, antes que nada, somos tus guardaespaldas -dijo Doyle.

Dejé de andar, de forma que ellos tuvieran que pararse o arrastrar mis piernas y pies por el asfalto. Se detuvieron, pero sólo lo suficiente para que Doyle dijera…

– Cógela.

Frost me cargó en brazos y siguió alejándose de la policía y del posible motín de los duendes. El séquito de Gilda no se tomaría demasiado bien que su reina fuera detenida, pero… ¿qué más podrían hacer?

– Bien -les dije. – Ya habéis dejado claro vuestro punto de vista.

– ¿Hemos… qué? -preguntó Doyle, y entonces de repente estaba delante de nosotros. Me fulminó con la mirada, y pude sentir el peso de su cólera incluso a través de las gafas oscuras. -No creo que hayamos dejado claro nuestro punto de vista en absoluto, o habrías sido tú la primera en salir por aquella puerta.

– Doyle… -empezó Frost.

– ¡No! -dijo él, y nos señaló con el dedo a ambos. Con Lucy me había recordado a un niño al que regañan, pero había algo siniestro en Doyle cuando montaba en cólera. -¿Y si te hubiera dado una bala perdida? ¿Y si esa bala perdida te hubiera acertado en el estómago? ¿Y si hubiera matado a nuestros bebés porque tú simplemente no querías salir de en medio?

No supe qué decir ante eso. Sólo le miré. Él tenía razón, por supuesto que tenía razón, pero…

– No puedo hacer mi trabajo así.

– No -dijo él-. No puedes.

Entonces, de repente, noté cómo la primera lágrima se deslizaba por mi mejilla.

– No llores -me dijo.

Otra lágrima se unió a la primera. Luché por no enjuagármelas.

Su mano cayó a su costado y respiró hondo.

– Esto no es justo. No llores.

– Lo siento, no quiero hacerlo, pero creo que tienes razón. Estoy embarazada, maldita sea, no lisiada.

– Pero llevas al futuro de la Corte Oscura dentro de tu cuerpo. -Él se inclinó de forma que sus brazos rodearan a Frost y sus caras se tocaran, ambos mirándome a la vez. -Tú y los bebés sois demasiado importantes para arriesgarlo por esto, Meredith.

Me limpié las lágrimas, furiosa ahora por haber llorado. Lo estaba haciendo mucho últimamente. El médico me había dicho que era debido a las hormonas. Demasiadas emociones que no necesitaba en estos momentos.

– Tienes razón, pero no sabía que íbamos a terminar rodeados de policías armados.

– Si solamente evitaras meterte en situaciones en las que esté implicada la policía, te garantizaría el no acabar rodeada de policías con armas listas para disparar -dijo.

De nuevo no podía discutir su lógica, aunque quisiera hacerlo.

– Antes que nada, dejadme en el suelo; estamos llamando la atención.

Echaron un vistazo alrededor por encima del círculo que formaban sus brazos rodeándome, y sí, había gente mirándonos muy fijamente y cuchicheando entre sí. No tenía que oírlos para saber lo que estaban diciendo…

– ¿Es ella?

– ¿Es ésa la Princesa Meredith?

– ¿Serán ellos?

– ¿Ése es la Oscuridad?

– ¿Ése es el Asesino Frost?

Si no teníamos cuidado, alguien llamaría a la prensa y nos acosarían.

Frost me bajó, y echamos a andar. Un objetivo móvil siempre es más difícil de fotografiar. Traté de hablar en voz baja cuando dije…

– No puedo ignorar este caso, Doyle. Están matando a duendes aquí, en la única casa que nos queda. Somos nobles de la Corte; y los semiduendes nos observan, esperando a ver lo que vamos a hacer.

Una pareja nos siguió, la mujer dijo…

– ¿Usted es la Princesa Meredith? ¿Es usted, verdad?

Asentí.

– ¿Podemos hacerles una foto?

Se oyó un clic cuando alguien más usó su móvil para hacer una fotografía sin permiso. Si el móvil tenía conexión a Internet, la foto podría estar colgada en la red casi al instante. Teníamos que coger el coche y salir pitando de aquí, antes de que la prensa aterrizara.

– La princesa se siente indispuesta -dijo Doyle. -Tenemos que llevarla al coche.

La mujer tocó mi brazo y dijo…

– Oh, Sé lo duro que puede llegar a ser el tener un bebé. Yo tuve unos embarazos terribles. ¿No, querido?

Su marido asintió y dijo…

– ¿Sólo una foto rápida?

Les dejamos que hicieran una foto “rápida”, que rara vez era rápida, y luego nos alejamos. Teníamos que volver sobre nuestros pasos para llegar al coche. Pero el consentir una foto había sido un error, porque otros turistas quisieron más fotos y Doyle dijo que no, lo que no les sentó nada bien.

– Pero ellos consiguieron la foto -decían.

Seguimos andando, pero un coche se paró en medio de la calle, una ventanilla bajó y apareció la lente de una cámara. Los paparazzi habían llegado. Aunque se parecía más al primer ataque de un tiburón. Primero te golpeaban para ver qué hacías y si eras comestible. Si lo eras , en el siguiente ataque usaban los dientes. Teníamos que salir de su vista y entrar en una propiedad privada, antes de que llegaran más de ellos.

Un hombre gritó desde el coche…

– ¡Princesa Meredith, mire hacia aquí! ¿Por qué está llorando?

Justo lo que necesitábamos, no sólo fotos sino también algún titular que dijera que estaba llorando. Se sentirían libres de especular el motivo, pero yo ya había aprendido que intentar explicarlo era peor. Nos convertimos en un objetivo móvil. Fue lo mejor que podíamos hacer hasta que el primer fotógrafo corrió por la acera, hacia nosotros, desde la dirección hacia la que nos dirigíamos. Estábamos atrapados.

CAPÍTULO 11

DOYLE USÓ SU VELOCIDAD SOBREHUMANA PARA RECOGERME Y llevarnos hacia la tienda más cercana. Frost cerró la puerta con llave detrás de nosotros. Un hombre protestó…

– Ehhh, ésta es mi tienda.

Doyle me dejó en el suelo de la pequeña charcutería familiar. El hombre que estaba detrás del mostrador se estaba quedando calvo y escondía su panza bajo un delantal blanco. La tienda al completo le iba como anillo al dedo, pasada de moda, repleta de piezas de carne, quesos y cortes poco saludables envasados en pequeños recipientes. No podía adivinar cómo algo así pudo sobrevivir en Los Ángeles, el paraíso de los obsesos de la salud.

Luego vi la corta cola de clientes casi completamente formada por duendes. Había un anciano que parecía completamente humano, pero la mujer baja que iba detrás de él era pequeña y rechoncha con el pelo rizado y pelirrojo y ojos como los de un halcón, literalmente como los de un halcón. Eran amarillos, y sus pupilas se movían arriba y abajo, intentando obtener un mejor vistazo de mí. Un chiquillo de aproximadamente cuatro años se agarraba a sus faldas, mirándome con sus ojos azules, su pelo de un rubio tan claro que parecía blanco, cortado a la última moda, cortito y bien peinado. La última persona en la cola llevaba un peinado Mohawk [9] multicolor acabado en un largo mechón que le caía por la espalda. Llevaba puesta una camiseta blanca con el logotipo de un conjunto musical y sus pantalones y chaleco eran de cuero negro. Llevaba piercings y parecía estar fuera de lugar en la cola, claro que nosotros también.

Se nos quedó mirando fijamente, igual que yo a él. Mirar fijamente no se consideraba grosero entre nosotros.

La mayoría de los duendes no se preocupaban por tener el colesterol o el azúcar alto, o cualquier otra de las muchas enfermedades que podrían matar a un ser humano por comer alimentos ricos en sal o conservantes. Los inmortales realmente no padecen enfermedades cardíacas. Me dio el antojo repentino de comer rosbif.

La puerta sonó detrás de nosotros. Uno de los reporteros golpeaba furiosamente la puerta, gritándonos para que abriéramos, diciendo que la tienda era un lugar público y que no teníamos ningún derecho a hacer esto.

Colocaron las cámaras delante del cristal de forma que la luz del día desapareció en medio del resplandor de los flashes. Me giré, protegiéndome los ojos. Por lo visto, me había dejado las gafas de sol en la zona de descanso del Fael.

El esbelto duende varón peinado a lo Mohawk, y que parecía todavía estar en la adolescencia, avanzó, haciéndome una desmañada reverencia.

– Princesa Meredith, ¿puedo conseguirte un asiento? -Examiné su delgado rostro de piel ligeramente verdosa. Había algo en su cara que simplemente no era humano. No podía explicarlo del todo, pero su estructura ósea no se ajustaba del todo a la humana. Se parecía más a un pixie del tamaño de un humano de baja estatura, con algo más de mezcla genética. Sus orejas puntiagudas se adornaban con casi tantos pendientes como las de Doyle. Pero los que colgaban de sus lóbulos llevaban plumas multicolores que rozaban los hombros de su chaleco de cuero.

– Sería maravilloso -le dije.

Él tomó una de las pocas sillas de pequeño tamaño y la sostuvo para que pudiera sentarme. Me dejé caer agradecida. De repente estaba cansada. ¿Era por estar embarazada? O… ¿Por el día que llevábamos?

Doyle fue hacia el tendero.

– ¿A dónde va a dar la puerta de atrás?

– No se puede salir por la puerta trasera, sólo se puede salir por donde llegasteis -dijo una mujer mientras aparecía desde la parte de atrás de la tienda. -Me temo que no podréis salir por allí, Princesa y Príncipes. Tuve que atrancar la puerta para mantener a la jauría de la prensa alejados.

A primera vista se parecía a su marido, humana, muchas arrugas suaves y agradable redondez. Luego comprendí que ella había pasado por la misma clase de cirugía que se había hecho Robert, el del Fael. Aunque sólo se había hecho lo justo para pasar por humana, no había intentado ser una gran belleza. Ser bonita era suficiente para ella, y cuando llegó hasta el mostrador y me miró con aquellos ojos castaños, me recordó tanto a mi abuela que se me hizo un nudo en la garganta. No iba a llorar, maldita sea.

Se arrodilló delante de mí y puso sus manos sobre las mías. Sus manos estaban frescas al tacto como si hubiera estado trabajando con algo frío en la trastienda.

Su marido dijo…

– Levántate, Matilda. Están haciendo fotos.

– Déjales -dijo ella por encima del hombro, volviéndose luego hacia mí. Alzó la mirada mirándome con aquellos ojos tan parecidos a los de Gran.

– Soy la prima de la cocinera Maggie Mae de la Corte Oscura.

Me costó un momento entender lo que esto significaba para mí. Una vez que supe que no tenía parientes sidhe exiliados fuera del mundo de las hadas, no se me ocurrió pensar que podría tener otros parientes aquí, aunque no fueran sidhe. Sonreí.

– Entonces eres la prima de mi Gran.

Ella asintió.

– Aye -y en esa sola palabra se podía oír un acento tan marcado y espeso como para salir rodando. -Si es una brownie procedente de Escocia que llegó al nuevo mundo, entonces somos primas. Robert también llegó del viejo mundo, pero bueno, él es galés, no está emparentado conmigo.

– Con nosotras… -dije.

Ella me sonrió lanzando sus dientes unos destellos demasiado blancos para que no fueran debidos al trabajo de un dentista, pero es que estábamos en Los Ángeles.

– ¿Entonces me reconoces como pariente?

Asentí.

– Desde luego -le contesté. Algo de la tensión que yo no había percibido hasta ahora desapareció del ambiente, como si hasta aquel momento hubieran estado nerviosos, o incluso hubieran tenido miedo. Pareció liberarlos a todos porque se acercaron.

– A la mayoría de los nacido nobles les gusta presumir de que en sus venas no corre más que pura sangre sidhe -dijo ella.

– Él no presume -dijo el pixie punk, señalando con la cabeza hacia Doyle. -Bonitos pendientes. ¿Tienes perforado algo más?

– Sí -confirmó Doyle.

El chico sonrió, haciendo estremecer con el gesto los anillos que llevaba en la nariz y en el labio superior.

– Yo también -dijo.

Matilda acarició mis manos.

– Pareces pálida. ¿Estás muerta de hambre o te da náuseas la comida?

Fruncí el ceño ante su pregunta.

– No te entiendo.

– Algunas mujeres tienen hambre todo el tiempo y otras no quieren ni mirar la comida cuando están embarazadas.

El ceño fruncido desapareció y le dije…

– Me apetecería mucho un rosbif. Proteínas.

Ella me dirigió otra vez aquella brillante sonrisa.

– Nosotros tenemos de eso. -Llamó a un hombre por encima del hombro. -Harvey, trae algo de rosbif para la princesa.

Él comenzó a protestar sobre los fotógrafos y demás, pero ella se giró y le miró de tal manera que a él no le quedó más remedio que ir a hacer lo que ella le estaba diciendo. Pero por lo visto no lo hacía lo suficientemente rápido, porque Matilda acarició mi mano otra vez y se levantó para supervisar o ayudar.

Todos fingimos que no había una multitud creciente presionando contra las ventanas y la puerta. Me coloqué dando la espalda al cristal para protegerme de los destellos de los flashes y deseé tener mis gafas de sol.

El duende de aspecto joven, y que probablemente me llevaba más de un siglo, se acercó cautelosamente a Doyle y Frost.

– ¿Escondes tus orejas puntiagudas?

A Frost le costó un momento darse cuenta de que se dirigían a él.

– No -contestó.

El muchacho le miró fijamente.

– ¿Así que eres lo que pareces, un sidhe puro?

– No -dijo Frost.

– Sé que no eres lo que aparentas -dijo el chico.

– No soy más sidhe puro que Doyle.

Me di la vuelta en la silla y dije…

– O yo.

El muchacho nos miró a cada uno de nosotros. Sonrió, complacido.

El sonido de un carraspeo me hizo girarme para mirar a la mujer con el niño que parecía humano. La mujer se dejó caer al suelo en una profunda reverencia, parpadeando con sus ojos de halcón hacia mí. El niño que estaba con ella intentó hacer lo mismo, pero ella le cogió del brazo.

– No, no, Felix, ella es una princesa duende, no una princesa humana. No tienes que inclinante ante ella.

El pequeño frunció el ceño, intentando comprender.

– Soy su niñera -aclaró ella, como si necesitara explicarse. -Las niñeras duende se han hecho muy populares por aquí.

– No lo sabía -le dije.

Ella sonrió alegremente.

– Nunca abandonaría a Felix. He estado con él desde que tenía tres meses, pero puedo recomendarte a otros cuidadores duende que están buscando trabajo o pensando en dejar el que tienen.

Todavía no había pensado en eso, pero…

– ¿Tienes alguna tarjeta de visita? -pregunté.

Ella sonrió y sacó una de su bolso. La puso sobre la mesa y escribió algo en el dorso.

– Éste es el teléfono de mi casa, así no tienes que pasar por la agencia. Ellos no entenderían que necesitarás algo diferente a la mayoría de los clientes.

Tomé la tarjeta y la puse en el pequeño monedero que era todo que traía conmigo. Íbamos de camino a la playa; Había cogido mi tarjeta de identidad y casi nada más.

Matilda me trajo un pequeño plato de rosbif presentado con bastante gracia.

– Habría puesto algo más de guarnición, pero cuando una está en estado de buena esperanza, nunca se sabe qué añadir.

Le sonreí.

– Es perfecto. Grac… perdón. Parezco novata.

– Oh, no te preocupes. He estado entre humanos durante siglos. Se necesitaría algo más que un “gracias” para hacer enfadar a esta brownie, eh, ¿Harvey? -dijo riéndose de su propia broma. Harvey, que estaba detrás del mostrador, pareció un tanto avergonzado pero contento.

El rosbif estaba tierno, justo vuelta y vuelta, exactamente como a mí me gustaba. Incluso la poca sal que llevaba lo hacía perfecto. Había notado esto en mis antojos, me había dado por vencida con la comida demasiado sazonada. Me pregunté si sería lo normal en estos casos.

Matilda acercó una silla, y la niñera, cuyo nombre era Agnes, hizo lo mismo. No parecía que nadie pudiera marcharse pronto. Estábamos sitiados por la prensa. De hecho, los reporteros y los paparazzi estaban siendo aplastados contra las ventanas y la puerta. Parecía que estaban empezando a intentar retroceder pero había demasiado peso detrás de ellos.

Doyle y Frost se quedaron de pie, vigilando a la gente de fuera. El duende que parecía un adolescente se quedó junto a ellos. Era obvio que estaba disfrutando de ser uno de los chicos y mostraba el tatuaje que llevaba en el hombro a Doyle y a Frost.

Matilda había pedido a Harvey que hiciera café. Me di cuenta, de repente, que ésta era la primera vez en semanas que me había sentado con otras mujeres y sin tener que ser la princesa, un detective, o la responsable de cada uno con los que trataba. Habíamos traído a mujeres sidhe con nosotros desde el mundo de las hadas, pero ellas habían formado parte de la guardia del príncipe. Habían pasado siglos sirviendo a mi padre, el Príncipe Essus, y él fue cordial con ellas, aunque no en exceso; fue tan cuidadoso en no exceder los límites, como descuidada fue su hermana, la reina. Donde ella había tratado a sus guardias como si fueran su harén o simples juguetes a los que atormentar, él había tratado a las suyas con respeto. Había tenido amantes entre ellas, pero el sexo no era despreciado entre los duendes. Era sólo normal.

Las guardias femeninas darían sus vidas por mantenerme a salvo, aunque se supone que deberían proteger a un príncipe. Pero no había más príncipes en la Corte Oscura o fuera del mundo duende. Yo había matado al último antes de que me matara a mí. Las guardias no se afligieron por su príncipe perdido. Él había sido un sádico sexual como su madre. Algo que por el momento habíamos logrado esconder a los medios, era la cantidad de guardias, tanto hombres como mujeres, que estaban traumatizados por las torturas que habían tenido que soportar.

Algunas de ellas hubieran querido que Doyle, o Frost, o uno cualquiera de los otros padres, fuera nombrado príncipe, y así ellas serían su guardia. Tradicionalmente, el hecho de dejarme embarazada habría convertido al futuro padre en príncipe y próximo rey, o por lo menos, consorte real. Pero con tantos padres, no existía ningún precedente para nombrarlos a todos príncipes.

Me senté con las mujeres, oyéndolas conversar sobre cosas del día a día, y comprendí que sentarme en la cocina de mi Gran o en la cocina con Maggie Mae había sido lo más cercano a lo cotidiano que alguna vez había podido disfrutar.

Con ésta eran tres, las veces que hoy notaba un nudo en mi garganta y las lágrimas aflorar a mis ojos. Así era cada vez que pensaba en Gran. Tan sólo había pasado un mes desde su muerte. Supongo que tenía derecho.

Matilda preguntó…

– ¿Estás bien, Princesa?

– Merry -dije. -Llámame Merry.

Con eso me gané otra alegre sonrisa. Luego se oyó un ruido detrás de nosotros.

Nos giramos para ver cómo el cristal comenzaba a resquebrajarse bajo el peso de los reporteros que estaban amontonados unos contra otros.

Doyle y Frost corrieron junto a mí. Me alzaron, llevándome hacia el mostrador y la trastienda. Agnes recogió al niño y corrió en busca de refugio. Oímos más gritos, y el cristal cedió quebrándose con un agudo y estridente chasquido.

CAPÍTULO 12

HABÍA AMBULANCIAS, POLICÍAS Y TROZOS DE CRISTAL POR todas partes. Ninguno de los que estábamos en la tienda había resultado herido, pero a algunos de los paparazzi los habían llevado al hospital. La mayor parte de la gente que había estado pegada al cristal eran fotógrafos intentando conseguir la “foto” que les haría ricos. Ciertos planos se rumoreaba que podrían llegar a valer centenares de miles de dólares. Hasta hoy, creía que eso sólo eran rumores.

Lucy me vigilaba mientras el técnico sanitario de la ambulancia me examinaba. Mis protestas diciendo…

– Estoy bien. No estoy herida… -cayeron en oídos sordos. Cuando Lucy me encontró dentro de la charcutería bajo una capa de cristales rotos se puso pálida. Miré a esa chica alta y morena, y me di cuenta de que si bien nunca podríamos ir de compras juntas, siempre podría contar con su amistad.

El técnico en emergencias médicas me quitó el manguito para medir la presión sanguínea de mi brazo y comentó…

– Todo parece estar bien. La presión sanguínea, todo eso. Pero no soy médico, y muchísimo menos un especialista en neonatos.

– ¿Así que piensa que debería ir al hospital? -preguntó Lucy.

El técnico frunció el ceño y me di cuenta de su dilema. Si decía que no y se equivocaba, estaba jodido. Pero allí había otras personas que realmente se habían hecho más daño y si él dejaba a una de ellas atrás para llevarme a mí y curarse en salud, y esa otra persona que dejaba atrás moría, entonces también estaba jodido.

Lucy recurrió a Doyle y Frost buscando apoyo…

– Decidle que necesita ir al hospital.

Ellos se miraron, y entonces Doyle asintió ligeramente con la cabeza como dando autorización, y Frost contestó…

– Nosotros no le decimos a Merry lo que tiene que hacer. Ella es nuestra princesa.

– Pero está gestando a vuestros bebés -dijo Lucy.

– Eso no nos da derecho a imponer nuestro criterio -dijo él.

Doyle agregó…

– Yo esperaba que tú lo entenderías mejor que la mayoría, Detective Tate.

Ella les miró frunciendo el ceño, luego se volvió hacia mí.

– ¿Me prometes que no te has caído ni que se te ha caído nada encima?

– Te lo prometo -le dije.

Ella tomó aire exageradamente, dejándolo luego escapar lentamente. Luego asintió con la cabeza.

– Estupendo. Bien. Abandono. Si vosotros no os preocupáis, no sé por qué voy a molestarme yo.

Le sonreí.

– Porque eres mi amiga, y los amigos se preocupan los unos de los otros.

Ella casi pareció avergonzada, luego me dirigió una sonrisa burlona.

– Estupendo. Vete y disfruta de lo queda del sábado.

Doyle me alargó una mano y yo la tomé, permitiendo que me ayudara a levantarme, aunque en realidad no era necesario. Ambos habían estado más tranquilos que Lucy, tal vez porque habían estado junto a mí todo el tiempo. Sabían que no me había pasado nada, pero también habían sido mucho más cuidadosos conmigo de lo que habían sido antes. Era conmovedor, pero algo irritante. Me preocupaba que a medida que avanzara el embarazo se pudiera volver mucho menos conmovedor y mucho más irritante. Pero ésa era una preocupación que podía dejar para otro día. Estábamos en libertad de dirigirnos hacia la playa, y todavía había suficiente luz de día para disfrutar de ella. Todo estaba bien.

El técnico preguntó…

– Entonces… ¿Ya he acabado aquí con la princesa?

– Sí -le dijo Lucy, -vaya a encontrar a alguien que esté chorreando sangre y que pueda llevar al hospital.

Él sonrió, obviamente aliviado, y salió a toda prisa a buscar a alguien que realmente necesitara un paseo al hospital.

– Te pondré una escolta que te acompañe hasta tu coche -dijo ella señalando a los reporteros contenidos por la cinta y las barreras. Extrañamente, el paparazzi que había resultado herido, ahora era noticia por sí mismo. Me pregunté si disfrutaría de estar al otro lado del objetivo.

– Algunos de ellos nos seguirán hasta la playa -dijo Frost.

– Puedo intentar despistarlos.

– No, no quiero ver lo que eso podría ocasionar en los accesos que llevan a la playa -contradijo Doyle rápidamente, de forma que incluso Lucy se percató de su ansiedad.

– La Oscuridad, tan alto y mortífero… y todavía incómodo cuando tiene que subir a un vulgar coche -dijo Lucy, dirigiéndome el comentario.

Sonreí y le hice una seña con la cabeza.

– Prefiero la limusina; Al menos con ese coche no puedo ver la carretera tan claramente -comentó Doyle.

Lucy le sonrió, moviendo la cabeza.

– ¿Sabes, Doyle? Me gustas mucho más desde que sé que te da miedo algo.

Él la miró frunciendo el ceño, y probablemente habría hecho algún comentario, pero en ese momento el móvil de Lucy sonó. Ella comprobó la llamada y al ver que tenía que cogerla, levantó un dedo haciéndonos señas de que esperáramos.

– Dime que no es un chiste -dijo ella y su tono fue cualquier cosa menos divertido. -¿Cómo? -Preguntó, escuchó y dijo, -Una disculpa no va a arreglarlo. -Colgó el teléfono y maldijo quedamente para sí misma.

– ¿Qué ha pasado? -Pregunté.

– Mientras aquí limpiábamos este desastre, nuestro testigo huyó de la escena. No la encontramos.

– ¿Cómo consiguió…?

– No lo saben. Aparentemente cuando en el Fael quedaron menos efectivos, el séquito de Gilda se envalentonó, y para cuando consiguieron calmarlos, la testigo se había ido. -Noté que ella se cuidó de mencionar el nombre de Bittersweet en público. Ésa era una buena precaución cuando los asesinatos tienen un origen mágico; Nunca sabes quién puede estar oyéndote o por qué medios.

– Lucy, lo siento. Si no hubieras venido aquí a ayudarnos, esto no habría ocurrido.

Ella echó una feroz mirada a un paparazzi que no había resultado herido pero a quién la policía había retenido para ser interrogado.

– Tú no habrías necesitado ayuda si estos bastardos no te hubieran acosado.

– No estoy segura de que les puedas acusar de algo -le dije.

– Ya encontraremos algo -dijo ella coléricamente. Su cólera probablemente tenía más que ver con el hecho de que Bittersweet había huido y que tendría que decirle a sus jefes que ella estaba rescatando a la princesa de las hadas de los reporteros grandes y malos cuando eso había ocurrido, pero el paparazzi que había salido indemne sería un bonito blanco para esa cólera.

– Vete, disfruta de tu fin de semana. Me encargaré de esta pandilla y te pondré una escolta hasta tu coche. Haré que algunos coches se aseguren de que nadie te sigue desde el Fael, pero si te están esperando más lejos -y aquí ella se encogió de hombros- me temo que no hay mucho que pueda hacer.

Tomé su mano y la apreté.

– Gracias por todo, y lamento el follón que vas a tener por la desaparición del testigo.

Ella sonrió, pero en sus ojos no se reflejó esa sonrisa.

– Me ocuparé de eso. Vete, disfruta de tu picnic o lo que sea. -Ella se marchó dando media vuelta, pero en seguida se giró frunciendo el ceño y acercándose otra vez a nosotros, susurró…

– ¿Cómo encontramos a alguien que sólo mide 15 centímetros en una ciudad del tamaño de Los Ángeles?

Era una buena pregunta, pero tenía una respuesta útil.

– Ella es uno de lo más pequeños entre nosotros, así que es muy sensible al metal y la tecnología. Por lo tanto, búscala en parques, descampados, calles bordeadas de árboles como la escena de hoy. Ella necesita la naturaleza para sobrevivir aquí.

– ¿Qué clase de hada de las flores es ella? -preguntó Frost.

– No lo sé -dijo Lucy.

– Buena idea, Frost -le dije. -Averígualo, Lucy, porque ella se sentirá atraída por su planta. Algunos de ellos están tan ligados a un trocito de tierra que si su planta se muere, mueren con ella.

– Ufff… eso haría que realmente te concienciaras con el medioambiente -dijo Lucy.

Asentí con la cabeza.

– ¿Quién sabía qué flor le gusta?

– Robert podría saberlo -le dije.

– Gilda lo sabía -dijo Doyle.

Lucy le miró frunciendo el ceño.

– Ella ya ha llamado a su abogado. No va a hablar con nosotros.

– Quizás lo haría, si tú le dices que al no cooperar está poniendo en peligro a su gente -dijo Doyle.

– No creo que le importe mucho -contestó Lucy.

Doyle sonrió levemente.

– Dile que, obviamente, Meredith se preocupa más de su gente. Insinúa que Meredith es mejor gobernante, más amable y yo creo que Gilda te dirá por propia voluntad cuál es la flor.

Ella le contempló inclinando la cabeza en señal de aprobación.

– Ambos son atractivos y listos. No es justo. ¿Por qué no puedo encontrar yo a un Príncipe Azul como estos chicos?

No estaba segura de qué decir a eso, pero Doyle contestó…

– No somos el Príncipe Azul de nuestra historia, Detective Tate. Meredith fue la que nos rescató, salvándonos de un destino amargo.

– Así que ella es… qué… ¿ la Princesa Azul?

Él le sonrió, con esa sonrisa encantadora que no dejaba ver a menudo. Consiguió que Lucy se sonrojara ligeramente, y me di cuenta de que a ella le gustaba Doyle. No la podía culpar.

– Sí, Detective, ella es nuestra Princesa Azul.

Frost tomó una de mis manos en las suyas y me miró, reflejándose en sus ojos todos sus sentimientos, a la vez que decía…

– Es ella.

– Así que en vez de esperar a que el Príncipe Azul me encuentre, ¿tengo que encontrar a uno a quién salvar y me lo traigo a casa?

– Eso a mí me funcionó -le dije.

Ella negó con la cabeza.

– Salvo a gente todos los días, o al menos lo intento, Merry. Sólo por una vez, me gustaría que me salvaran a mí.

Negué con la cabeza.

– He pasado por ello, Lucy. Confía en mí, es mejor evitarlo.

– Si tú lo dices… Yo tengo que ir a ver a Robert, a ver si sabe dónde puedo encontrar a nuestra pequeña amiga -nos dijo, despidiéndose con la mano mientras se abría paso entre la multitud.

Dos oficiales uniformados aparecieron como si les hubiera dicho que se acercaran cuando ella se fuera. Probablemente lo hizo. Eran nuestros viejos amigos Wright y O’Brian.

– Se supone que tenemos que vigilar que llegue a salvo hasta su coche -dijo Wright.

– Vamos -dije.

Iniciamos el viaje de regreso de la misma forma en que habíamos hecho el de ida, en medio de las ráfagas destellantes de los flashes de reporteros y paparazzis.

CAPÍTULO 13

ACABAMOS RODEADOS POR UN SÉQUITO INESPERADO DE reporteros y policías. En esta ocasión los reporteros formaban una masa tan compacta que Wright y O’Brian no podían conseguir que avanzáramos sin llegar a las manos, y por lo visto les habían ordenado no pasarse con la prensa. Se encontraban con el mismo problema que mis guardaespaldas habían estado soportando durante semanas. ¿Cómo te las arreglas para ser políticamente correcto cuando unos desconocidos te gritan a la cara, los flashes caen como bombas, y la muchedumbre se convierte en una masa de cuerpos que no tienes permitido tocar?

Los reporteros gritaban preguntas…

– ¿Ayuda a la policía en algún caso, Princesa?

– ¿En qué investigación está ayudando a la policía?

– ¿Por qué estaba llorando?

– ¿El dueño de tienda es realmente un pariente suyo?

Wright y O’Brian intentaban empujar para crear un camino pero sin hacer demasiada fuerza, lo que es mucho más difícil de hacer de lo que parece. Doyle y Frost se situaron a mis lados, porque la muchedumbre había crecido más allá de los reporteros. Humanos y duendes había salido de las tiendas y restaurantes para ver el escándalo que se había montado. Era propio de la naturaleza humana el ser curioso pero al añadirse a la multitud de reporteros habían conseguido paralizar el intento de avance.

Entonces, de repente, los reporteros se callaron, no todos al mismo tiempo, fue algo gradual. Primero uno se quedó en silencio, luego otro, y luego comenzaron a mirar alrededor como si hubieran oído un ruido, un sonido inquietante. Entonces lo sentí también: miedo. Un miedo que, como un viento frío y húmedo, pasaba rozando mi piel. Y de repente nos encontramos bajo la brillante luz del sol de California sintiendo como un escalofrío se deslizaba por nuestra espalda.

Doyle me cogió del brazo y eso me ayudó a pensar. Me ayudó a reforzar mis escudos mágicos, y cuando lo hice, el miedo me abandonó, aunque todavía podía verlo en las caras de los periodistas.

Wright y O’Brian tenían las manos sobre sus armas, mirando alrededor aprensivamente. Extendí mis escudos externos hacia ellos, igual que antes derramé el encanto sobre Doyle y Frost. Los hombros de Wright se relajaron como si le hubieran quitado un peso de encima. O’Brian dijo…

– ¿Qué fue eso?

– Es eso -dijo Doyle.

– ¿El qué…? -preguntó ella.

Los reporteros se separaron como una cortina. Simplemente no querían estar cerca de lo que fuera que andaba entre ellos. El Fear Dearg caminó hacia nosotros sonriéndonos con una mueca que nos mostraba sus retorcidos dientes. Yo tenía razón; era una sonrisa malévola. Su placer ante el miedo de los reporteros se reflejaba en su cara y en su forma chulesca de caminar.

Llegó hasta donde estábamos y entonces dejó caer una rodilla a tierra, arrodillándose ante nosotros.

– Mi reina -dijo él.

Una cámara destelló, capturando la imagen para las noticias de mañana, o de esta noche. El Fear Dearg miró en dirección al flash y se oyó un grito, luego un hombre huyó corriendo por la acera. Sus muchas cámaras tintinearon de forma discordante mientras corría a toda velocidad, gritando como si le persiguieran los mismísimos sabuesos espectrales [10] de la cacería salvaje.

Los otros reporteros retrocedieron todos a la vez. El Fear Dearg se rió entre dientes, y sólo con oír esa risa fue suficiente para que se me pusiera la piel de gallina. Si hubiera estado sola en algún camino oscuro habría sido aterrador.

– Debes practicar esa risa -le dije. -Es absolutamente malvada.

Me sonrió abiertamente.

– A un duende le gusta saber que su trabajo es apreciado, mi reina.

Un reportero gritó con voz temblorosa…

– Él le ha llamado su reina. ¿Significa eso que usted realmente no renunció al trono?

El Fear Dearg se puso en pie y saltó hacia ellos, levantando las manos y gritando…

– ¡Booo! -Los reporteros de aquel sector huyeron. Hizo un amago de movimiento hacia el otro grupo, pero la mayoría de ellos retrocedieron con las manos alzadas, como si intentaran demostrar que no querían hacernos daño.

Una mujer preguntó con voz entrecortada…

– Meredith, ¿es usted la reina de la Corte Oscura?

– No -le contesté.

El Fear Dearg me miró.

– ¿Debería decirle de qué Corte fue la primera corona que se posó en tu cabeza?

– Aquí no -le dijo Doyle.

El Fear Dearg le fulminó con la mirada.

– No te he preguntado a ti, Oscuridad. Si fuéramos parientes, entonces sería diferente, pero a ti no te debo nada, sólo a ella.

Me percaté de que Doyle, al negarse a reconocer que su ascendencia tuviera algo que ver con la del Fear Dearg, había insultado al duende.

Entonces Doyle pareció darse cuenta también, porque dijo…

– No reniego de mi herencia mixta, Fear Dearg. Sólo quise decir que en mis venas no hay rastro de sangre Fear Dearg, lo que es cierto.

– Ahhh, pero sí has tenido nuestra sangre en tu espada, ¿verdad? Antes de que fueras la Oscuridad de la Reina, antes de que fueras Nudons [11] y sanaras en tu mágico manantial, fuiste otras cosas, tuviste otros nombres. -El Fear Dearg bajó la voz con cada palabra, hasta que los reporteros, aunque renuentes, comenzaron a acercarse intentando oír. Yo sabía que Doyle había tenido otras identidades antes de ser adorado como un Dios, y que no había aparecido de repente ya completamente adulto al lado de la Reina Andais, pero nunca había preguntado. A los más viejos de los sidhe no les gustaba hablar de tiempos pasados, tiempos en los que éramos más poderosos.

El Fear Dearg se giró y saltó hacia los reporteros con un fuerte…

– ¡Haaah!

Estos corrieron, cayéndose y pisoteándose los unos a los otros en su frenético intento de alejarse debido al pánico. Los que estaban en el suelo, se levantaron y corrieron intentando alcanzar a los otros.

O’Brian dijo…

– No es del todo legal usar la magia contra la prensa.

El Fear Dearg movió la cabeza inclinándola a un lado como el ave que ha divisado un gusano. Esa mirada hizo que O’Brian tragara con dificultad, pero con mis escudos rodeándola pudo mantenerse firme.

– ¿Y cómo los habrías movido tú, nena?

– Oficial O’Brian -dijo ella.

Él sonrió abiertamente hacia ella, y yo noté cómo se estremecía, pero siguió sin retroceder. Eso le sumó un punto por valentía, pero yo no estaba segura de que fuera una buena idea burlarse de él cuando él le había mostrado un tan obvio interés sexual durante el interrogatorio de Bittersweet. A veces tener un poco de miedo es saludable.

Él comenzó a invadir su espacio personal, y yo me interpuse entre ellos.

– ¿Qué es lo quieres, Fear Dearg? Aprecio tu ayuda, de verdad que lo hago, aunque no creo que lo hicieras de corazón.

Miró con lascivia a O’Brian, dirigiendo luego hacía mí esa misma mirada lasciva. A mí no me molestó.

– No hay bondad en mi corazón, mi reina, sólo maldad.

– Nadie es del todo malo -le dije.

La mirada lasciva se intensificó hasta que la expresión de su rostro se convirtió en una máscara maligna, aunque más bien era una máscara de ésas que se ponen los niños en Halloween.

– Eres demasiado joven para entender cómo soy.

– Sé cómo es el mal -contesté- y no viene con una máscara cómica y una mirada lasciva. El mal procede de aquéllos que supuestamente te aman y sienten cariño por ti, pero que en realidad no lo hacen. El mal viene con una bofetada, o de la mano que te sujeta bajo el agua hasta que no puedes respirar, con toda serenidad, sin enfado o locura alguna, porque ella cree que tiene todo el derecho a hacerlo.

Su expresión maligna fue desapareciendo y empezó a tornarse en algo más serio. Me miró fijamente, y dijo…

– Los rumores dicen que soportaste muchos abusos a manos de tus parientes sidhe.

Doyle se giró hacia los policías.

– ¿Nos dan un poco de intimidad, por favor?

Wright y O’Brian intercambiaron una mirada, luego Wright se encogió de hombros.

– Sólo nos dijeron que les lleváramos hasta el coche sanos y salvos. Esperaremos aquí.

O’Brian intentó protestar, pero su compañero insistió, discutieron en voz baja mientras se apartaban dejándonos espacio.

La mano de Doyle que estaba sobre mi brazo se tensó, y Frost se acercó. Ambos me decían en silencio que no compartiera con otros historias de la Corte, pero la reina nunca se había preocupado de que yo hablara de ciertas cosas.

– Y de sus amigos, nunca te olvides de sus amigos, yo nunca lo hago -acabé.

Él pasó su mirada de Frost a Doyle, y preguntó…

– ¿Te atormentaron antes de convertirse en tus amantes?

Negué con la cabeza.

– No, no he tomado a ningún amante que alguna vez me levantara la mano.

– Has vaciado la Corte Oscura. Todos han venido a Los Ángeles contigo. ¿Quién se ha quedado, quién te ha atormentado tanto?

– Me he llevado solamente a los guardias, no a los nobles -le dije.

– Pero todos los guardias son nobles entre los sidhe, o no serían dignos de salvaguardar a una reina, o a un rey.

Me encogí de hombros.

– Me he llevado sólo lo que es mío.

Él se arrodilló otra vez, pero más cerca de mis pies, por lo que tuve que luchar contra el impulso de retroceder un paso. Antes lo habría hecho, pero algo en este momento me hizo desear ser la reina que el Fear Dearg necesitaba. Doyle pareció adivinar mi pensamiento, porque puso una mano en mi espalda como ayudándome a no ceder terreno. Frost simplemente se movió a mi otro lado hasta casi tocarme, aunque mantenía sus manos libres para empuñar las armas si fuera necesario. En público siempre intentaban que uno de ellos estuviera libre para eso, aunque a veces fuera complicado consolarme y protegerme al mismo tiempo.

– No has llamado a los Fear Dearg, Reina Meredith.

– No sabía que ellos fueran míos para poder llamarlos.

– Fuimos maldecidos y nuestras mujeres destruidas para que así dejáramos de ser un pueblo. Sin importar lo longevos que somos, los Fear Dearg somos una raza que agoniza.

– Nunca había oído ni siquiera un rumor de que los Fear Dearg tuvieran mujeres, o estuvieran malditos.

Giró aquellos negros y oblicuos ojos hacia Doyle que estaba a mi lado.

– Pregúntale a ése si digo la verdad.

Miré a Doyle. Él simplemente asintió.

– Nosotros y los Gorras Rojas casi derrotamos a los sidhe. Éramos dos razas orgullosas , y existimos gracias al derramamiento de sangre. Los sidhe vinieron para ayudar a los humanos, para salvarlos de nosotros. -Su voz era amarga.

– Habríais matado a cada hombre, mujer y niño de la isla -dijo Doyle.

– Quizás lo hubiéramos hecho -dijo- pero era nuestro derecho el hacerlo. Eran nuestros adoradores antes de que fueran los vuestros, sidhe.

– ¿Y qué clase de Dios es aquél que destruye a todos aquéllos que le adoran, Fear Dearg?

– ¿Y qué clase de Dios es aquél que ha perdido a todos sus fieles, Nudons?

– No soy ningún Dios, ni lo he sido nunca.

– Pero todos nosotros pensamos que lo éramos, ¿no es cierto, Oscuridad? -preguntó, dejando oír de nuevo aquella inquietante risilla.

Doyle asintió, su mano en mi espalda se tensó.

– Pensábamos muchas cosas que resultaron no ser ciertas.

– Ay, sí que lo hicimos, Oscuridad -dijo el Fear Dearg pareciendo triste.

– Te diré la verdad, Fear Dearg. Me había olvidado de ti y de tu gente, y de lo que pasó hace ya tanto tiempo.

Él alzó la mirada para mirar a Doyle.

– Ohh, ay, los sidhe hacen tantas cosas que luego simplemente olvidan. No se lavan las manos en agua, o en sangre, pero sí en el olvido y el tiempo.

– Meredith no puede hacer lo que tú quieres.

– Ella es la reina coronada de los sluagh, y por un breve momento fue la de los Oscuros. Coronada por el mundo de las hadas y la Diosa, eso es lo que vosotros nos hicisteis esperar, Oscuridad. Tú y tu gente. Fuimos condenados al anonimato, sin hijos, sin hogar, hasta que una reina legítimamente coronada por la Diosa y el mismo mundo de las hadas nos pueda conceder un nombre otra vez. -Él alzó la vista hacia mí. -Para ellos, ésa fue una forma de maldecirnos eternamente sin parecer que fuera para siempre. Era una forma de atormentarnos. Solíamos presentarnos ante cada nueva reina y rogar para que nos devolviera nuestro nombre, y todas ellas se negaron.

– Recordaban lo que erais, Fear Dearg -dijo Doyle.

El Fear Dearg se giró hacia Frost.

– Y tú, Asesino Frost, ¿por qué tan silencioso? ¿No tienes ninguna opinión, o sólo las que la Oscuridad te impone? Ése es el rumor, que eres su segundo [12].

Yo no estaba completamente segura de que Frost entendiera esto último, pero sí se daba cuenta de que se estaban burlando de él.

– No recuerdo cuál fue el destino de los Fear Dearg. Desperté al invierno, y tu gente se había ido.

– Es verdad, es verdad, antes sólo eras el pequeño Jackie Frost, sólo un sirviente más en la Corte de la Reina del Invierno -dijo, ladeando de nuevo la cabeza mientras miraba a Frost. -¿Cómo lo hiciste para convertirte en sidhe, Frost? ¿Cómo obtuviste ese poder mientras el resto de nosotros nos desvanecíamos?

– La gente cree en mí. Yo soy Jack Frost. Ellos hablan, escriben libros e historias, y los niños se asoman a sus ventanas y las ven cubiertas de escarcha y creen que lo he hecho yo. -Frost dio un paso hacia el hombre más pequeño que estaba arrodillado. -¿Y qué dicen los niños humanos de vosotros, Fear Dearg? Actualmente, apenas sois un susurro en las mentes humanas, completamente olvidados.

El Fear Dearg le dirigió una mirada que daba realmente miedo, tal era la cantidad de odio que contenía.

– Ellos nos recuerdan, Jackie, nos recuerdan. Vivimos en sus memorias y en sus corazones. Todavía son lo que nosotros hicimos de ellos.

– Las mentiras no te ayudarán, sólo la verdad -dijo Doyle.

– No es mentira, Oscuridad, ves al teatro o vete a ver sus películas llenas de sangre y violencia. Sus asesinos en serie, sus guerras, la carnicería en las noticias de la tarde cuando cuentan que un hombre ha asesinado a su familia para que no se enteren de que ha perdido su trabajo, o la mujer que ahoga a sus niños para poder estar con otro hombre. Oh, no, Oscuridad, los humanos nos recuerdan. Fuimos las voces en la noche más negra del alma humana, y lo que sembramos allí todavía vive. Los Gorras Rojas les dieron la guerra, pero los Fear Dearg les dimos el dolor y el tormento. Son todavía nuestros niños, Oscuridad, sin duda alguna.

– Y nosotros les dimos la música, las historias, el arte y la belleza -contestó Doyle.

– Sois sidhes Oscuros; también les disteis la matanza.

– Les dimos ambos -dijo Doyle. -Tú nos odias porque les ofrecimos algo más que sólo sangre, muerte, dolor y miedo. Ningún Gorra Roja, ningún Fear Dearg escribió alguna vez un poema, pintó un cuadro, o creó algo nuevo y fresco. No tenéis ninguna capacidad para crear, sólo para destruir, Fear Dearg.

Él asintió.

– Me ha costado siglos, más siglos de los que nadie admitiría, aprender la lección que nos disteis, Oscuridad.

– ¿Y qué lección has aprendido? -pregunté. Mi voz fue suave, como si ni yo estuviera segura de querer saber la respuesta.

– Que la gente es real. Que los humanos no existen sólo para nuestro placer y matanza, y que también son un pueblo -dijo, mirando con furia a Doyle. -Pero los Fear Dearg han logrado sobrevivir para ver la fuerza con que caen otros, igual que nosotros una vez caímos. Miramos cómo el poder y la gloria de los sidhe disminuyen y los pocos que quedamos nos alegramos.

– Aún así te arrodillas ante nosotros otra vez -dijo Doyle.

Él negó con la cabeza.

– Me arrodillo ante la reina de los sluagh, no la de los Oscuros, o la de la Corte de la Luz. Me arrodillo ante la Reina Meredith, y si el Rey Sholto estuviera aquí, le reconocería como rey. Él ha conservado la fe en el otro lado de su ascendencia.

– Los tentáculos de Sholto son sólo un tatuaje a menos que él los llame. Parece tan sidhe como cualquiera de los que estamos aquí -expresó Doyle.

– Y si yo quisiera a una joven y hermosa doncella, ¿no usaría mi encanto para verme algo mejor?

– Es ilegal usar la magia con el propósito de engañar a alguien para mantener relaciones sexuales -dijo O’Brian.

Respingué. No me había dado cuenta de que aunque los policías habían retrocedido, todavía se encontraban lo bastante cerca para oírnos.

El Fear Dearg la miró furioso.

– ¿Y tú no te maquillas cuando sales con alguien, Oficial? ¿No te pones vestidos bonitos?

Ella no le contestó.

– Bueno, pues no hay ningún maquillaje que cubra esto -dijo, señalando su propia cara. -No hay ningún traje que esconda mi cuerpo. Conmigo sólo funciona la magia, nada más. Podría hacerte entender cómo es el sentirse deforme a los ojos de los humanos.

– No la dañarás -dijo Doyle.

– Ah, el gran sidhe habla y los demás debemos escuchar.

– No has aprendido nada, Fear Dearg -dijo Doyle.

– Acabas de amenazar con utilizar la magia para desfigurar a O’Brian -añadí.

– No, mi magia es sólo encanto; para deformarla tendría que usar algo más sólido.

– No pongas fin a su maldición, Meredith. Se convertirían en una plaga para los humanos.

– Alguien me puede explicar cuál era esa maldición, exactamente.

– Yo lo haré, en el coche -dijo Doyle, avanzando un paso y poniéndose delante de mí. -Fear Dearg, podríamos habernos compadecido de ti después de tanto tiempo, pero has demostrado con sólo unas palabras a una humana que todavía eres peligroso, demasiado malvado para que te sean devueltos tus poderes.

El Fear Dearg tendió la mano hacia mí, por encima de la pierna de Doyle.

– Sólo danos un nombre, mi reina, te lo ruego. Danos un nombre y así podremos tener una vida otra vez.

– No lo hagas, Meredith, no antes de que entiendas lo que ellos eran y lo que podrían volver a ser.

– Hay sólo un puñado de nosotros en el mundo, Oscuridad -dijo el Fear Dearg, elevando la voz. -¿Qué daño podríamos hacer ahora?

– Si no necesitaras a Meredith para liberarte de la maldición, si no necesitaras de su buena voluntad, de la buena voluntad de alguna reina de las hadas, ¿qué le harías esta noche a cualquier mujer humana, Fear Dearg?

Los ojos del Fear Dearg reflejaron tal odio, que realmente retrocedí un paso detrás de Doyle, y Frost se movió de forma que yo sólo pude ver al Fear Dearg por los resquicios que dejaban sus cuerpos, como cuando lo vimos por primera vez.

Él me miró por en medio de ellos dos, y esa mirada realmente me hizo sentir miedo. Se puso en pie, un poco pesadamente, como si le hicieran daño las rodillas al estar tanto tiempo arrodillado en la acera.

– No sólo mujeres humanas, Oscuridad, o… ¿has olvidado que una vez nos enfrentamos con vuestra magia, y que los sidhe no estaban más seguros que los humanos?

– No lo he olvidado -contestó Doyle, y en su voz se oía la rabia. Nunca antes le había oído ese tono de voz. Sonaba como algo muy personal.

– No hay reglas que digan cómo conseguir que la reina nos conceda nuestro nombre -dijo él. -He preguntado amablemente si ella nos llamaría para salvarla, a ella y a los bebés que lleva dentro. Dejaríais que me llamara para salvarlos.

Los dos hombres cerraron filas y perdí de vista al Fear Dearg.

– No te acerques a ella, Fear Dearg, si lo haces te mataremos. Y si nos enteramos de la muerte de algún humano que lleve tu sello, ya no tendrás que afligirte por tu grandeza perdida, porque los muertos no se afligen.

– Ah, ¿y cómo vais a diferenciar mi estilo del de los humanos que llevan el espíritu de los Fear Dearg en sus almas? No es sólo música y poesía lo que veo en las noticias, Oscuridad.

– Nos marchamos -dijo Doyle.

Nos despedimos de Wright y O’Brian, y los hombres me metieron en el coche. Pusimos en marcha el motor, pero no arrancamos hasta que O’Brian y Wright se juntaron con el resto de los policías. Creo que ninguno de nosotros quería marcharse si O’Brian se quedaba cerca del Fear Dearg.

Fue Alice, con su modelito Gótico, quién salió del Fael y se acercó al Fear Dearg. Ella le abrazó, y él la abrazó en respuesta. Volvieron al salón de té de la mano, pero él nos miró por encima del hombro mientras yo ponía el SUV en marcha. La mirada era un desafío, una especie de Párame Si Puedes. Luego desaparecieron en la tienda. Me incorporé cuidadosamente al tráfico, y entonces dije…

– ¿Qué demonios era todo esto?

– No quiero contártelo en el coche -dijo Doyle, mientras se agarraba con fuerza a la puerta y al salpicadero. -No se cuentan historias acerca de los Fear Dearg cuando estás asustado. Eso los atrae y les otorga poder sobre ti.

A eso no supe qué decir, porque recordé un tiempo en el que pensaba que la Oscuridad de la Reina no sentía nada, y menos que nada, miedo. Sabía que Doyle sentía todas las emociones que todos los demás sentían, pero no admitía a menudo una debilidad. Él había dicho lo único que podría impedirme someterle a un interrogatorio de camino a la playa. Usé el manos libres para llamar a la casa de la playa y a la casa principal, para que supieran que estábamos bien. Que los únicos heridos habían sido los paparazzi. Algunos días el karma lo pone todo en su lugar.

CAPÍTULO 14

LA CASA DE LA PLAYA DE MAEVE REED COLGABA SOBRE EL océano, la mitad asentada sobre el acantilado y la otra mitad sobre soportes de madera y hormigón, diseñados para resistir terremotos, avalanchas de barro, y cualquier otra cosa que el clima del Sur de California pudiera lanzar contra la casa. Pertenecía a una urbanización que disponía de servicio de vigilancia y portería. Y esto era lo que impedía que la prensa nos siguiera. Porque nos habían encontrado. Parecía mágica la forma en que siempre acababan encontrándonos una vez más, como un perro siguiendo un rastro. Frente a la verja no había tantos como los que solían seguirnos por el estrecho camino lleno de curvas, pero los suficientes para detenerlos y que parecieran decepcionados cuando pasamos por los portones.

Ernie estaba en la puerta. Era un afro americano mayor que había sido soldado, pero fue herido de gravedad y tuvo que abandonar la carrera militar. Nunca me dijo qué herida había sufrido, y yo conocía bien la cultura humana como para no preguntar abiertamente.

Él miró ceñudo hacia los coches aparcados más allá de la puerta.

– Llamaré a la policía, así tendremos una prueba documentada del allanamiento de morada.

– Ellos no se acercan a la puerta cuando tú estás de servicio, Ernie -le dije.

Me sonrió.

– Gracias, Princesa. Hago todo lo que puedo… -e inclinando un sombrero imaginario en dirección a Doyle y Frost, añadió…-caballeros…

Ellos le saludaron con la cabeza y nos alejamos. Si la casa de la playa no hubiera estado detrás de un portón, habríamos estado a merced de los medios, y después de ver cómo el escaparate de la tienda de Matilda se venía abajo, no pensé que fuera una buena idea para esta noche. Habría sido bonito pensar que ese accidente haría que los paparazzi se contuvieran, pero probablemente el incidente me daría más actualidad, me convertiría en un nuevo objetivo. Irónico, pero cierto.

El teléfono del coche sonó. Doyle pulsó un botón, y hablé dirigiéndome hacia el micrófono.

– Hola.

– Merry, ¿a qué distancia estáis de la casa? -preguntó Rhys.

– Casi llegando -le dije.

Él dejó oír una risa ahogada de tono casi metálico debido al manos libres.

– Bien, nuestro cocinero está nervioso porque cree que la comida se enfriará antes de que llegues.

– ¿Galen? -Le pregunté.

– Sí, ni siquiera ha salido un momento de la cocina, pero mientras se preocupe de eso, no se preocupará por ti. Barinthus me dijo que llamaste y que hubo algo de alboroto. ¿Estás bien?

– Bien, pero cansada -contesté.

Doyle habló en voz alta.

– Estamos casi en el desvío.

– El manos libres sólo funciona con el conductor -dije, no por primera vez.

Doyle comentó…

– ¿Por qué no funciona para todos los que van delante?

– Merry, ¿qué dijiste? -preguntó Rhys.

– Doyle dijo algo. -Más bajito, y para Doyle, añadí… -No lo sé.

– ¿Que no sabes qué? -preguntó Rhys.

– Lo siento, no hablaba contigo. Casi estamos ahí, Rhys.

Un enorme cuervo negro graznaba y movía las alas mientras estaba posado sobre el poste de una vieja valla cerca del camino.

– Dile a Cathbodua que estamos bien, también.

– ¿Ves a alguna de sus mascotas? -preguntó Rhys.

– Sí. -El cuervo se alzó hacia el cielo y comenzó dar vueltas alrededor del coche.

– Entonces ella se enterará de tus noticias antes que yo -dijo, pareciendo un poco decepcionado.

– ¿Estás bien? Suenas cansado -le dije.

– Estoy bien, como tú -contestó, y se rió otra vez, entonces añadió… -Sólo que yo también acabo de llegar. El caso simple que Jeremy me asignó resultó no ser tan simple.

– Podemos hablar de eso durante la cena -le dije.

– Me gustaría oír tu opinión sobre el caso, pero creo que hay previsto un programa diferente para después de la cena.

– ¿Qué quieres decir?

Frost se inclinó hacia delante todo lo que le permitió el cinturón de seguridad, y preguntó…

– ¿Ha pasado algo más? Rhys parece preocupado.

– ¿Pasó algo más mientras estábamos fuera? -pregunté, mientras buscaba el desvío hacia la casa. La luz comenzaba a desaparecer. No había anochecido del todo, pero podía pasarme el desvío si no prestaba atención.

– Nada nuevo, Merry. Lo juro.

Frené bruscamente al llegar al desvío, lo que hizo que Doyle se aferrara al coche con fuerza, dejándome oír cómo protestaba el marco de la puerta. Era lo bastante fuerte como para desencajarla del marco. Sólo esperaba que no la abollara debido a su fobia.

Hablé mientras encaraba el SUV por la cuesta de camino a la casa, que luego bajaba de forma abrupta hacia la entrada privada.

– Estoy en la entrada. Te veo enseguida.

– Esperaremos. -Colgó y yo me concentré en el camino escarpado. No era la única a quién no le gustaba. Era difícil asegurarlo detrás de las gafas oscuras, pero creo que Doyle había cerrado los ojos mientras yo conducía el SUV por todas aquellas curvas.

Las luces exteriores estaban ya encendidas, y el más bajo de mis guardias paseaba frente a la casa con su gabardina blanca agitándose a merced de la brisa del océano. Rhys era el único de los guardias que había obtenido la licencia de detective privado. Siempre había adorado las viejas películas en blanco y negro, y cuando no trabajaba de incógnito le gustaba llevar sus gabardinas y sombreros de fieltro. Las prendas eran por lo general blancas o color crema, para que hicieran juego con sus largos rizos blancos que le llegaban hasta la cintura. Su pelo ondeaba al viento igual que su abrigo y me di cuenta de que se enredaba por obra del viento como antes se había enredado el mío.

– El pelo de Rhys se enreda con el viento -comenté.

– Sí -dijo Frost.

– ¿Es porque sólo lo lleva largo hasta la cintura?

– Creo que sí -dijo él.

– ¿Por qué se le enreda el pelo y el tuyo no lo hace?

– A Doyle tampoco le ocurre. Aunque a él le gusta llevarlo trenzado.

– La misma pregunta. ¿Por qué?

Maniobré el coche hasta detenerlo al lado del coche de Rhys. Él comenzó a caminar con largas zancadas hacia nosotros. Sonreía, pero conocía su lenguaje corporal lo bastante bien para reconocer la ansiedad. Llevaba puesto un parche blanco en el ojo para que hiciera juego con el abrigo que se había puesto hoy. Lo solía llevar cuando quedaba con clientes, o salía al exterior. Mucha gente, y algunos duendes, encontraban inquietantes las cicatrices que quedaban en el lugar donde antes había estado su ojo derecho. En casa, cuando sólo estábamos nosotros, no se molestaba en ponérselo.

– No sabemos por qué a algunos de nosotros el pelo no se nos enreda -dijo Frost. -Sólo sé que siempre ha sido así.

Con esa respuesta tan poco satisfactoria, Rhys llegó hasta mi puerta. Quité los seguros para que pudiera ayudarme a salir del coche, y pude ver la ansiedad reflejándose en su único ojo, en el que los tres tonos de azul, azul aciano, azul cielo y un oscuro azul invernal giraban formando lentos remolinos cual tormenta perezosa. Quería decir que su magia estaba a punto de aflorar, lo que normalmente requería un estado de gran concentración o alteración emocional. ¿Se debía esa ansiedad al riesgo que yo había corrido hoy, o tenía la culpa el caso de la Agencia de Detectives Grey en el que estaba trabajando? No podía recordar bien de qué iba el caso, salvo que tenía algo que ver con un sabotaje corporativo mediante el uso ilícito de la magia.

Rhys abrió la puerta, y le ofrecí la mano automáticamente. La tomó y se la llevó a los labios para poner un beso en mis dedos, lo que hizo que mi piel se estremeciera. Ansiedad por mí, entonces, y no debida al caso, lo que provocaba que su magia estuviera a punto de manifestarse. Me pregunté cómo de malas habían sido las imágenes que habían salido en la tele si uno lo miraba desde fuera; entonces no me había parecido tan malo, ¿o lo fue?

Él me envolvió en sus brazos y me presionó contra su cuerpo. Me abrazó con fuerza y por un momento pude sentir su fuerza y el leve estremecimiento que recorrió su cuerpo. Intenté separarme un poco para poder mirarle a la cara, y durante un momento él me sostuvo con más fuerza contra su cuerpo, de forma que no tuve otra opción que permanecer contra él. Eso me permitió sentir su cuerpo bajo sus ropas. La piel desnuda habría sido como su beso; hubiera notado su estremecimiento contra mi piel, pero incluso a través de sus ropas, podía sentir el pulso y el latido de su poder como un motor delicadamente afinado que ronroneaba contra mi cuerpo desde la mejilla al muslo. Me dejé llevar por aquella sensación. Me dejé llevar por la fuerza de sus brazos, por los firmes músculos de su cuerpo, y durante sólo un momento, me permití dejarme llevar por todo lo que había pasado y por todo lo que había visto hoy. Permití que se desvaneciera gracias a la fuerza del hombre que me sostenía.

Pensé en él, desnudo y sosteniéndome, y dejando que la promesa de aquel profundo y vibrante poder se hundiera en mi cuerpo. Ese pensamiento me hizo presionar la ingle con más fuerza contra él, y sentí que su cuerpo comenzaba a responder.

Fue él quien me alzó la cabeza para que pudiera mirarlo fijamente a la cara. Sonreía, y seguía abrazándome, rodeándome fuertemente con sus brazos.

– Si estás pensando en el sexo, no puedes estar tan traumatizada -dijo, mientras sonreía abiertamente.

Le devolví la sonrisa.

– Estoy mejor ahora.

La voz de Hafwyn hizo que nos giráramos hacia la puerta. Salió de la casa con su largo pelo rubio recogido en una única y gruesa trenza, que caía a un costado de su esbelta figura. Era todo lo que una sidhe Luminosa debería ser. No llegaba por poco al metro ochenta, delgada pero femenina, con ojos como un cielo de primavera. Cuando yo era una niña hubiera querido parecerme a ella, en vez de tener mi altura demasiado humana y mis curvas. Mi pelo, ojos, y piel eran sidhe, pero el resto de mi persona nunca había estado a la altura. Muchos sidhe en ambas cortes me habían hecho saber que yo tenía un aspecto demasiado humano, no lo bastante sidhe. Hafwyn no había sido uno de ellos. Nunca fue cruel conmigo cuando yo sólo era Meredith, hija de Essus, y alguien que probablemente nunca se sentaría en ningún trono. De hecho, había sido casi invisible para mí en las cortes, sólo una más de las guardias de mi primo Cel.

Allí, en brazos de Rhys, con Doyle y Frost subiendo detrás de nosotros, no envidiaba a nadie. ¿Cómo podría querer cambiar algo de mí, cuando tenía a tantas personas que me amaban?

Hafwyn llevaba puesto un fino vestido blanco, más sencillo que el mío, parecido a la ropa interior que ellas utilizaban bajo las vestiduras, pero la sencillez de la tela no podía esconder su belleza. La belleza de los sidhe me recordaba con frecuencia que una vez fuimos adorados como dioses. Y sólo en parte se debía a la magia. Los humanos tienden a adorar o a injuriar la belleza.

Ella se dejó caer en una reverencia cuando llegó a mi lado. Casi había conseguido que los nuevos guardias abandonaran la costumbre de hacer esas demostraciones públicas, pero era difícil romper hábitos que tenían más de un siglo.

– ¿Necesitas de mis poderes de sanación, mi señora?

– Estoy ilesa -contesté.

Ella era uno de los pocos y verdaderos sanadores que habían abandonado el mundo feérico. Podía colocar las manos sobre una herida o enfermedad y simplemente su magia hacía que se desvaneciera. Fuera del mundo de las hadas sus poderes habían disminuido, al igual que muchos de nuestros poderes que eran menos intensos en el mundo humano.

– La Diosa sea alabada -dijo ella, mientras rozaba mi brazo, apoyado contra el cuerpo de Rhys. Yo había notado que cuanto más tiempo llevábamos fuera de las cortes más sensibles se mostraban las guardias. En el sithen, se consideraba que tocar a alguien cuando estabas inquieto o angustiado era algo característico de un duende menor. Se suponía que nosotros, los sidhe, no nos rebajábamos a hacer tales gestos para consolarnos, pero yo nunca había pensado que el roce o la caricia de un amigo fuera un gesto mezquino. Valoraba a aquéllos que encontraban fuerzas para tocarme, o que me ofrecían la paz con su contacto.

Su roce fue breve, porque la Reina del Aire y la Oscuridad, mi tía, se habría reído de ella por esa necesidad, o habría convertido ese gesto amable en algo sexual o amenazador. Según ella, todas las debilidades debían ser explotadas y toda bondad, extirpada.

Galen salió de la casa, llevando puesto todavía un delantal completamente blanco y muy al estilo de un chef televisivo, muy diferente de los otros delantales transparentes que teníamos en la casa. Los solía llevar puestos sin llevar debajo una camisa, porque sabía que disfrutaba mirándole. Pero se había aficionado a un canal de cocina y ahora teníamos delantales más útiles. Debajo del delantal llevaba una camiseta sin mangas de un verde oscuro y unas bermudas. La camiseta resaltaba el leve matiz verde de su piel y su corto pelo rizado. La única concesión al pelo largo, que los otros hombres sidhe en la Corte Oscura solían llevar, era una larga y fina trenza que le caía hasta las rodillas. Era el único sidhe que yo conocía, que voluntariamente se había cortado el pelo tan corto.

Rhys me dejó ir para que pudiera ser abrazada por el fibroso cuerpo de metro ochenta de Galen. De repente, me encontré en el aire mientras él me cogía en brazos. Sus ojos verdes parecían preocupados.

– Encendimos la tele hace sólo un momento. Toda esa luna; podrías haber resultado herida.

Toqué su cara, tratando de alisar las líneas de preocupación que nunca dejarían huellas en su piel perfecta. En cierta forma, los sidhes envejecen, aunque no parecen realmente viejos. Pero es que las cosas inmortales no se hacen viejas, ¿verdad?

Me estiré buscando un beso, y él se inclinó para ayudarme a alcanzarle. Nos besamos y había magia en el beso de Galen como también fue mágico el toque de Rhys, pero mientras que el contacto del otro hombre fue profundo y casi eléctrico, como el ronroneo de un motor distante, la energía de Galen se parecía más a un suave viento de primavera acariciando mi piel. Su beso llenó mi mente del perfume de las flores, y esa primera calidez que llega cuando la nieve se ha fundido finalmente y la tierra despierta una vez más. Todo eso había vertido sobre mi piel con su beso. Me separé de él, sorprendida y con los ojos muy abiertos, luchando por recobrar la respiración.

Él pareció avergonzado.

– Lo siento, Merry, es que estaba tan preocupado, y tan feliz de verte a salvo…

Le miré fijamente a los ojos y encontré que eran del mismo y encantador color verde de siempre. Galen no daba tantas pistas como el resto de nosotros hacía cuando su magia afloraba en él, pero ese beso me dijo, con mucha más claridad que ninguna pupila iridiscente o una piel brillante, que su magia estaba muy cerca de la superficie. Si hubiéramos estado dentro de un sithen podría haber habido flores creciendo bajo sus pies, pero el camino asfaltado seguía inalterable bajo nosotros. La tecnología artificial era resistente a nuestra magia.

Nos llegó la voz de un hombre desde dentro…

– Galen, algo de aquí va a rebosar. ¡Y no sé cómo pararlo!

Galen se volvió sonriendo hacia la casa, conmigo todavía en sus brazos.

– Vamos a salvar la cocina antes de que Amatheon y Adair le prendan fuego.

– ¿Los dejaste a cargo de la comida? -pregunté.

Él asintió feliz mientras comenzaba a caminar hacia la puerta todavía abierta. Me llevaba con facilidad, como si pudiera andar conmigo en sus brazos para siempre y sin cansarse nunca. Quizás pudiera.

Doyle y Frost nos alcanzaron paseando a nuestro lado, y Rhys al otro. Doyle preguntó…

– ¿Cómo conseguiste que te ayudaran a cocinar?

Galen les dirigió esa sonrisa que hacía que todo el mundo quisiera devolvérsela. Ni siquiera Doyle era inmune a su encanto, porque sonrió haciendo resaltar sus blancos dientes en su oscura cara, respondiendo a la absoluta buena voluntad de Galen.

– Pregunté -contestó.

– ¿Y ellos sólo estuvieron de acuerdo? -preguntó Frost.

Él asintió.

– Tendrías que haber visto a Ivi pelando patatas -comentó Rhys. -La reina tenía que amenazarlo con la tortura para conseguir que lo hiciera.

Todos nosotros, excepto Galen, le miramos.

– ¿Estás diciendo que simplemente Galen les preguntó y ellos estuvieron de acuerdo? -inquirió Doyle.

– Sí -contestó Rhys.

Todos nosotros intercambiamos una mirada. Me pregunté si ellos pensaban lo mismo que estaba pensando yo, que por lo menos un poco de nuestra magia funcionaba bien fuera del mundo feérico. De hecho, Galen parecía volverse más fuerte. Era casi tan interesante y sorprendente como lo demás que había pasado hoy, porque tan imposible era que un duende hubiera sido asesinado de la forma en que había aparecido muerto, como que la magia sidhe se hiciera más fuerte fuera del mundo de las hadas.

Dos cosas imposibles en un mismo día, habría dicho que era como en Alicia en el País de las Maravillas, pero su País de las Maravillas era el Mundo de las hadas, y ninguno de los “imposibles” de Alicia sobrevivía a su vuelta al mundo real. Nuestros “imposibles” estaban en el extremo equivocado de la madriguera del conejo. Curiouser and curiouser [13], pensé, citando a la niña que consiguió ir a la tierra de los cuentos de hadas dos veces, y volver a su casa de una pieza. Éste era uno de los motivos del por qué nadie pensó que las aventuras de Alicia fueran reales. El mundo de las hadas no da segundas oportunidades. Pero tal vez el mundo exterior fuera un poco más indulgente. Quizás tienes que estar en algún sitio que no esté lleno de demasiadas cosas inmortales para tener la esperanza de una segunda oportunidad. Pero dado que Galen y yo éramos los dos únicos sidhe exiliados que nunca habíamos sido adorados en el mundo humano, quizás esto no era una segunda, sino una primera oportunidad. La cuestión era… ¿una oportunidad para hacer qué? Porque si él podía convencer a un sidhe para que fuera más manejable, los humanos no tendrían ni una posibilidad.

CAPÍTULO 15

LA ÚNICA LUZ, EN LA GRAN HABITACIÓN DE LA ENORME CASA de la playa, era el brillo de la espaciosa cocina situada a uno de los lados, como una cueva iluminada en la creciente penumbra. Amatheon y Adair se encontraban en medio de ese resplandor dominados por el pánico. Medían algo más del metro ochenta; las modernas camisetas dejaban ver sus amplios hombros y sus desnudos brazos, perfectamente musculados gracias a siglos de entrenamiento con las armas. El pelo castaño claro de Adair, casi de color miel, estaba atado y trenzado en un complicado nudo entre sus omóplatos; suelto, le llegaría hasta los tobillos. El pelo de Amatheon era de un profundo rojo cobre, y tan rizado, que la cola de caballo que le llegaba hasta las rodillas parecía estar hecha de espuma roja cuando se agachó para abrir el horno que pitaba. Llevaban faldas escocesas en vez de pantalones, y no se tenía la oportunidad de ver muy a menudo a guerreros inmortales de más de metro ochenta, aterrorizados por una cocina, con cacerolas en las manos y el horno abierto mientras miraban su contenido totalmente desconcertados. Era un tipo de pánico muy especial y encantador.

Galen me dejó en el suelo suavemente, pero con rapidez, caminando a zancadas hacia la cocina para salvar la comida de manos de sus bienintencionados aunque inútiles pinches. Lo cierto era que, aunque no se estaban retorciendo las manos, su lenguaje corporal decía bien a las claras, que si hubieran podido escaparse sin que los tacharan de cobardes, lo habrían hecho.

Galen entró en la refriega con toda tranquilidad y pleno control. Le gustaba cocinar , y se llevaba bien con los utensilios modernos porque había visitado el mundo exterior a menudo durante toda su vida. Los otros dos hombres sólo hacía un mes que habían salido del mundo de las hadas. Galen tomó la cacerola de manos de Adair y la volvió a poner sobre el fogón pero a un fuego más bajo. Consiguió un paño de cocina y esquivando la cascada de pelo de Amatheon comenzó a sacar los pasteles del horno. En poco tiempo todo estaba bajo control.

Amatheon y Adair se quedaron junto al resplandor de la cocina con aspecto abatido y aliviado.

– Por favor, no nos vuelvas a dejar a cargo de la comida -dijo Adair.

– Puedo cocinar en una fogata si hay que hacerlo -comentó Amatheon-, pero hacerlo en estos artilugios modernos es demasiado complicado.

– ¿Cualquiera de vosotros sería capaz de asar unos filetes a la parrilla? -preguntó Galen.

Se miraron el uno al otro.

– ¿Quieres decir sobre una hoguera? -preguntó Amatheon.

– Sí, con unas rejillas sobre el fuego donde apoyar la carne, pero con llamas de verdad y al aire libre.

Los dos asintieron.

– Eso podemos hacerlo -parecieron aliviados al decirlo, aunque Adair, rápidamente, añadió… -Pero Amatheon es mejor cocinero que yo.

Galen sacó una bandeja de la nevera, le quitó el plástico que la envolvía, y se la dio a Amatheon.

– Los filetes ya están en adobo. Todo lo que tienes que hacer es preguntarle a cada uno cómo le gusta la carne.

– ¿Cómo que cómo le gusta? -preguntó él.

– Vuelta y vuelta, poco hecha, hecha, o como una suela de zapato -aclaró Galen, intentando muy sabiamente explicárselo de una forma escueta a los hombres. La última vez que cualquiera de ellos había estado fuera del mundo feérico fue cuando Enrique era el Rey de Inglaterra. Y realmente fue una muy breve incursión en el mundo humano antes de volver a la única vida que habían conocido. Habían sufrido un mes de cocinas modernas y sin tener criados que les hicieran el trabajo pesado. Lo estaban haciendo mejor que algunos de los otros quiénes eran totalmente nuevos en el mundo humano. Mistral era, desafortunadamente, el que peor lo llevaba para adaptarse a la América moderna. Ya que él era uno de los padres de mis bebés, eso era un problema, pero no estaba aquí esta noche, aunque no le gustaba salir del recinto amurallado de la casa de Holmby Hills [14], a la que llamábamos hogar. Amatheon, Adair, y muchos de los otros guardias lo llevaban mejor, lo que resultaba menos frustrante para el resto de nosotros, lo cual era fantástico.

Hafwyn se unió a Galen en la cocina. Su larga trenza rubia se movía contra su espalda al ritmo de sus pasos. Comenzó a recoger cosas que él le pasaba, y a alcanzarle otras, como si ya tuviera práctica en hacerlo. ¿Hafwyn también había estado ayudando en la cocina? Como sanadora, no tenía el deber de hacer guardia, y como sanadora pensábamos que no era buena idea que se dedicara a algo más que no fuera la sanación. Pero como ella curaba imponiendo las manos, ningún hospital o médico la admitiría. La sanación mágica todavía estaba considerada como un fraude en los Estados Unidos. Demasiados charlatanes durante los siglos anteriores habían conseguido que la ley no dejara demasiado campo de acción a los auténticos sanadores.

Rhys estaba todavía junto a mí en la penumbra de la enorme sala de estar, pero Doyle y Frost habían atravesado la habitación hasta llegar al comedor, con su enorme mesa de madera clara que relucía a la luz de la luna. Destacaban contra la gigantesca cristalera que se asomaba directamente sobre el océano. Había una tercera silueta de pie, unos treinta centímetros más alta que ellos. Barinthus medía alrededor de dos metros diez y era el sidhe más alto con el que yo me había encontrado alguna vez. Se inclinaba hacia los hombres más bajos, y sin oír ni una palabra, yo sabía que ellos le estaban pasando el parte de todos los acontecimientos del día. Barinthus había sido el mejor amigo de mi padre y su consejero. La reina le había temido tanto por ser un hacedor de reyes como un posible rival al trono. Sólo le habían permitido unirse a la Corte Oscura después de hacerle jurar que nunca intentaría gobernarla. Pero ya no estábamos en la Corte Oscura, y por primera vez yo estaba viendo lo que mi tía Andais podría haber visto. Los hombres le informaban y le pedían consejo. Incluso Doyle y Frost lo hacían. Era como si le rodeara un aura de mando que ninguna corona, título, o linaje le podría conferir. Simplemente era el núcleo central, alrededor del cuál, la gente se reunía. Ni siquiera estaba segura de que los otros sidhes fueran conscientes de lo que hacían.

Barinthus llevaba el pelo suelto, largo hasta los tobillos, derramándose a su alrededor como una cortina de agua, ya que en su pelo se reflejaba cada matiz que el océano podía ofrecer, desde el azul más oscuro al tropical azul turquesa, pasando por un color gris tormenta y todos los tonos posibles entre medio. No podías apreciar el extraordinario juego de colores con la poca luz que llegaba a través de los ventanales sólo iluminados por el resplandor de la luna, pero incluso en la semioscuridad y la escasa luz disponible se podía ver cómo su pelo se movía y ondulaba, dando la sensación de estar hecho de agua en movimiento. Realmente cubría todo su cuerpo, de forma que poco podía decir de la ropa que llevaba.

Vivía en la casa de la playa para estar cerca del océano, y parecía que cuanto más tiempo pasaba junto a él, más poderoso y seguro de sí mismo se volvía. En un tiempo pasado fue Mannan Mac Lir, y todavía había en él un dios del mar intentando aflorar. Era como si el océano le hubiera devuelto los poderes que el mundo de las hadas le había arrebatado, al contrario que la mayoría de los sidhe, que los habían perdido al abandonar el mundo feérico.

Rhys me rodeó los hombros con un brazo y susurró…

– Incluso Doyle le trata como a un superior.

Asentí.

– ¿Crees que Doyle se da cuenta?

Rhys me besó en la mejilla, consiguiendo controlar su poder para que el beso resultara agradable y no avasallador.

– Creo que no.

Me giré y le miré; sólo era unos quince centímetros más alto que yo, así que teníamos un contacto visual casi directo.

– Pero tú lo notaste -le dije.

Él sonrió y dibujó con un dedo el óvalo de mi cara, como un niño dibujando en la arena. Me incliné hacia aquella caricia y acercó su mano hasta acunar mi mejilla. Había otros hombres en mi cama que podrían acunar mi cara con una mano, pero Rhys era como yo, no tan grande, y a veces eso era también muy agradable. La variedad no era una mala cosa.

Amatheon y Adair siguieron a Hafwyn hasta las puertas correderas que conducían a una terraza enorme y a la gran parrilla. El océano se agitaba bajo la terraza. Incluso sin poderlo ver con claridad, de alguna forma podías percibir todo ese poder latiendo y moviéndose contra los cimientos de la casa.

Rhys puso su frente contra la mía y susurró…

– ¿Cómo te sientes sobre que otro asuma el poder?

– No lo sé. Hay tantos otros problemas por solucionar…

Su mano se deslizó hacia mi nuca, ladeando su rostro para poder besarme, diciéndome mientras se inclinaba…

– Si quieres detener el poder que él está construyendo debes hacerlo pronto, Merry. -Me besó cuando dijo mi nombre, y me dejé sumergir en ese beso. Dejé que el calor de sus labios, la ternura de su caricia, me sostuviera como nada lo había conseguido hoy. Tal vez era que finalmente me sentía a salvo, lejos de todas esas miradas indiscretas que parecían estar en todas partes, y algo áspero y desdichado se deshacía dentro de mí mientras me besaba.

Me abracé a él, y nuestros cuerpos se tocaron desde el hombro al muslo pegándonos el uno al otro. Pude sentir cómo su cuerpo se endurecía, feliz de encontrarse contra el mío. No sé si hubiéramos intentado conseguir un poco de intimidad en el dormitorio antes de cenar, porque Caswyn apareció, saliendo del pasillo que daba a los dormitorios, y de repente toda la felicidad me abandonó.

No era que no fuera encantador, ya que lo era, hermoso, alto, esbelto y musculoso como lo eran la mayoría de los guerreros sidhe, pero el aire de tristeza que le envolvía me dolía de corazón. Había sido un noble menor en la Corte Oscura. Su pelo era liso y negro como ala de cuervo igual que el de Cathbodua o incluso como el de la Reina Andais. Su piel era tan pálida como la mía, o la de Frost. Sus ojos eran círculos apagados de color rojo, anaranjado rojizo, y finalmente en el centro un naranja puro, como si aún quedaran rescoldos de fuego en su mirada. Andais había apagado aquel fuego torturándole, la noche en que su hijo murió y huimos del mundo de las hadas. Una mujer encapuchada nos trajo a Caswyn diciéndonos solamente que su mente no sobreviviría a la “Piedad” de la Reina. Yo no estaba completamente segura de que su mente no estuviera ya quebrada más allá de toda reparación. Pero ya que Caswyn había sido el cabeza de turco de la cólera de Andais, le acogimos. Su cuerpo se había curado porque era sidhe, pero su mente y corazón eran algo más frágiles.

Avanzó por el pasillo como un fantasma de pelo azabache, vestido con una camisa blanca demasiado grande ondeando sobre unos pantalones de vestir color crema. La ropa era prestada, pero… casi podría jurar que la camisa de Frost le sentaba mejor la semana pasada. ¿Es que seguía sin comer lo que debía?

Vino directamente hacia mí como si Rhys no estuviera y me abrazó. Rhys se hizo a un lado para que yo pudiera devolverle el abrazo mientras Caswyn se envolvía a mi alrededor con un suspiro que fue casi un sollozo. Le sostuve y dejé que la fiereza de su abrazo me rodeara. Desde que había sido rescatado de la sangrienta cama de la reina se había comportado de una forma muy emocional y pesada. En cierto modo, Andais le había torturado para castigarme a mí, y porque mis amantes habían estado fuera de su alcance. Había escogido al azar. Él nunca había sido nada para mí, ni amigo ni enemigo. Caswyn había sido siempre todo lo neutral que las cortes permitían y siglos de diplomacia se habían estrellado contra la locura de Andais. La noble encapuchada nos dijo: “-La reina le pidió que se acostara con ella y como él no era uno de sus guardias a quien pudiera ordenárselo, cortésmente se negó.” El rechazo de Caswyn había resultado ser demasiado para la cordura de Andais. Ella le había convertido en una ruina ensangrentada bajo sus sábanas y me lo había dejado ver mediante un hechizo que convirtió su espejo en el mejor sistema de videoconferencia que la tecnología humana todavía no había inventado. La primera vez que le vi, su estado le hacía tan irreconocible que lo primero que pensé fue que era alguien por quien yo sentía cariño.

Cuando ella me dijo quién era, me quedé perpleja. Él no era nada para mí. Todavía ahora podía oír la voz de Andais…

– Entonces, ¿no te preocupa lo que le pueda hacer?

No supe qué contestar a eso, pero finalmente le dije…

– Es un noble de la Corte Oscura y merece la protección de su reina.

– Tú rechazaste la corona, Meredith, y esta reina dice que él no merece nada por los años que ha pasado escondiéndose. No es mi enemigo y tampoco mi amigo. Siempre he odiado esto de él -dijo, al mismo tiempo que le cogía del pelo y le hacía rogar mientras mirábamos. -Le destruiré -añadió.

– ¿Por qué? -le pregunté.

– Porque puedo.

Le dije a Caswyn que si se daba el caso sería bienvenido entre nosotros. Días más tarde, con la ayuda de una sidhe que ocultaba su identidad, él llegó hasta nosotros. Yo no podía responsabilizarme de las acciones de mi tía. Era su maldad y yo sólo era una excusa para que ella dejara escapar todos sus demonios. Creo, y Doyle estaba de acuerdo conmigo, que Andais intentaba obligar a la nobleza a que la matara. Era la versión real de un “Suicide by cop” [15].

Los momentos así no eran raros con la Reina Andais, mi tía, y ése fue uno de los motivos por el que tantos de los guardias habían elegido el exilio, en lugar de quedarse con ella, una vez que tuvieron la oportunidad de elegir. A la mayoría de ellos les gustaba jugar un poco al “átame”, pero había una línea que muy pocos cruzarían con gusto, y Andais no era dominante al estilo de la esclavitud y sumisión moderna. Era dominante al viejo estilo donde la fuerza hace el derecho, y ser el amo absoluto significaba absolutamente eso. El viejo refrán que decía… “El poder corrompe y el poder absoluto, mucho más” le venía como anillo al dedo a mis dos parientes reales que gobernaban en sus tronos. Lo que yo no había previsto era que su idea del dolor y el sexo se extendiera fuera de su guardia personal, o que la nobleza siguiera tolerando el abuso. ¿Por qué no habían tratado de matarla todavía? ¿Por qué no se defendían?

– Pensé que te habías ido -dijo Caswyn. -Pensé que te habían hecho daño, o peor; que todos habíais resultado heridos.

– Doyle y Frost no dejarían que eso pasara -comentó Rhys.

Caswyn le miró, todavía tratando amparar todo su metro ochenta detrás de mí, un cuerpo mucho más pequeño.

– ¿Y cómo impedirían ellos que la Princesa Meredith fuera cortada a pedazos por el cristal? La habilidad con las armas y su valentía no detendrán cada amenaza. Incluso la Oscuridad de la Reina y el Asesino Frost no pueden detener los peligros existentes en la vida moderna como es un cristal artificial. Les habría cortado a todos en pedazos, no sólo a la princesa.

Él tenía razón. El cristal antiguo hecho con sustancias naturales y calor añadido podría caer sobre mis guardias en cualquier momento sin dañarles en lo más mínimo, pero el fabricado con elementos artificiales, o metal, les cortaría tanto como a mí.

Doyle entró en la habitación, hablando mientras se movía.

– Tienes razón, Wyn, pero habríamos protegido su cuerpo con el nuestro. Meredith habría salido ilesa pasase lo que pasase con nosotros. – Habíamos comenzado a llamarle Wyn porque mi tía había hecho de su nombre completo algo que susurrar en una oscuridad llena de sangre y dolor.

Empujé suavemente contra el pecho de Wyn para que aflojara su abrazo y no se apoyara con tanta fuerza sobre mí. Yo no podía mantener ese abrazo durante mucho tiempo sin que empezara a dolerme un poco. Tenía el cuello en una posición forzada.

– Y la charcutería es de uno de los primos de mi abuela Gran, la brownie se llama Matilda. Me habría mantenido a salvo.

Wyn se irguió lo suficiente para que pudiera rodearle la cintura con el brazo. Así podría estar de pie durante horas, ya que él parecía tener la necesidad de mantener el contacto conmigo. Era un musculoso guerrero de metro ochenta, pero la reina le había quebrado realmente en todos los aspectos. Su cuerpo se había curado, como lo hacen los sidhes, pero sólo parecía sentirse realmente a salvo cuando estaba conmigo, con Doyle, Frost, Barinthus, o Rhys, con alguien que él considerara lo bastante poderoso para mantenerle a salvo. Los demás le daban miedo, como si temiera que Andais pudiera arrancarle de aquí si no estaba junto a alguien poderoso.

– Un brownie no parece suficiente protección -dijo con la voz vacilante que había tenido desde que llegó. Nunca había sido el más valiente de los hombres, pero ahora el miedo siempre parecía latir bajo su piel, como si le corriera en la sangre, inundando todo su cuerpo.

Le sonreí, tratando de conseguir una sonrisa suya en respuesta.

– Los brownies son mucho más duros de lo que parecen.

No sonrió; parecía horrorizado.

– Oh, Princesa, perdóname -dijo mientras caía de rodillas y agachaba la cabeza, todo su pelo cayendo alrededor de su pálido cuerpo. -Olvidé que eres en parte brownie. No quise insinuar que no fueras poderosa. -Dijo todo esto con la cabeza inclinada y la mirada fija en el suelo, o más bien en mis sandalias.

– Levanta, Wyn. No lo tomé como una ofensa.

Él se inclinó aún más hasta poner las manos en el suelo a mis pies. Su pelo le cubría el rostro, por lo que todo lo que yo escuchaba era su voz cada vez más frenética.

– Por favor, Su Majestad, no quise proferir ninguna ofensa.

– Wyn, te he dicho que no me has ofendido.

– Por favor, por favor, No quise decir ninguna…

Rhys se arrodilló a su lado.

– ¿Escuchas lo que Merry te dice, Wyn? No está enojada contigo.

Inclinó la cabeza hasta que con su frente tocó las manos que posaba sobre el suelo postrándose en una pose de degradación absoluta, a la vez que repetía sin parar…

– Por favor, por favor, no lo hagas.

Me arrodillé al lado de Rhys, y acaricié su largo pelo suelto. Caswyn lloraba, tirado en el suelo boca abajo, con las manos extendidas, suplicando.

Doyle y Frost se arrodillaron a nuestro lado. Trataron de calmarle, pero era como si no pudiera oírnos o vernos, y que lo que realmente veía u oía era terrible.

Finalmente, le grité…

– Wyn, Wyn, ¡Soy Merry! ¡Soy Merry! -le dije, a la vez que me situaba cerca de su cabeza, sobre el duro suelo de madera. No podía ver nada con todo ese pelo, así que lo alcé y retiré todo aquel pelo liso de su cara.

Él lloraba, y se echó hacia atrás al sentir mi contacto. Los hombres trataron de tocarle, también, pero lloraba cada vez más con cada roce, y se agitaba apartándose de nosotros sobre manos y rodillas hasta que acabó chocando contra una pared y se acurrucó contra ella, extendiendo las manos como si intentara parar los golpes.

En ese momento odié a mi tía.

CAPÍTULO 16

FUE HAFWYN QUIEN AVANZÓ, CON LOS BRAZOS extendidos…

– Déjame ayudarte, Caswyn.

Él negó con la cabeza una y otra vez, su pelo era una salvaje exuberancia que le tapaba la cara, de modo que sus desorbitados y aterrados ojos quedaban enmarcados por mechones de cabello. Parecía salvaje, feroz, y un poco loco.

La sanadora hizo el gesto de agacharse para llegar a tocarle, pero él volvió a gritar, y Galen, apareciendo de repente a su lado, la tomó de la muñeca, diciéndole…

– Antes de tocarle, asegúrate de que te ha visto a ti y no a ella.

– Él nunca me haría daño -le contestó ella.

– Puede que no se dé cuenta de que eres tú -aclaró Galen.

Comencé a incorporarme de mi posición arrodillada, y la mano de Rhys me ayudó a levantarme. Doyle y Frost estaban allí contemplando a Caswyn y sus caras mostraban pena.

Me moví para acercarme a ellos, todavía cogida de la mano de Rhys. Pero él retrocedió, y dijo mientras me miraba…

– Mis poderes atraen a la muerte, Merry. No ayudarán aquí.

Miré a Doyle y Frost, e incluso a Barinthus quien estaba todavía apoyado contra las puertas correderas de cristal. Pude ver a Amatheon y a Adair en la terraza. Apartaron la mirada cuando les miré a los ojos, como si estuvieran felices de poder dedicarse a asar los filetes en la parrilla de la terraza, y no estar dentro intentando arreglar algo. Quizás eligieron lo fácil, pero la idea era… que si eras un miembro de la familia real, uno auténtico, no podías encargarte sólo de las cosas fáciles. A veces tenías que hacer aquello que era lo más duro, si eso era lo que tu gente necesitaba. Caswyn necesitaba algo ahora mismo, y yo era todo lo que teníamos.

Recé…

– Diosa, ayúdame a ayudarle. Dame el poder que necesito para curarle. -Y olí a rosas, que era el olor que solía percibir cuando la Diosa contestaba a mis rezos, o cuando trataba de conseguir mi atención.

Galen dijo…

– ¿Alguien más huele a flores?

– No -contestó Hafwyn.

– ¿Huele alguien más a flores o a plantas? -preguntó Rhys.

Se oyó un coro bajo y profundo de “noes” desde todas las partes del cuarto. Me acerqué a Galen y a Hafwyn que estaban todavía frente a Caswyn. El olor a rosas se hizo más fuerte mientras me acercaba a ellos. Ésa era una de las formas en que yo sabía que la Diosa se manifestaba. Dentro del mundo feérico o en un sueño podía llegar a verla, pero en el día a día, a menudo era mediante el perfume u otros signos menos dramáticos que se manifestaba.

Hafwyn se alejó de Galen y Caswyn. Sus ojos azules estaban muy abiertos cuando me dijo…

– Sólo puedo curar el cuerpo, no la mente.

Asentí, y fui hasta Galen. Él me miró, diciendo…

– No soy un sanador.

– Yo tampoco -le dije. Alargué la mano hacia la suya, nerviosa. En el momento que su mano tomó la mía, el olor a rosas se intensificó, como si me encontrara junto a un espeso parterre de rosas salvajes en el calor del verano.

– Flores otra vez -dijo él-, más fuerte que antes.

– Sí -dije.

– ¿Cómo le ayudamos? -preguntó.

Y esa era la cuestión. ¿Cómo le ayudábamos aún con el olor a flores rodeándonos y la misma presencia de la Diosa en el aire? ¿Cómo curábamos a Caswyn fuera del mundo de las hadas?

El olor a rosas era tan intenso como si estuviera tomando una bebida de agua de rosas, asentándose como un caramelo dulce y refrescante en mi lengua.

– Vino de mayo -dijo Galen. -Puedo saborear el vino de mayo.

– Agua de rosas -musité.

Comencé a arrodillarme, y Galen se arrodilló conmigo.

– Diosa, deja que Caswyn nos vea. Déjale saber que somos sus amigos.

La mano de Galen se hizo más cálida en la mía, no demasiado caliente, más bien como si hubiera estado al sol y la piel retuviera ese calor. Sonreía dándole la bienvenida, con una sonrisa bondadosa en su cara, y Caswyn le miraba. Sus ojos estaban muy abiertos, pero comenzaban a perder el pánico tan absoluto de antes.

Dijo…

– Galen.

– Sí, Wyn, soy yo.

Él miró frenéticamente alrededor del cuarto, y por fin me miró fijamente.

– Princesa, ¿a dónde se fue ella?

– ¿Dónde se fue quién? -le pregunté, aunque estaba bastante segura de a quién se refería con ese “ella”.

Caswyn sacudió la cabeza, haciendo que su cabello se deslizase sobre su cara otra vez.

– No me atrevo a decir su nombre después del anochecer. Me volverá a encontrar.

– Ella no está en Los Ángeles.

– Los Ángeles… -dijo, casi como una pregunta.

Galen contestó…

– Wyn, ¿sabes dónde estás?

Caswyn se lamió los labios, sus ojos reflejando miedo otra vez, pero ahora era una clase diferente de miedo. No era el miedo que produce un shock post-traumático, era el miedo de no saber dónde te encuentras, y el no saber por qué no lo sabes.

Sus ojos estaban dilatados y parecían asustados cuando susurró…

– No, no lo sé.

Nos tendió las manos, y nosotros se las cogimos a la vez con las nuestras. ¿Fue un accidente o un designio que le tocáramos los dos a la vez, y que los dos tocáramos la piel desnuda de sus antebrazos, donde las mangas enrolladas la habían dejado expuesta? Sin importar la causa, en el momento que tocamos su piel, la magia surgió a nuestro alrededor. No era el tipo de magia abrumadora que podría haber aflorado dentro del mundo feérico, ya que tal vez no era eso lo que Caswyn necesitaba. Quizás lo que necesitaba para sanar era algo gentil y delicado, algo como el toque de la primavera, o el primer calor del verano cuando las rosas llenan los prados.

Sus ojos se llenaron de lágrimas mientras nos miraba, y fundiéndonos en un abrazo, le sostuvimos mientras lloraba. Le sostuvimos y el olor de las flores estaba en todas partes.

CAPÍTULO 17

DORMÍ ESA NOCHE ENTRE GALEN Y CASWYN, CON RHYS AL otro lado de la gran cama. No hubo sexo, porque Wyn necesitaba más consuelo y cariño que tener sexo. Verdaderamente y aunque de otra forma, ya le habían jodido bastante, y las manos que ahora le sostenían mientras se deslizaba en el sueño estaban allí para intentar paliar eso. No habíamos tenido el relajado final de día que yo deseaba, pero mientras me quedaba dormida abrazando a Wyn, y Galen, acoplado a mi espalda me abrazaba a su vez, comprendí que había formas peores de terminar el día.

El sueño comenzó estando yo en un Hummer militar. Era ése con el que la Guardia Nacional me rescató cuando les pedí ayuda para que mis familiares no me obligaran a volver a ninguna de las dos Cortes. Pero no había ningún soldado en el Hummer. Y tampoco ninguno de mis guardias. Estaba sola en la parte trasera de un Hummer que circulaba sin conductor. Sabía que no podía ser, por lo que sabía que estaba soñando. Había soñado antes con la bomba a punto de estallar, pero nunca antes me había parecido tan real. Luego me di cuenta de que el Hummer era negro, completa, y absolutamente negro, y supe que no era el de los militares, sino una nueva versión de la Carroza Negra. Ésta era un carruaje negro tirado por caballos que había estado a disposición del gobernante de la Corte Oscura durante siglos. Primero fue un carruaje negro tirado por cuatro caballos negros como una noche sin luna, con ojos que despedían llamas que nunca calentarían a nadie en un fuego de campamento. Luego había cambiado solo y se había transformado en una larga limusina negra bajo cuyo capó ardía un fuego demoníaco. La Carroza Negra era un poder salvaje, un objeto con vida propia, más viejo que cualquiera de las Cortes de las Hadas, más viejo de lo que cualquiera de nosotros podía recordar, destinado a existir durante milenios y que, simplemente un día, había aparecido. De algún modo parecía estar a medio camino entre ser un ser vivo y un artefacto mágico, y definitivamente, tenía mente propia.

La pregunta era… ¿por qué aparecía en mi sueño? ¿Y era sólo un sueño, o algo había hecho que la Carroza Negra existiera de forma “real” dentro del sueño? No hablaba, así que no podía preguntarle, y como estaba sola, pues iba a ser que tampoco podía preguntarle a nadie más.

El coche circuló por un camino estrecho. Íbamos por el descampado donde la bomba había explotado. Yo había acabado con trozos de metralla profundamente clavados en el hombro y en el brazo, pero los grandes clavos se habían desprendido mágicamente cuando curé a los soldados heridos. Nunca antes había tenido el don de sanar imponiendo las manos, pero esa noche lo tuve. Pero primero, la bomba explotó.

El aire frío del invierno atravesó la ventanilla abierta. La había bajado para usar la magia contra nuestros enemigos porque los soldados estaban muriendo, morían por protegerme, y yo no podía dejar que eso pasara. Ellos no eran mis soldados, mis guardias, y de alguna manera… que dieran su vida por protegerme, no me parecía correcto. No, si yo podía detenerlo.

Una explosión desgarró el mundo con su ruido y fuerza. Esperé el golpe y el dolor, pero éste no llegó. El mundo osciló con la vibración, y de repente se hizo de día, un brillante y ardiente amanecer. Quedé ciega por el resplandor, y la arena que flotaba por todas partes. Nunca había estado en un sitio así antes, con tanta arena y roca. El calor ardiente que entraba por la ventanilla abierta se podía comparar al que saldría de un horno abrasador.

Lo único que sucedió igual a lo que pasó en la realidad fueron las explosiones. El mundo retumbó con su impacto, y las ruedas del Hummer botaron sobre el terreno desigual que antes había sido un camino y que el impacto de la bomba había convertido en un cráter.

Había otro Hummer en el descampado, pintado con colores de camuflaje, y soldados apostados a un lado, usándolo de escudo para protegerse, mientras algo más grande que una bala y menos potente que un misil impactaba cerca creando otro cráter en el camino.

Oí una voz gritar…

– ¡Están entrando dentro de nuestro alcance. ¡Están entrando dentro de nuestro alcance!

Un soldado en uno de los extremos intentó parapetarse tras el Hummer pero una bala silbó hacia él haciéndole caer a tierra. Sus compañeros le atraparon, sosteniéndole mientras moría.

Entonces, el soldado al final de la fila se giró y vio el Hummer negro. Apoyaba una mano sobre su rifle, atravesado en su regazo, y con la otra mano sujetaba algo que colgaba de su cuello. Pensé que sería una cruz, pero entonces le vi la cara, y supe que llevaba un clavo. Un clavo atado con un cordón de cuero alrededor del cuello.

Él me miró con sus grandes ojos castaños, su piel estaba bastante bronceada por el calor del sol, no tan pálido como yo le recordaba. Era Brennan, uno de los soldados que yo había curado al principio de toda esta historia.

Su boca se movió, y vi cómo vocalizaba mi nombre. No se oyó ningún sonido sobre el ruido de las armas, sólo un…

– Meredith… -articulado.

El Hummer condujo hacia él, y las balas parecían no darle cuando el siguiente misil impactó cayendo justo al lado. Sentí el impacto en mi vientre, como si la vibración traspasara mi cuerpo y me golpeara el estómago. La arena y la suciedad cayeron como una lluvia seca sobre el brillante metal negro del Hummer.

Abrí la puerta, pero era como si sólo Brennan pudiera verme. Ninguno de los demás era mío. Él dijo mi nombre, y aún con todo aquel ruido, en mis oídos oí su susurro…

– Meredith -dijo, mientras me alargaba la mano con la que antes sujetaba el clavo que colgaba de su cuello. Los demás preguntaron…

– ¿Qué estás haciendo?

Fue sólo cuando su mano envolvió la mía que los demás me vieron, y vieron el coche. Se oyeron gritos ahogados de asombro y las armas me apuntaron, pero Brennan gritó…

– Es una amiga. ¡Ahora, entrad en el Hummer!

Uno de los otros soldados dijo…

– Pero… ¿De dónde ha salido? ¿Cómo lo hizo…?

Brennan le empujó hacia la puerta delantera.

– Deja las preguntas para más tarde.

De repente, otro cohete impactó al otro lado de su Hummer, y ya no se oyeron más preguntas. Sólo se oyó una exclamación…

– ¡No lo conduce nadie!

Pero todos se amontonaron dentro, Brennan se apretó a mi lado en la parte de atrás, y en cuanto todos estuvimos en el interior del Hummer, éste se puso en marcha. Nos condujo lejos, carretera abajo, todavía bastante transitable, y justo en ese momento el Hummer que estaba detrás de nosotros explotó.

Uno de los nuevos hombres dijo…

– Entraron en nuestro alcance.

El hombre del asiento delantero se giró y preguntó…

– ¿Qué diablos ocurre, Brennan?

Él me miró cuando dijo…

– Recé pidiendo ayuda.

– Bien, pues Dios realmente te oyó -dijo el otro hombre.

– No era a Dios a quien yo rezaba -dijo Brennan, mirándome a los ojos y alargando una mano como si tuviera miedo de tocarme.

Puse su mano contra mi cara. Había arena, suciedad y sangre. Él tenía una herida en la mano con la que había sujetado el clavo.

– Rezaba a la Diosa -dijo Brennan.

– Me llamaste con la sangre, el metal y la magia -susurré.

– ¿Dónde estabas? -preguntó.

– En Los Ángeles -contesté.

Sentí cómo el sueño, o la visión, o lo que fuese, comenzaba a vacilar, a desvanecerse y hablé casi al aire…

– La Carroza Negra es mía, aquí estaréis seguros. Vela para que nada pueda dañar a mi gente.

La radio del Hummer chisporroteó a la vida, haciendo que todos nos asustáramos, dejando oír después risitas nerviosas. La canción era “Take it Easy” de The Eagles.

Uno de los soldados dijo…

– ¿Qué es eso, de la película de Transformers?

Su risa fue la última cosa que oí mientras el sueño se desvanecía, y de repente desperté en la cama entre los hombres. La cama estaba cubierta de pétalos de rosa.

CAPÍTULO 18

POR LA RAZÓN QUE FUERA, RHYS ERA EL ÚNICO QUE ESTABA despierto. Galen y Wyn dormían como si nada hubiera pasado. Los pétalos adornaban sus caras y cabellos, pero seguían durmiendo.

– Hay algo en tu cara -dijo Rhys, mientras alargaba una mano y la retiraba sucia y manchada de sangre fresca. -¿Te has hecho daño? -me preguntó.

– La sangre no es mía.

– Entonces… ¿de quién es? -preguntó.

– De Brennan.

– Del cabo Brennan, el soldado que curaste, ¿el que nos ayudó en la lucha?

– Sí -dije. Quería saber si Rhys me había visto soñar. Quería saber si mi cuerpo había permanecido aquí en la cama, o si había desaparecido, pero casi tenía miedo de averiguarlo. Pero tenía que saberlo.

– ¿Cuánto tiempo has estado mirándome?

– Sentí el toque de la Diosa. Ella me despertó, y te vigilé durante tu sueño, aunque si acabaste cubierta por la sangre de Brennan, quizás es que no estaba protegiendo la parte de ti que realmente tenía que proteger.

– ¿Por qué Galen y Wyn no se despertaron? -pregunté, con un tono de voz quedo como todo el mundo hace cuando hay alguien cerca durmiendo.

– No estoy seguro. Dejémosles dormir y hablemos en la sala de estar.

No discutí. Simplemente me deslicé de la sábana cubierta de pétalos y de la calidez de sus cuerpos. Wyn se acurrucó en el hueco que yo había dejado. Cuando él tocó a Galen, dejó de moverse y se adentró en un sueño más profundo. Galen ni se movió. No era ninguna novedad; tenía el sueño pesado, aunque no tan profundo como éste.

Me lo quedé mirando fijamente mientras Rhys recogía su pistolera, pistola, y una espada corta que por lo general llevaba enfundada a la espalda. Se había sacado las licencias de armas necesarias para llevar el arma aquí, pero la espada sólo le estaba permitida porque técnicamente todavía era el guardaespaldas de la Princesa Meredith, y algunas de las cosas que podían atacarme respetaban más una hoja afilada que una bala.

Él se aseguró de coger las armas, pero ni se molestó con la ropa. Me tomó de la mano, completamente desnudo, con sus armas en la otra mano.

Tomé una bata de seda que estaba tirada en el suelo. A veces tenía frío; Rhys rara vez lo tenía. Él, como Frost, habían sido antes deidades de algo más frío que una simple noche del Sur de California.

Dejó las armas en el mostrador de la cocina y encendió la luz que estaba sobre el horno, creando un pequeño resplandor en la oscuridad, en la tranquilidad de la casa. Encendió la cafetera, que ya estaba preparada para la mañana siguiente.

Le regañé…

– Sólo querías café.

Me sonrió.

– Yo siempre quiero café, pero creo que ésta puede ser una conversación muy larga, y yo también trabajé hoy.

– Sobre un caso de espionaje industrial mediante el uso ilícito de la magia, ¿verdad? -le pregunté.

– Sí, pero la Diosa no nos despertó para que habláramos sobre un caso.

Me ceñí la bata, atándola. Era negra y roja, estampada con flores verdes. Rara vez iba toda de negro si podía evitarlo. Era un color demasiado característico de mi tía Andais. Mi pelo había crecido lo suficiente como para tener que sacarlo del cuello de la bata y dejarlo caer por mi espalda.

Disfruté viendo a Rhys moverse desnudo por la cocina. Admiré la línea firme de su culo cuando se puso de puntillas para alcanzar las tazas del armario.

– El problema de convivir con un hombre de más de dos metros es que pone todas las cosas que tú sueles utilizar demasiado altas.

– Él no se da cuenta cuando lo hace -le dije , deslizándome en el taburete que estaba frente a la barra cerca del mostrador exterior.

Rhys bajó las tazas grandes, y se dio la vuelta con una sonrisa.

– ¿Mirabas mi trasero?

– Sí, y lo demás también. Me encanta verte moviéndote por la cocina con sólo una sonrisa.

Esto le hizo sonreír abiertamente otra vez, mientras colocaba tazas en la cafetera, que ahora hacía alegres ruiditos, lo que quería decir que el café estaba a punto de salir.

Se acercó hacia mí, con expresión solemne. Me miraba atentamente con su único ojo de anillos azules. Levantó la mano otra vez, para tocar la sangre y la arena de mi cara.

– Supongo que Brennan estaba herido.

– Un pequeño corte en la palma, y era la mano con la que sujetaba el clavo.

– Todavía lo llevaba puesto alrededor del cuello -dijo Rhys.

Asentí.

– ¿Te has enterado de los rumores que corren sobre los soldados que lucharon a nuestro lado?

– No -le contesté.

– Curan a personas, Merry. Imponiendo las manos.

Le miré.

– Pensaba que eso sólo sucedió esa noche, porque la magia feérica afloraba por todas partes.

– Por lo visto, no -dijo él. Estudió mi cara, como si buscara algo en concreto.

– ¿Qué? -pregunté, nerviosa bajo tan serio escrutinio.

– Nunca dejaste la cama, Merry. Te lo puedo jurar, pero Brennan te tocó físicamente. Lo bastante como para dejar sobre tu piel su sangre y la suciedad del sitio donde estaba, y eso me asusta.

Él se giró y comenzó a buscar algo en los cajones del mueble. Sacó algunas bolsas con auto cierre y una cuchara.

Debí de mirarle toda extrañada, porque él se rió entre dientes y explicó…

– Voy a tomar alguna muestra de esa suciedad y sangre. Quiero saber lo que puede encontrar un laboratorio moderno.

– Tendrás que dar explicaciones si quieres que lo pague la Agencia de Detectives Grey.

– Jeremy es un buen jefe, un buen duende, y un buen hombre. Me dejará hacerlo como parte de un caso.

No podía discutir nada de lo que dijo sobre Jeremy. Él había sido uno de mis pocos amigos cuando llegué por primera vez a Los Ángeles.

Rhys abrió una de las bolsas y deslizó la cuchara sobre mi mejilla, presionando con suavidad.

– No es exactamente la mejor manera de tomar una muestra. Si éste fuera un caso real, la parte contraría sostendría que el contenido de una bolsa que se puede abrir y cerrar puede contaminarse con cualquier cosa.

– No estaba pensando en eso cuando te toqué, así que mi piel también está ahí, y tienes razón sobre la forma de tomar la muestra, pero no es un caso verdadero, Merry -dijo Rhys, mientras con mucho cuidado raspaba un poco de suciedad depositándola en una de las bolsas abiertas. Fue tan suave que sentí sólo una leve presión.

Cuando acabó de recoger la muestra, cerró la bolsa. Tomó otra cuchara limpia y una bolsa nueva, y raspó otro poco de suciedad, aunque podría apostar a que en ésta había más sangre. Con esta segunda muestra se tomó más tiempo, y esta vez realmente raspó un poco mi piel. No dolió, pero podría haberlo hecho, si hubiera seguido haciéndolo durante más tiempo.

– ¿Qué esperas averiguar analizando esto?

– No lo sé, pero enseguida sabremos algo más si hacemos esto correctamente -dijo, abriendo cajones hasta que encontró un rotulador permanente en el cajón más cerca del teléfono. Escribió en las bolsas, las fechó, firmó con su nombre, e hizo que yo también las firmara.

El rico olor del café invadió la cocina. Siempre olía muy bien. Vertió café en una de las tazas, pero le detuve cuando iba hacerlo en la segunda.

– Nada de cafeína, ¿recuerdas?

Inclinó la cabeza hasta que sus rizos blancos cayeron hacia delante.

– Qué idiota. Lo siento, Merry. Pondré a calentar agua para un té.

– Debería de habértelo dicho antes, pero honestamente, el sueño me asustó.

Él llenó la tetera de agua y la puso sobre el fogón, luego volvió a mi lado.

– Cuéntamelo todo mientras esperamos a que hierva el agua.

– Puedes beberte el café -le dije.

Él negó con la cabeza.

– Me pondré otro recién hecho cuando tengas tu té.

– No tienes que hacer eso -le dije.

– Lo sé -dijo poniendo su mano sobre la mía. -Tus manos están frías. -Tomó mis manos en las suyas y las levantó hasta sus labios para depositar un suave beso en ellas. -Cuéntame el sueño.

Respiré hondo y se lo conté. Me escuchó, dejando oír ruiditos alentadores aquí y allá, y sosteniendo mis manos, cuando no estaba haciéndome el té. Cuando terminé de contar la historia, mis manos estaban un poco más tibias, y había una tetera de té reposando sobre el mostrador.

– Los viajes a través de un sueño o en una visión no eran nada inaudito para nosotros en un pasado ya lejano, pero una manifestación física hasta el extremo de que un seguidor pudiera tocarnos y tocarle o rescatarle del peligro, eso sí era realmente raro, incluso cuando estábamos en la flor de la vida como pueblo.

– ¿Cómo de raro? -le pregunté.

El temporizador de la tetera sonó, y él se acercó para darle al botón.

– Quisiera creer que hemos sido lo bastante silenciosos como para no despertar a nadie, pero programé el molesto temporizador de la tetera a propósito -dijo, utilizando unas pequeñas pinzas para sacar la bolsita de té de jazmín. -Nadie se ha despertado, Merry.

Pensé en ello.

– Doyle y Frost deberían de haberse levantado cuando pasamos por delante de la puerta de su dormitorio, pero no lo han hecho.

– Este timbre despertaría a los muertos -comentó Rhys, y pareció encontrarlo gracioso, ya que se rió de su propia broma, y moviendo la cabeza, puso un colador pequeño sobre mi taza antes de verter el té.

– No estoy segura de entender el chiste -le dije.

– Deidad de la muerte -dijo él, medio señalándose a sí mismo, mientras dejaba la tetera.

Asentí, como si eso tuviera mucho sentido, que no lo tenía, pero…

– Todavía no pillo el chiste.

– Lo siento, es una broma del gremio. Tú no eres una deidad de la muerte, así que no lo entenderías.

– Ya te vale.

Él me llevó la taza de té, luego se volvió para tirar el café que se le había enfriado y ponerse una taza del recién hecho. Tomó un sorbo, cerrando el ojo, y pareció satisfecho. Levanté mi té para poder oler el jazmín antes de saborearlo. Con algunos tés tan suaves, el olor era tan importante como el gusto.

– ¿Por qué piensas que nadie más se ha despertado? Quiero decir… Galen y Wyn han estado ahí mismo en todo momento.

– Creo que la Diosa no ha acabado contigo esta noche, y que hay algo que ella quiere que nosotros hagamos juntos.

– ¿Crees que es porque tú eres la única deidad de la muerte que tenemos aquí fuera?

Él se encogió de hombros.

– No soy la única deidad de muerte en Los Ángeles, sólo soy la única deidad de la muerte celta en Los Ángeles.

Le miré ceñuda.

– ¿Qué quieres decir con eso?

– Otras religiones también tienen deidades, Merry, y a algunos de ellos les gusta mezclarse con la gente y fingir ser personas.

– Lo haces sonar como si ellos no fueran de la misma clase de deidad que tú y los demás.

Él se encogió de hombros otra vez.

– Sé de una deidad en particular al que le gusta caminar en forma humana, pero también puede ser simplemente un espíritu. Si tú me ves caminar sin tener forma humana, es que estoy muerto.

– Entonces quieres decir que no sólo algo más que la magia actúa sobre los muertos, sino algo realmente como una deidad, un Dios con “D” mayúscula, como la Diosa y el Consorte.

Él asintió, sorbiendo su café.

– ¿Quién es? Quiero decir… ¿qué es? Quiero decir…

– ¡No!, no voy a decírtelo. Te conozco demasiado bien. Tú se lo dirás a Doyle y él no será capaz de resistirse a echarle una miradita. He hablado ya con la deidad en cuestión, y él y yo tenemos un trato. Le dejaré en paz y él nos dejará en paz a cambio.

– ¿Tanto miedo da?

– Sí y no. Sólo voy a decirte que prefiero no probar sus límites cuando todo lo que tenemos que hacer es dejarle en paz.

– No está haciendo daño a nadie en la ciudad, o… ¿sí?

– Déjalo en paz -dijo él, frunciendo el ceño. -Debería de haber mantenido mi gran bocaza cerrada.

Bebí unos sorbos de mi té, gozando del sabor a jazmín, pero francamente, el olor del café de Rhys dominaba el delicado perfume de las flores. Tomar un café habría sido agradable. Podría intentar tomarlo descafeinado.

– ¿En qué piensas tan intensamente? -me preguntó él con recelo.

– Me pregunto si podría conseguir café descafeinado y en cómo sabría.

Él se rió entonces, e incluso depositó un beso en mi mejilla.

– Deberíamos limpiarte.

Fue una vez más hacia el fregadero, y trajo un trozo de papel del rollo de cocina junto al fregadero. También llevó su taza de café para dejarla en remojo. Pero en el momento en que se acercó hasta mí con el papel de cocina, olí a rosas, no a jazmín.

– No -le dije-, no lo limpiaremos así.

– ¿Qué quieres decir? -preguntó.

En ese momento supe la respuesta.

– El océano, Rhys, lo limpiaremos en el océano, en el lugar donde el agua encuentra la costa.

– Ése es un lugar intermedio -dijo-. Un lugar donde el mundo de las hadas y muchos otros sitios se encuentran con el mundo cotidiano.

– Puede ser -dije.

– ¿En qué estás pensando?

Respiré hondo y pude oler el jazmín otra vez más que las rosas.

– No estoy segura de lo que yo tengo en mente.

– Vale, entonces… ¿en qué está pensando la Diosa?

– No lo sé -le dije.

– Estamos diciendo eso mucho esta noche. Y no me gusta.

– A mí tampoco, pero ella es la Diosa. Más real que tu anónima deidad de la muerte.

– No vas a dejar pasar eso, ¿verdad?

– No, porque cuando te pregunté si él dañaría a la gente de aquí, tú no quisiste contestarme.

– Bueno, bajemos hacia el mar -y dejando su café, me tendió una mano.

– Igual que esto, vendrás conmigo sin saber por qué.

– Sí.

– Porque no quieres hablar más de la deidad de la muerte -contesté.

Él sonrió y asintió con la cabeza.

– En parte, pero la Diosa te ayudó a salvar a Brennan y a sus hombres. La Carroza Negra ha elegido una nueva forma que le permitió moverse por una zona de guerra. La Diosa cubrió nuestra cama de pétalos de rosa. Nunca había hecho algo así fuera del mundo de las hadas, o en noches donde la magia salvaje se desvanece. Los soldados curan a personas en su nombre. Creo que después de todo haré un acto de fe y creeré que ella nos quiere abajo entre las olas por alguna buena razón.

Me deslicé del taburete y puse una mano en la suya. Él agarró sus armas mientras avanzaba, y fuimos hacia las puertas correderas de cristal. Añadió, justo antes de dejar caer mi mano para abrir la puerta…

– Si echas agua de mar sobre la bata de seda la arruinarás.

– Tienes razón -le dije, y desatando el cinturón, la dejé caer al suelo.

Él me echó la mirada que me había estado dirigiendo desde que yo tenía aproximadamente dieciséis años, pero ahora la mirada contenía conocimiento y no sólo lujuria, sino también amor. Era una estupenda mirada.

– No creo que necesite la bata -comenté.

– El agua está fría -dijo.

Me reí.

– Entonces me pondré arriba.

– Pueden haber otros problemas causados por el frío.

– Ah, un problema provocado por el agua fría -dije, riendo.

Él asintió.

– Provengo de Deidades de la fertilidad, como bien sabes. Creo que puedo ayudarte a solucionar esa clase de problemas -le dije.

– ¿Por qué quiere la Diosa que la muerte y la fertilidad se adentren en el agua?

– No me ha dicho esa parte.

– ¿Va a hacerlo?

Me encogí de hombros.

– No lo sé.

Esto le hizo mover la cabeza, pero tomó mi mano en la suya y salimos al aire fresco de la noche y al olor del mar. Salimos para hacer lo que nos había dicho la Diosa sin saber por qué, porque a veces la fe es confiar ciegamente, incluso si una vez has sido adorado como Dios.

CAPÍTULO 19

NOTÁBAMOS LA ARENA FRÍA BAJO NUESTROS PIES descalzos, lo que ya nos daba una idea de cómo iba a estar el agua. Temblé, y Rhys pasó un brazo sobre mis hombros, amoldando sus firmes músculos contra mí. Más que cualquiera de los otros guardias era perfecto hasta lo imposible, todo músculo. Su estómago no era como una tableta de chocolate, era como dos, cosa que no sabía que fuera posible.

Me envolvió en sus brazos y me sostuvo en el calor de su abrazo, aunque el metal de su arma no se sintiera caliente contra mi espalda desnuda. Llevaba la vaina de cuero de su espada corta en la mano, así que ésta se balanceaba suavemente contra mi cuerpo. Me aferré a su calor, apretándome contra él, a la vez que intentaba evitar la fuerte presión contra mi cuerpo del arma de fuego.

– Lo siento -me dijo, moviendo un poco el arma, de forma que no se me clavara contra la piel. Colocó su cara contra mi pelo.

– Llevo armas, pero una vez que nos acostemos no seré capaz de usarlas. Estaré demasiado ocupado utilizando mi arma favorita para preocuparme de pistolas y espadas.

– Arma… ¿así lo llamas? -pregunté sonriendo.

Noté que sonreía sólo por el movimiento de sus labios contra mi pelo.

– Bueno, no es que quiera presumir…

Me reí y alcé la vista hacia él. Me sonreía abiertamente. La mitad de su rostro estaba iluminado por la luz de la luna, y la otra mitad quedaba oculta en la sombra. Ésta ocultaba su ojo bueno y pintaba de plata sus cicatrices, haciendo que su cara pareciera perfecta y lisa, excepto por aquella tenue luz sobre la cicatriz que simplemente conseguía hacerla parte de la perfección.

– ¿Por qué estás tan solemne? -me preguntó.

– Bésame y lo sabrás.

– Espera. Antes de que nos distraigamos, dime que tenía razón.

– ¿Por q…, vale, sí que la tenías -dije, acariciando con mis dedos los firmes músculos de su estómago, deslizándolos hacia zonas más inferiores.

Él atrapó mis manos con su mano libre, y usó la mano con la que sostenía las armas para ayudarse a sujetarme mejor.

– No, Merry, no antes de que me escuches.

Se movió de forma que toda su cara quedó iluminada por la suave luz de la luna. La luz hizo que su ojo pareciera ser más de color gris que su habitual azul intenso.

– Una vez que el sexo comience estaré demasiado distraído para protegerte. Todos los demás están inmersos en un sueño encantado, así que no tendremos ninguna ayuda si la necesitamos.

Pensé en lo que estaba diciendo, y finalmente asentí.

– Tienes razón, pero primero hemos dejado claro a todos los duendes que no queremos ningún trono de ningún reino, así que matándome no ganan nada tampoco. Segundo, no creo que la Diosa nos trajera aquí para ser atacados.

– ¿Crees que ella nos mantendrá a salvo?

– ¿Es que no te queda nada de fe, Rhys? -Estudié su cara cuando le hice esa pregunta.

Él pareció muy triste y suspirando dijo…

– Una vez la tuve.

– Vayamos al mar y encontrémosla otra vez para ti.

Me sonrió, aunque fue una sonrisa triste. Quería que ese pesar desapareciera.

Tiré suavemente de su mano y él me dejó ir. Me apoyé contra él y le besé, un beso suave, sólo de labios. Dejé caer mi cuerpo contra el suyo, y en respuesta él dejó escapar un pequeño sonido de sorpresa, mientras todavía me besaba. Entonces sus brazos subieron sosteniendo todavía el arma y la espada, por lo que una vez más pude sentir su forma contra mi espalda.

Me separé del beso para encontrarle sin aliento, los labios separados, el ojo muy abierto por la sorpresa. Pude sentir cómo su cuerpo se volvía duro y firme contra el mío.

No volvió a protestar, dejando que le condujera hacia donde nos susurraba el mar.

CAPÍTULO 20

LAS OLAS NOS HACÍAN SEÑAS CON SUS BLANCOS LAZOS DE espuma y el agua parecía negra y plateada a la luz de la luna. La marea había subido y se había vuelto más profunda hasta casi llegar a los primeros peldaños, de forma que todavía podía tocar la baranda mientras caminaba entre la fría espuma del mar y el agua me salpicaba las rodillas. Estaba lo bastante fría como para hacerme temblar, pero ver a Rhys allí, desnudo, tan receloso y tan Rhys, me hacía estremecer todavía más. El movimiento del océano hacía que mis piernas se movieran y la arena se desplazara, como si el mismo mundo, ciertamente, no pudiera estar quieto.

– Tendré que sujetar las armas para que no se las lleve la marea, Merry. Una vez que lo haga, será un problema empuñarlas con rapidez.

Le tendría que haber dicho que no, o le debería haber advertido, o debería haber intentado despertar a los otros guardias, pero no lo hice. Le dije…

– Todo estará bien, Rhys. -De alguna forma, sabía que así sería.

No dijo ni pío, simplemente avanzó hacia el agua que se arremolinaba hasta que pudo tocar mi mano extendida. En el momento en que nuestras manos se tocaron, estalló el poder y la magia.

– Estamos en algún lugar en el medio, que no es tierra ni mar -dije.

– Es lo más cerca que conseguiremos estar del mundo de las hadas aquí en el mar del Oeste -dijo él.

Asentí con la cabeza.

Rhys enroscó las correas de la funda de la espada alrededor del arma de fuego, y usó la hoja desnuda para clavar la funda en la arena. Se arrodilló en el agua, que en esa posición le llegaba por encima de la cintura, para clavar la espada profundamente, casi hasta la empuñadura, en la arena que se movía, con la intención de que no fuera arrancada por la fuerza del mar.

Él me sonrió ampliamente, todavía arrodillado en el agua, mientras el borde de las olas jugaba con sus rizos.

– La mayor parte de las posiciones en las que estoy pensando acabarían por conseguir que uno de nosotros se ahogara.

– Tú no puedes ahogarte, eres sidhe.

– Tal vez no puedo morir ahogado, Merry, pero confía en mí, duele como un hijo de puta tragar esta clase de agua. -Él hizo una mueca y tembló, y no creí que fuera completamente debido al frío del agua.

Me pregunté qué viejo recuerdo le estremecía. Casi pregunté, pero con la siguiente ola nos llegó el perfume de rosas mezclado con el olor de la sal. Nada de malos recuerdos esta noche. Haríamos unos nuevos y mejores.

Me acerqué hasta que pude tocar sus hombros y su rostro, lo que hizo que levantara la vista para mirarme. Por un momento pude ver la sombra de esa vieja herida reflejándose en su cara, y entonces me sonrió, abrazándome por las caderas con sus fuertes brazos, tirando de mí contra su cuerpo. Siguió hacia arriba un camino de besos por mi estómago, mi pecho, y mi cuello, como si fueran los mismos besos quienes tiraran de él hacia arriba hasta ponerse de pie y poder presionar sus labios contra los míos.

Me besó. Me besó mientras el agua formaba remolinos y se movía a nuestro derredor, de modo que ese movimiento y esa fuerza se sentían como caricias contra nuestros cuerpos, y nuestros labios, manos y brazos exploraban la piel por encima del nivel del agua.

Él se afirmó, y usó una mano para acunar y levantar mi seno de forma que su boca pudiera lamerlo y succionarlo, hasta que el simple tirón de su boca en mi pezón me hizo gritar. Sostuvo el otro seno con la otra mano, e hizo lo mismo otra vez. Fue alternando entre ambos mientras el agua ascendía a nuestro derredor, hasta que grité su nombre. Sólo entonces se dejó caer de rodillas, el pecho sumergido en el agua y su rostro vuelto hacia mí, alzándome y haciendo que mis rodillas se apoyaran en sus hombros, y su cara entre mis piernas.

Protesté…

– No puedes mantener esta posición mucho tiempo.

Recorrió con la mirada mi cuerpo, su boca cerca de la parte más íntima de mi cuerpo, pero aún sin tocarme.

– Probablemente, no -dijo.

– Entonces… ¿por qué lo haces?

Me sonrió.

– Porque quiero intentarlo. -Y eso era tan propio de Rhys. Me hizo sonreír, y en ese momento su boca me encontró, y no fueron sonrisas lo que obtuvo de mí.

Inclinó mi cuerpo hacia atrás con la fuerza de sus manos y brazos para tenerme a su alcance y poder lamer y succionar. Sus manos, realmente soportaban todo mi peso, sosteniéndome por la zona lumbar, mis piernas sobre sus hombros en una posición imposible. Intenté decirle que me dejara en el suelo, que fuera razonable, pero cada vez que intentaba decírselo, él hacía algo con su boca o su lengua y hacía desaparecer mis palabras con el placer.

Sentí que sus brazos comenzaban a temblar muy ligeramente, mientras toda esa deliciosa presión comenzaba a construirse entre mis piernas, como si fuera una carrera para ver si él me podía hacer llegar al orgasmo antes de tener que dejarme en el suelo. Unas pocas sensaciones antes y le habría dicho que me bajara cuando notara que su musculatura empezaba a temblar, pero el placer había llegado a ese punto de egoísmo donde uno deseaba más la liberación que ser amable o generoso. Quería que él terminara lo que había empezado. Quería que me hiciera explotar por encima de ese borde tan húmedo y caliente.

Mi piel había comenzado a resplandecer como si fuera un estanque de agua mansa que pudiera reflejar por sí misma el resplandor de la luna. Rhys había llamado mi magia a la vida.

Finalmente, se movió sobre sus rodillas, para hacer que mi espalda tocara la verja de hierro. El agua había subido lo suficiente como para que los escalones más bajos quedaran sumergidos, y me apoyé contra la madera, usando la verja de hierro como habría usado la cabecera de una cama para soportar mi peso y mantenerme en el ángulo que él necesitaba. Rhys subió los escalones cubiertos por el agua para que estos le ayudaran a soportar mi peso mientras lamía y succionaba, y me hacía el amor con la boca tal como haría el amor conmigo más tarde con otras cosas.

Mi pelo y mis ojos resplandecían: Carmesí, esmeralda, y oro. Su propia piel había comenzado a resplandecer en tonos blancos como si debajo hubiera un juego de luces, como si hubiera nubes o algo parecido moviéndose dentro de su cuerpo, cosas que no podría ver o comprender.

Estaba casi a punto, casi allí, casi, entonces… entre una caricia de su lengua y la siguiente, ese calor creciente entre mis piernas estalló hacia fuera y a través de mí en una caliente ráfaga que danzó sobre mi cuerpo y me hizo apretar las caderas contra su cara. Él chupó más fuerte, extrayendo el placer, haciéndolo durar, generando un orgasmo tras otro, y otro más, hasta que grité y chillé a la luna encima de nosotros.

Sólo cuando me aflojé y me quedé sin fuerzas, y realmente no pude mantener mis manos asidas a la verja de hierro, conseguí que él se detuviera y se pusiera de pie en los escalones alzándome en sus brazos, y dejando que el agua me mantuviera a flote. Noté cómo empujaba contra mi cuerpo. El agua fría no le había afectado, porque estaba largo, duro y ansioso mientras empujaba contra mi sexo.

El mar llegó deslizándose entre nuestras piernas. Hacía muy poco que él me había besado allí, así que me hizo gritar cuando empujó dentro de mí, como si el mar y Rhys estuvieran haciendo el amor conmigo al mismo tiempo.

Y entonces entró en mí, tan profundo como le fue posible, inmovilizándome contra la verja de hierro, sus manos agarrándose de la madera para impedir que las olas nos arrastraran hacia el mar.

Rodeé con mis piernas su cintura, mis brazos alrededor de sus hombros, y le besé. Le besé y me saboreé en sus labios, dulce y salado, mi cuerpo mezclado con el océano dando lugar a algo diferente, como si él hubiera saboreado a otra persona, a alguien que sabía como el mar.

Su ojo, con sus tres círculos de color, había recobrado su azul, porque su magia tenía su propia luz para mostrarme el azul de un cielo diurno en su ojo, si es que el cielo pudiera arder en azul.

Se deslizó dentro y fuera de mí, con el movimiento de las olas ayudándole a veces, y en otras pareciendo decididas a separarnos, como si se sintieran celosas de lo que estábamos haciendo. Comencé a sentir de nuevo ese peso creciente de placer, pero más profundamente dentro de mí esta vez.

No estaba segura de si grité o susurré contra su rostro…

– Pronto, pronto.

Me entendió, y comenzó a mover sus caderas con más rapidez, conduciéndose a sí mismo más profundo y más rápido, a fin de que con cada empuje golpeara esa parte de mí, y las olas intentaban ayudar a encontrar ese lugar, pero Rhys no les dejaba espacio. Él me llenaba y luego, entre un empuje y el siguiente, yo gritaba su nombre otra vez, mis uñas hundidas en su espalda, grabando mi placer en forma de media luna en su pálida piel.

Grité su nombre mientras me montaba entre el mar y los escalones inferiores. Le sentí luchar con su cuerpo para mantener el ritmo que me había llevado hasta el final, para poder volver a llevarme, una y otra vez, y sólo cuando finalmente perdió el control se permitió ese último empuje profundo que le hizo arquearse hacia atrás, que le dejó mirando al cielo cuando, finalmente, se dejó ir.

Esa última y profunda penetración me hizo acabar una vez más, y fue entonces cuando el perfume a rosas cayó a nuestro alrededor en un aguacero de pétalos rosados que se deslizaron mar adentro debido al movimiento de las olas. La magia atravesó rápidamente nuestra piel como una clase diferente de orgasmo, haciendo que se estremeciera en escalofríos, aunque estaba caliente, tan caliente. Lo bastante caliente como para que el mar no pareciera frío. El resplandor gemelo de nuestros cuerpos unidos se convirtió en uno, como si juntos pudiéramos crear una luna nueva que enviar al cielo, una luna que tuviera ojos de fuego líquido, esmeraldas ardientes, granates en movimiento, oro derretido, y zafiros tan azules que te harían llorar por sólo mirarlos. Su pelo era espuma blanca alrededor de su rostro, sobre sus hombros, uniéndose al resplandor blanco de nuestros cuerpos.

Fue sólo entonces cuando me di cuenta de que deberíamos haber erigido un círculo para contener el poder, o al menos para controlarlo, pero era demasiado tarde. El poder surgió a través de nosotros y aumentó, saliendo proyectado hacia la noche. Había sentido una liberación de poder así antes, pero nunca una con tal propósito. Antes siempre había sido casi accidental, pero sentí nuestros poderes unidos como buscando algo, como un misil mágico que tuviera un blanco como objetivo.

Lo oímos impactar, y yo medio esperé oír el eco de una gran explosión, pero no hubo sonido. El impacto del poder nos sacudió y empujó a Rhys de un golpe dentro de mí por última vez, de modo que ambos gritamos debido a la liberación de nuestros cuerpos y a la liberación de la magia a muchos kilómetros de distancia.

Sólo cuando nuestra piel comenzó a apagarse, resplandeciendo sólo en la superficie en lugar de emitir esa luz candente, sólo entonces él se dejó caer deslizándose hasta quedar de rodillas, todavía sujetándome, mientras me escurría hacia abajo sujetándome a mi vez de la verja de hierro. El mar sostenía nuestro peso, y luego intentó hacernos caer de las escaleras. Rhys nos subió en una especie de gateo hasta que estuvimos a salvo en un escalón más seco. Se había salido de mí en algún momento de la subida pero estábamos listos para terminar. Había sido suficiente.

Él dejó oír una risa temblorosa mientras me acunaba contra él, y nos recostábamos contra los peldaños.

– ¿Qué fue esa magia? -Pregunté, mi voz todavía jadeante.

– Fue el poder del mundo de las hadas creando un sithen.

– Una colina hueca aquí en Los Ángeles -dije.

Él asintió con la cabeza, todavía tratando de tranquilizar su aliento.

– Lo vi por un momento. Es un edificio, un edificio nuevo que no estaba allí antes.

– ¿Qué no estaba dónde? -Pregunté.

– En una calle.

– ¿Qué calle? -Pregunté.

– No lo sé, pero mañana podré encontrarlo. Me llamará.

– Rhys, ¿Cómo explicarás un edificio nuevo que aparece?

– No tendré que hacerlo, será igual que con los montículos de las hadas, las colinas huecas, que aparecían de repente y la gente pensaba que la colina había estado allí siempre. Si la magia surte efecto como siempre lo ha hecho, todo el mundo aceptará que esté allí. Seré el nuevo inquilino llegando a una nueva casa, pero el edificio no parecerá nuevo, y las personas lo recordarán.

Apoyé mi cabeza sobre su pecho, y pude oír su corazón que todavía latía rápidamente y con fuerza.

– Un sithen es como una nueva Corte de las hadas, ¿verdad?

– Sí -dijo él.

– Entonces, en esencia, el mundo de las hadas acaba de hacerte rey.

– No el Ard-ri [16], sino un rey menor, sí.

– Pero no vi el edificio. No lo sentí.

– Tú eres la reina suprema, Merry. No tienes sólo un sithen. En cierto modo, todos son tuyos.

– ¿Estás diciendo que los otros hombres también lo conseguirán?

– No lo sé. Tal vez sólo aquéllos de nosotros que lo tuvimos hace mucho, mucho tiempo.

– ¿Y esos serían tú, y quién más?

– Barinthus en primer lugar. Tendré que pensar acerca de los demás. Ha pasado tanto tiempo, tantos siglos. Uno intenta olvidar lo que antes fue, porque no sabes si lo vas a recuperar. Intentas olvidar.

– Primero, mi sueño o visión y el poder salvar a Brennan y a sus hombres cuando tenían que estar a centenares de kilómetros de distancia, y entonces poder sanarlos con mi bendición, o como sea que quieras llamar a eso. Ahora, esto. ¿Qué significa todo esto?

– Los sidhe no apreciaron el retorno de la Diosa a través de ti. Creo que ella está decidida a enterarse de si los humanos son más agradecidos que las hadas.

– ¿Y qué significa eso exactamente? -Pregunté.

Él se rió otra vez.

– No lo sé, pero apenas puedo esperar a ver ese nuevo sithen moderno, o tratar de explicárselo a Doyle y Frost -dijo, mientras se ponía de pie, agarrándose a la verja de hierro para estabilizarse.

– Todavía no puedo caminar -le dije.

Me sonrió abiertamente.

– Me adulas.

Le sonreí.

– Mucho.

– Voy a rescatar mis armas antes de que la marea suba más. Tendré que limpiarlo todo. El agua salada oxida como ninguna otra cosa -dijo, caminando por el agua hasta que le llegó a la cintura, aunque finalmente tuvo que bucear entre las olas para encontrar dónde había dejado sus armas clavadas en la arena.

Por un momento, me quedé a solas con el mar, el viento y la luna llena y brillante encima de mí. Susurré…

– Gracias, Madre.

En ese momento oí a Rhys salir a la superficie, tomando aire profundamente y salpicando hacia los escalones, las armas colgando de su mano, sus rizos aplastados contra su cara y hombros. Subió hasta llegar a mi lado, el agua corriendo por su piel en brillantes riachuelos.

– ¿Ya puedes caminar?

– Con ayuda, creo que sí.

Él sonrió abiertamente otra vez.

– Fue asombroso.

– ¿El sexo o la magia? -Pregunté mientras me ayudaba a ponerme de pie. Mis rodillas estaban todavía tan débiles que me agarré a la verja de hierro aún con su brazo sosteniéndome.

– Ambos -dijo-. El Consorte nos salve, pero lo fueron ambos.

Subimos las escaleras un poco temblorosamente y riendo. El viento marino parecía mucho más cálido que antes de que hubiésemos hecho el amor, como si el clima hubiera cambiado de idea y decidido que el verano era una mejor opción que el otoño.

CAPÍTULO 21

EL AGUA SALADA ES ALGO QUE TIENES QUE ENJUAGAR DE TU piel antes de irte a la cama. Estaba en la enorme ducha haciendo justamente eso cuando la puerta se abrió de golpe y aparecieron Ivi y Brii, diminutivo de Briac, respirando entrecortadamente y con sus armas desnudas en las manos.

Me congelé a medio aclarar el acondicionador de mi pelo, parpadeando hacia ellos a través de las puertas de cristal de la ducha.

Por el rabillo del ojo, pude ver como, de repente, Rhys se deslizaba a través de la puerta que habían dejado abierta tras ellos. Tenía su espada recién aceitada apoyada en la garganta de Brii, y su arma de fuego recién limpiada apuntando a Ivi mientras el otro hombre se congelaba en medio del movimiento de levantar su propia arma de fuego.

– Negligentes -dijo Rhys-, vosotros dos. ¿Por qué habéis abandonado vuestros puestos?

Ambos respiraban tan fuerte que yo podía ver sus pechos luchando por tomar aire, tanto que ni siquiera podían hablar. Brii, además, tendría problemas para hablar por encima de la espada que nunca vacilaba sobre su piel, y el arco que llevaba en una mano con una flecha a medio poner y la otra mano llena de flechas no le servían para nada.

Brii pestañeó con sus brillantes ojos verdes, su pelo del color amarillo de las hojas de los cerezos en otoño, recogido en la parte de atrás con una larga trenza. Su ropa era de cuero y podría hacerle parecer como miembro de un club [17] fetichista, pero en realidad eran piezas de una armadura más antigua que la mayoría de las que salían en los libros de historia de los humanos.

La punta de la espada de Rhys pareció hundirse un poco contra el pulso que latía pesadamente en su garganta.

Miró al otro hombre, que todavía estaba congelado, inmóvil frente a su arma de fuego; sólo la frenética subida y bajada de su pecho le traicionaba. Su pelo verde y blanco estaba suelto y formaba remolinos alrededor de sus piernas, pero al igual que el de Doyle y Frost, nunca parecía enredarse. A diferencia de ellos, Ivi lucía un patrón de vides y hojas en su pelo, que parecía una obra de arte, y sus ojos parecían estar repletos de estrellas verdes y blancas, haciendo que la gente le preguntara si llevaba lentes de contacto o eran de verdad. Llevaba ropas modernas, y el chaleco antibalas que llevaba era de manufactura reciente.

– Ivi, explícate, y mejor que tenga sentido -dijo Rhys, sin dejar de apuntarle con el arma de fuego.

Ivi luchó con su propio aliento y su propio ritmo cardíaco para hablar.

– Nos despertamos… estando de guardia. De… un sueño… encantado… pensamos en enemigos -dijo, tosiendo e intentando frenéticamente aclararse la voz y tomar más aire, todo a la vez. Tenía mucho cuidado en no mover para nada el arma de fuego que llevaba en la mano-. Pensamos que encontraríamos a la Princesa muerta, o secuestrada.

– Podría mataros a ambos por quedaros dormidos en acto de servicio -dijo Rhys.

Ivi inclinó ligeramente la cabeza.

– Eres el tercero al mando, es tu derecho.

Brii, finalmente, logró arreglárselas para hablar por encima de la espada y su pulso desbocado.

– Le fallamos a la princesa.

Rhys se movió con fluidez, separando la espada de la garganta de Brii, bajando su arma de fuego para apuntar al suelo, y parándose en la puerta como si justo acabara de llegar paseando. Con Frost y Doyle a mi alrededor, a veces se me olvidaba de que había más que una razón para que Rhys hubiera sido el tercero al mando de los Cuervos de la Reina. Cuando todo el mundo es así de bueno, es difícil recordar simplemente qué tan bueno eres.

– Fue la Diosa misma la que creó el sueño encantado -dijo Rhys-. Ninguno de nosotros puede controlar eso, así que supongo que no os mataré esta noche.

– Mierda -dijo Ivi, cayendo de rodillas ante las puertas de la ducha, apoyando la cabeza sobre el brazo con que sujetaba el arma de fuego. Brii se apoyó de espaldas contra la pared de la ducha. Tuvo que ajustar el largo arco que colgaba a sus espaldas para que no se dañara contra las baldosas. Él era uno de los guardias que aún no llevaba armas de fuego, porque según Doyle, cuando alguien era tan bueno como él usando el arco, no llevarlas no suponía un problema tan grande como podría haber sido.

Volví a poner mi pelo bajo el agua para acabar de aclararlo completamente. De todas formas, era el turno de Rhys en la ducha. Él se había dedicado a limpiar sus armas primero.

– ¿Cómo, que la misma Diosa? -preguntó Brii.

Rhys empezó a explicárselo, aunque de forma muy resumida. Cerré la ducha y abrí la puerta para tomar las toallas que siempre parecían estar colgadas allí donde las necesitábamos. Me pregunté por un momento, si era Barinthus quien se ocupaba de poner las toallas, pero lo dudaba. No me daba la sensación de que fuera tan hogareño.

Brii me dio la primera toalla, pero sus ojos estaban totalmente centrados en Rhys y su historia. Me incliné para hacerme un turbante con la toalla y secarme el pelo, y fue la mano de Ivi la que acarició mi espalda y se deslizó más abajo. Le miré, porque pensé que la conversación sobre la Diosa le habría distraído de tales cosas. Pero él, a diferencia de Brii, tenía sus ojos puestos en mí. Había un calor en sus ojos que no debería haber estado allí después de un mes de libertad, un mes en el que habíamos tenido casi tantos guardias sidhe femeninos como masculinos.

– Ivi -dijo Rhys-, no me estás escuchando. -Él no sonaba enojado, sino más bien, intrigado.

Ivi parpadeó y se sacudió como un pájaro que se acomoda las plumas.

– Pediría disculpas, pero ambos somos tan viejos que sería un insulto, así que es mejor decir que la visión de la princesa desnuda me distrae de cualquier cosa que puedas decir -Él sonrió al final, aunque no fue una sonrisa del todo feliz.

– Tú y los demás se suponía que teníais que hablar con Merry durante la cena acerca de esto.

– Los Fear Dearg han vuelto -dijo Ivi-. Lo recuerdo, Oh Señor de la Muerte. Fue en ellos en lo que primero pensé cuando nos despertamos y nos encontramos con que ambos nos habíamos quedado dormidos estando de servicio. -Ivi frunció el ceño, su rostro mostraba cólera, repugnancia, y otras cosas que no podía leer.

– Soy demasiado joven para recordarlos, no era consciente todavía -dijo Brii-, pero nací a la verdadera vida no mucho después de que acabara todo eso y recuerdo las historias. He visto las heridas y el daño causado. Cuando tales enemigos se acercan… ¿Qué buen soldado se quejaría de cualquier otra cosa?

Yo estaba ahí, con el pelo envuelto en la toalla, y la otra toalla colgando en las manos.

– Me estoy perdiendo algo -dije.

– Díselo -dijo Rhys, haciendo con la pistola una pequeña señal de que continuara.

Brii pareció avergonzado, y ésa era una emoción rara en los sidhe. Ivi inclinó la cabeza, escondiendo su mirada atrevida, diciendo…

– He fallado en mi puesto esta noche. ¿Cómo puedo pedir algo más después de eso?

– Galen y Wyn todavía estaban profundamente dormidos cuando entré en la ducha. ¿Todo esto no los debería haber despertado? -Pregunté.

Los tres hombres se miraron, e inmediatamente Brii y Rhys salieron del baño hasta poder divisar la gran cama. Regresaron al cuarto de baño, con Rhys negando con la cabeza.

– Ni se han movido. -Él pareció pensar en ello-. De hecho, Doyle y Frost deberían estar aquí. Todos los demás guardias deberían estar aquí con las armas preparadas. Estos dos -dijo, señalándolos con su espada-, han hecho un ruido infernal corriendo a salvarte.

– Pero nadie más se ha despertado -dije.

Rhys sonrió.

– La Diosa ha hecho que todo el mundo siguiera durmiendo menos vosotros dos. Creo que eso significa que tenéis que tener una conversación con Merry. Mis armas están limpias. Ahora es mi turno en la ducha.

– Espera -le dije-, ¿Qué estás diciendo?

Rhys me besó en la frente.

– Tus guardias te temen, Merry. Temen que serás como tu tía y tu primo, o tu tío o tu abuelo. -Él miró hacia arriba como pensando en la lista.

– Hay un montón de perturbados en mi árbol genealógico -dije.

– La mayor parte de los guardias que abandonaron el mundo de las hadas para seguirte, han permanecido célibes.

Clavé los ojos en él, y entonces empecé lentamente a mirar a Brii e Ivi.

– Pero… ¿Por qué, en nombre de Danu? Os dije que la regla de celibato de mi tía se había derogado.

– Ella había dicho lo mismo en el pasado -contestó Brii lentamente-, y no le importaba si se trataba de alguna relación casual, pero si encontrábamos a alguien que realmente nos importara… -él se detuvo y miró a Ivi.

– Nunca me enamoré de nadie -dijo Ivi-, y después de ver lo que ella les hizo a algunas de las amadas, nunca he sido tan feliz de ser un canalla y un granuja en mi vida.

– Tengo seis consortes y seis padres para mis hijos. Me parece bien que el resto de vosotros tengáis relaciones sexuales, que hagáis amigos, os enamoréis. Sería maravilloso si más de vosotros os enamorarais.

– Parece que realmente quieres decir eso -dijo Ivi-, pero tus parientes han parecido cuerdos durante siglos, y no lo estaban.

Comprendí lo que quería decir.

– Crees que voy a volverme loca como mi tía, y mi primo, y mi tío, y… -pensé en ello, y sólo pude asentir con la cabeza-. Supongo que entiendo lo que quieres decir.

– Ninguno de ellos, salvo tu abuelo, fue siempre cruel y horrible -dijo Ivi.

– Hay una razón por la que su nombre es Uar el Cruel -contesté, sin intentar disimular la mirada de disgusto en mi cara. Él nunca había significado nada para mí, ni yo para él.

– Siempre dio la sensación de que los celos eran el punto débil de tus parientes, celos de afecto, de poder, de posesiones incluso -dijo Brii-. Las dos Cortes de las hadas están gobernadas por parientes tuyos, y ambos son vanos y odian a cualquiera que pueda parecer, aunque sea levemente, más bello, más bien parecido, más poderoso que ellos.

– ¿Vosotros creéis que si tomáis otros amantes, yo lo veré como una ofensa a mi belleza?

– Algo así, sí -confirmó.

Miré de uno al otro, frunciendo el ceño.

– No sé cómo tranquilizarte porque tienes razón en lo que atañe a mis parientes consanguíneos. Mi padre y mi abuela estaban cuerdos, pero mi propia madre no está del todo bien. Así que no sé cómo tranquilizaros.

– Lo que les aterra, es el hecho de que tú no hayas tocado a ninguno de ellos -dijo Rhys.

– ¿Qué?

– La reina sólo permitiría buscar a otros amantes a aquellos guardias que nunca se hubieran acostado con ella. Si ella hacía el amor contigo, entonces le pertenecías para siempre, aunque nunca volviera a tocarte.

Clavé los ojos en él.

– ¿Quieres decir antes de los disparates del celibato que fueron su regla?

– Su ley -dijo Ivi.

– Siempre fue una mujer muy posesiva -dijo Rhys.

– Siempre estuvo loca, quieres decir -contesté.

– No, no siempre -dijo Rhys.

Los otros hombres estuvieron de acuerdo.

– Y es el hecho de que hubo un tiempo en el que la reina no estuvo loca, sino que era simplemente cruel, lo que nos asusta de ti, Princesa Meredith -dijo Ivi.

– Ya lo ves -dijo Brii-, si ella siempre hubiese estado loca entonces confiaríamos en que tu sensatez sería duradera, pero hubo un tiempo en que la reina fue razonable. Una vez fue un buen gobernante de las hadas o la Diosa no la habría escogido.

– Ya veo el problema -dije, envolviéndome con la toalla, casi olvidada. De repente, tenía un poco de frío. No había pensado en mi familia de esta manera. ¿Qué ocurría si era genético? ¿Qué pasaría si la locura sádica estaba dentro de mí en alguna parte, a la espera de una oportunidad para aparecer? ¿Era posible eso? Bueno, sí, pero… Mi mano fue a mi estómago, todavía tan plano, pero había bebés allí dentro. Podrían parecerse a mí o a mi padre, o a… eso era lo más aterrador de todo. Yo me conocía a mí misma, pero los bebés eran un enigma.

– ¿Qué puedo hacer? -Pregunté. Ni siquiera estaba segura sobre qué miedo preguntaba, pero los hombres tenían sólo un miedo en el que centrar su atención.

– Te fallamos esta noche, Princesa Meredith -dijo Brii-. No merecemos más consideración por nuestras vidas.

– Cuando la Diosa se mueve entre nosotros nadie puede ponerse en su camino -dijo Rhys.

– ¿De verdad crees que la Oscuridad o el Asesino Frost lo verían de ese modo si a ella le hubiera ocurrido algo? -preguntó Ivi.

– Si algo le hubiera ocurrido a Merry, ni siquiera yo lo haría -dijo Rhys, dejando ver esa dureza que la mayoría de las veces escondía tras los chistes y su amor por películas deprimentes y sombrías, y que actualmente cada vez veía más a menudo. Él había recuperado una gran parte del poder que había perdido siglos atrás, y algo hay en el hecho de manejar mucho poder que te vuelve más duro.

– Ya veo -dijo Ivi.

– Otra vez, tengo la impresión de que me estoy perdiendo algo. Rhys, simplemente dime qué es lo que están eludiendo.

Rhys miró a los dos hombres.

– Tenéis que pedirlo vosotros mismos. Ésa ha sido siempre la regla.

– Porque si no lo pides por ti mismo, es que no lo deseas lo suficiente -terminó Brii por él, con algo de tristeza. Comenzó a guardar todas sus flechas, y se giró hacia la puerta todavía abierta.

– Quédate, yo puedo pedirlo en nombre de los dos -dijo Ivi.

Brii vaciló ante la puerta.

– Yo lo deseo lo suficiente como para pedirlo -dijo Ivi.

– ¿Pedir qué? -les dije.

– Haz el amor con nosotros, ten sexo con nosotros, fóllanos. No me importa como lo llames, pero por favor tócanos. Si tú nos tocas esta noche y mañana nos permites tomar a otros amantes y eso no te altera, será la prueba de que no eres como tu tía, o como tu tío, el rey de la Corte Brillante. Él no mataría a una de sus amantes porque fuera a otra cama, pero la destruiría políticamente en la corte, ya que decía que ir directamente a otra cama después de pasar una noche con él, significaba que él que no era lo bastante bueno para conseguir que no deseara a nadie más.

– ¿Ves por qué yo no quería pedírselo esta noche? -Dijo Brii-. Es un gran honor estar en la cama de nuestra reina, y no debería ser una recompensa por el deber mal hecho.

– La Diosa te despertó primero -dije-. Ahí tienes una razón para eso.

– No huelo a flores -dijo Rhys.

– Yo tampoco, pero tal vez esto no es obra de la Diosa, sino que alguien debería habérmelo contado antes. He vivido toda mi vida teniendo miedo de mi tía. Fui víctima de su tortura, y mi primo hizo desgraciada toda mi infancia cuando mi padre no estaba vigilando.

– Necesitamos saber cuánto de la reina hay en su sobrina -dijo Ivi, con toda solemnidad, a diferencia de su habitual tono burlón. Me di cuenta de que posiblemente, sus burlas, al igual que el humor de Rhys, escondían cosas más serias.

– Rhys necesita una ducha, y las camas están todas ocupadas, pero los sofás son lo bastante grandes.

Rhys me besó en la mejilla.

– Diviértete -dijo, pasando a mi lado hacia la ducha y dejando sus armas fuera, en un estante que había sido diseñado para cosas menos letales, pero que servía perfectamente para las armas, tal como todos habíamos descubierto.

– ¿Los sofás son lo suficientemente grandes para qué? -preguntó Brii.

– Para el sexo -dije-. Sexo esta noche conmigo, pero mañana tienes que persuadir a uno de los otros guardias para que esté contigo, porque esto sólo funciona si vas de mi cama a otra casi inmediatamente, ¿verdad?

– ¿No estarás molesta? -preguntó Brii.

Me reí.

– Si no fuera en parte una diosa de la fertilidad tú no tendrías sexo esta noche. Rhys cumplió con su deber muy bien esta noche, y si de verdad fuera de carne mortal estaría un poco dolorida, pero no lo soy, y el poder aumentará entre nosotros y será bueno.

– ¿Así que tus órdenes son hacer el amor contigo ahora, pero encontrar a otro guardia con quien acostarme tan pronto como sea posible? -preguntó Ivi.

Pensé en ello, y entonces asentí con la cabeza.

– Sí, ésas son mis órdenes.

Ivi me sonrió abiertamente.

– Me gustas.

Le sonreí a mi vez, porque no lo podía evitar.

– Tú también me gustas. Ahora vamos a encontrar un sofá y ver cuánto nos gustamos.

Oí abrirse la ducha detrás de nosotros mientras salíamos del baño.

CAPÍTULO 22

REALMENTE HABÍA DOS SALAS DE ESTAR EN LA CASA DE LA playa. Una era más pequeña e íntima, si puedes definir así un espacio lo bastante grande como para contener el comedor, la cocina, la entrada, el vestíbulo, y una pequeña sala de estar donde sentarse a uno de los lados. Todo eso era la Gran Estancia, pero la parte que era una sala de estar era más pequeña que el resto, así que se quedó con el nombre de la pequeña sala de estar. La grande era un cuarto por sí mismo, con un conjunto de ventanas que iban desde el alto techo hasta el suelo alfombrado. Era una de las pocas estancias alfombradas de la casa, así que ir dejando charcos de agua ahí dentro sería un problema, razón por la cual estaba aislada de la mayor parte de los otros cuartos, y no tenía una puerta de acceso directo al exterior hacia la playa. El largo sofá, compuesto por amplios módulos formaba casi un cuadrado y llenaba el cuarto. Había sólo una entrada estrecha a un costado y mesas de café intercaladas a intervalos con el mobiliario para que pudieras dejar tus bebidas, si la pequeña mesa de madera dorada que estaba a un lado, junto a un bar de sobras abastecido, no estaba lo bastante cerca como para dejar las bebidas allí.

Los sofás eran blancos, descansando sobre una vasta extensión de alfombra color canela. La combinación de colores era muy parecida a la que había en la casa principal de Maeve Reed. Había colores fríos, blancos, cremas, canela, dorados, y azules en otras partes de la casa, pero aquí no había nada que distrajera la vista de la asombrosa extensión del océano, y si no le tenías miedo a las alturas, podías acercarte a los ventanales y mirar hacia abajo para divisar las afiladas rocas que estaban esparcidas a la orilla del mar.

Era a la vez un cuarto hermoso y frío. Daba la impresión de ser un lugar creado para recibir a un socio comercial, no a los amigos. Nosotros íbamos a intentar añadir algo de calor a la decoración.

El cielo todavía se veía negro tras el cristal. El mar se extendía, y parecía aceite brillando negro como la tinta, reflejándose en la luna llena.

La luz de la luna y la oscuridad hacían que la alfombra de color café claro pareciera ser blanca y gris. Los sofás resplandecían casi fantasmales a la luz de la luna. Ésta brillaba lo suficiente para que las sombras alrededor del cuarto parecieran más densas en comparación. Se necesitaba una luna brillante para que las sombras se vieran así. Los tres nos adentramos en esas sombras brillantes y nuestra piel reflejó la luz como si estuviéramos hechos de agua espumosa brillando bajo el resplandor de la luna.

La casa estaba tan silenciosa que podía oír el movimiento y el arrullo del mar contra las rocas de abajo. Nos movíamos en un silencio hecho de luz de luna, sombras, y el suspiro del mar.

Me moví hacia el sofá que estaba más cerca de la pared de cristal, porque llamarlo ventana no le hacía justicia. Era una pared de cristal contra la que el océano se extendía hasta encontrarse con el oscuro horizonte, moviéndose en círculos que resplandecían y brillaban tenuemente bajo el toque de la luna.

Algo en el juego de luces me hizo querer verlo mejor, así que pasé por delante del sofá y me acerqué al cristal, desde donde podía apreciar esa vista vertiginosa del mar y las rocas, y el agua espumosa que se veía blanca y plateada bajo esa luz oscura.

Brii comenzó a quitarse los arcos, las flechas, y las espadas que llevaba dejándolas cuidadosamente sobre la larga mesa situada a un lado del cuarto.

Ivi se me acercó con el arma enfundada y la espada en su cinturón. Llegó hasta mí con el chaleco de la armadura todavía puesto. La mayoría de los hombres estarían indecisos tras tanto tiempo sin una mujer, pero Ivi me sujetó por la parte superior del brazo en un agarre casi hiriente, alzándome para poder besarme. No hizo el menor gesto para inclinarse; sólo me alzó para que pudiera llegar hasta él, y era lo bastante fuerte como para levantarme y simplemente sujetarme donde me quería.

La toalla enrollada en mi pelo cayó al suelo, dejando caer mi cabello mojado y frío contra nuestros rostros. Él me rodeó la cintura con un brazo para sujetarme. La otra mano se metió en mi pelo mojado y tiró con fuerza, haciéndome gritar, en parte de dolor y en parte de algo diferente.

Su voz sonó ruda y feroz, volviéndose su tono más grave como les sucedía a algunos hombres.

– Los demás dicen que te gusta el dolor.

Mi voz salió sin aliento, contenida por la fuerza con que me tenía sujeta.

– Algo de dolor, no demasiado.

– Pero te gusta esto -dijo.

– Sí, me gusta mucho.

– Perfecto, porque a mí también -dijo, al tiempo que soltaba mi pelo y me apretaba con más fuerza contra su cuerpo, mientras su otra mano soltaba el velcro de su chaleco. Luego me tiró sobre la alfombra, sacándose bruscamente el chaleco por encima de la cabeza, todo casi en el mismo movimiento.

Yací allí, sin aliento por su brusquedad, ya que él le había dado el punto justo para que me sintiera pasiva. Jugar a ser la víctima que consiente era un juego del que disfrutaba si estaba bien realizado. Mal hecho e Ivi se encontraría con una pelea entre manos. La toalla que me cubría se había abierto y me quedé simplemente recostada, desnuda e inerme a la luz de luna y a él.

Él sujetó mis piernas arrodillándose entre ellas, atrapando mi cuerpo contra el suelo, mientras se quitaba las armas, la espada, el cinturón y la camiseta. Formaron un montón a su alrededor como pétalos desgarrados de una flor impaciente.

Se alzó sobre mí, ejerciendo más presión sobre mis piernas, a fin de que resultara casi doloroso, pero no demasiado. Le había visto desnudo, porque la mayor parte de nosotros no teníamos problemas con la desnudez, pero vislumbrar a un hombre sin sus ropas no es lo mismo que observar la línea de ese mismo cuerpo arrodillado sobre ti, y sabiendo esta vez que todo lo que ese cuerpo promete está a punto de ser tuyo.

Su cintura era esbelta. Incluso los músculos bajo toda esa piel reluciente eran largos y sin grasa, como dejando claro que sin importar lo que él hiciera, no iba a engordar. Estaba construido como un corredor de fondo; gracia y velocidad se mezclaban con toda esa fuerza. Su pelo se desplegó a su alrededor, y me di cuenta de que se movía por sí mismo, sin que hubiera viento, era su propia magia la que lo hacía extenderse como un halo que cubría todo su cuerpo de un manto blanco, gris, y plateado, y las vides que adornaban ese cabello resplandecían como si un cable eléctrico recorriera cada una de sus líneas, de sus hojas, haciendo que relucieran en diferentes tonos de verde. La espiral de sus ojos había empezado a girar, pudiendo llegar a marearme si le miraba con fijeza durante mucho tiempo seguido.

Lo que sea que vio en mi cara le hizo quitarse los pantalones y empujarlos hacia abajo por sus delgadas caderas y así revelar esa última parte de sí mismo, ya duro, deseoso y grueso, como si su cuerpo hubiera decidido que el resto de él ya era lo suficientemente delgado y la diferencia la iba a compensar allí. Él presionó contra el mío su propio cuerpo, grueso y largo, todo lo que una podría desear en ese momento.

Se inclinó sobre mí, sus rodillas todavía presionando mis piernas, y así poder moverse para usar su gruesa y temblorosa avidez. Se recostó sobre mí, y su pelo no cayó sobre nosotros, se movió a un lado de forma que quedáramos protegidos de su resplandor y movimiento. Su pelo sonaba a nuestro alrededor, haciendo el mismo sonido que hacían las hojas moviéndose al viento.

Apretó mis muñecas contra el suelo y yo quedé completamente inmovilizada, pero él no me podía alcanzar. Así que estaba atrapada, pero no con un propósito que yo pudiera ver.

Recostó su cara sobre la mía, y susurró…

– No frunzas el ceño, Meredith. Ésa no es la mirada que quiero ver en tu cara ahora mismo.

Yo jadeaba al hablar, pero logré preguntar…

– ¿Y qué mirada quieres ver en mi cara?

Él me besó. Me besó como si me estuviera comiendo la boca, utilizando los dientes, mordiéndome, y entonces, cuando yo ya estaba a punto de gritar, cambió a un beso largo y profundo, tan tierno y cuidadoso como ninguno que hubiera sentido alguna vez.

Alzó la cara justo lo suficiente para que pudiera ver sus ojos. Ya no eran espirales, sino que eran simplemente de un verde encendido como si la luz le cegara, reflejándose en sus ojos.

– Esa mirada… -dijo-. Dijiste en la ducha que habías tenido toda la estimulación previa que necesitabas, así que no me molestaré esta noche. Sin embargo, quiero que sepas que no soy como tu Mistral. Hay noches en que la gentileza también se agradece.

– Pero no esta noche -susurré.

Él sonrió.

– No, no esta noche, porque te he visto tomar mil decisiones todos los días, Princesa. Siempre a la cabeza de algo, siempre ante una elección que realizar, siempre ante algo que afecta a demasiadas personas. Percibo tu necesidad de tener un sitio donde las decisiones sean tomadas por otros, donde la elección no te corresponda, algún lugar donde puedas dejarte ir y dejar de ser la princesa.

– ¿Y ser qué? -Susurré.

– Simplemente esto -dijo, y sujetando mis muñecas con una mano, usó la otra para bajarse los pantalones hasta la mitad de sus muslos. En ese momento movió sus rodillas para abrir aún más mis muslos, a fin de poder comenzar a empujar contra mi sexo.

Era casi demasiado largo para el ángulo que estaba usando, así que tuvo que usar su mano libre para colocarse hasta poder deslizar la punta de su pene dentro. Era lo bastante ancho como para que aún teniendo en cuenta mi anterior sesión de sexo, tuviera que empujarse contra mí, abriéndose camino con la fuerza de sus caderas.

Alcé la cabeza para poder observar cómo su cuerpo penetraba casi a la fuerza en el mío. Hay siempre algo en la primera vez que un hombre entra en mí que hace que le quiera mirar, y sólo verle tan grueso, tan grande… me hizo gritar sin palabras.

Él sostenía casi todo su peso sobre mis muñecas, allí donde las mantenía sujetas. Dolía, pero de una forma casi agradable, esa forma en la que te permites saber que el momento de la decisión ya ha pasado. Podría haber dicho que no, podría haber protestado, pero si él no quisiera soltarme, no podría obligarle, y había algo en ese momento de rendición que era exactamente lo que necesitaba.

Grité dos veces más antes de que él se abriera camino tan lejos como podía. Llegó hasta lo más hondo de mi cuerpo sin conseguir penetrarme hasta la empuñadura. En ese momento comenzó a salir, y entonces volvió a empujar, y finalmente yo estaba lo suficientemente mojada, y él estaba lo bastante listo. Comenzó a entrar y a salir con caricias largas y lentas. Había esperado que el sexo fuera rudo para armonizar con la forma en que había empezado, pero una vez que estuvo dentro de mí, fue como el segundo beso que me había dado, profundamente tierno y asombroso.

Él se regodeó en esa lentitud, acariciándome hasta que me llevó al límite, haciéndome gritar su nombre. Mis manos forcejearon debajo de las suyas, y si hubiera podido alcanzarle le hubiera rasguñado el cuerpo con las uñas, pero me sujetó con facilidad, manteniéndose a salvo mientras me montaba y conseguía que gritara su nombre.

La luz recorría mi cuerpo, mi piel brillaba para corresponder a su resplandor. Mi pelo resplandecía con luces del color de los rubíes reflejadas sobre la blanca oscuridad de su pelo, y mis ojos despedían luces doradas que se sumaban a los diferentes destellos verdes que reflejaban los suyos, yaciendo los dos en un túnel de luz y magia formado por la cascada de su propio pelo.

Sólo después de haberme convertido en una masa temblorosa de terminaciones nerviosas y ojos resplandecientes que no podían enfocarse en nada, él empezó de nuevo. Esta vez no hubo suavidad alguna. Esta vez me montó como si me poseyera, y quisiera constatar que tocaba todas las partes de mi cuerpo. Golpeó contra mi cuerpo, volviéndome a llevar al borde del orgasmo casi con la primera caricia, y me encontré gritando repetidas veces, como si cada empujón de su cuerpo me hiciera acabar. No podía decir dónde se detenía un orgasmo y comenzaba el siguiente. Fue una larga espiral de placer, en la que me quedé ronca de tanto gritar y sólo era débilmente conciente de lo que me rodeaba. El mundo se había reducido al golpear de su cuerpo y a mi placer.

Al fin, dio un último empujón, y fue en ese momento que supe que había sido cuidadoso, porque con ese último envite me hizo gritar de verdad, pero el dolor estaba mezclado con tanto placer que dejó de ser dolor y terminó pasando a formar parte del borde caliente y encendido del éxtasis.

Fue sólo cuando comenzó a salir de dentro de mí que me di cuenta de que aunque él ya no sujetaba mis muñecas, algo sí lo hacía. No podía enfocar lo suficiente para poder mirar, pero cuando tiré de mis muñecas había sogas sujetándolas, aunque diferentes de cualquier cuerda que alguna vez hubiera tocado mi piel.

Él se apartó de encima de mí y me di cuenta de que tampoco podía mover las piernas. Más cuerdas estaban atadas alrededor de mis muslos y pantorrillas.

Eso me hizo luchar por intentar ver, por enfocar, por estar alerta. Odiaba tener que salir de ese estado de placer, pero quería ver qué había utilizado para atarme, y cómo lo había conseguido sin mover las manos.

Había vides alrededor de mis muñecas, vides que guiaban más vides que habían escalado parte de la pared de cristal, de forma que las oscuras líneas de sus siluetas se recortaban contra la suave oscuridad. No estaba tan oscuro como había estado cuando empezamos, pero tampoco había llegado el amanecer. La oscuridad se desvanecía pero todavía no había una luz verdadera. El falso amanecer presionaba contra las ventanas, semioculto por las líneas oscuras de las vides de hiedra.

Ivi se puso de pie, usando la parte trasera del sofá para estabilizarse, y aún así casi se cayó.

– Ha pasado tanto tiempo desde que fui capaz de darle placer a una mujer así. Tanto tiempo desde que fui capaz de llamar a las vides. Estás apresada por la hiedra, Princesa.

Traté de decir que no sabía lo que quería decir, pero Briac estaba preparado junto al cristal cubierto de vid. Estaba desnudo y podía ver su piel blanca como la ceniza, no piel luz de luna como la mía, sino de un blanco grisáceo del que nadie más en ninguna corte podía jactarse. Sus hombros eran más anchos que los de Ivi, y había más carne y más músculo en su cuerpo. Brii era hermoso, elegante con su larga trenza amarilla de pelo que caía sobre uno de sus hombros y luego descendía por la parte delantera de su cuerpo, casi escondiendo la longitud impaciente de su sexo. Aunque tendría que haberse soltado el pelo del todo para cubrir totalmente su gracia. Yo yacía allí, atada de pies y manos, incapaz de levantarme, o moverme, y él se erguía por encima de mí, desnudo y listo.

– Ésta no es la manera en que habría llegado a ti por primera vez, Princesa Meredith -me dijo, pareciendo casi avergonzado, lo cual no era una emoción que nos permitiéramos mucho durante el sexo.

– No le hace demasiada gracia el bondage, a nuestro Briac -dijo Ivi, y se oía en su voz esa nota de humor que se había convertido en su marca, aunque también faltaba ese rastro de pesar que había soportado por tanto tiempo, como si no hubiera espacio para nada más aparte del brillo prolongado de la felicidad.

Tiré de las vides, y éstas se movieron contra mi piel, presionando con más fuerza, vivas, retorciéndose, apretándose cada vez más a medida que con más fuerza yo tiraba de ellas.

– Sí -dijo Ivi-, están vivas. Son una parte de mí, pero tienen consciencia, Meredith. Lucha y ellas se cierran herméticamente. Lucha con demasiada fuerza y se cerrarán con mucha más fuerza de la que quisieras.

Brii cayó de rodillas, luego se puso a cuatro patas. Comenzó a gatear hacia mí, y las vides del suelo se retorcieron alejándose de él, como pequeños animales escapándose de su contacto. No podía ayudar aparte de moverme un poco contra las ataduras mientras él gateaba en mi dirección. Las vides se apretaron, como manos recordándome que me detuviera, y luché por permanecer inmóvil cuando Brii estuvo sobre mí, todavía a cuatro patas, por lo que pude ver la línea de su cuerpo. Ver que estaba duro y preparado, y que iba a necesitar el trabajo que Ivi había hecho entre mis piernas para poder tomarlo por entero.

Brii apoyó esos labios rojos y llenos, los labios más bellos en cualquier corte, cerca de mi boca y susurró…

– Di que sí.

Dije…

– Sí.

Él sonrió, entonces me besó, y respondí a su beso, y en ese momento comenzó a empujar dentro de mí.

CAPÍTULO 23

ÉL SE SOSTUVO APOYÁNDOSE SOBRE SUS BRAZOS TAL COMO había hecho Ivi. Los dos eran demasiados altos para usar la posición del misionero conmigo. Brii se deslizó dentro de mí con más facilidad que Ivi, pero no porque fuera más pequeño.

– Diosa, ella está tan mojada y tan estrecha.

– No tan estrecha como antes de que yo tuviera mi turno -dijo Ivi, moviéndose lo suficiente para que yo pudiera verle por encima de los hombros de Brii. Él me miró mientras el otro hombre encontraba su ritmo y comenzaba a bailar a su manera entrando y saliendo de mí, su cuerpo bombeando encima del mío, mientras Ivi me sostenía para él.

Brii alzó una mano del suelo donde se sostenía por encima de mí, y puso sus dedos a un costado de mi cara.

– Quiero que me mires a mí mientras te hago el amor, Princesa, no a él -me dijo. Como si le hubiera insultado apartando la mirada, dejó claro que aunque prefería la gentileza, podía funcionar a otras velocidades. Comenzó a empujarse dentro de mí tan duro y rápido como podía, así que el sonido de la carne golpeando contra la carne, su respiración dificultosa y mis pequeños sonidos de protesta eran todo lo que el mundo podía contener.

Había pasado muy poco tiempo desde el buen trabajo de Ivi, y Briac consiguió que me corriera con rapidez. Un momento antes estaba cabalgando la ola del placer y al siguiente mi cuerpo se sacudía, esforzándose debajo de él, luchando por llegar al orgasmo, luchando contra las vides que me sujetaban, mi columna vertebral arqueándose, mi cuello lanzado hacia atrás mientras gritaba su nombre contra el cristal.

Briac montó mi cuerpo hasta que me quedé inmóvil, ciega y sin fuerzas bajo él, y entonces, sólo entonces, permitió que su cuerpo empujara por última vez, gritando sin palabras encima de mí. Sólo entonces se dejó caer sobre mí, también sin fuerzas, pero yo notaba su peso con agrado. Su corazón martilleaba contra mi cuerpo, su respiración era tan ruda que parecía que todavía estaba corriendo tan rápido como podía, aún cuando yacía encima de mí, demasiado exhausto para moverse, demasiado cansado para hacer algo más que deslizarse hacia un lado y así no sofocarme bajo su peso.

Cuando finalmente pudo moverse, salió de mí, haciéndome gritar de nuevo, a la vez que dejaba oír un sonido que parecía estar hecho de placer agudo mezclado con dolor.

Se quedó a mi lado, y cuando pude enfocar la mirada, pude ver sus ojos parpadear y cerrarse. Él habló con voz ronca y espesa…

– Diosa, eso se sintió tan bien, casi demasiado bien.

– Casi duele, ¿no?, después de tanto tiempo -dijo Ivi, y ahora le pude ver sentado en el sofá, lo bastante cerca para ver la función desde la primera fila.

– Sí -contestó Brii.

– Princesa, ¿puedes oírme? -preguntó Ivi.

Parpadeé hacia él y finalmente dejé escapar un jadeante…

– Sí.

– ¿Me puedes entender?

– Sí.

– Di algo además de sí.

Yo le dirigí una pequeña sonrisa y le dije…

– ¿Qué quieres que diga?

Él sonrió.

– Bien, en realidad me puedes oír. Pensé que habíamos conseguido que te desmayaras de placer.

– Ni de cerca -dije.

– Tal vez la próxima vez -añadió.

Eso me hizo mirarlo con un poco más de dureza, intentando prolongar la sensación de bienestar en la que había estado sumida hasta ahora. El amanecer había llegado por el este, así que ahora el cielo occidental estaba iluminado por una luz blanca. La noche se había desvanecido gradualmente durante toda la sesión de sexo.

– No creo que haya una próxima vez -contesté, y me di cuenta de que mi voz estaba ronca de gritar sus nombres.

Él sonrió más ampliamente, y sus ojos reflejaron ese conocimiento que contenían los ojos de un hombre después de que ha estado contigo en la más íntima de las formas.

– Tú nos ordenaste hacer el amor con otra persona tan pronto como fuera posible. No nos mandaste que nunca más hiciéramos el amor contigo.

No podía discutir eso, aunque me daba la sensación de que debería hacerlo, pero todavía no podía pensar con claridad. Mi cuerpo todavía se sentía flojo y líquido, como si sólo lo pudiera controlar a medias. No me había desmayado, pero no había faltado mucho.

Las vides comenzaron a relajarse cayendo de mis brazos y mis piernas, alejándose como si tuvieran músculos y mentes propias. Olí a flores, pero no eran rosas ni flores de manzano.

Miré más allá de Brii, donde todavía yacía apoyado contra el cristal. Había un árbol creciendo junto al cristal, a sólo unos metros de nosotros. Su corteza era blanca y gris, y se elevaba al menos tres metros por encima de nosotros. Estaba cubierto de botones en flor, blancos y rosados, y todo el cuarto olía a dulce, como él.

Peleé por incorporarme sobre los codos, lo justo para poder verlo desde una mejor perspectiva. Me di cuenta de que la corteza era del mismo color blanco grisáceo de la piel de Briac. Siempre había sabido que él era algún tipo de deidad vegetal, pero su nombre no me daba ninguna pista. Me quedé mirando fijamente el árbol florecido, para luego mirar al hombre que aparentemente estaba desmayado a mi lado.

– Es un…

– … cerezo -terminó Ivi por mí.

CAPÍTULO 24

NO ESTÁBAMOS SEGUROS DE SI LA ENREDADERA Y EL ÁRBOL permanecerían, o si se iban a desvanecer igual que el manzano en casa de Maeve Reed, después de que ella y yo mantuviéramos relaciones sexuales. De modo, que sin hacer comentario alguno, desayunamos sentados alrededor de la mesa en la formal sala de estar, bajo un cerezo que extendía sus ramas cuajadas de flores con aroma a primavera.

Traer la comida supuso para Galen y Hafwyn una caminata más larga, pero todo el mundo ayudó, y nadie pensó que hubiera un problema cuando los primeros pétalos comenzaron a caer en nuestros platos. Antes de que hubiéramos acabado de desayunar nos encontrábamos sentados en una habitación cubierta de nieve rosada y blanca formada por los pétalos, y en las ramas, el lugar de las flores ahora lo ocupaban los incipientes brotes verdes precursores del nacimiento de los frutos.

Conversamos tranquilamente bajo la caída de las flores y la creciente vegetación. Y nada de lo que compartimos nos pareció tan malo, tan rudo, o tan peligroso como podría haber sido, como si el mismo aire fuera más dulce y más tranquilo, y nada hubiera que pudiera trastornarnos.

Sabía que esto no podía durar, pero mientras lo hiciera, lo disfrutaríamos. Así que, aunque Doyle y Frost podrían haber estado disgustados por haberse dormido, no lo estaban. Rhys y yo compartimos el sueño acerca de Brennan y sus hombres, y hablamos de lo que esto podría significar, y lo que significaba el que los guardias a quiénes yo había curado, fueran capaces de sanar a otros.

Hablamos de cosas serias, pero nada parecía tener importancia mientras el árbol crecía por encima de nosotros, y la luz se derramaba sobre el mar. Era uno de los domingos más pacíficos que yo podía recordar, repleto de conversación tranquila, sentimientos y celebración, y ni tan sólo la noticia de que Rhys ahora tenía un sithen de su propiedad causó alarma alguna. Era como si nos pudieran haber dado cualquier noticia, sin importar lo trascendental o desalentadora que fuera, que en ese momento no nos habría parecido ni tan importante, ni tan mala.

Disfrutamos de un bendito día de tranquilidad, y aunque habíamos planeado volver a la casa principal esa noche, de alguna manera no lo hicimos. Ninguno de nosotros quiso romper el hechizo, si es que era un hechizo o una bendición. Sin importar qué tipo de magia fuera, o cómo deseábamos llamarla, queríamos que durara. Y realmente duró todo el día, y toda la noche, pero la mañana del lunes siempre llega, y la magia del fin de semana nunca persiste. Ni siquiera para las princesas de hadas y los guerreros inmortales. Qué pena.

CAPÍTULO 25

ESTABA ACURRUCADA CONTRA EL DULCE AROMA DE LA espalda de Frost, un brazo cruzado a través de su cintura, mis caderas arqueadas alrededor de la firme redondez de su trasero. Doyle yacía contra mi espalda, en una perfecta posición de cuchara detrás de mí. Los dos eran unos 40 centímetros más altos que yo, así que mantener esa posición quería decir que teníamos que escoger entre mantener alineadas nuestras caras o nuestras ingles. No había forma de tener ambos.

Doyle se movió en sueños, pasando un brazo sobre mí, buscando a Frost. De entre todos los hombres, ellos dos eran los que más buscaban el contacto el uno del otro mientras dormían, como si necesitaran tener la tranquilidad de saber que no sólo yo estaba allí, sino que el otro hombre estaba también. Me gustaba eso.

Doyle se movió un poco más y fui repentinamente consciente de que su cuerpo estaba encantado de apretarse contra mi trasero. La sensación me sacó rápidamente de mi estado soñoliento. No podía ver el reloj, así que no sabía cuánto tiempo teníamos hasta que sonara la alarma, pero de cualquier forma el poco o mucho tiempo que tuviéramos, pensaba aprovecharlo.

Sonó una música. No era la alarma. Era Paula Cole y su canción “Feelin’ Love”, lo que significaba que era mi móvil. Noté que Doyle y Frost se despertaban instantáneamente. Sus cuerpos tensos, sus músculos listos para saltar y hacer frente a alguna emergencia. Había notado que la mayoría de los guardias se despertaban así, a menos que los despertara con caricias y sexo, como si cualquier otra cosa siempre significara alguna crisis.

– Es mi móvil -dije. Una minúscula parte de la tensión abandonó sus tensos músculos. Frost extendió un largo brazo hacia un lado de la cama y comenzó a hurgar en el montón de prendas, donde habían acabado todas nuestras ropas la noche anterior.

Una de las cosas que me llamaba la atención del Treo [18] era que podía tocar una canción entera, y eso es lo que estaba haciendo mientras Frost buscaba a tientas entre las ropas. Yo habría necesitado a alguien que me sujetara para llegar hasta el suelo sin caerme de la cama, pero Frost llegaba hasta el suelo con facilidad. No había tensión en su cuerpo cuando finalmente me alargó el teléfono.

La canción llevaba sonando el tiempo suficiente como para hacer que me volviera a plantear el tenerla como tono de llamada del móvil. Estaba bien hasta que la canción sonaba demasiado rato y lo hacía en público. El texto sexualmente explícito de la canción no me molestaba, pero siempre acababa esperando que alguna viejecita o madre con niños pequeños protestara. Hasta ahora nadie lo había hecho, tal vez es que siempre acababa descolgando a tiempo.

Abrí el teléfono y me encontré hablando con mi jefe, Jeremy Grey.

– Merry, soy Jeremy.

Me moví, buscando la pantalla luminosa del reloj de la mesita de noche, temiendo haberme dormido. Las cortinas totalmente opacas que colgaban en el dormitorio no dejaban pasar la luz.

– ¿Qué hora es?

– Son sólo las seis; la hora en que se os necesita en la oficina. -Sonó sombrío. Normalmente, Jeremy no era así, lo que quería decir que algo iba mal.

– ¿Qué pasa, Jeremy?

Los hombres se habían puesto boca arriba y me observaban. Estaban tensos otra vez, porque ellos, como yo, sabían que Jeremy no llamaría por teléfono tan temprano para dar una buena noticia. Es divertido cómo nadie te despierta nunca con buenas noticias.

– Ha habido otro asesinato de hadas.

Me senté más derecha, dejando que las sábanas se deslizaran formando un montón a mi alrededor.

– ¿Cómo el otro?

– No lo sé aún. Lucy acaba de llamar.

– Te ha llamado a ti, no a mí -dije-. Después del desorden que mi presencia provocó en el último asesinato, creo que probablemente soy persona non grata.

– Lo eres -dijo-, pero ella me ha dejado un mensaje muy claro, en el caso de que yo creyera que te necesito a ti y la opinión de tus guardias. Me dijo textualmente… “Trae a cualquier empleado que creas que nos será más útil en este caso. Confío en tu juicio, Jeremy, y sé que comprendes la situación”.

– Es una forma extraña de pedir algo.

– Así cuando aparezcas, no será culpa de ella, sino mía. Y yo puedo justificar tu presencia mucho mejor que ella.

– No estoy segura de que los superiores de Lucy no tengan razón, Jeremy. Al tener que ir a salvarme, ella perdió al único testigo que teníamos.

– Tal vez, pero si un hada, especialmente un hada menor, quiere desaparecer, lo hará. Desaparecen mejor que casi cualquiera de nosotros.

Él tenía razón, pero…

– Es cierto, pero de todas formas, fue un desastre.

– Lleva sólo a los guardias que puedan proyectar el encanto suficiente para esconderse a simple vista. Trae a más guardias; dos no serán suficientes después de los que vi en las noticias.

– Si llevo a más guardias, tendremos más personas que esconder -dije.

– Haré que algunos de los nuestros se reúnan con nosotros allí, así que nos dejaremos ver todos a la vez. Te esconderemos entre todos, y deja a Doyle y Frost en casa. El encanto no es su especialidad y son demasiado visibles.

– No les va a gustar.

– ¿Eres, o no eres la princesa, Merry? Si vas a estar al frente, entonces ponte al frente. Si no lo estás, entonces deja de pretenderlo.

– La voz de la experiencia -dije.

– Ya lo sabes -dijo-. Si te necesito, reúnete con Julian aquí. -Él me dio la dirección para encontrarnos y así no apareceríamos en un coche que pudieran relacionar conmigo.

– No dejarán que entre demasiada gente en la escena del crimen, Jeremy -dije.

– Algunos de nosotros no necesitamos estar en el lugar de los hechos para hacer nuestro trabajo, y para la agencia será una buena publicidad que nuestra gente salga ante las cámaras trabajando codo a codo con la policía.

– Pensar así es el motivo de que seas el jefe.

– Recuerda esto, Merry. Tienes que ganarte el derecho a continuar siendo el jefe. Deja el teléfono y disfruta de algunas horas más con tus chicos, pero tienes que estar preparada para ponerte el título de Princesa. Deja a tus dos sombras en casa, y cuando te llame, tráete a alguien que pueda pasar mejor inadvertido.

Colgué el teléfono y les expliqué a Doyle y Frost el por qué no iban a venir conmigo si al final tenía que ir. No les gustó del todo, pero hice lo que Jeremy me había dicho que hiciera. Él era el jefe y tenía razón. Tenía que reclamar el título o alguien más lo haría por mí. Casi lo había perdido una vez por culpa de Doyle, y ahora, por Barinthus. Había demasiados líderes entre nosotros y no bastantes seguidores. Doyle y Frost se vistieron con tejanos y camiseta el primero, y con traje el segundo. Yo escogí un vestido de verano y tacones. Los tacones eran para Sholto que vendría hoy para ayudar a protegerme. Él era uno de los mejores usando el encanto, y podía viajar instantáneamente desde su reino hasta allí donde la arena se unía con las olas, porque ése era un lugar intermedio y él era El Señor de Aquello que Transita por el Medio. Él y el Rey Taranis eran los únicos de entre los sidhe que podía realizar viajes mágicos.

El problema real era que sólo dos de los guardias eran verdaderamente buenos usando el encanto. Rhys y Galen podrían venir conmigo como mis guardaespaldas principales, pero necesitábamos a más guardias. Conocía a Doyle y Frost lo suficiente como para saber que si no podían estar conmigo, insistirían en añadir más guardias, lo cual estaba bien, ¿pero quién? Sholto era grandioso con el encanto y estaba en camino, ¿pero quién más? En lugar de relajarnos perdimos una gran parte de la mañana discutiendo quién iría conmigo.

Rhys dijo…

– Saraid y Dogmaela son casi tan buenas con el encanto como yo.

– Pero sólo llevan con nosotros algunas semanas -dijo Frost-. No les hemos confiado todavía la seguridad personal de Merry.

– Alguna vez tenemos que probarlas -contestó él.

Doyle habló desde el borde de la cama, donde estaba sentado mientras yo me vestía.

– Sólo hace algunas semanas que eran las guardias favoritas del Príncipe Cel. No me entusiasma demasiado confiarles la guardia personal de Merry.

– A mí, tampoco -dijo Frost.

Barinthus habló desde cerca de la puerta cerrada.

– Su trabajo de vigilancia, aquí en la casa de la playa, ha sido competente.

– Pero sólo salvaguardando el perímetro -dijo Doyle-. Confío en todos los guardias para hacer eso. La seguridad de Merry es un trabajo totalmente diferente.

– O confiamos en ellas o será necesario despedirlas -dijo Rhys.

Doyle y Frost intercambiaron una mirada, y entonces Doyle dijo…

– Mi desconfianza no llega tan lejos.

– Entonces deberías dejar que algunas de ellas protejan a Merry -dijo Barinthus-. Ya han comenzado a sospechar que nunca les serán confiadas tareas de responsabilidad por su relación con el Príncipe Cel.

– ¿Cómo sabes eso? -Pregunté.

– Han pasado siglos con una reina y un príncipe ante quien responder; sienten la necesidad de que alguien las guíe. Has dejado aparcadas a muchas de ellas aquí en la casa de la playa durante estas últimas semanas. Están respondiendo ante mí.

– Tú no eres su líder -dijo Rhys.

– No, la princesa lo es, pero tu precaución al mantenerlas lejos de ella ha creado un vacío de liderazgo. Tienen miedo de este Nuevo Mundo al que las has traído, y se preguntan por qué no has tomado a ninguna de ellas como tu dama de compañía.

– Ésa era una costumbre humana que la Corte de la Luz adoptó -dije-. Nunca ha sido costumbre de la Corte Oscura.

– Cierto, pero muchas de las que están ahora con nosotros estuvieron más tiempo en la Corte de la Luz que en la nuestra. Les gustaría algo familiar.

– ¿O es a ti a quien le gustaría algo familiar? -preguntó Rhys.

– No sé qué quieres decir, Rhys.

– Sí, lo sabes. -Y hubo algo mucho más serio en la voz de Rhys.

– Repito que no sé lo que quieres decir.

– La timidez no te va, Dios del mar.

– Ni a ti, Dios de la muerte -dijo Barinthus, y ahora hubo en un voz un indicio de irritación. No era cólera. Raras veces había visto al gran hombre realmente enojado, pero había una tensión entre la pareja que nunca había visto antes.

– ¿Qué está pasando? -Pregunté.

Fue Frost quien contestó…

– De los que estamos a tu lado, ellos son dos de los más poderosos.

Miré a Frost.

– ¿Qué tiene eso qué ver con la tensión que hay entre ellos?

– Comienzan a sentir el regreso de su pleno poder, y como los carneros en primavera quieren luchar a topetazos para ver quién es el más fuerte.

– No somos animales, Asesino Frost -dijo Barinthus.

– Pero tú me recordarás que no soy un sidhe de verdad. Ni uno de los hijos de Danu cuando ella llegó por primera vez a las costas de nuestra tierra natal. Todo eso me recuerdas cuando me llamas por mi viejo apodo. Yo era Asesino Frost, y antes, incluso menos que eso.

Barinthus le miró. Finalmente, dijo…

– Quizás es que todavía veo a aquéllos que eran menos que sidhe, y que ahora lo son, como menos sidhe todavía. No es mi intención sentirme así, pero no puedo negar que encuentro difícil verte con la princesa y a punto de ser el padre de uno de sus niños cuando tú nunca has sido adorado como un dios y alguna vez fuiste sólo una cosa inocente que saltaba a través de las noches de invierno y pintaba de escarcha los cristales de las ventanas.

No tenía ni idea de que Barinthus pensara que los sidhe que no empezaban su vida como sidhe fueran inferiores, y no traté de esconder la sorpresa en mi cara, cuando dije…

– Tú nunca me dijiste nada de todo eso, Barinthus.

– Si te hubiera sentado en el trono, te habría elegido a alguien como padre de tus niños, Meredith. Una vez que hubieras estado en el trono, podríamos haber afianzado tu poder.

– No, Barinthus, podríamos haber tomado el trono, pero hubiéramos sido víctimas de continuos intentos de asesinato hasta que alguno de nosotros muriera. Los nobles nunca me habrían aceptado.

– Podríamos haberlos obligado a aceptar tu poder.

– Sigues diciendo “nosotros”, Hacedor de Reyes. Define “nosotros”, -dijo Rhys.

Recordé la advertencia de Rhys cuando yo había entrado por primera vez en la casa de la playa.

– Me refiero a “nosotros”, sus príncipes y sus nobles -dijo Barinthus.

– Exceptuándome a mí -dijo Frost.

– No he dicho eso -dijo él.

– ¿Pero quisiste decirlo? -Pregunté, tendiendo mi mano hacia Frost que se acercó alto y erguido a mi lado. Apoyé mi cabeza contra su cadera.

– ¿Es cierto que fuiste coronada por el mismo mundo de las hadas y con la bendición de la misma Diosa? -preguntó él-. ¿Realmente vestiste la corona de luz de luna y sombras?

– Sí -dije.

– ¿Realmente Doyle fue coronado con espino y plata?

– Sí -dije, jugando con la mano de Frost, restregando mi pulgar sobre sus nudillos, y sintiendo la agradable comodidad de su cadera contra mi mejilla.

Barinthus se cubrió el rostro con las manos, como si ya no pudiera soportar mirarnos más.

– Pero, ¿qué te pasa? -pregunté.

Él habló sin mover las manos.

– Habías ganado, Merry, ¿No lo entiendes? Habías ganado el trono, y las coronas habrían callado a los otros nobles. -Él bajó las manos y su cara se veía atormentada.

– No puedes saberlo -dije.

– E incluso ahora estás delante de mí con él a tu lado. Aquél por quien lo abandonaste todo.

Finalmente entendí lo que le molestaba, o creí hacerlo.

– Estás molesto porque renuncié a la corona para salvar la vida de Frost.

– Molesto -dijo, soltando una risa seca-. Molesto. No, no diría que esté molesto. Si tu padre hubiera recibido una bendición así, habría sabido qué hacer con ella.

– Mi padre abandonó el mundo de las hadas durante años para salvar mi vida.

– Tú eras su hija.

– El amor es amor, Barinthus. ¿Qué importancia tiene qué clase de amor sea?

Él hizo un sonido asqueado.

– Eres una mujer, y quizás tales cosas te muevan a ti, pero Doyle… -Él miró al otro hombre-. Doyle, tú renunciaste a todo lo que alguna vez habíamos esperado por salvar la vida de un hombre. Tú sabías lo que le ocurriría a nuestra corte y a nuestra gente con una reina incapacitada y ningún heredero de su sangre.

– Esperaba que hubiera una guerra civil o que los asesinos mataran a la reina y hubiera un gobernante nuevo en la corte.

– ¿Cómo pudiste poner la vida de un sólo hombre por encima del bien mayor de tu pueblo? -preguntó Barinthus.

– Creo que tu fe en nuestro pueblo es demasiado grande -dijo Doyle-. Creo que aunque Merry fue coronada por el mundo de las hadas y por la Diosa, la corte está demasiado profundamente dividida en diferentes facciones de poder. Creo que los asesinos no se habrían contentado con matar a la reina. Habrían ido a por la nueva reina, a por Merry, o a por aquéllos más cercanos y más poderosos que estuvieran a su lado, hasta dejarla sola y desvalida. Hay algunos que habrían estado encantados de convertirla en una marioneta en sus manos.

– Con nosotros a su lado y con nuestros plenos poderes no se habrían atrevido -dijo Barinthus.

– El resto de nosotros hemos recuperado casi todo nuestro poder, pero tú sólo has recobrado una pequeña parte del tuyo -dijo Rhys -. A menos que Merry te traiga de vuelta completamente a tus poderes, no eres tan poderoso como la mayor parte de los sidhe en esta habitación.

El silencio en la habitación se hizo repentinamente más pesado, y el mismo aire se volvió repentinamente más espeso, como si intentara succionar nuestro aliento.

– El hecho de que el Asesino Frost puede ser más poderoso que el gran Mannan Mac Lir debe estar envenenándote -dijo Rhys.

– Él no es más poderoso que yo -dijo Barinthus, pero algo en su voz contenía una cierta cantidad de furia marina, como fieras olas chocando contra las rocas.

– Detén esto -dijo Doyle, poniéndose entre los dos.

Me di cuenta de que era la magia de Barinthus la que hacía el aire más denso, y recordé historias suyas hablando de humanos cayendo muertos con agua fluyendo de sus bocas, ahogados en tierra firme, a kilómetros del agua.

– ¿Y tú finalmente serás rey? -preguntó Barinthus.

– Si estás furioso conmigo, entonces continua furioso conmigo, viejo amigo, pero Frost no tuvo nada que ver con las decisiones que tomamos en su nombre. Merry y yo escogimos libremente.

– Aún ahora le proteges -dijo Barinthus.

Me quedé quieta, todavía sujetando la mano de Frost.

– ¿Estás molesto porque abdicamos de la corona por sólo un hombre, o estás molesto porque ese hombre es Frost?

– No tengo nada en contra de Frost, como hombre o como guerrero.

– ¿Entonces, realmente se trata de que no es lo bastante sidhe para ti?

Rhys dio un paso, rodeando a Doyle, para poder ver los ojos de Barinthus.

– ¿O es que ves en Doyle y Frost lo que tú quisiste tener con el Príncipe Essus, aunque siempre tuviste miedo de dar el primer paso?

Todos nos congelamos, como si sus palabras hubieran sido una bomba que todos podíamos ver caer hacia nosotros, sin forma alguna de detenerla. No había forma de atraparla, ni forma de manejarla. Simplemente nos quedamos allí, y por mi cabeza, en rápidos destellos, pasaron recuerdos de mi infancia. Una mano en el brazo del otro, una mano sostenida durante demasiado tiempo, un abrazo, una mirada, y repentinamente me di cuenta de que el mejor amigo de mi padre podría haber sido más que simplemente su amigo.

En el amor, no había nada que fuera mal visto en nuestra corte, sin importar el sexo que escogías, pero la reina no dejaba que ninguno de sus guardias hiciera el amor con otro que no fuera ella, y una de las condiciones para que Barinthus se uniera a su corte había sido que él se uniera a su guardia. Había sido una forma de controlarle, y una forma de decir que el gran Mannan Mac Lir era su lacayo y que en todos los aspectos, era suyo, sólo de ella.

Siempre me había preguntado el motivo que tenía Andais para insistir en que Barinthus perteneciera a su guardia. No era una condición comúnmente impuesta a los exiliados de la Corte de la Luz. La mayor parte de los otros sidhe que habían venido en esa época simplemente se habían unido a la corte. Siempre había pensado que era porque la reina temía el poder de Barinthus, pero ahora vi otro motivo. Ella amaba a su hermano, mi padre, pero también estaba celosa de su poder. Essus era un nombre del que la gente todavía hablaba como si fuera el de un dios, al menos en un pasado reciente, sobre todo si contabas al Imperio Romano como pasado reciente. Pero el nombre de Andais se perdería tan completamente que nadie recordaría lo que había sido alguna vez. ¿Obligó a Barinthus a ser su guardia célibe para mantenerlo alejado de la cama de su hermano?

Durante un momento, pensé en Essus y Mannan Mac Lir, unidos como una pareja, tanto mágica como política, y aunque no estaba de acuerdo con lo que ella había hecho, entendí su miedo. Eran dos de lo más poderosos de entre nosotros. Unidos, podrían haber conquistado ambas cortes, si lo hubieran deseado, porque Barinthus se había unido a nosotros antes de que fuéramos expulsados de Europa. Nuestras guerras internas eran problema nuestro, y no eran incumbencia de la ley humana, así que podrían haber tomado primero la Corte de la Oscuridad y luego la Corte de la Luz.

Hablé en ese silencio opresivo.

– ¿O fue Andais la que hizo imposible que tuvieras su amor? Ella nunca se habría arriesgado a que vosotros dos unierais vuestro poder.

– Y ahora hay una reina en el mundo de las hadas que te habría dejado tener todo lo que deseabas, pero es demasiado tarde -dijo Rhys, con voz queda.

– ¿Estás celoso de la cercanía que ves entre Frost y Doyle? -Le pregunté con voz cuidadosa y tranquila.

– Estoy celoso del poder que veo en los otros hombres. Eso lo admitiré, y me resulta difícil pensar que sin tu toque nunca regresaré a mi pleno poder. -Él se aseguró de que yo pudiera verle, pero su rostro era una máscara de arrogancia, bella y extraña. Fue una mirada que le había visto dirigir a Andais. Su rostro era ilegible, y él nunca había tenido que usarla conmigo antes.

– Cuando Merry y tú tuvisteis relaciones sexuales en el transcurso de una visión, hiciste que se desbordaran todos los ríos que rodean St. Louis -dijo Rhys-. ¿Cuánto poder más quieres tener?

Esta vez Barinthus apartó la mirada, eludiendo la nuestra. Supuse que ésa era una respuesta suficiente.

Fue Doyle quien dio un paso o dos hacia adelante, y dijo…

– Entiendo que quieras recuperar todo tu viejo poder, amigo mío.

– ¡Tú has recobrado el tuyo! -Gritó Barinthus-. No intentes apaciguarme cuando estás ahí, lleno a rebosar de tu propio poder.

– Pero no es mi antiguo poder, no del todo. Todavía no puedo curarme como lo hacía. No puedo hacer muchas cosas que alguna vez sí pude.

Barinthus miró a Doyle entonces, y la cólera en sus ojos los había hecho cambiar de un radiante azul al negro, negro como esas aguas profundas bajo cuya superficie había rocas afiladas, preparadas para desgarrar el casco de tu barco y hundirte.

Se oyó una salpicadura repentina contra el costado de la casa. Estábamos demasiado lejos por encima del nivel del mar como para que la marea nos encontrase, y además era el momento equivocado del día para que eso sucediera. Hubo otro golpe de agua, y esta vez la oí chocar violentamente contra las enormes ventanas del cuarto de baño adjunto a la habitación.

Fue Galen quien se deslizó por la puerta y fue hacia el cuarto de baño para averiguar qué era ese sonido. Hubo otro golpe de agua contra el cristal, y cuando regresó, su rostro estaba serio.

– El mar asciende, pero es como si alguien recogiera el agua y la lanzara contra las ventanas. En verdad se separa del mar, y parece flotar por un momento antes de golpear contra el cristal.

– Debes controlar tu poder, amigo mío -dijo Doyle, su voz grave volviéndose aún más profunda debido a una fuerte emoción.

– Hace mucho tiempo yo podría haber llamado al mar y haber hundido esta casa en el agua.

– ¿Eso es lo que quieres hacer? -Pregunté. Apreté la mano de Frost, moviéndome para acercarme a Doyle.

Él me miró entonces, su cara reflejando una gran angustia. Sus manos convertidas en puños a sus costados.

– No, no haría que el mar se tragara todo lo que hemos ganado, y yo nunca te haría daño, Merry. Nunca deshonraría a Essus y todo lo que él intentó para salvar tu vida. Llevas a sus nietos. Quiero estar aquí para ver nacer a esos niños.

Su pelo sin atar se revolvió a su alrededor, y así como el pelo de la mayor parte de las personas parecía flotar al viento, había algo líquido en la forma en que su pelo se movía, como si de alguna forma, las corrientes que circulaban bajo esta habitación se tocaran y jugaran con su pelo largo hasta los tobillos. Apostaba a que su pelo tampoco se enredaba.

Afuera, el mar se calmó, el ruido fue decreciendo hasta que se convirtió simplemente en la quietud del agua en la estrecha playa de abajo.

– Lo siento. Perdí los estribos, y eso es imperdonable. Yo, de entre todos los sidhe, sé que tales despliegues infantiles de poder no tienen sentido.

– ¿Y tú quieres que la Diosa te devuelva más poder? -preguntó Rhys.

Barinthus alzó la mirada, y por un momento pudo verse en sus ojos el destello de agua oscura fluyendo, entonces fue absorbido por algo más tranquilo, más controlado.

– Lo hago. ¿No lo harías tú? Oh, pero se me olvidaba, tú tienes ahora un sithen esperándote, regalo de la Diosa la noche pasada. -Ahora había amargura en su voz, y el océano sonó un poco más fuerte, como si alguna gran mano lo agitara de forma impaciente.

– Tal vez hay una razón por la cual la Diosa no te ha devuelto todos tus poderes -dijo Galen.

Todos nosotros le miramos. Él se apoyaba contra el quicio de la puerta, viéndose serio pero tranquilo.

– Tú no puedes opinar sobre eso, chico. No recuerdas lo que perdí.

– No lo hago, pero sé que la Diosa es sabia, y ella ve más lejos en nuestros corazones y mentes de lo que nosotros lo hacemos. Si esto es lo que haces con sólo una parte de tu poder de regreso, ¿Cuánto más arrogante serías si todo ese poder volviera?

Barinthus dio un paso en su dirección.

– No tienes derecho a juzgarme.

– Él es tan padre de mis niños como Doyle -dije-. Es tan rey de pleno derecho como lo es Doyle.

– Él no fue coronado por el mundo de las hadas y los mismos dioses.

Se oyó un golpe en la puerta que me hizo saltar.

– Ahora, no -gritó Doyle.

Pero la puerta se abrió, y entró Sholto, Rey de los Sluagh, Señor de las Sombras y de Aquello que Transita por el Medio. Entró con su pelo, un manto de un rubio casi blanco suelto sobre una túnica negra y plateada, a juego con sus botas.

Él me dirigió una sonrisa, y recibí el pleno impacto de sus ojos tricolores: el dorado metálico alrededor de la pupila, luego ámbar, y después un amarillo como el de las hojas del álamo en el otoño. Su sonrisa desapareció cuando se volvió hacia los otros hombres y dijo…

– Te oí gritar, Señor del Mar, y yo sí he sido coronado por el mundo de las hadas y los mismos dioses. ¿Hace eso que esta pelea sea más mía?

CAPÍTULO 26

– NO TE TEMO, SEÑOR DE LOS SLUAGH -DIJO BARINTHUS, Y de nuevo se pudo oír en su voz el sonido fiero del mar.

La sonrisa de Sholto desapareció por completo, haciendo que su rostro, bien parecido y arrogante, de una cruda belleza, no pareciera precisamente amistoso.

– Lo harás -dijo, y su voz tenía un tono colérico. Hubo un destello dorado en sus ojos cuando comenzaron a brillar.

Afuera, el mar golpeaba de nuevo contra el cristal, más fuerte, con más furia. No era sólo que fuera una mala idea que los hombres se batieran en duelo; hacerlo junto a la orilla del mar era un peligro para todos nosotros. No podría creer que Barinthus, precisamente Barinthus, se comportara tan mal. Había sido la voz de la razón en la Corte Oscura durante siglos, y ahora… o había cambiado sin que yo me diera cuenta, o quizás era que sin la Reina Andais, Reina del Aire y la Oscuridad para mantenerle a raya, estaba viendo cómo era realmente después de todo. Ése fue para mí un pensamiento amargo.

– Ya basta -dijo Doyle-, los dos.

Barinthus se volvió hacia Doyle, y le dijo…

– Es contigo con quien estoy enojado, Oscuridad. Si prefieres ser tú quien se bata conmigo, por mí no hay problema.

– Creí que era conmigo con quien estabas molesto, Barinthus -dijo Galen. Eso me pilló por sorpresa; habría supuesto que él tendría más sentido común y no atraería la cólera del gran hombre por segunda vez.

Barinthus se giró y miró a Galen, quien todavía estaba junto a la puerta del cuarto de baño. Detrás de él, el mar golpeaba contra las ventanas lo bastante fuerte como para sacudirlas.

– No fuiste tú quien nos traicionó a todos rehusando la corona, pero si quieres un pedazo de esta pelea, lo vas a tener.

Galen le dirigió una pequeña sonrisa, separándose de la puerta.

– Si la Diosa me hubiera dado a elegir entre el trono y la vida de Frost, habría escogido su vida, igual que hizo Doyle.

Mi estómago se encogió al oír sus palabras. En ese momento me di cuenta de que Galen estaba preparando un señuelo a Barinthus, y la ansiedad desapareció. Me sentí repentinamente tranquila, casi feliz. Fue un cambio de estado de ánimo tan brusco que supe que no había sido yo. Miré a Galen caminar lentamente hacia Barinthus, alzando un poco la mano como si fuera a ofrecérsela. Oh, mi Diosa, él estaba usando la magia con todos nosotros, y era uno de los pocos que podía hacerlo, porque la mayor parte de su magia no mostraba ningún signo exterior. Él no enrojecía, o brillaba, o parecía ninguna otra cosa excepto agradable, y uno acababa teniendo ganas de ser también agradable para corresponderle.

Barinthus pareció amenazarle cuando Galen avanzó lenta y cautelosamente, sonriendo, la mano extendida hacia el otro hombre.

– Entonces tú también eres un tonto -dijo Barinthus, pero la furia en su voz era menor, y el siguiente golpe del océano contra las ventanas también lo fue. Esta vez su furia no las sacudió.

– Todos amamos a Merry -dijo Galen, todavía acercándose lentamente-, ¿o no?

Barinthus frunció el ceño, claramente intrigado.

– Por supuesto que amo a Meredith.

– Entonces todos estamos en el mismo bando, ¿no es verdad?

Barinthus frunció aún más el ceño, pero finalmente hizo una pequeña inclinación de cabeza, asintiendo.

– Sí -dijo en voz baja, aunque clara.

Galen casi había llegado hasta él, su mano casi tocaba su brazo, y supe que si su encanto funcionaba tan bien a distancia, con un solo roce calmaría la situación. No habría pelea si la mano de Galen llegaba a tocarle el brazo. Ni siquiera saber lo que estaba ocurriendo anulaba completamente los efectos del encanto de Galen, y yo notaba el efecto residual. La mayor parte estaba concentrada en Barinthus. Galen deseaba que él se calmara. Galen deseaba ser su amigo…

Se oyó un grito fuera de la habitación, aunque provenía de dentro de la casa. El grito fue agudo y repleto de terror. El encanto de Galen era como el de la mayoría; se hizo añicos por el grito y la oleada de adrenalina generada por todos los demás mientras buscaban sus armas. Yo tenía armas, pero no había traído ninguna a la playa. No tenía importancia, porque Doyle me empujó al suelo al otro lado de la cama, y le ordenó a Galen que se quedara conmigo. Él, por supuesto, iría a investigar el grito.

Galen se arrodilló a mi lado, con la pistola preparada, aunque no apuntaba a nada, ya que no había nada a lo que apuntar todavía.

Sholto abrió la puerta, quedándose a un lado del quicio para no convertirse él mismo en un blanco. Cuando no ejercía de rey de su propio reino, pertenecía a la guardia de la reina, y conocía los efectos de las armas modernas, y de una flecha bien apuntada. Barinthus estaba pegado al otro lado de la puerta aplastada contra la pared, la pelea olvidada, mientras hacían lo que se habían entrenado para hacer desde antes que América fuera un país.

Cualquier cosa que vieron allí afuera hizo que Sholto avanzara cautelosamente, el arma en una mano, la espada en la otra. Barinthus salió por la puerta sin llevar un arma visible, pero cuando uno mide más de dos metros de altura, y tiene una fuerza sobrehumana, es casi inmortal y un combatiente adiestrado, no siempre necesita un arma. Él mismo es el arma.

Rhys fue el siguiente, manteniéndose agachado, pistola en mano. Frost y Doyle se deslizaron armados y preparados a través de la puerta, y sólo quedamos Galen y yo en el cuarto repentinamente vacío. Mi pulso latía desbocado en mis oídos, golpeando en mi garganta, no por pensar en lo que podría haber hecho gritar así a una de mis guardias femeninas, sino por pensar en los hombres a los que amaba, los padres de mis niños, que tal vez nunca regresarían de nuevo a través de esa puerta. La Muerte me había tocado muy pronto y muy de cerca como para no entender que ser casi inmortal no es lo mismo que ser verdaderamente inmortal. La muerte de mi padre me lo había enseñado.

Puede que si hubiera sido lo bastante reina como para sacrificar a Frost por la corona, hubiera estado más preocupada por las otras mujeres, pero era honesta conmigo misma. Sólo hacía pocas semanas que intentaba ganarme su amistad, y en cambio, a los hombres los amaba, y por alguien a quien tú amas, sacrificarías mucho. Alguien que dice otra cosa nunca ha amado verdaderamente o miente.

Oí voces, pero no gritaban, sólo hablaban. Murmuré al oído de Galen…

– ¿Puedes entender lo que dicen?

La mayoría de los sidhe tenía mejor oído que los humanos, pero no era mi caso. Él inclinó la cabeza, el arma apuntando ahora hacia la puerta vacía, lista para disparar a cualquier cosa que pasara a través del umbral.

– Voces, de mujer. No puedo entender lo que dicen, pero puedo decir que una es de Hafwyn, una de ellas está llorando, y Saraid está cabreada. Ahora hablan Doyle e Ivi, él está molesto, no enfadado. Suena casi como presa del pánico, como si algo de lo que hubiera ocurrido le hubiera afectado.

Galen me miró, frunciendo un poco el ceño.

– Ivi suena arrepentido.

Yo también fruncí el ceño.

– Ivi nunca se arrepiente de nada.

Galen asintió con la cabeza, y entonces toda su atención se volvió repentinamente hacia la puerta. Observé cómo su dedo se tensaba. Yo no podía ver nada desde la esquina de la cama. En ese momento, alzó el arma hacia el techo y dejó escapar el aliento en un bajo pffffff, lo cual me dejó saber lo cerca que había estado de apretar el gatillo.

– Sholto -dijo, y se puso en pie, el arma todavía en la mano, alargando la otra hacia mí. La tomé, dejando que me ayudara a levantarme.

– ¿Qué ha ocurrido? -Pregunté.

– ¿Sabías que Ivi y Dogmaela tuvieron relaciones sexuales anoche? -preguntó él.

Asentí con la cabeza.

– No exactamente, pero sabía que Ivi y Brii tomarían amantes entre las mujeres que estuvieran dispuestas.

Sholto sonrió y negó con la cabeza, su expresión a medio camino entre parecer divertido y estar pensando en algo muy intensamente.

– Parece que después de la última noche Ivi asumió que había la suficiente confianza para darle un pequeño achuchón, y algo que él hizo parece haberla aterrorizado.

– ¿Pero qué le hizo? -Pregunté.

– Hafwyn fue testigo y está de acuerdo con Ivi acerca de lo que hizo y no hizo. Aparentemente, sólo se puso detrás de Dogmaela, la rodeó con los brazos por la cintura, y la levantó del suelo, y ella comenzó a gritar -dijo Sholto-. Dogmaela está demasiado histérica para decir algo que tenga sentido. A Saraid la han inmovilizado para evitar que ataque a Ivi, el cual parece francamente desconcertado por el giro de los acontecimientos.

– ¿Por qué el ser levantada del suelo la haría gritar? -Pregunté.

– Hafwyn dice que el gesto es típico de su anterior señor, el príncipe Cel, para acto seguido tirarla sobre la cama o sujetarla dejándola a merced de otros que llevarían a cabo actos desagradables.

– Oh -dije-, el gesto ha sido un detonante.

– ¿Un qué…? -preguntó Sholto.

Galen dijo…

– Algo que normalmente es inofensivo, pero que a ti te hace recordar un abuso o acto de violencia, y repentinamente te hace volver a revivir la situación.

Ambos lo miramos, asombrados e incapaces de disimularlo. Galen me dirigió una mirada agria.

– ¿Qué pasa? ¿No puedo saber eso?

– No, es sólo que… -le abracé-, fue simplemente inesperado.

– ¿Que fuera así de intuitivo es una sorpresa tan grande? -preguntó.

No había nada educado que pudiera decir para responder a esa pregunta, así que le abracé un poco más fuerte. Él me devolvió el abrazo, besándome en la coronilla.

Sholto estaba ahora junto a nosotros, y su mirada estaba totalmente fija en mí. Tenía esa mirada que los hombres ponen cuando miran a una mujer que es algo más que su amante. En parte posesiva, en parte excitada y en parte confusa, como si algo de lo sucedido fuera del cuarto ocupara todavía su mente. Me tendió la mano, y dejé la mano de Galen para ir hacia él. Galen me dejó hacerlo; compartíamos bien la mayoría de las veces, y aún en el caso de que no lo hiciéramos, la Diosa había decretado que Sholto fuera uno de los padres de los bebés que llevaba. Todos los padres obtuvieron privilegios. Aunque creo que ninguno de nosotros había esperado el milagro genético de tener seis padres para dos bebés.

Sholto me atrajo a sus brazos y fui voluntariamente. De todos los padres, él había sido el último en llegar a mi cama. De hecho, sólo habíamos tenido relaciones sexuales la vez que me quedé embarazada, pero como reza el viejo dicho, una vez es suficiente. La novedad era que no estaba enamorada de él. Realmente no le amaba del todo. Me sentía atraída por él, me preocupaba por él, pero no habíamos hablado lo suficiente para conocernos mejor y saber si le amaba o si le podría amar. Sin embargo, nos gustábamos el uno al otro.

– He visto el saludo tradicional del Rey de los Sluagh a su reina, así que os dejaré solos. Tal vez mi intuición le pueda ser de ayuda a Dogmaela. -dijo Galen, sonando un poco disgustado. Pero le dejé ir, porque me había sorprendido siendo más listo de lo que yo esperaba y eso era culpa de mi falta de percepción.

Sholto no esperó a que Galen cerrara la puerta detrás de él para mostrarme cuánto le gustaba con un beso, sus manos, y su cuerpo apretado contra el mío todo lo más que permitían nuestras ropas todavía puestas. Me permití hundirme en la fuerza de sus brazos, el satén de su túnica, y el centelleo de los bordados y las pequeñas joyas cosidas en ella, mientras pasaba mis manos sobre sus ropas y el cuerpo que había debajo. Pensé en él haciendo el amor conmigo de la misma forma en que lo había hecho con Ivi la noche anterior, con la mayor parte de sus ropas todavía puestas, para que el satén acariciara mi piel mientras lo hacíamos. El pensamiento me hizo responder aún más a sus besos, y envió mis manos más abajo a acariciar su trasero bajo la túnica, aunque no alcanzaba tan bien con una mano como con la otra porque la espada en su cintura me molestaba.

Sholto respondió a mi avidez, deslizando sus manos bajo mi trasero y alzándome. Rodeé con mis piernas su cintura, y él nos guió de regreso a la cama salvando los pocos centímetros que faltaban para llegar a ella. Me dejó en la cama, con mis brazos y piernas todavía rodeándole. Dejó una mano en mi trasero y con la otra sostuvo nuestro peso contra la cama.

Dejó de besarme el tiempo suficiente para poder decirme con voz jadeante…

– Si hubiera sabido que éste sería el recibimiento, hubiera venido antes.

Le sonreí.

– Te extrañé.

Él sonrió de oreja a oreja. Tenía uno de los rostros más hermosos que se habían visto en cualquiera de las cortes y esa sonrisa enorme arruinaba algo esa perfección más allá de cualquier modelo, pero yo amaba esa gran sonrisa porque sabía que era sólo para mí. Sabía que nadie más le había visto de esa manera. Nadie le había hecho tan feliz como lo era en los momentos que pasábamos juntos. Tal vez todavía no le amaba, pero amaba cómo era cuando estábamos juntos. Amaba que me permitiera ver al gran Rey de los Sluagh sonreír abiertamente. Apreciaba que dejara atrás todos esos años escondido tras un muro de arrogancia para permitirme ver al hombre que había detrás.

– Amo que me eches de menos.

Como si hubiera leído mi mente, me levantó, obligándome a soltarlo para poder alargar una mano y desabrocharse los pantalones. Se dejó puestos la espada, el cinturón, y el arma en su pistolera, abriéndose lo justo los pantalones para mostrarse a sí mismo, duro y firme y tan magnífico como cualquier hombre de las cortes.

Normalmente, quería más juegos previos, pero en este momento no los necesitaba. En parte debido a lo que Ivi y Brii habían hecho conmigo anoche, y también a que Sholto había comenzado a condicionarme con el saludo.

Volvió a dejarme en la cama, mis piernas todavía colgando, y metió la mano por debajo de mi falda hasta encontrar mis bragas. Me las sacó deslizándolas por mis piernas y mis altos tacones, dejándolas caer al suelo. Me levantó la falda, contemplándome desnuda de cintura para abajo excepto por los zapatos. No le pregunté si quería que me los quitara, porque sabía que no quería. A Sholto le gustaba que llevara tacones.

Puso sus manos a ambos lados de mis caderas y tiró de mí hacia la longitud firme de su cuerpo. Se colocó contra mi sexo, alzando mis caderas en vez de tocarse a sí mismo para cambiar el ángulo. Empujó y yo estaba demasiado apretada para que él entrara de un solo impulso. Tuvo que abrirse camino hacia dentro, pero yo ya estaba mojada. Me estreché a su alrededor con más fuerza, haciendo que su cabeza cayera un poco hacia adelante y su pelo rozara mi rostro. Vaciló encima de mí, luego empujó con más fuerza, entrando centímetro a centímetro, hasta que yo llegué al orgasmo simplemente por sentirlo así de grande, de ancho, llenándome tan completamente.

Grité mi placer, echando la cabeza hacia atrás, enterrando mis dedos en sus brazos cubiertos de satén, incapaces de encontrar algo que arañar.

Él me levantó de la cama estando todavía dentro de mí. Me sujetó en sus brazos mientras mi cuerpo convulsionaba a su alrededor, aferrándose al suyo. Acabó de entrar en mi cuerpo de un sólo impulso, largo y duro, mientras me sujetaba y me hacía gritar otra vez.

Medio colapsó en la cama, medio gateó hacia el centro. Sus brazos me soltaron y sólo el peso de la parte inferior de su cuerpo me sujetó al lecho. Había dejado de moverse una vez que su cuerpo estuvo tan dentro del mío como podía. Dijo…

– Tú eres mi reina, y yo soy tu rey. Ésta es la prueba.

Era un dicho muy antiguo entre los voladores nocturnos, de los que su padre había formado parte. Se parecían a enormes mantas rayas oscuras con tentáculos, y rostro muy lejos de lo humano. Entre ellos, sólo los miembros de la familia real podían reproducirse, y ser capaces de llevar a las hembras a un orgasmo tan fácilmente. Los voladores nocturnos hembras reaccionaban a una púa que los machos tenían dentro del pene y que a mí me habría matado, pero afortunadamente para ambos, Sholto no se parecía tanto a su padre.

Dije la siguiente parte del ritual, tal como Sholto me había enseñado.

– Tú, dentro de mí, pruebas que eres de sangre real y yo llevo a tu hijo. -Si no hubiera estado embarazada, la respuesta habría sido… -Tú, dentro de mí, pruebas que eres de sangre real y yo llevaré a tu hijo.

Él se incorporó lo suficiente para deshacerse del cinturón de la túnica. Dejó el cinturón con su espada y el arma a nuestro lado, no fuera de la cama; a mano, aunque fuera del paso. Habló, mientras comenzaba a tirar de la túnica para sacársela por la cabeza, con el cuerpo todavía apretado contra el mío en la cama.

– No recordaba que fueras tan fácil de complacer, Meredith.

Se nos daba bien compartir, pero no tanto como para poder decirle que en parte había sido gracias al trabajo que habían hecho Ivi y Brii la noche anterior que su actuación había sido tan asombrosa.

– Te lo dije, te extrañé.

Él sonrió abiertamente otra vez, quedando luego su rostro escondido tras la túnica mientras se la quitaba. Se quitó después la blanca túnica interior, y finalmente pude ver la parte superior de su cuerpo. Era tan musculoso como cualquiera de los otros hombres excepto Rhys. Ancho de hombros, simplemente bello, y con un tatuaje dibujado en su estómago, que le llegaba hasta el tórax. El tatuaje dibujaba los tentáculos que habría tenido si se hubiera parecido más a su padre. Tiempo atrás, sus tentáculos no eran un tatuaje, sino que eran algo real. Ahora, él podía estar conmigo tan terso y humano como cualquier sidhe, o podía elegir ser todo aquello que podía llegar a ser.

Aunque habitualmente me pedía que escogiera, un momento antes se alzaba sobre mí con ese estómago plano y perfecto, y al siguiente, sus tentáculos se contorsionaron sobre mi cuerpo como un fantástico animal marino, hecho de marfil y cristal con vetas de oro y plata recorriendo toda esa pálida belleza. Se recostó sobre mí, todavía moviéndose con fuerza y rapidez entre mis piernas, me besó, presionando toda su musculatura contra mi cuerpo, rozándose contra el mío, de forma que cuando nos besamos, me sostuvo con más “brazos” que ningún otro amante había tenido. Los tentáculos más grandes servían para levantar peso, y se plegaron a mi alrededor como una musculosa soga, aunque mil veces más suave, más incluso que el terciopelo y el satén. Sus brazos más humanos me rodeaban mientras me besaba, y todo formaba parte de él, abrazándome, sujetándome, besándome. Sholto amaba que no me retrajera ante sus partes adicionales. Hace tiempo, la vista de su singularidad me había asombrado, no, para ser honestos, me había asustado, pero la magia que nos había unido como pareja me había hecho apreciar la diferencia, viéndola como algo que no era malo. De hecho, él podía jactarse de hacer cosas conmigo que ninguno de los demás podía hacer sin otro hombre que le ayudara.

Los tentáculos más pequeños, muy delgados y elásticos, tenían en las puntas pequeñas bocas rojizas con capacidad de succión. Cosquilleaban entre nosotros, y yo me retorcí moviéndome hacia su contacto, ansiosa de que encontraran su objetivo. Las pequeñas bocas acariciaron mis pechos hasta que llegaron a mis pezones, y entonces los chuparon con fuerza hasta que solté ruidos ansiosos en la boca de Sholto mientras él me besaba. Mis manos acariciaron la dura longitud de su espalda y se extendieron sobre el terciopelo duro de los tentáculos, acariciando los de la parte inferior que sabía que eran más sensitivos. Eso hizo que Sholto se saliera un poco de mi cuerpo, dejando entre nosotros el espacio suficiente para que uno de los tentáculos más pequeños pudiera deslizarse entre mis piernas y encontrar ese lugar pequeño y dulce escondido en mi sexo. Así que mientras él empujaba su cuerpo dentro y fuera entre mis piernas, aumentando la sensación de humedad y estrechez, otra de esas pequeñas bocas ansiosas me succionaba.

Él se levantó sobre sus brazos, ayudándose de los tentáculos más grandes para soportar su peso por encima de mí, mientras seguía succionando expertamente esos tres puntos. Sabía que me gustaba ver cómo entraba y salía de mi cuerpo, así que dividió todos sus extras en dos partes, como una cortina para que yo pudiera alzar la cabeza y recorrer con la mirada la longitud de nuestros cuerpos. Había empezado por disfrutar viendo como entraba y salía de mi cuerpo, pero ahora también me gustaba ver cómo esas pequeñas bocas chupaban mis pechos y entre mis piernas, porque todo era él, en toda su longitud y dureza, dándome placer.

Finalmente se había abierto camino en mi cuerpo y pudo moverse con más rapidez dentro de mí. Su cuerpo comenzó a encontrar el ritmo, y sentí cómo el calor comenzaba a construirse entre mis piernas, pero la avalancha de placer estaba llegando más rápido.

Encontré aliento suficiente para decir…

– Me voy a correr pronto -A él le gustaba saberlo.

– ¿Cuándo?

– Ahora -dije.

Él sonrió, y sus ojos destellaron sobre mí en tonos ámbar, oro y amarillos cobrizos, y repentinamente su cuerpo era una cosa vibrante y resplandeciente. La magia recorría sus tentáculos en relámpagos dorados y plateados, haciendo que mi piel brillara, como si la luna ascendiera dentro de mí para encontrarse con su resplandor.

Tuve la energía suficiente para alzar las manos y tocar los tentáculos que se movían, y mis manos suaves y resplandecientes hicieron que bajo su piel ardieran luces de colores, una magia llamando a la otra. Porque fue la magia, vibrando a lo largo de su piel y pulsando dentro y fuera de mí, contra mí, lo que finalmente impulsó sobre mi cuerpo esa primera ola de ardiente placer, haciéndome gritar y retorcerme bajo su cuerpo. Mis dedos encontraron la dureza, la solidez de su carne y la marcaron. Dibujé mi placer, arañando a lo largo de sus luminosos y pesados tentáculos, y allí donde su sangre resplandeciente saltaba y salpicaba contra mi piel parecía rubíes que se esparcían a través de la luna.

Sholto luchó contra su cuerpo para mantener un ritmo lento y profundo entre mis piernas. Su cabeza cayó hacia adelante, su pelo resplandeciente nos rodeó iluminándonos, así que fue como hacer el amor dentro de una telaraña de cristal. Y luego, entre un empuje y el siguiente, me llevó hasta el orgasmo, y ambos proyectamos la luz de nuestro placer, tan brillante que llenamos el cuarto de sombras de colores.

Colapsó encima de mí, y por un momento quedé sepultada bajo su peso, con su corazón latiendo tan fuerte que parecía estar intentando salírsele del pecho, allí donde su pulso golpeaba contra mi mejilla. En ese momento movió la parte superior de su cuerpo lo suficiente para que no me viera atrapada y pudiera respirar con un poco más de facilidad. Salió de entre mis piernas, los tentáculos más pequeños se retrajeron recostándose contra mí como si también estuvieran exhaustos.

Él se acostó a mi lado mientras ambos aprendíamos de nuevo a respirar.

– Te amo, Meredith -susurró.

– Yo también te amo -Y en ese momento fue tan cierto como cualquier palabra que alguna vez hubiese dicho.

CAPÍTULO 27

SHOLTO Y YO NOS VESTIMOS Y NOS UNIMOS A LOS DEMÁS en la pequeña sala de estar, contigua a la cocina y al comedor. Ya que no había tabiques que separaran las estancias, a mí me parecía todo una gran habitación, pero los que vivían allí la llamaban la pequeña sala de estar, y con ese nombre se quedó.

Hafwyn y Dogmaela se sentaban en el sofá más grande. Dogmaela todavía lloraba débilmente sobre el hombro de la otra mujer. Las trenzas rubias de las dos mujeres estaban entrelazadas y eran de un tono tan similar que no podía ver a simple vista a quién pertenecía el cabello.

Saraid estaba de pie cerca del enorme conjunto de ventanas con los hombros encorvados, y los brazos cruzados sobre el pecho, acunando sus pequeños y firmes senos. No se necesitaba magia para sentir la cólera que emanaba de ella. La luz del sol centelleaba en su pelo dorado. Así como el de Frost era plateado, el suyo era realmente dorado, como si el metal precioso hubiera sido tejido en su pelo. Me pregunté si su pelo sería tan suave como el de Frost.

Brii estaba de pie a su lado, su pelo rubio parecía pálido e incoloro comparado con el de ella, tan dorado. Él trató de tocar su hombro, pero ella le dirigió una mirada feroz hasta que él dejó caer la mano, aunque siguió hablando con ella en voz baja. Obviamente tratando de calmarla.

Ivi estaba cerca de las puertas correderas de cristal hablando en voz baja y con tono urgente con Doyle y Frost. Barinthus y Galen estaban a un lado. Barinthus estaba hablando con Galen y obviamente estaba trastornado. Pero tenía que ser debido a lo que había pasado con Dogmaela e Ivi, porque si se hubiera llegado a dar cuenta de que Galen casi había confundido su mente utilizando el encanto, habría estado algo más que disgustado. Era un insulto bastante serio que un sidhe noble intentara utilizar el encanto con otro. Significaba claramente que el que lanzaba el hechizo se sentía superior y mucho más poderoso que el receptor. Galen no lo hubiera visto así, pero Barinthus, con toda probabilidad se lo habría tomado de la peor forma posible.

Cathbodua y Usna ocupaban el sofá de dos plazas, ella abrazándole a él. El pelo negro como ala de cuervo de Cathbodua caía sobre sus hombros, en parte mezclándose con el abrigo negro que había dejado sobre el respaldo del sofá. El abrigo era un manto hecho de plumas de cuervo, pero al igual que otros artefactos poderosos podía cambiar como un camaleón, de forma que se ajustaba a cualquier situación. Su piel parecía aún más pálida contra la pura oscuridad de su pelo, aunque yo sabía que no era más blanca que la mía. Comparado con ella, Usna era un contraste de colores. Parecía un gato calicó, su piel era blanca luz de luna manchada de negro y rojo. Estaba enroscado en el regazo de Cathbodua igual que se acomodaría la gata en que su madre había sido convertida cuando le dio a luz. Bueno, todo lo acurrucado que podía estar en su regazo alguien que pasaba del metro ochenta de estatura.

Él se había soltado el pelo, de forma que se esparcía como una manta de piel sobre las oscuras ropas y austera belleza de Cathbodua. Ella acariciaba ociosamente su pelo mientras ambos observaban el show emocional que se desarrollaba ante sus ojos. Los ojos grises de Usna, quizás su rasgo menos felino, y los negros de ella mostraban casi idéntica expresión. Disfrutaban de la confusión del mismo modo desapasionado en que lo hacen algunos animales. En una ocasión él se había convertido en un gato calicó, a juego con sus colores, y ella había sido capaz de transformarse en cuervo y así poder espiar sin tener que depender para ello de los ojos de algún ave de verdad. Esta capacidad les hacía ser algo menos humanos o sidhe, y algo más elementales.

Por supuesto, yo no me había enterado hasta aquel momento de que ellos habían estado durmiendo juntos. Habían sido compañeros de guardias, pero hasta que no vi a la distante y casi espeluznante Cathbodua acariciándole, no me di cuenta de que allí había algo más. Lo habían escondido bien.

Sholto parecía entenderlo, o tal vez yo parecí sorprendida porque me dijo…

– El que accedieras a que otros guardias durmieran juntos, les permitió revelar su relación.

– Nada hice que les obligara a hacer algo. Ellos decidieron compartirse porque se sentían a salvo.

Sholto asintió.

– Así es -dijo, mientras se movía para entrar en la habitación, y como yo tenía mi brazo en el suyo, me moví con él como si fuéramos a comenzar un baile.

Galen avanzó hacia nosotros, sonriendo, y entonces Barinthus se movió como un borrón, tan rápido que no le pude seguir con la vista. Galen, de repente, salió volando de cabeza hacia los grandes ventanales, y al mar y las rocas que había debajo.

CAPÍTULO 28

GALEN CHOCÓ CONTRA LA ESQUINA DE LA PARED, JUSTO AL lado de la ventana. La pared se agrietó con el impacto de su cuerpo, desmoronándose encima de él como en uno de esos dibujos animados donde los personajes pasan a través de la pared. No quedó dibujado en la pared un contorno perfecto de su cuerpo, aunque mientras caía, pude ver la señal dónde la había golpeado con el brazo y luego rebotado intentando absorber el impacto.

Galen estaba en el suelo, sacudiendo la cabeza e intentando levantarse mientras Barinthus caminaba a grandes pasos en su dirección. Intenté adelantarme, pero Sholto me detuvo. Doyle se movió más rápido de lo que podría haberlo hecho yo para interponerse en su camino. Frost fue hacia Galen.

– Sal de mi camino, Oscuridad -dijo Barinthus, y una ola chocó contra el cristal, derramándose a través de la ventana. Estábamos demasiado arriba como para que el mar nos alcanzara sin ayuda.

– ¿Privarás a la princesa de uno de sus guardias? -preguntó Doyle. Él intentaba parecer tranquilo, pero podía ver su cuerpo tenso, un pie clavado en el suelo preparándose para repeler un golpe, o alguna otra acción física.

– Él me insultó -dijo Barinthus.

– Quizás, pero también es el mejor de todos nosotros utilizando el encanto. Sólo Meredith y Sholto pueden compararse con él para camuflarse, y hoy necesitamos su magia.

Barinthus estaba de pie en medio de la habitación mirando con fijeza a Doyle. Inspiró profundamente, dejando luego salir el aire de forma brusca. Sus hombros se relajaron visiblemente, mientras se sacudía con la fuerza suficiente para hacer que su pelo se agitara como si estuviera hecho de plumas, aunque yo no sabía de ningún pájaro que pudiera mostrar tantos matices de azul en ellas.

Él me miró desde el otro lado del cuarto con la mano de Sholto todavía sujetándome el brazo.

– Lo siento, Meredith. Eso fue infantil. Tú le necesitas hoy -dijo, volviendo a tomar aire profundamente y expulsándolo luego de forma que resonó con fuerza en el espeso silencio del cuarto.

En ese momento, él miró más allá de la figura todavía alerta de Doyle. Frost ayudaba a Galen a ponerse de pie, aunque éste parecía todavía un poco inestable, como si sin la mano de Frost hubiera sido incapaz de levantarse.

– ¡Pixie! -le gritó Barinthus, y el océano golpeó contra las ventanas más alto y más fuerte esta vez.

El padre de Galen había sido un pixie que había dejado embarazada a la dama de honor de la reina. Galen se puso tenso, el verde de sus ojos cambió desde su habitual verde intenso a un verde más pálido y rodeado de blanco. Que sus ojos se pusieran más claros no era una buena señal. Quería decir que estaba verdaderamente furioso. En muy pocas ocasiones había visto sus ojos así.

Se sacudió de encima la mano de Frost, y el otro hombre le dejó ir, aunque su cara mostraba claramente que no estaba seguro de que fuera una buena idea.

– Soy tan sidhe como tú, Barinthus -dijo Galen.

– No intentes usar otra vez tus artimañas de pixie conmigo, Hombre Verde, o la próxima vez no me quedaré en las ventanas.

Me di cuenta en ese momento de que Rhys había tenido razón. Barinthus comenzaba a tomar el papel de rey, porque sólo un rey habría sido tan insolente con el padre de mi hijo. No podía dejar pasar este desafío. No podía.

– No fue lo que hay de pixie en él lo que casi le permitió hechizar al gran Mannan Mac Lir -le dije.

La mano de Sholto me apretó el brazo, como si intentara decirme que no estaba seguro de que ésta fuera una buena idea. Probablemente no lo era, pero sabía que tenía que decir algo. Si no lo hacía, le estaría, de hecho, cediendo mi “corona” a Barinthus.

Barinthus volvió esos ojos enojados hacia mí.

– ¿Qué se supone que significa eso?

– Significa que Galen ha obtenido una poderosa magia gracias a ser uno de mis amantes, y uno de mis reyes. Nunca habría estado tan cerca de ofuscar la mente de Barinthus antes.

Barinthus hizo una pequeña inclinación de cabeza, asintiendo.

– Él ha crecido en poder. Todos lo han hecho.

– Todos mis amantes -dije.

Él asintió con la cabeza, sin palabras.

– El motivo por el que realmente estás enojado es porque no te he llevado a mi cama al menos una vez, y no porque quieras tener relaciones sexuales conmigo, sino porque quieres saber si eso te devolvería todo lo que has perdido.

Él no me miraba, y su pelo se movía a su alrededor con esa sensación de movimiento submarino.

– Esperé hasta que volvieras aquí, Meredith. Quería que me vieras poner a Galen en su lugar. -Él me miró entonces, pero no hubo nada que pudiese entender en su rostro. El que yo conocía como el mejor amigo de mi padre y una de las visitas más frecuentes en la casa donde habíamos vivido en el mundo humano no era el hombre que ahora estaba frente a mí. Era como si las pocas semanas que había pasado aquí, cerca del mar, le hubiesen cambiado. ¿Hacía ya gala de esa arrogancia y vanidad cuando llegó por primera vez a la Corte Oscura? ¿O ya en ese momento había empezado a perder algo de sus poderes?

– ¿Por qué querías que viera eso? -Pregunté.

– Quería que supieras que tengo el control suficiente como para no lanzarle por la ventana, donde podría usar el mar para ahogarle. Quería que vieras que elegí ser piadoso con él.

– ¿Con qué propósito? -Pregunté. Sholto me atrajo contra su cuerpo para envolverme en sus brazos casi distraídamente. No estaba segura de si estaba tratando de protegerme o simplemente de confortarme, o tal vez incluso de consolarse a sí mismo, aunque el contacto físico era más tranquilizador para las hadas menores que para los sidhe. O tal vez me estaba advirtiendo. La pregunta era, ¿de qué me estaba advirtiendo?

– No me ahogaría -dijo Galen.

Todos le miramos.

Él lo repitió.

– Soy sidhe. Nada del mundo natural puede matarme. Me podrías lanzar de un empujón hacia el mar de abajo pero no me podrías ahogar, y tampoco me harías explotar con los cambios de presión. Tu océano no puede matarme, Barinthus.

– Pero mi océano puede hacerte anhelar la muerte, Hombre Verde. Atrapado para siempre en las profundidades más negras, el agua casi sólida a tu alrededor, tan seguro como en cualquier prisión, y más atormentadora. Los sidhe no pueden ahogarse, pero aún así duele tener agua anegando tus pulmones. Tu cuerpo todavía desearía con ardor tomar aire e intentaría respirar bajo el agua. La presión de las profundidades no puede aplastar tu cuerpo, pero aún así abate. Sufrirías un gran dolor eternamente, nunca muriendo, nunca envejeciendo, siempre atormentado.

– Barinthus… -dije, y esa única palabra contenía todo el asombro que me embargaba. Ahora sí que me aferré a Sholto, porque necesitaba consuelo. Era un destino verdaderamente peor que la muerte con el que él estaba amenazando a Galen, a mi Galen.

Barinthus me miró, y cualquier cosa que vio en mi rostro no le complació.

– ¿No ves, Meredith, que soy más poderoso que muchos de tus hombres?

– ¿Estás haciendo esto en un intento retorcido de obligarme a respetarte? -Pregunté.

– Sólo piensa en lo poderoso que podría ser a tu lado si estuviera en posesión de todos mis poderes.

– Podrías destruir esta casa y a todos los que hay en ella. Ya lo dijiste en la otra habitación -dije.

– Nunca te haría daño -dijo.

Negué con la cabeza, y me aparté de Sholto. Él me retuvo por un momento, luego dejó que me fuera por mis propios medios. Lo que ahora tenía que hacer, tenía que hacerlo sola.

– A mí nunca me lastimarías, pero si le hicieras esa cosa terrible a Galen, despojándome de él como marido y padre, eso me heriría, Barinthus. ¿Te das cuenta de eso?

Su cara volvió a convertirse en esa hermosa máscara ilegible.

– No lo comprendes, ¿verdad? -Pregunté, y el primer escalofrío de verdadero miedo corrió por mi columna vertebral.

– Podríamos convertir tu corte en una fuerza digna de ser temida, Meredith.

– ¿Por qué necesitaríamos que fuera temida?

– Las personas sólo siguen a otras por amor o miedo, Meredith.

– No te pongas maquiavélico conmigo, Barinthus.

– No sé lo que quieres decir con eso.

Negué con la cabeza.

– Soy yo quien no sabe lo que quieres decir con las acciones que has llevado a cabo durante la última hora, pero sí sé… que si alguna vez dañas a cualquiera de entre mi gente condenándolo a algo parecido a tan terrible destino, te expulsaré. Si alguien de mi pueblo desaparece, y no le podemos encontrar, asumiré que has hecho aquello que amenazaste con hacer, y si eso ocurre, si le haces eso a cualquiera de ellos, tendrás que liberarles, y aún así…

– ¿Y aún así, qué? -preguntó él.

– Muerte, Barinthus. Tendrías que morir o nunca estaríamos a salvo, especialmente aquí, en la costa del mar del Oeste. Eres demasiado poderoso.

– De modo que Doyle sigue siendo la Oscuridad de la Reina, enviado a matar según sus órdenes como el perro bien entrenado que es.

– No, Barinthus, lo haré yo misma.

– Tú no puedes enfrentarte a mí y ganar, Meredith -dijo él, pero su voz fue más suave ahora.

– Tengo las manos de carne y sangre en todo su poder, Barinthus. Ni siquiera mi padre esgrimió la mano de carne en todo su poder, y Cel no tenía la mano de sangre por entero, pero yo tengo ambas. Así es como maté a Cel.

– Tú no me harías tal cosa, Meredith.

– Y hasta hace unos momentos habría dicho que tú, Barinthus, nunca habrías amenazado a las personas que amo. Estaba equivocada sobre ti; no cometas el mismo error.

Nos miramos fijamente a través del cuarto, y el mundo simplemente se redujo a nosotros dos. Le aguanté la mirada, y le dejé ver en mi rostro que quería decir exactamente lo que había dicho, cada una de esas palabras.

Él, finalmente, asintió con la cabeza.

– Veo mi muerte en tus ojos, Meredith.

– Siento tu muerte en mi corazón -contesté. Era una forma de decirle que mi corazón estaría encantado de matarle, o al menos, que no se entristecería.

– ¿No tengo permitido desafiar a aquéllos que me insultan? ¿Tú, igual que Andais, me convertirías en una clase diferente de eunuco?

– Puedes proteger tu honor, pero ningún duelo será a muerte, o de cualquier otro tipo que pueda dejarme a un hombre inútil.

– Eso me deja muy poco margen para proteger mi honor, Meredith.

– Tal vez, pero no es tu honor el que me preocupa, sino el mío.

– ¿Qué quiere decir eso? Yo no he hecho nada para menospreciar tu honor, sólo el de ese pequeño mocoso pixie.

– Primero, nunca le vuelvas a llamar así. En segundo lugar, yo soy la casa real aquí. Yo soy el líder aquí. He sido coronada por el mundo de las hadas y la Diosa para gobernar. No tú, yo. -Mi voz era baja y controlada. No quería que se rompiera por culpa de las emociones. Necesitaba todo mi control en este momento-. Atacando al padre de mi hijo, a mi consorte, en mi presencia, has dejado claro que no me respetas como gobernante. Tú no me honras como tu reina.

– Si te hubieras ceñido la corona cuando te fue ofrecida, habría honrado a aquélla que la Diosa escogió.

– Ella me permitió elegir, Barinthus, y tengo fe en que ella no lo habría permitido si la elección que me ofrecía hubiera sido una mala.

– La Diosa siempre nos ha dejado escoger nuestra propia ruina, Meredith. Sin duda sabes eso.

– Si salvando a Frost escogí mi ruina, entonces fue mi elección, y tú o acatarás esa elección o puedes salir de mi vista y mantenerte fuera de ella.

– ¿Me exiliarías?

– Te devolvería a Andais. He oído que está inmersa en una poderosa sed de sangre desde que dejamos el mundo de las hadas. Se consuela por la muerte de su único hijo vengándose en la carne y sangre de su pueblo.

– ¿Tú sabías lo que les está haciendo? -preguntó él, conmocionado.

– Todavía tenemos nuestras fuentes en la corte -dijo Doyle.

– ¿Entonces cómo podéis quedaros aquí, Oscuridad, sin llevarnos a todos a la plena recuperación de nuestros poderes para que podamos detener la matanza de nuestro pueblo?

– Ella no ha matado a nadie -dijo Doyle.

– Es peor que la muerte lo que ella les hace -dijo Barinthus.

– Todos son libres de unirse a nosotros aquí -dije.

– Si tú haces que recobremos todos nuestros poderes, en ese momento podríamos regresar y liberarlos de sus mazmorras.

– Si rescatáramos a las víctimas de su tortura tendríamos que matarla -dije.

– Cuando partiste la última vez, me liberaste a mí y a todos los demás de su Corredor de la Muerte.

– En realidad, yo no lo hice -dije-. Fue obra de Galen. Su magia os liberó a todos.

– Dices eso para hacerme cambiar de opinión respecto a él.

– Lo digo porque es cierto -dije.

Él miró a Galen, quien lo miraba a él. Frost estaba justo a su lado, su cara convertida en la arrogante máscara que se ponía cuando no quería que alguien leyera sus pensamientos. Doyle dejó de interponerse entre Barinthus y Galen, pero no fue muy lejos. Ivi, Brii, y Saraid estaban todos en fila, algo separados unos de otros, preparados por si tenían que sacar sus armas. Recordé las palabras de Barinthus acerca de que yo había dejado un vacío de poder y de que las guardias en la casa de la playa se habían vuelto hacia él buscando su liderazgo porque ya las había descuidado, ya que no les parecía que yo confiara en ellas. Por un momento me pregunté dónde estaría su lealtad, si conmigo o con Barinthus.

– ¿Tu magia llenó el Corredor de la Muerte de plantas y flores? -le preguntó Barinthus.

Galen simplemente asintió con la cabeza.

– Entonces te debo mi libertad.

Galen asintió con la cabeza otra vez. No era alguien que habitualmente guardara silencio. El hecho de que no hablara era una mala señal. Quería decir que no confiaba en lo que iba a decir.

Rhys entró desde el corredor opuesto. Nos echó una mirada y dijo…

– Ya sé lo que provocó el ruido que escuché. Fue Jeremy. Él nos necesita en la escena del crimen pronto si es que vamos a ir. ¿Iremos?

– Nos vamos -contesté. Aparté la vista de Barinthus para mirar a Saraid-. Me han informado de que tu encanto es lo bastante bueno como para esconderte a simple vista.

Ella pareció alarmarse, luego asintió con la cabeza y se inclinó en una reverencia.

– Lo es.

– Entonces tú, Galen, Rhys y Sholto, venís conmigo. Necesitamos parecer humanos para que la prensa no interfiera otra vez. -Mi voz sonó muy segura de sí misma. Notaba mi estómago todavía encogido, pero no lo demostraba, y eso era lo que significaba estar al frente. Mantienes tu pánico para ti mismo.

Fui hacia Hafwyn y Dogmaela que todavía estaban en el sofá. Dogmaela había dejado de llorar, pero estaba pálida y todavía conmocionada. Me senté a su lado, pero me cuidé de no tocarla. Aparentemente, ya había tenido suficiente contacto físico para todo el día.

– Me informaron de que tu encanto también serviría para el trabajo, pero prefiero que te quedes aquí para recuperarte.

– Por favor, déjame venir. Quiero serte útil.

Le sonreí.

– No sé con qué tipo de escena del crimen nos encontraremos, Dogmaela. Podría ser una que te recordara vívidamente algo que te hubiera hecho Cel. Por hoy, te quedas aquí, pero en el futuro tú y Saraid entrareis a formar parte de la rotación de mi guardia.

Sus ojos azules se abrieron aún más, y su rostro aún surcado por todas esas lágrimas secas pareció agradecido. Saraid llegó junto a nosotras y cayó sobre una rodilla, inclinando la cabeza.

– No te fallaremos, Princesa -me dijo.

– No necesitas inclinarte en una reverencia así -dije.

Saraid levantó la cabeza lo suficiente para poder mirarme con esos ojos azules con estrellas blancas.

– ¿Cómo te gusta que nos inclinemos para rendirte pleitesía? Sólo tienes que indicárnoslo y así lo haremos.

– En público no hagáis nada de eso, ¿vale?

Rhys rodeó a Barinthus, cuidándose de no darle la espalda al hacerlo. Barinthus pareció no darse cuenta, pero yo me di cuenta, él notó el gesto.

– Si te arrodillas ante ella en público, todo el encanto del mundo no esconderá el hecho de que ella es la princesa y vosotras sois sus guardias.

Saraid asintió con la cabeza, y entonces preguntó…

– ¿Puedo levantarme, Su Alteza?

Suspiré, diciendo…

– Sí, por favor.

Dogmaela cayó sobre una rodilla frente de mí mientras la otra mujer se levantaba.

– Lo siento, Princesa, no te rendí homenaje.

– Por favor, para esto -dije.

Ella miró hacia arriba, claramente confusa. Me puse en pie y le ofrecí la mano. Ella la tomó, frunciendo el ceño.

– ¿Has visto que los demás hombres se arrodillen frente a mí?

Las mujeres intercambiaron miradas.

– La reina no insistía demasiado, pero nuestro príncipe sí lo hacía -dijo Saraid-. Simplemente dinos qué saludo prefieres y así lo haremos.

– Un simple hola estará bien.

– No -intervino Barinthus-, no lo estará.

Me giré, mirándole de forma poco amistosa.

– Esto no es de tu incumbencia, Barinthus.

– Si no te respetan, no podrás controlarlos -dijo.

– ¡Y una mierda! -exclamé.

Él pareció realmente conmocionado, como si fuera un término que nunca hubiera pensado escuchar de mí.

– Meredith…

– No, ya te he soportado bastante por hoy. Toda la reverencia y la pompa del mundo no consiguieron que ninguno de ellos respetara a Cel o a Andais. Les hizo temerles, y eso no es respeto, es miedo.

– Tú me amenazaste con las manos de carne y sangre. Tú quieres que yo te tema.

– Preferiría que me respetaras, pero creo que siempre me verás como la hija de Essus, y por mucho que te preocupes por mí, no puedes verme como gobernante.

– Eso no es cierto -dijo él.

– El hecho es que abdiqué a la corona para salvar la vida de Frost, y eso te ha hecho dudar de mí.

Él se giró, así que no pude verle la cara, lo cual fue respuesta suficiente.

– Fue la elección de un romántico, no de una reina.

– ¿Y yo soy un romántico y no un rey? -preguntó Doyle, acercándose un poco al otro hombre.

Él nos miró a los dos y luego dijo…

– Que tú, Oscuridad, hicieses tal elección, fue más inesperado. Pensé que la ayudarías a convertirse en la reina que necesitamos. En lugar de eso, ha sido ella quien te ha convertido en algo más blando.

– ¿Me estás llamando débil? -preguntó Doyle, y no me gustó nada el tono de su voz.

– ¡Ya basta! -grité. No tenía la intención de gritar, excepto que así fue como me salió.

Todos me miraron.

– Durante toda mi vida he visto cómo nuestras cortes se regían por el miedo. Yo os digo que nosotros gobernaremos aquí con justicia y amor, pero si hay alguno entre mis sidhe que no acepten el amor o la justicia de mí, entonces también hay otras opciones. -Avancé hacia Barinthus. Era difícil parecer dura cuando tenía que estirar tanto el cuello para encontrar sus ojos, pero durante toda mi vida había sido diminuta comparándome con ellos, así que me las ingenié.

– Dices querer que yo sea reina. Dices que quieres que actúe con severidad. Y quieres que Doyle actúe igual. Quieres que nosotros gobernemos de la forma en que los sidhe necesitan ser gobernados, ¿cierto?

Él vaciló, y luego asintió con la cabeza.

– Pues agradece a la Diosa y al Consorte que no soy esa clase de gobernante, porque si lo fuera te mataría mientras estás ahí de pie, tan arrogante, tan lleno de tu poder después de sólo un mes de estar cerca del mar. Te tendría que matar ahora, antes de que ganes más poder, y eso es exactamente lo que mi tía y mi primo hubieran hecho.

– Andais enviaría a su Oscuridad para matarme.

– Ya te dije que soy demasiado la hija de mi padre para hacer eso.

– Intentarías matarme tú misma -dijo él.

– Sí -dije.

– Y la única forma de defenderte -dijo Rhys-, sería matando tanto a la hija de Essus como a sus nietos. Creo que antes de hacer eso, dejarías que te matara ella a ti.

Barinthus se volvió hacia Rhys.

– Mantente apartado de esto, Cromm Cruach, ¿U olvidaste que sé tu nombre de pila, un nombre mucho más antiguo?

Rhys se rió, sobresaltándole.

– Oh, no, Mannan Mac Lir, tú no puedes jugar al juego de los nombres verdaderos conmigo. Mi nombre ya no es ése, y ha pasado mucho tiempo desde que tuve un nombre verdadero.

– Ya es suficiente -dije, mi voz más conciliadora esta vez-. Nos vamos, y quiero que tú, Barinthus, te quedes en la casa principal esta noche.

– Estaré encantado de cenar con mi princesa.

– Prepara algo de equipaje. Te vas a quedar en la casa principal durante algún tiempo.

– Preferiría estar cerca del mar -contestó él.

– No me importa lo que tú prefieras. Estoy diciendo que te mudarás a la casa principal con todos nosotros.

Casi pareció que le dolía.

– Ha pasado tanto tiempo desde que viví cerca del mar, Meredith.

– Lo sé. Te he visto nadar en el agua más feliz de lo que nunca te había visto, y te habría dejado permanecer junto a tu elemento, pero hoy has probado que se te sube a la cabeza como si fuera algún rico licor. La cercanía de las olas y la arena te ha emborrachado, por eso te digo que irás a la casa principal, a ver si eso te espabila.

La cólera llameó en sus ojos, y su pelo hizo otra vez ese extraño movimiento submarino en el aire.

– ¿Y si me niego a mudarme a la casa principal?

– ¿Estás diciendo que desobedecerás una orden directa de tu gobernante?

– Pregunto qué harás si me niego -dijo.

– Te desterraré de esta costa. Te devolveré a la Corte de la Oscuridad y puedes averiguar de primera mano cómo sacrifica Andais la sangre de todas las hadas en su intento de controlar la magia que está rehaciendo su reino. Ella pensó que si yo me iba, la magia se detendría y ella podría controlarla otra vez, pero la Diosa misma se está moviendo. El mundo de las hadas está vivo otra vez, y creo que a ti y a todos los antiguos se les ha olvidado lo que eso significa.

– No he olvidado nada -dijo.

– Estás mintiendo -contesté.

– Nunca te mentiría -dijo él.

– Entonces te mientes a ti mismo -dije. Recurrí a los demás-. Vámonos, todos. Tenemos una escena del crimen que visitar.

Empecé a avanzar hacia la puerta y la mayor parte de la gente que había en la habitación me siguió. Hablé hacia atrás por encima del hombro…

– Quiero que estés en la casa principal esta noche a tiempo para cenar, Barinthus, o mejor que estés en un avión de regreso a St. Louis.

– Ella me torturará para siempre si regreso -dijo.

Me detuve en el umbral y el grupo de guardias que me seguía tuvo que separarse para que yo le pudiera ver.

– ¿Y no es eso exactamente con lo que amenazaste a Galen hace sólo unos minutos?

Él me miró, sólo me miró.

– Te sigue moviendo el corazón y no la cabeza, Meredith.

– Ya sabes lo que dicen. Nunca te interpongas entre una mujer y lo que ama. Pues bien, no amenaces lo que amo, porque moveré las mismas Summerlands para proteger lo que es mío. -Las Summerlands eran una de nuestras palabras para el Cielo.

– Estaré allí para la cena -dijo, inclinándose en una reverencia-. Mi Reina.

– Lo espero con impaciencia -le dije, y eso era exactamente lo que no quería decir. Lo último que quería tener en la casa principal era a un ex dios ególatra y enojado, pero a veces las decisiones nada tienen que ver con lo que quieres, sino con lo que necesitas. Ahora mismo, necesitábamos llegar a una escena del crimen e intentar ganarnos el sueldo que nos ayudaba a mantener a la multitud en que nos habíamos convertido. Ojalá mi título hubiera llegado con más dinero, más casas, y menos problemas, pero todavía no había conocido a ninguna princesa de las hadas que no estuviera metida en problemas de algún tipo. Los cuentos de hadas son ciertos en un aspecto. Antes de que llegues al final de la historia, tienes que pasar por duras elecciones y malas experiencias. En cierto modo mi historia había tenido su final feliz, pero a diferencia de los cuentos de hadas, en la vida real no hay un final, feliz o no feliz. Tu historia, como tu vida, continúa. Durante un momento puedes tener la idea de que tienes tu vida bajo un relativo control, y entonces, al momento siguiente, te das cuenta de que todo ese control fue simplemente una ilusión.

Le recé a la Diosa para que Barinthus no me obligara a matarle. Lastimaría mi corazón el tener que hacerlo, pero mientras salíamos al brillante sol de California y yo me ponía las gafas de sol, notaba algo duro y frío dentro de mí. Era la certeza de que si él me seguía presionando de esa manera, yo haría exactamente lo que había amenazado hacer. Tal vez era más la sobrina de mi tía de lo que me hubiera gustado pensar que era.

CAPÍTULO 29

DOYLE Y FROST, CON USNA AL VOLANTE, TOMARON EL SUV, Y Usna usó el encanto para hacerse pasar por mí. Me sorprendió que tuviera carnet de conducir, pero por lo visto, años antes de que yo naciera, había dejado el mundo de las hadas para explorar el país. Cuando le pregunté el por qué, me respondió…

– Los gatos son curiosos.

Y supe, con sólo mirar su rostro, que ésa era toda la respuesta que iba a conseguir.

Usna no era lo bastante bueno con el encanto como para caminar entre la multitud. Un golpe, y la ilusión se rompería, por eso no venía conmigo. Habría demasiada gente allí donde íbamos. Pero esperábamos al menos que una ilusión más elemental despistara a la prensa dirigiéndoles hacia las puertas exteriores, y dejándonos a los demás marchar tranquilos.

Pero su compañera, Cathbodua, sí era lo bastante buena para venir con nosotros. Hubo un momento, cuando ella estaba en medio de la sala de estar con su capa de plumas de cuervo y con su pelo largo hasta los hombros mezclándose con las plumas, que hizo que ella, al igual que Doyle, pareciera tan oscura que no sabíamos dónde acababa la oscuridad y dónde empezaba ella para que nuestros ojos pudieran identificarla. Su piel casi parecía flotar contra toda esa oscuridad.

Entonces, las plumas se alisaron y desaparecieron, y ella llevaba el largo impermeable negro que casi siempre llevaba puesto. Cathbodua sólo tenía que matizar el color de su piel de una palidez sobrenatural hasta darle un tono más humano. La mayoría de las mujeres habían sido tan poco fotografiadas conmigo que no tenían que cambiar nada salvo sus ojos, el pelo, y un poco la ropa. Saraid cambió su pelo dorado a un dorado castaño y su piel a un bronceado besado por el sol. Sus ojos, normalmente azules con estrellas blancas, ahora eran simplemente azules. Era todavía hermosa, pero podría pasar por humana. Incluso el hecho de medir un metro ochenta y tener un cuerpo de naturaleza esbelta, no la haría destacar aquí en Los Ángeles como lo hubiera hecho en el Medio Oeste. Aquí había miles de altísimas y espléndidas mujeres que habían intentado ser actrices y que al final habían tenido que conformarse con un trabajo eventual.

Galen cambió el color de sus cortos rizos a un marrón indescriptible, y el de sus ojos para que hicieran juego con el pelo. Se había oscurecido la piel por lo que parecía estar realmente bronceado, y había hecho sutiles cambios en su cara y cuerpo de modo que le hicieran parecer más ordinario. Uno vería a un chico mono y sonriente como los que solía haber en la playa. Rhys creó una ilusión para el ojo que le faltaba, y ahora lucía los dos de un bonito azul, un tono no demasiado llamativo. Él simplemente se recogió su pelo largo hasta la cintura, retorciéndolo y metiéndoselo bajo el sombrero de fieltro. Había dejado la gabardina en la casa de la playa, e iba con la chaqueta del traje que se había puesto la última vez que fue a trabajar, conjuntándola con unos tejanos y una camiseta. Los vaqueros eran suyos, pero la camiseta la había tenido que pedir prestada. Le quedaba bien de los hombros, pero le sobraba bastante en la cintura llevándola remetida en los elegantes tejanos desteñidos. Se calzó sus botas y ya estaba listo.

Salí del dormitorio con el pelo de un color caoba, casi castaño. También me lo había recogido en una trenza francesa. El traje chaqueta era de un intenso color marrón como el chocolate, la falda un poco corta para los negocios, pero yo era lo suficientemente baja para que me quedara bien. Había tomado prestada una pistolera y el arma de Rhys, y la llevaba puesta a mi espalda por lo que iba armada. A él le quedaban una pistola, una espada, y una daga. Yo llevaba mi propio cuchillo colocado en una funda de muslo bajo la falda. El cuchillo, de hecho, no era sólo para defenderme; era también para llevar algo de hierro frío en contacto con mi piel desnuda. El acero y el hierro eran una ayuda contra la magia feérica, pero aún funcionaban mejor si estaban en contacto con la piel. Había muchos duendes, incluso sidhes, que no serían capaces de crear un encanto llevando algo de metal frío que tocara su piel. Mi ascendencia humana y brownie me había ayudado a conservar la magia sin importar cuánto metal y cuánta tecnología me rodeara. El cuchillo no era nada comparado con la ciudad en sí misma. El estar junto al océano les facilitaba algo las cosas, pero seguían siendo muchos los duendes menores que no podían realizar demasiada magia en medio de una ciudad moderna.

Eso me hizo pensar en Bittersweet y si Lucy la habría encontrado. Aparté el pensamiento y me miré en el espejo una vez más para asegurarme de que ni el arma ni el cuchillo se veían bajo el traje. La falda era ligera, pero con vuelo, moviéndose a mi alrededor cuando andaba. Tenía muchas faldas que eran tan rectas que hasta una pequeña arma se perfilaría bajo la tela.

Me encaminé hacia la gran sala. Galen se encontró conmigo, sonriendo.

– Olvidé que también haces que tus ojos sean castaños.

– Los ojos verdes son poco corrientes. La gente los recuerda.

Me sonrió abiertamente, y se movió para tomarme en sus brazos. Le dejé, bastante segura de lo que iba a decir.

– Deberíamos comprobar si el encanto es efectivo y ver si algo de distracción consigue hacernos perder la concentración.

Nos besamos, y fue un beso agradable y delicioso. Él se apartó y le miré, alzando la cara hacia ese par de ojos castaño oscuro en un rostro mucho más bronceado de lo que podría llegar a conseguir sin ayuda de la magia.

Le sonreí.

Fue Rhys quien dijo…

– Venid vosotros dos, ya sabemos que nuestro encanto se mantiene firme. Amatheon y Adair han informado. La prensa se ha tragado el cebo con Doyle y Frost, por lo que podemos ir a hacer nuestro trabajo. -Le seguimos hasta la puerta, dejando las manos quietas mientras salíamos. Confiaba en que los otros guardias habrían conseguido que la mayor parte de los periodistas se marcharan, pero si nos pillaban pegados el uno al otro como amantes, no habría encanto que les impidiera fotografiarnos, y no todo el encanto se mantiene firme ante las cámaras. No sabíamos el por qué, pero incluso con nuestro mejor disfraz, a veces una fotografía revelaba la verdad cuando la simple vista no lo hacía.

Sholto iba delante de todos nosotros.

– Las puertas están preparadas.

– Entonces aparecerás solo -dijo Galen.

– Sí.

– ¿Cómo puedes estar tan seguro de que no habrá nadie en el portal cuando te aparezcas?

– Puedo sentir el vacío -dijo él.

– Bromeas.

– Yo no sabía que podías crear portales -le dije.

– Es un poder que me ha sido devuelto cuando fuimos coronados.

– No se lo digas a Barinthus -comentó Galen.

– No lo haré -fue muy solemne cuando lo dijo. -Exploraré el área y veré si los reporteros parecen ser conscientes de que estás en camino; informados, creo que dicen ellos.

– Así es -dije con una sonrisa.

– Si han sido informados, llamaré -Él había hecho que su pelo pareciera rubio y corto, y sus ojos dorados parecían tan castaños como los míos o los de Galen. Incluso había conseguido que su cara se viera menos hermosa para no llamar tanto la atención.

Rhys conducía el que ya era su coche. Dejamos que Saraid fuera delante con él, y los demás nos acomodamos en la parte de atrás. Realmente podíamos ver el destello distante de las luces de la policía cuando Rhys estacionó en un pequeño aparcamiento. Julian o Jordan Hart estaba apoyado contra uno de los coches de la empresa. No fue hasta que se giró, y me dirigió esa sonrisa suya, que supe que era Julian y no su hermano gemelo. Los dos tenían un corto y espeso pelo castaño, cortado casi al cero en las sienes y algo más largo por arriba donde se veían algunos mechones de punta. Jordan no tenía esa sonrisa tan despreocupada y temeraria. Tenía una buena sonrisa. Los dos. Habían hecho bastante dinero como modelos, comenzando primero con su propia agencia de detectives, para luego comprar acciones de la Agencia de Detectives Grey. Eran hombres de metro ochenta, bronceados y bien parecidos, pero Julian era menos serio, más de la broma. Y sin embargo, era el hermano bromista el que había encontrado una relación monógama y feliz que duraba ya más de cinco años. El hermano serio, Jordan era un auténtico mujeriego, cosa que jamás había sido Julian ni en sus días de soltero. Para ser más precisos, las preferencias de Julian se dirigían hacia los hombres.

Él llevaba puestas unas gafas de montura pequeña con el cristal de color amarillo, haciendo juego con la ropa marrón y café claro. Se me acercó riendo.

– Deberías de haberme llamado, cariño. Habría escogido otro color y así no iríamos a juego.

Sonreí y le ofrecí la mejilla para que me besara, beso que conseguí y devolví. Todavía sonreía, aunque sus ojos ocultos detrás de sus gafas horteras estaban muy serios.

– No has estado aún en la escena del crimen, ¿o sí? -pregunté.

– No -dijo él, su voz sonaba tan seria como sus ojos, pero si alguien le miraba, vería a alguien que sonreía, de expresión agradable. -Pero Jordan sí ha estado.

Ahora entendí por qué sus ojos parecían sombríos. Cada uno de los gemelos podía ver lo que el otro estaba viendo si éste lo permitía. De pequeños no podían controlarlo, pero habían asistido después del colegio a programas de control psíquico junto con otros niños superdotados y ahora sólo compartían lo que deseaban que el otro viera. Lo que el hermano de Julian le había mostrado era lo suficientemente malo para apagar el brillo de su mirada.

Miró hacia los hombres que iban conmigo, y la sonrisa volvió a reflejarse en sus ojos. Había otros magos humanos que habrían tenido que preguntar para estar seguros de quién se escondía detrás del encanto, pero Julian era realmente de los buenos, igual que su hermano. Así que fue hacia donde estaba Galen, besándole en la mejilla como había hecho conmigo e intercambió un apretón de manos con Rhys. El hecho de saber a quién besar y a quién estrechar la mano sólo nos dijo que los disfraces realmente no le engañaban. No estaba bien, ya que algunos policías ahora eran magos, aunque la mayoría no se especializaba en “ver” aquello que era real.

Julian vaciló ante las mujeres, lo que veía no le bastaba para decidir a quién besar. Era algo más místico que eso. No conocía a las guardias femeninas en absoluto, por lo que optó por estrechar sus manos. La verdad es que era más cuidadoso con las mujeres que con los hombres.

Por supuesto, Julian no había estado muy contento conmigo cuando más de la mitad de la agencia de detectives Kane y Hart había sido eliminada por una muy grande y maléfica bestia mágica llamada “El Innombrable”. Nosotros, mis hombres y yo, habíamos conseguido al final acabar con ella, pero Kane y Hart habían perdido a cuatro de sus empleados en la lucha, por lo que la Agencia de Detectives Grey era ahora la Agencia de Detectives Grey y Hart. Ambas agencias habían estado compitiendo por el mismo sector de mercado, por lo que tenía sentido que unieran sus fuerzas, y además, tal vez Julian y Jordan Hart se habían dado cuenta de que combinar su magia humana, con la nuestra, que no lo era, sería algo que beneficiaría al resto de sus empleados.

Adam Kane, novio desde hacía tiempo de Julian, había perdido a su hermano más joven, Ethan, en la lucha. Creo que Adam habría estado de acuerdo con cualquier cosa durante aquellas primeras semanas. Incluso ahora, Adam seguía haciendo principalmente trabajo de oficina, viendo a clientes, y casi ningún trabajo de campo. No estaba segura de si era porque todavía estaba apenado o porque Julian no podía soportar la idea de ponerle en peligro. Finalmente, si había que acabar hablando con él, sería Jeremy quien se encargaría de hacerlo, porque en la oficina él era el jefe. Era realmente bueno en eso y menos mal que yo no era el jefe de cada maldito lugar.

– En realidad es más rápido caminar desde aquí -dijo Julian. Sus manos fueron a los bolsillos de la chaqueta y comenzaron a sacar una cajetilla de cigarrillos, luego vaciló. -¿Te molesta si fumo mientras andamos?

– No sabía que fumaras -le dije.

Me dirigió una brillante sonrisa, un centelleo de dientes blancos y perfectos que había conseguido trabajando como modelo y que ahora le venían de perlas cuando trabajaba para las celebridades locales.

– Lo dejé hace años, pero últimamente he sentido la necesidad de volver a empezar. -Algo pasó por su cara mientras hablaba, algún pensamiento o emoción, y no era de los buenos.

– ¿Tan tremenda es la escena de crimen? -preguntó Galen, prueba suficiente de que él también había notado su expresión.

Julian miró hacia arriba casi distraídamente, como si realmente no viera el aquí y el ahora. Yo había visto antes esa mirada en sus ojos, cuando él estaba viendo lo que veía su hermano.

– Es bastante mala, pero no tan mala como para que desee volver a fumar.

Intentaba decidir si preguntarle cómo de malo tenía que ser para que deseara fumar, cuando él encendió un cigarrillo y comenzó a cruzar la calle a largas zancadas. Caminaba como lo hacía habitualmente, como si la acera fuera una pasarela y todo el mundo le estuviera mirando. A veces lo hacían. Rhys caminaba delante de nosotros, con Saraid a su lado. Galen y Cathbodua tomaron la retaguardia, es decir, detrás de Julian y de mí. Me di cuenta de que ya podíamos usar todo el encanto que quisiéramos, que ellos se verían claramente como guardaespaldas. Ésa sería una pista de que Julian y yo no éramos lo que parecíamos.

Él pareció notar que yo me había dado cuenta, porque me ofreció su brazo, y yo lo tomé. Comenzó a acariciarme el brazo repetidamente y a sonreírme exageradamente. Actuaba como el amante rico, hombre de negocios o celebridad que necesitaba llevar guardaespaldas. Me sumé a la actuación, apoyando la cabeza contra su hombro, y riéndome de comentarios que no eran graciosos en absoluto.

Él se inclinó y habló casi silenciosamente, con una gloriosa sonrisa.

– Siempre se te han dado bien los trabajos encubiertos, Merry.

– Gracias, a ti también.

– Oh, soy muy bueno metiéndome en el papel -dijo riéndose y tirando el cigarrillo a medio fumar en la primera papelera que vimos.

– Creí que necesitabas un cigarrillo -le dije, sonriéndole.

– Casi había olvidado que coquetear es mejor que fumar -se inclinó, rodeándome los hombros con un brazo para pegarme contra su cuerpo. Yo tenía bastante práctica en eso de caminar con gente de aproximadamente un metro ochenta de alto, aunque él se movía de forma diferente que la mayoría de mis hombres. Deslicé el brazo alrededor de su cintura, por debajo de la chaqueta, rozando el arma que llevaba en una pequeña funda a su espalda para que no arruinara la línea de su abrigo. Paseamos calle arriba así, con nuestras caderas rozándose una contra la otra mientras caminábamos.

– No pensé que te gustara coquetear con mujeres -le dije.

– No hago distinciones, Merry, tú deberías saberlo.

Me reí, y esta vez fue de verdad.

– Lo recuerdo, pero por lo general no iba dirigido hacia mí.

Él me besó con suavidad en la sien, y había intimidad en el gesto, intimidad que no había estado presente cuando tocaba mi brazo. Siempre hubo un poco de broma en el gesto, como dejándote saber que no significaba nada, por lo que más tarde no podías enfadarte con él.

Julian siempre tocaba a la gente, y esto me dio una idea. Me incliné hacia él aún más cerca y le hablé lo mas quedamente que pude, sólo para sus oídos.

– ¿No tienes relaciones íntimas últimamente?

La pregunta le sobresaltó ya que tropezó e hizo flaquear nuestro ritmo tranquilo. Él nos estabiliz ó, y seguimos nuestro casi perezoso paseo calle arriba hacia todas esas luces parpadeantes.

– ¿No es muy directo preguntar eso, incluso para la cultura duende? -susurró contra mi pelo.

– Sí -le susurré -pero en unos minutos estaremos en la escena del crimen, y quiero saber cómo está mi amigo.

Él sonrió, aunque estaba lo bastante cerca para darme cuenta de que la sonrisa no se reflejaba en sus ojos.

– No, no consigo que me den mucho cariño en casa. Adam parece haber sepultado su corazón junto con su hermano. Y yo estoy comenzando a mirar a mi alrededor, Merry. Comienzo a buscar oportunidades, y me estoy dando cuenta de que no es simplemente sexo lo que busco, es el cariño, el afecto que he perdido. Creo que si pudiera conseguir más cariño sería capaz de poder esperar a que él superara su pena.

Acaricié los planos abdominales de su estómago, y él me dirigió una mirada especulativa. Le sonreí, diciéndole…

– Puedes conseguir ese afecto, Julian. Nuestra cultura no ve las caricias como algo necesariamente sexual.

Entonces él se rió, dejando oír un sonido súbito y feliz de sorpresa.

– Pensé que veíais cada caricia como algo sexual.

– No, sensual, pero no sexual.

– ¿Y hay alguna diferencia? -preguntó.

Pasé la mano otra vez por su estómago, mientras con la otra rodeaba su cintura.

– Sí.

– ¿Cuál es? -inquirió.

Eso me hizo fruncir el ceño.

– No te gustan las mujeres, ¿recuerdas?

Él volvió a reírse, y puso su mano sobre la mía allí donde descansaba sobre su estómago.

– Sí, pero tú no compartirás a tus hombres.

– Ésa sería una pregunta que le tendrías que hacer a cada uno de ellos -le aclaré.

Él arqueó las cejas.

– ¿De verdad?

Su expresión me hizo reír.

– Ves, preferirías acostarte con ellos que conmigo.

Alzó los ojos mirando al cielo mientras hacía un aspaviento con las manos, luego me sonrió abiertamente.

– Es verdad -dijo, inclinándose hacia mí, todavía sonriendo aunque sus siguientes palabras no hacían juego con la sonrisa. -Pero si te abrazo, Adam me perdonará, mientras que si abrazo a un hombre no me lo perdonará en la vida.

Estudié su cara a pocos centímetros de la mía.

– ¿Así estamos?

Asintió, y levantó mi mano de su estómago para así depositar unos pocos besos en mis dedos mientras hablaba.

– Amo a Adam más de lo que alguna vez pensé que amaría a alguien, y no llevo bien su falta de atención -dejó caer mi mano y juntó nuestras caras todo lo que nuestras diferentes alturas y mis tacones lo permitían. -Es una debilidad mía, pero siento la necesidad de acariciar, de coquetear con alguien.

– Ven a casa a cenar con nosotros esta noche y nos haremos un montón de carantoñas mientras miramos cualquier cosa en la tele de pantalla gigante.

Sus pasos vacilaron, y casi perdió el ritmo, pero se enderezó, así que ninguno de nosotros perdió el paso.

– ¿Estás segura?

– Confía en mí, mientras no sea sexual puedes conseguir esas caricias.

– ¿Y si quisiera que fuera sexual? -preguntó.

Eso me hizo mirarle frunciendo el ceño, y él apartó la mirada, rehuyendo la mía. Fingió que miraba hacia la policía y los coches patrulla, pero yo sabía que él me apartaba la cara, porque independientemente de lo que se reflejaba en sus ojos, en aquel momento no quería compartirlo conmigo.

Le paré, deteniéndome yo, haciéndole girar para quedar frente a él.

– Me dijiste una vez que tu compromiso con Adam fue la primera relación que te había hecho feliz, que antes sólo follabas y trabajabas, pero que en realidad nunca habías sido feliz.

Él asintió ligeramente.

– Si me dices que tu prioridad es mantener tu compromiso con él, entonces te ayudaré a conservarlo, pero si me dices que se ha acabado y que sólo quieres sexo, ésta es una conversación muy diferente.

Pude ver el dolor en sus ojos. Me envolvió en un abrazo que nos pegó el uno al otro. Nunca me había abrazado así, y menos con otros hombres delante a menos que estuviera jugando e intentando ver si podía conseguir incomodarles. Pero éste no era un abrazo sexual o de jugueteo. Me sujetaba con demasiada fuerza y desesperación. Le abracé, hablándole con la cara presionada contra su pecho.

– Julian, ¿qué te pasa?

– Voy a engañarle, Merry. Si me deja solo por mucho más tiempo, voy a engañarle. Creo que es lo que está esperando, y así poder usarlo como una excusa para romper.

– ¿Por qué querría hacer eso? -Le pregunté.

– No lo sé, quizás porque Ethan siempre odió el hecho de que su único hermano fuera gay. Él siempre me odió y me culpaba de convertir a su hermano en un maricón.

Intenté separarme para poder ver su cara, pero él evitó mirarme.

– Ethan no creía eso. A Adam siempre le han gustado los hombres.

– Él tuvo novias aquí y allí. Incluso estuvo comprometido una vez antes de salir conmigo.

Toqué su cara y le giré para que me mirara.

– ¿Te hace estos desaires para volver a estar con otras mujeres?

Él sacudió la cabeza, y me di cuenta de que había lágrimas brillando detrás de aquellas gafas oscuras. Aún no lloraba, pero intentaba no parpadear para evitar que cayeran.

– No lo sé. No quiere que le toque. No quiere que nadie le toque. Ya no sé lo que pasa por su cabeza.

Las lágrimas temblaron en el espesor de sus pestañas. Pero mantenía los ojos muy abiertos para impedir que cayeran.

– Ven a cenar con nosotros, al menos disfrutarás de un poco de afecto.

– Se supone que tenemos que cenar juntos esta noche; si funciona podría ser que no necesitara las caricias de nadie más.

Le sonreí.

– Si no apareces, entonces sabremos que tú y tu novio os estáis divirtiendo, y eso sería genial.

Él se rió de mí, y rápidamente se limpió las lágrimas no derramadas. Era gay, pero aún así era un hombre, y la mayoría lamentaban llorar, especialmente en público.

– Gracias, Merry. Siento agobiarte con mis penas, pero mis otros amigos son casi todos gays y…

– Y verían esto como una oportunidad para atraparte -acabé.

Él hizo un movimiento de pesar otra vez.

– No para atraparme, pero soy consciente de que varios de mis amigos serían felices de volver a estar en mi cama.

– En la mayoría de los casos, ése suele ser el problema con los amigos que también son ex-amantes -le dije.

Él se rió y esta vez pareció feliz.

– ¿Qué puedo decir? Soy sólo un tipo amistoso.

– Eso he oído -comenté. Le abracé, y él me abrazó a su vez, más un abrazo de amigo esta vez. -¿Vas a hablar con Adam sobre la posibilidad de asistir a una terapia de pareja? -le pregunté.

– Él dice que no necesita terapia. Que sabe lo que le ocurre. Que perdió a su maldito hermano y tiene derecho a estar triste.

Rhys carraspeó y nos giramos para mirarle.

– Tenemos que identificarnos y pasar el cordón policial. -Habló en un tono completamente neutro, pero yo sabía que había captado bastante de lo que habíamos dicho. En primer lugar, todos los duendes tienen mejor oído que los humanos, y segundo, después de mil años uno tiene mucha práctica en leer a la gente.

– Lo siento -dijo Julian. -Eso ha sido muy poco profesional y para nada aceptable. -Se echó para atrás, separándose de mí, arreglándose la chaqueta y alisándose las solapas mientras al mismo tiempo recobraba la compostura.

Galen se acercó y le dijo…

– Te abrazaremos sin arruinar tu matrimonio.

– Oh, es un golpe para mi ego -le dijo Julian con una sonrisa-, el que no te tiente seducirme.

Galen le sonrió mientras decía…

– No creo que fuera yo el seductor.

Julian sonrió abiertamente a sus espaldas. Cathbodua frunció el ceño y dijo…

– No abrazaré a nadie más que a Usna esta noche.

– Qué triste para ti -le contesté.

Cathbodua frunció el ceño más intensamente. Sacudí la cabeza, pero le dije…

– Nadie tiene que abrazar a los que no quieren ser abrazados. Hay que acariciar porque te apetece, no porque te obliguen.

Ella intercambió una mirada con Saraid.

– Es muy diferente del príncipe.

Saraid dijo…

– Y qué felicidad que así sea.

Julian echó un vistazo a las dos mujeres y luego dijo…

– ¿Pensabais realmente que Merry os obligaría a tocarme si no queríais hacerlo?

Las mujeres sólo le miraron. Julian se estremeció.

– No sé cómo fue vuestra vida antes de ahora, pero yo no voy a obligaros a nada. Si mi encantadora personalidad no consigue haceros desear mi compañía, que así sea.

Las mujeres intercambiaron otra mirada. Cathbodua dijo…

– Dadnos unos meses más en este nuevo mundo y podremos creer todo lo que decís sobre la princesa.

– Dile a Jeremy que excluya a las guardias femeninas del trabajo encubierto durante un tiempo -comentó Julian.

Pensé en cómo cualquiera de las mujeres se podría haber tomado el pequeño paseo con Julian. ¿Habría parecido forzado, una especie de abuso sexual? Había tantos a los que cuidar, y yo acababa de ofrecer mi ayuda a Julian. Pero no me importaba hacerlo, porque sabía cómo podía llegar a afectarte la falta de atención, hasta el punto de llegar a buscarla en desconocidos, mientras la persona que supuestamente te amaba, en lugar de hacerlo te descuidaba. Los humanos echaban la culpa del final de la relación al que engañaba, pero yo sabía por mi primer novio que hay más formas de acabar con una relación que sólo con irse. Puedes dejar a tu pareja tan privada de atención que es como si no estuviera en absoluto enamorada.

Si podíamos ayudar a Julian a sobrellevar el áspero comportamiento de Adam, entonces lo haríamos. Tenía entendido que uno podía morir un poco cada día por la falta del cariño de la persona correcta. Yo había pasado tres años sin el toque de otro sidhe. No quería ver a alguien más pasar por eso si podía ayudarle. Y Adam no me vería como una amenaza, porque era una mujer.

Sacamos nuestras tarjetas de identidad y esperamos a que alguien al mando nos diera permiso para cruzar ante el personal uniformado. Éramos detectives privados, no detectives del cuerpo de policía, y eso significaba que ningún policía diría simplemente…

– Pueden pasar.

Esperamos bajo la brillante luz del sol mientras Julian sostenía mi mano y yo se lo permitía. Hubiera preferido poder dedicarme a aliviar su necesidad de afecto y no tener que ver más cadáveres, pero no me pagaban por acariciar a mi amigo, hoy me pagaban por examinar muertos. Tal vez más tarde podríamos disfrutar de un agradable caso de divorcio. Eso sonaba bastante bien mientras seguíamos al cortés detective entre los demás policías y el equipo de emergencias. Todos ellos evitaban los ojos de los demás. Había aprendido que eso era una mala señal, un indicio de que lo que nos esperaba era cuanto menos inquietante, incluso para esta gente que estaba acostumbrada a ver tales cosas. Seguí andando, pero ahora coger de la mano a Julian, no era sólo para que él consiguiera un poco de cariño en este día; era porque su contacto hacía que me sintiera un poco más valiente.

CAPÍTULO 30

NO HABÍA NADIE AL MANDO EN EL LUGAR DE LOS HECHOS. Todos éramos civiles autorizados en una investigación policial. Yo era mujer y no totalmente humana, así que tenía que dejar alto el pabellón de mi sexo y mi ascendencia.

La primera víctima yacía acurrucada delante de la chimenea. No era una chimenea real, sino uno de esos aparatos eléctricos. El asesino, o los asesinos, habían colocado el cuerpo delante para recrear la ilustración que Lucy nos había mostrado etiquetada y precintada en una bolsa para pruebas. Ella, porque era una mujer, había sido vestida de la misma forma harapienta que en la ilustración. Era un cuento que recordaba haber leído siendo una niña. A mí siempre me habían gustado las historias que trataban de brownies gracias a Gran, mi abuela. Según el cuento, la brownie se quedó dormida frente al fuego y fue literalmente cogida “in fraganti” echándose una siesta por los niños de la casa. La abuelita había dicho… “La brownie debería haber sabido que se quedaría dormida en el trabajo”. El resto de la historia iba de los niños yendo con la brownie al mundo de las hadas y yo sabía que ésta había sido alterada porque había estado allí siendo niña y esto no se parecía en nada al libro.

– Bien, otro recuerdo de infancia arruinado -dije suavemente.

– ¿Qué has dicho? -preguntó Lucy.

Negué con la cabeza.

– Lo siento, pero mi abuela me leyó este cuento cuando era una niña. Estaba pensando en leérselo a mis propios hijos, pero tal vez ahora no lo haga. -Me quedé mirando fijamente a la mujer muerta y me obligué a examinar lo que le habían hecho en la cara. Había una brownie en la historia, así que la habían convertido en brownie quitándole la nariz y los labios, para que se pareciera a lo que ellos necesitaban para la foto.

Rhys se acercó a mí y me dijo…

– No le mires la cara.

– Puedo hacer mi trabajo -contesté, sin tener la intención de sonar a la defensiva.

– Quiero decir que la mires por entero, en su conjunto, no sólo la cara.

Fruncí el ceño, pero hice lo que él me pedía, y en el momento en que pude fijarme en sus piernas y brazos desnudos sin distraerme por el horror de la cara comprendí lo que quería decir.

– Es una brownie.

– Exactamente -dijo.

– Han hecho una carnicería con ella para que se parezca a una brownie -dijo Lucy.

– No, Rhys se refiere a sus brazos y piernas. Son más largos, conformados de forma algo diferente. Apostaría a que ella se ha sometido a algún tipo de depilación para eliminar su más que humana cantidad de vello del cuerpo.

– Pero su rostro era humano. Limpiaron la sangre pero le cortaron la boca para que quedara así -dijo Lucy.

Asentí con la cabeza.

– Sé de al menos dos brownies que se han hecho cirugía plástica para tener nariz y labios, una cara humana, pero no hay forma de arreglar del todo los brazos y las piernas, que siguen siendo un poco delgados, un poco diferentes.

– Robert levanta pesas -dijo Rhys-. Da más tono muscular y ayuda a moldear las extremidades.

– Los brownies pueden levantar cinco veces su propio peso. Normalmente no necesitan hacer pesas para ser más fuertes.

– Él lo hace simplemente porque así se ve más humano -dijo Rhys.

Toqué su brazo.

– Gracias. No podía ver nada excepto su cara. Limpiaron la sangre pero esas heridas son, obviamente, recientes.

– ¿Estás diciendo que ella en realidad era una brownie? -preguntó Lucy.

Ambos asentimos con la cabeza.

– No hay nada en su historial que diga que es cualquier otra cosa excepto un humano nacido en Los Ángeles.

– ¿Podría ser en parte brownie y en parte humana? -dijo Galen, que se había acercado a nosotros.

– ¿Quieres decir como Gran? -Pregunté.

– Sí.

Pensé en ello, y miré el cuerpo, intentando ser objetiva.

– Tal vez, pero aún así tiene que haber tenido un padre que no era humano. Eso aparecería en registros censales y en todo tipo de documentos. Tiene que haber algún registro de sus antecedentes.

– A la primera ojeada da la impresión de ser humana y nacida en la ciudad -dijo Lucy.

– Profundiza un poco más -dijo Rhys-. Una genética así de pura no está muy lejos de tener un ancestro hada.

Lucy asintió con la cabeza y parando a uno de los otros detectives, habló en voz baja con él, marchándose después éste a paso rápido. A todo el mundo le gusta tener algo que hacer en una escena de homicidio; da la impresión de que la muerte no es tan mala, si tienes algo que hacer.

– El calentador eléctrico parece completamente nuevo -dijo Galen.

– Sí -asentí.

– ¿La primera escena fue como ésta? -preguntó Rhys.

– ¿A qué te refieres?

– Escenificada con atrezzo traído para parecer un trabajo de ilustración.

– Sí -dije-, sólo que de un libro diferente. Una historia diferente, pero sí, se trajo utilería para hacer que la escenificación fuera tan perfecta como les fue posible.

– La segunda víctima no es tan perfecta como ésta -dijo Galen.

Ambos estábamos de acuerdo en que no lo era. Asumíamos que las víctimas eran Clara y Mark Bidwell, quienes vivían en esta dirección. La altura era similar y la descripción general también encajaba, pero honestamente, a menos que pudiéramos identificarles por sus patrones dentales o sus huellas digitales no podíamos estar seguros. Sus rostros no eran los mismos que nos sonreían desde las fotos colgadas en la pared. Asumíamos que eran la pareja que vivía aquí, pero era eso, una suposición. La policía suponía lo mismo, así que me quedé algo más tranquila, pero sabía que rompía una de las primeras reglas que Jeremy me había enseñado: nunca supongas nada sobre un caso. Pruébalo, no lo asumas.

Como si mi pensamiento le hubiese conjurado, Jeremy Grey entró en la habitación. Era de mi estatura, algo más del metro cincuenta, y llevaba un traje negro de diseño que hacía que su piel gris resaltara en un tono gris más oscuro e intenso y aunque nunca sería un tono de piel humano, en cierta forma, ese traje le daba una apariencia similar. Justo este año había dejado de vestirse completamente de gris. Me gustaban los nuevos colores que usaba. Llevaba tres meses saliendo en serio con una mujer que era diseñadora de vestuario en un estudio cinematográfico y se tomaba el asunto de la ropa bastante en serio. Jeremy siempre se había vestido con trajes caros y zapatos de firma, pero parecía que ahora todo le sentaba mejor. ¿Tal vez el amor es el mejor accesorio de todos?

Su cara triangular estaba dominada por una gran nariz ganchuda en forma de pico de ave. Él era un Duende Oscuro [19], ésa era su raza, y había sido exiliado siglos atrás por robar una sola cuchara. En aquellos tiempos el robo era un crimen muy serio entre todas las clases de hadas, pero los duendes oscuros eran conocidos por sus puritanos puntos de vista respecto a un montón de cosas. Aunque también tenían la reputación de robar a las mujeres humanas, así que no eran puritanos para todo.

Siempre se movía con elegancia; incluso las fundas de plástico que llevaba sobre los zapatos de diseño no le hacían parecer otra cosa que elegante. Los duendes oscuros no tenían la reputación de ser elegantes, pero Jeremy sí la tenía, y siempre hacía que me preguntara si él era la excepción de su pueblo, o si eran todos así. Nunca se lo había preguntado, porque eso le recordaría lo que perdió tanto tiempo atrás. Entre las hadas, es más cortés preguntar sobre la muerte trágica de un pariente, antes que sobre su exilio del mundo feérico.

– El hombre que hay en el dormitorio es humano -dijo.

– Tendré que volver y examinarlo otra vez, porque honestamente, todo lo que pude ver fueron los cortes faciales -le dije.

Él me palmeó el brazo con su mano enguantada. Habíamos tenido que ponernos todo el equipo protector aunque si a alguno de nosotros se le ocurría tocar algo íbamos a recibir un buen grito. Estrictamente se podía mirar pero no tocar. Aunque en honor a la verdad, tampoco tenía tentación alguna de tocar nada.

– Te acompaño -me dijo. Eso me hizo saber que quería hablar conmigo a solas. Galen comenzó a seguirme, pero Rhys le detuvo. Jeremy y yo atravesamos el apartamento extrañamente oscuro. Estaba decorado con persianas de color marrón y dorado. Era el colorido típico para un apartamento, pero es que incluso el mobiliario era de color marrón. Era todo muy sombrío y vagamente deprimente. Pero tal vez eran imaginaciones mías.

– ¿Qué pasa, Jeremy? -Pregunté.

– Lord Sholto está afuera en el pasillo con el resto de tus guardias no autorizados.

– Sabía que vendría -dije.

– Avisa a un duende oscuro la próxima vez que el Rey de los Sluagh sea esperado.

– Lo siento, no lo pensé.

– Pues Lord Sholto acaba de confirmar la llamada que recibí de Uther. Le tengo al otro lado de la calle con lo ojos puestos en este lugar.

– ¿Él vio algo?

– No acerca del caso -dijo Jeremy, y me hizo pasar al dormitorio donde yacía el segundo cuerpo. Al hombre le habían tratado la cara igual que a la mujer, pero ahora que podía apartar la vista de sus rostros, me di cuenta de que Jeremy y Rhys tenían razón, él era humano. Las piernas, los brazos y la constitución del cuerpo eran proporcionados. Llevaba puesta una túnica que los asesinos habían cortado a pedazos para que se pareciera a los harapos que el brownie vestía en la historia, pero no llegaba al parecido casi perfecto de la víctima en el otro cuarto.

Los asesinos habían dejado atrás una ilustración, y ésta encajaba, pero habían tenido que improvisar algunas partes de la escenografía. Le habían dejado tirado boca arriba para que se viera igual a la imagen del brownie borracho del vino mágico de las hadas. Otra vez cometieron un error. Los brownies no se emborrachan, los bogarts sí lo hacen, y si un brownie se transforma en un bogart se vuelve muy peligroso, una especie de problema al estilo de “Jekyll & Mr.Hyde”. Un brownie borracho no se desmaya pacíficamente como un humano, pero me había encontrado con un montón de cuentos de hadas donde podías encontrar partes que eran exactas y partes que de tan equivocadas eran ridículas.

– Trajeron el libro con ellos o escogieron esta ilustración a posteriori, tan tarde que no pudieron conseguir todos los accesorios que necesitaban para conseguir una buena recreación.

– Estoy de acuerdo -dijo Jeremy.

Algo en la forma en que lo dijo me hizo mirarle.

– Si no es sobre el caso, ¿Entonces qué pudo haber visto Uther que fuera tan importante?

– Alguien de la prensa allí afuera sumó dos y dos y decidió que la pequeña mujer que iba con Julian debía de ser la princesa disfrazada.

Suspiré.

– ¿Así que están ahí afuera esperándome otra vez?

Él asintió con la cabeza.

– Me temo que sí, Merry.

– Mierda -dije.

Asintió con la cabeza otra vez.

Suspiré, moviendo la cabeza.

– Ahora no puedo preocuparme por ellos. Necesito ser útil aquí.

Jeremy me sonrió, y palmeó mi brazo otra vez.

– Eso es lo que yo necesitaba saber.

Le miré, frunciendo el ceño.

– ¿Qué quieres decir?

– En el caso de que hubieras dicho algo diferente, te hubiera asignado al circuito de fiestas y te hubiera dejado fuera de los casos reales.

Le miré.

– ¿Quieres decir que me hubieras adjudicado el marrón de atender a las celebridades y los aspirantes a celebridades que sólo quieren darse el capricho de tener a la princesa en su casa?

– Se paga extremadamente bien, Merry. Inventan casos de pega para que vayamos, y yo te envío a ti o a tus bellos hombres y ellos consiguen más atención de la prensa. Nos beneficia a todos, y nos hace ganar dinero en un momento donde la mayoría de agencias está teniendo problemas.

Tuve que pensarlo por un momento y entonces le dije…

– ¿Estás diciendo que la publicidad extra realmente nos proporciona más dinero que si no la tuviésemos?

Él asintió con la cabeza y sonrió, mostrando su sonrisa blanca y rectilínea que era el único trabajo “cosmético” que se había hecho al llegar a Los Ángeles.

– En cierto modo, tú eres como cualquier celebridad, Merry. En el momento en que a la prensa ya no le importes lo suficiente como para hacer tu vida miserable, ya estarás en el lado contrario.

– El peso de la prensa siguiéndome quebró un escaparate la semana pasada -le dije.

Él se encogió de hombros.

– Y la noticia se publicó a nivel mundial, ¿O evitaste la televisión todo el fin de semana y no lo viste?

Sonreí.

– Sabes que evito ver los espectáculos donde es posible que salga, y tuvimos otras cosas que hacer este fin de semana además de ver la tele.

– Supongo que si tuviera tantas novias como tú tienes novios también estaría demasiado ocupado para ver la tele.

– Y también estarías exhausto -dije.

– ¿Insultas mi capacidad de aguante? -preguntó sonriente.

– No, soy una mujer, tú eres un hombre. Las mujeres tienen orgasmos múltiples, los hombres no y ni siquiera muchos.

Eso le hizo reír. Uno de los policías dijo…

– Jesús, si ustedes pueden reírse viendo esto, entonces es cierto que son unos bastardos de sangre fría.

Lucy habló desde la entrada…

– Creo que oigo a tu coche patrulla preguntándose dónde estás.

– Se están riendo del cadáver.

– No se ríen del cadáver. Se ríen porque han visto cosas que a ti te harían salir corriendo a casa para llorarle a tu mamá.

– ¿Peor que eso? -preguntó él, haciendo señas hacia el cuerpo.

Jeremy y yo asentimos con la cabeza y dijimos…

– Sí.

– ¿Cómo pueden reírse?

– Sal a tomar el aire, ¡ahora! -dijo Lucy, haciendo que la última palabra sonara muy seca.

Dio la sensación de que el policía iba a discutir, pero recapacitó y se marchó. Lucy se volvió hacia nosotros.

– Lo lamento.

– No pasa nada -le dije.

– Sí, sí que pasa -dijo ella-, y además la prensa te ha localizado o creen haberlo hecho.

– Jeremy me lo ha dicho -dije.

– Vamos a tener que sacarte de aquí antes de que los periodistas que te buscan superen a los que están aquí por los asesinatos.

– Lo lamento, Lucy.

– Sé que no disfrutas con ello.

– Mi jefe justo acaba de informarme de que soy más rentable investigando crímenes ficticios y asistiendo a fiestas de celebridades que cuando trabajo con crímenes reales.

Lucy arqueó una ceja hacia Jeremy.

– ¿De verdad?

– Claro que sí -afirmó él.

– Aún así, necesitamos que te dejes ver afuera antes de que los perros de caza de la prensa se entrometan en nuestra investigación.

Asentí con la cabeza.

– ¿Averiguaste algo más sobre la mujer, la brownie?

– Resulta que ha estado haciéndose pasar por humana, pero en realidad es una brownie de sangre pura. Tenías razón en que el cirujano plástico querría enterarse de sus antecedentes antes de comenzar a trabajar en su rostro. ¿Por qué era tan importante?

– Las hadas no sanan como los humanos, lo hacen muchísimo más rápido. Si el cirujano plástico no sabe que está trabajando con un brownie puede darse el caso de que se encuentre con que su piel cicatriza a mayor velocidad de la que él puede trabajar -le dije.

– O… -agregó Jeremy-, hay algunos metales y medicamentos hechos por el hombre que son mortíferos para nosotros, especialmente para las hadas menores.

– Y algunas anestesias no nos hacen efecto -agregué.

– ¿Ves? Ése es el motivo por el que te quería aquí. A nadie de entre nosotros se le habría ocurrido pensar en el médico y la importancia que tenía el que fuera una brownie de sangre pura. Necesitamos tener a un oficial feérico que nos ayude ocupándose de cosas como ésa.

– Oí que estabas haciendo presión para reclutar a uno de nosotros -dijo Jeremy.

– Para ayudar en escenas como ésta, y colaborar para conseguir un entendimiento mutuo. Ya sabes lo que pasa, las hadas no confían en nosotros. Aún somos los mismos humanos que los echaron de Europa.

– No exactamente los mismos -dijo él.

– No, pero ya sabes lo que quiero decir.

– Eso me temo.

– ¿Tenéis algún candidato? -Pregunté.

– No, que yo sepa.

– ¿Tendría que tener una apariencia humana? -Pregunté.

– Que yo sepa no lo limitan a un determinado tipo de hada. Sólo quieren tener a alguien en el equipo que sea hada. La mayor parte de nosotros consideramos que eso ayudaría a suavizar las cosas. Por ejemplo, tenemos a una banda de pederastas que utilizan a las hadas que tienen apariencia de niños.

– Eso no es pederastia -dijo Jeremy-. Las hadas consienten y muchas veces tienen centenares de años de edad, bastante legal por lo demás.

– No, si se intercambia dinero, Jeremy. La prostitución sigue siendo prostitución.

– Tú sabes que las hadas no comprenden eso como concepto -dijo él.

– Lo sé. Creéis que regular el sexo es lo mismo que regular lo que podéis hacer con vuestros cuerpos, pero no es lo mismo. Francamente, y nunca admitiré esto en público, si esas hadas con apariencia aniñada pueden satisfacer a esos pervertidos, allá ellas. Los mantienen a distancia de los niños de verdad, pero necesitamos hablar con las que estén implicadas con los pederastas para averiguar si saben de algún niño que pudiera estar involucrado.

– Nosotros protegemos a nuestros niños -dijo Jeremy.

– Pero alguno de los más ancianos entre vosotros ni siquiera parecen tener dieciocho años, se ven como niños.

– Ésa es otra diferencia cultural -reconoció Jeremy.

– Si hicieras una excepción con las hadas adultas que estuvieran dispuestas a ofrecerse a los pederastas, te ayudarían a encontrar a los que todavía apuntan a los niños -dije.

Lucy asintió con la cabeza.

– Sé que parecen niños, carne fresca, algunos muy humanos, y son tratados como carne fresca, pero si se defienden usando la magia puede convertirse en un crimen federal.

– Y lo que tal vez comenzó como un primer arresto por prostitución se convierte repentinamente en arresto por uso de la fuerza mágica, lo cual es mucho más serio porque conlleva pena privativa de libertad -dije.

– ¿Y qué pasa con el duende que asesinó a un hombre que trató de violarle en prisión, y ahora tiene un cargo por homicidio? -dijo Jeremy.

– Él aplastó la cabeza del hombre como si fuera un huevo, Jeremy -dijo Lucy.

– Vuestro sistema jurídico humano todavía nos trata como si fuéramos monstruos, a menos que tengamos inmunidad diplomática y una princesa famosa.

– Eso no es justo -dije.

– ¿No es justo? Nunca ha habido un sidhe encarcelado en este país. Pertenezco a la pequeña gente, Merry. Confía en mí cuando digo que los humanos siempre han tratado a tu gente de forma diferente que al resto de nosotros.

Quise discutir, pero no podía.

– ¿Le preguntaste al cirujano plástico si ha intervenido a más hadas?

– No, pero podemos hacerlo -dijo ella.

– No había nada fuera de lo normal en los semiduendes de la primera escena, pero averigua si estaban haciendo alguna cosa para transformarse en humanos.

– No podrían. Son del tamaño de muñecas Barbie o más pequeños -dijo Lucy.

– Algunos semiduendes pueden transformarse pasando a tener una talla más grande, entre noventa y ciento cincuenta centímetros de altura. Es una habilidad rara, pero si pueden hacerse así de altos, también pueden disimular sus alas, dependiendo del tipo de alas que sean.

– ¿De verdad? -preguntó Lucy.

Miré a Jeremy.

– Una de tus estrellas de cine mudo era una semihada que escondía sus alas. Conocí a un trabajador de salón que también lo hacía.

– ¿Y ninguno de sus clientes se enteró? -preguntó Lucy.

– Usaba el encanto para esconderlas.

– No sabía que las hadas usaran tan bien el encanto.

– Oh, algunos de ellas son mejores con el encanto que los propios sidhe -dije.

– Ésas son noticias -dijo Lucy.

– Hay un viejo dicho entre nosotros que dice que allí donde van las Hadas menores, el mundo de las hadas las sigue. Implica que las semihadas o semiduendes fueron los primeros de nosotros en aparecer, y no los sidhe o los viejos dioses que se han vuelto pequeños, sino que en realidad son la primera forma y la esencia de nuestra raza.

– ¿Y eso es cierto? -preguntó ella.

– Que yo sepa nadie lo sabe -dije.

– Es la versión hada del huevo y la gallina. ¿Cuál fue primero, las semihadas o los sidhe? -dijo Jeremy.

– Los sidhe dirán que nosotros, pero honestamente, nunca he conocido a alguien lo suficientemente viejo como para contestar la pregunta.

– Algunos de los semiduendes que fueron asesinados tenían trabajos de día, pero asumí que eran semiduendes. No se me ocurrió pensar que podrían estar tratando de pasar por humanos.

– ¿En qué trabajaban? -pregunté.

– Recepcionista, dueño de su propio negocio de jardinería, asistente de vendedor de flores, e higienista dental. -Ella frunció el ceño al decir la última-. Me llamó la atención el último.

– Yo comprobé al recepcionista y al higienista dental -dijo Jeremy.

– ¿Qué hay acerca del resto? -pregunté.

– Uno de ellos trabajaba en el negocio de jardinería con el jefe, y los otros dos estaban sin empleo. Hasta donde puedo decir, eran hadas de las flores a tiempo completo, lo que sea que signifique eso.

– Quiere decir que atendían a su planta o flor especial y no sentían la necesidad de dinero -dijo Jeremy.

– Quiere decir que tenían magia suficiente para no necesitar un trabajo -agregué.

– ¿Eso es típico de los semiduendes, o inusual? -preguntó.

– Depende -dije.

Su móvil sonó. Ella lo sacó del bolsillo, dijo unos pocos “Sí, señor”, y luego colgó. Suspiró, mientras decía…

– Mejor sales y te dejas ver, Merry. Nada de ocultarse con magia. Ése era mi supervisor inmediato. Te quiere fuera y así la prensa se dispersará. Hay tantos de ellos que temen que no podrán abrirse paso entre ellos para sacar los cuerpos.

– Lo siento, Lucy.

– No lo sientas. Toda esta información no la podría haber obtenido con sólo policías humanos. Oh, y él dijo que llevaras a tus hombres contigo por si acaso.

– Quiso decir a los sidhe, no a mí, ¿verdad? -preguntó Jeremy.

Ella sonrió.

– Haremos esa suposición. Me gustaría mantener al menos a uno de vosotros aquí hasta que aclaremos la escena.

– Sabes que Grey…

Julian agregó…

– Y Hart.

Jeremy le sonrió.

– Grey y Hart Agencia de Detectives estará encantada de ayudar.

– Envié a Jordan a casa. Él es un poco más empático que yo, y las emociones residuales eran demasiado para él.

– Está bien -dijo Lucy.

– Si te apresuras él debe estar todavía en el pasillo -me dijo Julian.

Yo estudié su cara agradable y pregunté…

– ¿Necesita tomar el aire?

– Él no lo ha dicho, pero si sales al mismo tiempo que él, te acompañará, Merry.

– Está bien, entonces iré y dejaré a Jordan en la oficina para que pueda preparar su informe y tal vez te veré esta noche después de la cena.

Él asintió con la cabeza.

– Espero que no me veas.

– Yo también -contesté y fui al otro cuarto para llevarme a Rhys y a Galen a quienes, como detectives autorizados, les habían permitido entrar en el apartamento, y recoger a Saraid y Cathbodua todavía en el pasillo, que fue lo más cerca que la policía las dejó pasar sin tener una licencia de detective. También era el motivo por el que Sholto no estaba autorizado a entrar en la escena del homicidio. Esperaba que Jordan todavía estuviera en el corredor. Julian no lo habría mencionado si no hubiese estado profundamente conmocionado. Yo no podía sentir residuos emocionales en las escenas de los crímenes, y siempre que observaba el efecto que eso tenía en un empático me alegraba una vez más de que ése no fuera uno de mis dones.

CAPÍTULO 31

ENCONTRAMOS A JORDAN EN EL DESCANSILLO DE LA escalera. Estaba pálido y sudaba, su piel estaba húmeda y pegajosa al tacto. Temí que le hubiésemos perdido cuando no le encontramos en el pasillo, pero en realidad estaba apoyándose en Galen para poder bajar las escaleras, lo que quería decir que estaba en mala forma. Jordan no era, de los hermanos Hart, precisamente al que le gustaba el contacto físico.

Llevaba el mismo corte de pelo que su hermano, corto en las sienes y de punta en la parte superior de su cabeza, pero su chaqueta era de un paño castaño rojizo sobre unos pantalones marrones, y su camisa era de un color rojo tomate. Toda esa gama de colores debió haberse visto bien cuando Jordan empezó el día, pero ahora no hacía más que poner de relieve la palidez enfermiza de su piel.

Todos habíamos dejado caer el encanto así que cuando salimos a la luz del sol se oyeron gritos de…

– ¡Allí está! ¡Princesa! ¡Princesa Meredith, por aquí!

Un reportero realmente hizo una pregunta diferente…

– ¿Qué le pasa a Hart? ¿Por qué parece enfermo?

Se oyó una voz femenina…

– ¿Tan espantoso fue el asesinato?

Era bonito saber que la multitud de humanos contenidos al otro lado de la barrera policial no estaba allí sólo para sacar fotos a la princesa de las hadas. Había muerto gente; eso debería haber sido más importante.

Un hombre vestido con traje dio un paso adelante y gritó con voz que superó al griterío…

– La princesa y su gente no están autorizados para contestar ninguna pregunta acerca del crimen. -Se volvió hacia un par de policías que le acompañaban y comenzaron a caminar hacia nosotros. Apostaba a que tenían asignado escoltarnos hasta nuestro coche. Recorrí con la mirada la aglomeración de reporteros. Se habían desperdigado por toda la zona. Si la policía no hubiese bloqueado la calle no hubiera habido espacio suficiente para que pasara siquiera una moto, y mucho menos un coche. Íbamos a necesitar más policías.

Entonces se produjo un movimiento al otro lado de la calle, entre la multitud inquieta de periodistas, como el agua cuando la mueves con una vara lo suficientemente grande, y Uther apareció abriéndose paso entre la multitud. Tal vez no íbamos a necesitar más policías. Quizás un gigante [20] de dos metros ochenta de altura podría ser suficiente.

No era sólo el tamaño de Uther lo que le hacía impresionante. Su rostro era en parte humano y en parte porcino, completado con colmillos que se curvaban hacia arriba y hacia afuera, y tan grandes que habían comenzado a curvarse en forma de espiral, cosa que sólo se conseguía tras muchos años de crecimiento. La última vez que Uther nos había ayudado a controlar a una multitud de periodistas había conseguido que estos se apartaran como el proverbial Mar Rojo, tal como ahora lo hacían también, pero algunos se volvieron hacia él, y comenzaron a gritarle más preguntas. Pero no eran sobre el asesinato, o sobre mí.

– Constantine, Constantine, ¿Cuándo sale tu próxima película?

Otro reportero gritó…

– ¿Cómo eres de grande?

– ¿Están preguntando lo que creo que están preguntando? -Pregunté.

Las rodillas de Jordan cedieron, y Galen lo levantó en brazos, llevándole hacia la barrera. Rhys puso la mano en la frente del hombre.

– Está mal.

– ¿Qué le pasa? -preguntó Sholto.

– El azote del mago -dijo Rhys.

– Oh -dijo Sholto.

– ¿Qué? -Pregunté.

– Es un viejo término que se aplica a los magos que se fuerzan demasiado a sí mismos. Me imaginé que sería una explicación más rápida para Sholto.

– Y que yo acabo de hacer más larga -dije con una sonrisa.

Rhys se encogió de hombros.

Vi a Uther sacudiendo su gran cabeza con colmillos, y aún sin oírle me di cuenta de que negaba ser el tal Constantine. Aparentemente Uther no era el único gigante en Los Ángeles, y quienquiera que fuera el otro, había hecho una película. Amaba a Uther como amigo y compañero de trabajo pero realmente no tenía un rostro hecho para el cine.

Uno de los paramédicos [21] que habían logrado traer antes de que la muchedumbre se amontonara se acercó a nosotros. Era de mediana estatura con cabello rubio y algunas mechas de color que los humanos no tenían, pero le rodeaba esa aura de competencia que sólo los mejores sanadores parecen tener.

– Dejadme verlo -dijo, tocándole la cara tal como lo había hecho Rhys, aunque también le tomó el pulso, y le miró las pupilas-. El pulso está bien, pero está en estado de shock. -Como si le hubieran dado pie, Jordan comenzó a temblar con la fuerza suficiente para que sus dientes comenzaran a castañetear.

Terminamos teniendo que subirle por la parte trasera de la ambulancia. Lo pusieron sobre la camilla. Comenzó a tener un ataque de pánico cuando le rodearon, y extendió una mano hacia nosotros.

– Necesito hablar con vosotros antes de desmayarme. -Supe lo que quería decir; Jordan, como muchos psíquicos, sólo podía recordar sus visiones durante poco tiempo, y luego de eso los detalles comenzaban a desvanecerse.

El técnico sanitario, que se llamaba Marshal, dijo…

– No hay espacio para todos vosotros aquí dentro.

Como era la más pequeña físicamente, gateé hacia dentro, le tomé de la mano, e intenté no ponerme en medio. Marshal y su compañero envolvieron a Jordan en una de las mantas térmicas y comenzaron a montar una vía intravenosa.

Jordan comenzó a empujarlos.

– No, todavía no, todavía no.

– Estás en shock -dijo el paramédico.

– Lo sé -dijo Jordan, mientras se agarraba a mi mano y se me quedaba mirando fijamente con los ojos muy abiertos, mostrando demasiado blanco, como un caballo a punto de escaparse. -Estaban tan asustados Merry, tan asustados.

Asentí con la cabeza.

– ¿Qué más, Jordan?

Él miró tras de mí a Rhys.

– Él, le necesito a él.

– Si nos dejas ponerte la vía -dijo Marshal-, dejaremos a tu otro amigo que entre.

Jordan asintió, le pincharon, y Rhys gateó adentro con nosotros. Galen puso su granito de arena distrayendo a los paramédicos para que pudiéramos hablar. Saraid, su pelo destellando como si fuera de metal a la luz del sol, se unió a él, sonriendo para distraerlos. Cathbodua permaneció junto a las puertas abiertas de la ambulancia, haciendo guardia. Sholto se unió a ella. Hoy teníamos un montón de guardias con nosotros.

Jordan miró a Rhys, su cara distorsionada por el miedo.

– ¿Qué te dijeron los muertos?

– Nada -contestó Rhys.

– ¿Nada? -insistió Jordan.

– Cualquier cosa que haya asesinado a la brownie, la imposibilitó para hablar con los muertos.

– ¿Qué quiere decir eso? -Pregunté.

– Quiero decir que tomaron todo de ella. No hay espíritu, o fantasma si quieres llamarlo así, con quien poder hablar.

– No a todos los muertos les gusta hablar contigo -dijo Jordan, pareciendo ahora estar más tranquilo, ya fuera por la sueroterapia o por salirse con la suya.

– Cierto -dijo Rhys-, pero aquí no hubo elección. Simplemente se había ido. Ambos, como si nunca hubieran existido.

– Quieres decir que cualquier cosa que los mató se comió sus almas -dijo Jordan.

– No entraré en una discusión semántica, pero sí, a eso quiero llegar.

Dije…

– Eso es imposible, porque querría decir que han sido arrancados del ciclo de muerte y renacimiento. Nada excepto un Dios verdadero podría hacer eso.

– No me mires buscando una respuesta sobre esto. También habría dicho que es imposible.

Jordan soltó mi mano y agarró la chaqueta de Rhys con el puño.

– Tuvieron tanto miedo, los dos, y entonces no hubo nada. Fueron simplemente apagados por un soplo, como una vela. Puuuuff…

Rhys asintió con la cabeza.

– Así es como lo sentí.

– Pero no dijiste lo asustados que estaban. ¡Oh, Dios mío, tan asustados! -dijo mirando directamente hacia Rhys, como buscando consuelo, o afirmación-. Había alas, algo con alas. Los ángeles no harían esto, no pueden hacer eso.

– Los ángeles no se mueven en mi círculo -dijo Rhys-, pero hay otras cosas con alas. ¿Qué más sentiste, Jordan?

– Algo voló porque sentía envidia. Ella siempre deseó poder volar. Vi eso con claridad, como si hubiera sido un deseo desde la infancia, y la belleza. Ella pensaba que cualquier cosa que volase era bella.

– ¿Y el hombre? -preguntó Rhys.

– Él simplemente tenía miedo, mucho miedo, pero temía por su mujer más que por él. Él la amaba. -Jordán hizo hincapié en la palabra “amaba”.

– ¿Supo la mujer qué magia usaron contra ella?

Jordan frunció el ceño, y volvió a poner esa mirada remota que había visto en su cara antes, como si estuviera viendo cosas que yo nunca vería.

– Ella pensaba en belleza y alas, y deseaba poder volar, y entonces su marido entró y hubo amor y hubo miedo. Tanto miedo, pero murió demasiado rápido como para que le diera demasiado tiempo a temer por su marido. Ellos la mataron a ella primero. Hubo confusión acerca del hombre. Dos asesinos, dos, una mujer, un hombre. Son pareja. Sexo, lujuria, el asesinato les hizo sentir ambos sentimientos, y amor. Se aman. No saben que lo que sienten no es correcto. Para ellos es amor, y es por ese amor que hacen cosas horribles, cosas terribles. -Él nos miró, asustado, mirándonos alternativamente. -Ésta no fue la primera vez. Habían sentido lo mismo antes, el apremiante poder del asesinato… juntos antes de… habían matado… antes…

Su voz empezó a desvanecerse, desapareció la desesperación de su mirada. Su puño comenzó a abrirse, y peleó por seguir agarrándose a la chaqueta de Rhys.

– Hombre, mujer, una pareja… matando. Poder… ellos quieren poder… magia. El suficiente como para hacer…

– ¿Hacer qué? -Pregunté.

La mano con que sujetaba a Rhys cayó flácida sobre la manta.

– Para hacer… -Y se desmayó.

Rhys gritó…

– Marshal, ¿le pusiste algo más, aparte de sueros, en la vía?

Marshal apareció en la entrada de la ambulancia, lanzando una mirada más larga de lo necesario a Cathbodua, toda vestida de negro, gótica y espeluznante, a través de las puertas. Sholto parecía mucho menos aterrador, aunque yo sabía que lo era. Él asintió con la cabeza.

– Le puse algo para calmarle. Es el protocolo asignado para los shocks psíquicos. Se calman, y salen del estado de shock. Estará bien cuando se despierte.

– Y tampoco recordará nada de lo que vio sobre los asesinatos ocurridos ahí arriba – dijo Rhys.

– Tenía a un psíquico en estado de shock agudo. Sé que perdiste algo de información, pero mi trabajo es mantenerlo vivo y bien, y cumplí con mi trabajo.

Rhys estaba lo bastante cabreado como para salir de la parte de atrás de la ambulancia sin decir nada más. Creo que no confiaba en sí mismo para seguir hablando con Marshal.

– ¿Podría realmente haberse lastimado a sí mismo si esto hubiese continuado? -Pregunté.

Marshal asintió con la cabeza.

– No hay demasiadas probabilidades de que pase, pero me confié en otro caso, también con un psíquico y él todavía está en rehabilitación aprendiendo cómo atarse los zapatos. No voy a dejar que eso le ocurra a otra persona, si puedo ayudarle. Mi trabajo es mantener a todo el mundo cuerdo, no solucionar un crimen. Lo siento si esto lo hace más difícil para vosotros, chicos.

Toqué la cara de Jordan. El sudor ya se secaba en su piel. Estaba más tibio, y su respiración se había tranquilizado hasta parecer que estaba inmerso en un sueño normal.

– Gracias por ayudarlo.

– Sólo cumplo con mi trabajo.

Le sonreí.

– ¿Lo llevarás al hospital?

– Lo haré si en algún momento la muchedumbre se disuelve lo suficiente, y me han dicho que eso no ocurrirá hasta que salgas, Princesa.

Asentí con la cabeza.

– Puede que no, pero él necesita que alguien vaya con él al hospital. Su hermano está arriba. Le llamaré, y necesito tu palabra de que no te llevarás a Jordan hasta que su hermano esté con él.

– Estupendo, te doy mi palabra.

Sacudí un dedo hacia él.

– Soy una princesa de las hadas. Tomamos el hecho de dar nuestra palabra muy en serio. Tienes la apariencia de ser un buen chico, Marshal, el paramédico. No me des tu palabra a menos que en realidad quieras darla de veras.

– ¿Me estás amenazando? -preguntó.

– No, pero a veces, la magia trabaja a mi alrededor, incluso aquí en Los Ángeles, y esa magia toma tu palabra de honor muy en serio a veces.

– ¿Estás diciendo que la magia funciona a tu alrededor, lo quieras así o no?

Quise retirar mis palabras, porque no quería que la prensa se enterara de eso, pero Marshal había ayudado a mi amigo, y tenía apariencia de buen chico. Sería una lástima que resultara herido sólo porque no comprendía lo que su palabra suponía para el poder de las hadas.

– Si se lo dices a los periodistas, yo diré que te lo inventaste, pero sí, a veces funciona así. Tienes aspecto de buen chico. Odiaría que tuvieras problemas con algún hilo de magia. Así que tienes que quedarte aquí hasta que Julian, su hermano, venga.

– ¿O algo malo podría pasarme? -dijo él, convirtiéndolo en una pregunta.

Asentí con la cabeza.

Él frunció el ceño como si no me creyera, pero finalmente asintió con la cabeza.

– De acuerdo, llama a su hermano. Creo que la multitud no se dispersará demasiado rápido.

Me deslicé fuera de la ambulancia. Cathbodua se puso a mi lado en esa practicada maniobra de guardaespaldas que había comenzado a dar por sentado. Sholto hizo lo mismo a mi otro lado. Usé mi móvil para llamar a Julian. De cualquier forma, él querría saber cómo estaba su hermano; por supuesto, me había olvidado de que ambos hermanos eran psíquicos poderosos.

Él cogía su móvil al mismo tiempo que yo le vi caminando a través de la muchedumbre de policías. Estaba ya de camino hacia su hermano. Colgué el móvil y le saludé con la mano. Él me hizo un gesto con la mano en respuesta, guardándose a su vez en el bolsillo el móvil que había estado a punto de contestar. Eran psíquicos. No necesitaban teléfonos.

CAPÍTULO 32

UTHER SE UNIÓ A NOSOTROS EN LA BARRERA JUNTO CON nuestros escoltas policiales. Eran dos, hombres; uno, un joven afro americano, y el otro era un caucasiano, pasados ya los cincuenta. De hecho, parecía que se había dejado caer en la escena apropiándose del papel de agente blanco, ya mayor, con un poco de sobrepeso, un poco hastiado, bueno… muy hastiado. Y con una mirada que decía que había visto de todo y que no se impresionaba por nada.

Su compañero era un novato, y parecía listo y brillante en comparación. El oficial joven era Pendleton; el mayor se llamaba Brust.

Pendleton miró fijamente al duende de tamaño gigantesco. Brust se limitó a dirigirle su habitual mirada aburrida, mientras le decía…

– ¿Usted viene con la princesa?

– Sí -contestó Uther con una voz profunda y retumbante, perfecta para hacer juego con su tamaño. Había tomado lecciones de voz para superar los problemas de pronunciación que sus colmillos le habían ocasionado, y así, cuando lo deseaba, podía hablar en un inglés británico y refinado. Lo hacía principalmente para confundir a la gente que le escuchaba y que no podía asimilar que alguien como él hablara como un catedrático de lengua inglesa. Eso le divertía, igual que a la mayoría de nosotros.

– Creo que con cuatro guardias y nosotros podemos darlo por hecho -dijo Brust.

Sonreí.

– Estoy seguro de que usted lo hace, Oficial Brust, pero Uther también es un colaborador nuestro y tenemos que hablar del caso con él.

Ambos oficiales miraron de arriba abajo al chico grande. Yo había visto esas miradas antes, y también Uther. Él dijo…

– ¿Qué prefiere, que le recite a Keats, Milton, o el resultado de los partidos de fútbol? ¿O que trabaje para usted para que vea que no soy tan estúpido como parezco?

Pendleton dijo…

– Nosotros no… quiero decir, yo no… no hemos dicho nada de eso.

– Ahórrate eso, Penny -dijo Brust mirando a Uther. Luego dijo con una de las voces más secas y serias que yo había oído -¿Entonces dice usted que no es sólo una cara bonita?

– ¡Brust! -exclamó Pendleton, y parecía él el ofendido en vez de Uther. Eso me hizo restarle años a Pendleton, o bien era que él se había unido a las fuerzas más tarde de lo que parecía. Ese sentirse ofendido era más propio de un hombre de negocios, un civil, que de un policía.

Uther se rió con una risa estremecedora.

– No, no soy sólo otra cara bonita.

Brust sonrió.

– Entonces ayúdenos a dispersar a estos buenos ciudadanos.

Pendleton miró a los dos hombres alternativamente, totalmente perplejo porque parecía que finalmente se habían entendido. Yo lo entendía. Uther sabía lo que parecía, y odiaba cuando la gente pretendía hacerle creer que no era así. Le gustaba la gente que no juzgaba su aspecto, pero quiénes si lo hacían fingiendo que no les importaba, le ponían los pelos de punta.

– Venga, tío grande -dijo Rhys-, vamos a ver si podemos dispersar a esta muchedumbre para ayudar a la poli.

Uther le sonrió.

– No creo que vayas a ser de gran ayuda, pequeñín.

Rhys le sonrió abiertamente.

– Un día de estos tengo que llevarte a un “mosh pit”. [22]

Galen dejó escapar un sonido feliz, mientras añadía…

– Sólo si yo voy también -dijo.

– ¿Qué es eso?- preguntó Saraid.

Cathbodua nos sorprendió a todos contestando…

– Es una zona en un concierto de música donde la gente baila de una manera rara y a menudo se hace daño. -Ella sonrió un poco. -Aunque creo que si Uther va, valdría la pena de ir sólo para verlo.

– No sabía que te gustase la música moderna -le dije.

– Dudo que estés enterada de la mayoría de las cosas que me gustan, Princesa Meredith.

No podía hacer otra cosa que estar de acuerdo. Uther nos adelantó, haciendo que los periodistas retrocedieran porque era físicamente intimidante, pero algunos reporteros comenzaron a hacerle preguntas. Otra vez, creyendo que él era Constantine.

Rhys y Galen se quedaron pegados a mis costados, con Brust delante y Pendleton a mi espalda, y Saraid y Cathbodua en la retaguardia. Sholto se quedó a mi lado, como hizo Julian en el camino de ida, pero se abstuvo de cogerme la mano hasta que nos alejáramos de la escena del crimen.

Uther finalmente se detuvo, porque había tantos periodistas que era pararse o pasar por encima de ellos. Brust se ajustó el pinganillo con el hombro, probablemente para pedir refuerzos para dispersar a la multitud. Yo iba a ser una persona non grata en cualquier escena del crimen después de esto, y no había nada que pudiera hacer para evitarlo.

Uther intentó arreglar las cosas.

– Soy Uther Boarshead. Trabajo para la agencia de detectives Grey y Hart. Yo no hago películas.

Una periodista empujó una grabadora hasta él, y le preguntó…

– Sus colmillos son más grandes que los de él, más curvados. ¿Significa eso que también sus otras partes son más grandes?

Pregunté a Rhys en voz baja…

– ¿Pero qué clase de películas hace el otro tipo?

– Pornográficas -me contestó.

Le miré.

Rhys sonrió con sorna y asintió.

– Sí.

– ¿Películas recientes? -pregunté.

– Por lo visto las películas son bastante populares. El tipo grandote ha estado firmando autógrafos y recibiendo ofertas desde que es un personaje público.

Le miré horrorizada porque Uther era una persona muy reservada. No podía pensar en demasiadas cosas que le pudieran molestar más. Tampoco podía pensar en alguna forma de que todo esto se detuviera. La mayoría de las personas sólo veían la apariencia exterior, y este tal Constantine era probablemente el único gigante de Los Ángeles. Era parecido a lo que pasaba con el actor que hacía de doble de Brad Pitt. La gente deseaba que fuera realmente él, y por lo tanto no te creían cuando les decías que no lo era.

– Supongo que el coprotagonista también es un duende, no un humano -dije, pegándome todo lo que podía a Rhys, para mantener apartados a los periodistas y que no nos escucharan.

– Al principio, las actrices principales, sí, pero también ha hecho papeles con humanos.

Me quedé mirándole y su único ojo centelleó disfrutando de mi evidente sorpresa. Sólo comenté…

– Rhys, ni siquiera yo puedo estar con Uther y no salir lastimada, y eso que sólo soy humana en parte.

– Creo que el papel de los humanos era más el de estimular [23] y manosear que el de participar en coitos.

Galen se aproximó y dijo…

– No sé, pensaba que las películas entre duendes eran más impactantes. Observar todo ese ímpetu en un lugar tan pequeño… -Hizo una mueca. Los sidhe no son muy dados a la repugnancia, así que el hecho de que pusiera esa cara decía mucho del grado de repulsión que le provocaba ese tipo de películas.

– ¿Las has visto? -pregunté.

– Uther quería verlas, y como no quería verlas solo, invitó a los hombres de la agencia para que le sujetáramos la mano mientras tanto.

Quería llamar a Lucy para contarle lo que habíamos sabido por medio de Jordan, pero no me atreví a hacerlo porque los periodistas estaban con la oreja puesta y las grabadoras preparadas.

Sholto, de repente, me acercó contra su cuerpo. La mano de Saraid apareció sujetando el brazo de un hombre con una grabadora en la mano.

– Por favor, no toque a la princesa -ordenó, con una voz que no hacía juego con su brillante sonrisa.

– Cómo no, lo siento -masculló él.

Ella le soltó el brazo, pero él se quedó muy cerca de Galen por lo que si conseguíamos llegar a avanzar, él tendría que moverse al mismo tiempo que Galen. El reportero dijo…

– Princesa Meredith, ¿qué piensa de los periodistas que atravesaron la cristalera de la tienda de comestibles de su primo?

– Espero que nadie resultara herido.

Una mujer gritó justo detrás de él…

– Meredith, ¿Se ha acostado alguna vez con Uther?

Sólo sacudí la cabeza.

Una oleada de policías se acercó obligando a la multitud a retroceder para que nosotros pudiéramos avanzar. Sholto me mantuvo presionada contra él, protegiéndome de tantas cámaras como podía. Me sentí feliz de moverme, y aún más feliz de no tener que contestar más preguntas. Estaba acostumbrada a contestar preguntas de contenido sexual sobre mí y los hombres en mi vida, pero Uther y los otros detectives de la agencia, exceptuando a Roane, con quien realmente sí tuve una relación, estaban fuera de la lista. Y la verdad, me gustaba más así.

CAPÍTULO 33

UTHER SUBIÓ A LA PARTE DE ATRÁS DEL SUV, ENCAJÁNDOSE en una de las esquinas, con las rodillas tocándole la barbilla y doblando el cuerpo de forma que su cabeza casi quedó incrustada entre sus espinillas. Parecía encajonado y totalmente incómodo. Jeremy le había llevado a la escena del crimen en la furgoneta donde cabía bien en la parte de atrás, pero el jefe tuvo que quedarse allí para seguir intentando ayudar a la policía. Me senté en los asientos de en medio con Galen a un lado y Sholto al otro. Saraid se acomodó en el pequeño asiento plegable que era el último asiento de la parte trasera, y ése era uno de los motivos por los que Uther estaba tan incómodo al tenerla tan cerca. Cathbodua iba delante con Rhys. Me giré todo lo que dio de sí el cinturón de seguridad para mirar a Uther.

Él parecía lo que era, alguien imposiblemente alto comprimido en un espacio de tamaño normal. Pero la infelicidad que se reflejaba en su cara no era por eso; estaba acostumbrado a tener que encajar en un mundo hecho para gente más pequeña.

– ¿Cómo arreglaste el problema de Constantine? -pregunté.

Él hizo un umph.

– Tú y yo hablamos una vez sobre la posibilidad de ayudarme a romper mi largo ayuno. Me contestaste que no, y yo lo respeté. Si hubiera comenzado a hablar contigo sobre películas pornográficas en las que sale otro gigante me hubiera dado miedo de que pudieras malinterpretar mis motivos.

– ¿Pensaste que lo tomaría como una insinuación? -pregunté.

Él asintió, colocando los labios alrededor de la curva de sus colmillos como otro hombre podría usar un palillo. Era un gesto que en él denotaba concentración.

– Jactancia quizás, o incluso seducción. He tenido varias proposiciones de mujeres humanas desde que las películas de Constantine entraron en mi vida -dijo, cruzando sus grandes brazos sobre su pecho.

Galen también se giró para poder ver al gran hombre.

– ¿Y cuál es el problema? -pregunto él.

– Has visto las películas. Ninguna mujer humana podría sobrevivir.

– Ahora, sí se jacta -agregó Saraid, volviéndose hacia él.

– No es eso -dijo él-. Es verdad. He visto lo que mi gente puede hacer a una mujer humana. Es una de las peores cosas que he visto alguna vez que un duende puede hacer a un humano, incluyendo a los voladores nocturnos y a los sluagh. -Se acordó de Sholto demasiado tarde y echó un vistazo en su dirección. -No quería ofenderte, Lord Sholto.

– No hay problema -contestó Sholto, girándose para poder ver al gigante y además tener una excusa para tocarme el muslo a la altura de mis medias. Estaba nervioso, y si era así, ¿por qué? ¿Por qué le ponía nervioso esta conversación?

Sholto continuó…

– Yo también he visto lo que un miembro de la familia real de los voladores nocturnos puede hacer a las mujeres humanas. Eso es… -Simplemente, sacudió la cabeza. -Ésa es la razón por la que prohibí seducir fuera de nuestro reino.

– Seducción, así lo llamas -dijo Saraid, y le dirigió una mirada para nada amistosa. -Hay otros nombres para eso, Señor de las Sombras.

Sus ojos de un triple color amarillo con dorado le dirigieron una mirada tan gélida como la de ella de color azul, lo que era más difícil ya que esa gama de colores desprendía calor, pero Sholto se las arregló bastante bien.

– No soy el producto de una violación, si eso es lo que se cuenta en la Corte Oscura.

Hubo una tirantez en la expresión de sus ojos azules que le hizo saber que había dado en la diana, pero todo lo que ella dijo en voz alta fue…

– Eras un bebé. ¿Cómo sabes lo que ocurrió en tu nacimiento?

– Lo sé porque fue mi padre quien me lo dijo, y él no tomaba su placer de alguien reacio.

– Eso es lo que él dice -afirmó Saraid, fulminándole con la mirada.

Sus dedos comenzaron a rozar mi piel por encima de las medias vagando de aquí para allá. Yo sabía el por qué ahora necesitaba el contacto.

– Dijo, ya que murió antes de que viniéramos a este país. Hay placeres entre los voladores nocturnos que no existen en ningún otro lugar.

Ella puso mala cara, la misma expresión que Sholto había estado viendo en las mujeres sidhe durante todo el tiempo en que no pudo esconder sus tentáculos y piezas extras. Ese viejo dolor todavía estaba grabado allí, en su hermosa cara. Ahora, él podía ser realmente un sidhe y llevar los tentáculos como un tatuaje vivo, haciéndolos aparecer a voluntad, pero no olvidaba cómo le habían tratado cuando lo único que podía hacer era utilizar el encanto para esconderlos.

Puse mi mano a un lado de su cuello. Realmente se sobresaltó con la caricia, y luego pareció comprender que era yo y se relajó.

– No creo que haya muchos, incluso contando a los Oscuros, que tomen a uno de vosotros, con espina y todo, y lo llamen placer -dijo Saraid.

– El padre de Sholto no era un miembro de la Familia Real, por lo que la espina no debía estar allí para ser un problema -dije. Curvé mi mano alrededor de su cuello para que mis dedos pudieran acariciar su nuca y la calidez de su piel bajo su pelo recogido en una cola de caballo.

– Eso dice él -dijo Saraid dirigiéndole de nuevo una furibunda mirada.

La voz de Galen fue suave cuando dijo…

– ¿De forma que cualquier mujer sidhe que se acueste con un volador nocturno sería considerada como una pervertida de la peor clase?

Ella se cruzó de brazos y asintió.

– Dormir con cualquiera de los sluagh sigue siendo uno de nuestros pocos tabúes.

– Entonces yo soy una pervertida -dije.

Pareció asustarse mientras me miraba.

– No, claro que no. Él ya no es la Criatura Perversa de la Reina. Gracias a tu nueva magia, puede ser como cualquier sidhe, como cualquier otro.

Me reí entonces, y le dije…

– ¿Todas las guardias femeninas os imagináis que viene a mi cama sólo con su cuerpo sidhe y sin sus partes de volador nocturno?

Saraid estaba sorprendida otra vez y no trató de esconderlo.

– Por supuesto.

Me incliné hacia Sholto, abrazándole tanto como mi cinturón de seguridad y el asiento lo permitían.

– Para conseguir lo que él puede hacer con sus partes extras se necesitarían cuatro hombres, y aún así, tantos brazos y piernas molestarían.

Saraid frunció el ceño.

Sholto me rodeó con sus brazos y me acercó, apoyando su cabeza contra mi pelo. No tuve que ver su cara para saber que mostraba una expresión satisfecha.

Galen puso una mano sobre el hombro del otro hombre. Sentí que Sholto se tensaba un poco, y luego se relajaba, aunque sabía que estaba perplejo. Galen nunca había compartido la cama con nosotros. De hecho, ninguno de los otros hombres lo había hecho. Sholto no tenía una amistad lo bastante cercana con ninguno de ellos para estar cómodo en tal situación.

– Sholto nos salvó la vida llevándonos a Los Ángeles antes de que Cel pudiera ir detrás de Merry -dijo Galen. -Nadie más entre todos los sidhe tenía todavía el poder de transportarse por medio de la magia excepto el Rey de los Sluagh. Ayudó a Merry a vengarse por el asesinato de su abuela.

– Después de que él mismo la matara -dijo Cathbodua, hablando por primera vez desde el asiento de delante.

Rhys comentó…

– No estabas allí. No viste cómo el hechizo convertía a la pobre Hettie en un arma para matar a su propia nieta. Si Sholto no la hubiera matado, ahora Merry podría estar muerta, o yo habría tenido que matar a un viejo amigo. Él me salvó de eso, y salvó a Merry. No hables de algo a menos que sepas de lo que hablas -Nunca le había oído un tono de voz tan severo. Él había sido un invitado frecuente en la pensión de mi Gran, y le había hecho compañía durante los tres años en los que yo había tenido que esconderme lejos, incluso de ella.

– Si esto que dices es verdad, entonces te creeré -dijo Cathbodua.

– Prestaré juramento si es necesario -comentó Rhys.

– No será necesario -dijo ella, echando un vistazo hacia atrás a donde estábamos todos nosotros, y añadió -Te pido perdón, Rey Sholto, pero quizás Saraid o yo deberíamos decirte por qué odiamos así a los voladores nocturnos.

– Recuerdo que el Príncipe Cel había hecho amigos entre algunos exiliados de la familia real de los voladores nocturnos -dijo presionando su cara contra mi pelo mientras hablaba, como si fuera demasiado horrible para decírselo directamente a la cara.

– Tú sabías lo que el príncipe usaba para torturarnos. -La voz de Saraid sonó ultrajada, y su cólera estalló en un destello de calor al tiempo que su magia comenzaba a alzarse.

– Cuando me enteré, le maté -dijo Sholto.

– ¿Qué has dicho? -preguntó Saraid.

– Dije, que cuando lo averigüé, maté al volador nocturno que ayudaba al príncipe a torturaros. ¿No te preguntaste por qué cesó la tortura?

– El príncipe Cel dijo que nos recompensaba -aclaró Cathbodua.

– Cesó porque maté a su amigo e hice de él un ejemplo para que a nadie más de entre nosotros le tentara sustituirle en las fantasías de Cel. Él me dijo antes de morir que el príncipe se había hecho fabricar para él una espina de metal para así poder rasgar y violar juntos -se estremeció al decirlo, como si el terror de todo aquello todavía le embargara.

– Entonces tenemos una deuda contigo, Rey Sholto -continuó Cathbodua.

Un sonido escapó de Saraid. Me giré entre los brazos de Sholto y me encontré con que había lágrimas deslizándose por su rostro.

– Gracias a la Diosa, Dogmaela no está aquí para averiguar que la bondad de nuestro príncipe no fue debida a un relajamiento de su carácter, sino a la acción de un rey verdadero. -En su voz no se podían adivinar las lágrimas que yo podía ver. Si uno sólo escuchara su voz no habría sabido que estaba llorando.

– Fue esa bondad, la promesa de que nunca volvería a hacerle eso otra vez lo que le ayudó a convencer a Dogmaela de participar en una fantasía que requería de su cooperación -dijo Cathbodua.

– No se lo cuentes -dijo Saraid. -Juramos no contar nunca esas cosas. Ya es bastante lo que soportamos.

– Hay cosas que la reina nos hizo hacer… -dijo Rhys, mientras giraba hacia una calle lateral-…de las que nunca hablamos, tampoco.

De repente, Saraid comenzó a sollozar. Se tapó la cara con las manos y lloró como si su corazón se fuera a romper. Entre sollozos decía…

– Estoy tan contenta… de estar aquí… contigo, Princesa… Yo no podía hacerlo… no podía aguantar… había decidido desaparecer.

Luego simplemente siguió llorando.

Uther colocó torpemente una mano en su hombro, pero ella no pareció notarlo. Toqué una de sus manos que seguían ocultando su rostro, y ella se volvió y sostuvo mis dedos entre los suyos, todavía escondiendo su llanto a nuestra mirada. Galen extendió la mano y le acarició su brillante cabellera.

Ella tomó con más fuerza mi mano, y luego bajó la otra, aún con los ojos cerrados por el llanto. Tendió hacia nosotros su mano húmeda. Pasó un momento antes de que Sholto y yo comprendiéramos lo que estaba haciendo. Entonces, despacio, indeciso, él extendió una mano y tomó la suya.

Se agarró a él, cogiendo nuestras manos con fuerza mientras temblaba y lloraba. Fue sólo cuando el llanto comenzó a calmarse que ella alzó la mirada, mirándonos, a mí, a él, con ojos de un brillante azul y muchas estrellas por lágrimas.

– Perdóname por pensar que todos los príncipes y todos los reyes son como Cel.

– No hay nada que perdonar, porque los reyes y los príncipes todavía parecen ser de esa manera en las Cortes. Mira lo que el rey hizo a nuestra Merry.

– Pero tú no parecer ser así, y los otros hombres tampoco.

– Todos hemos sufrido a manos de aquellos que supuestamente debían de mantenernos seguros -comentó Sholto.

Galen acarició su pelo como si fuera una niña.

– Todos hemos sangrado por el príncipe y la reina.

Ella se mordió los labios, todavía agarrándose a nuestras manos. Uther acarició su hombro, mientras decía…

– Todos vosotros me hacéis sentir contento de que los gigantes seamos unos duendes solitarios, y no comprometidos con ninguna Corte.

Saraid asintió.

Y luego Uther añadió…

– Soy el único que está lo bastante cerca para abrazarte. ¿Aceptarías un abrazo de alguien tan feo como yo?

Saraid se giró para mirarle, y para que pudiera hacerlo, Galen tuvo que apartar su mano. Parecía sorprendida, pero le miró a los ojos y vio lo que yo había visto siempre: bondad. Simplemente asintió.

Uther deslizó su largo brazo sobre sus hombros, dándole el más cuidadoso y suave abrazo que yo hubiera visto alguna vez. Saraid se dejó caer y envolver en aquel abrazo. Le dejó sostenerla, y sepultó la cara contra su amplio pecho.

Ahora fue Uther quien pareció sorprendido, y luego contento. Su raza podría ser de duendes solitarios, pero a Uther le gustaba la gente, y el solitario no era su juego favorito. Se sentó todo lo erguido que pudo abarrotando el poco espacio que había en la parte de atrás, pero aún así consiguió sostener a esa resplandeciente y preciosa mujer. Envolviéndola en sus brazos, consiguió detener sus lágrimas, sosteniéndola contra su pecho, que contenía el corazón más grande que yo había conocido.

Sostuvo a Saraid el resto del camino a casa, y en cierta forma ella también le sostuvo a él, porque a veces y sobre todo a los hombres, el ser capaces de ofrecer un hombro fuerte donde alguien pueda apoyarse para llorar, les ayuda a sobrellevar su propia necesidad de llanto.

En aquel paseo Uther no estaba solo, y claro está, tampoco Saraid. Sholto y Galen me sostenían a mí. Incluso Cathbodua puso una mano amistosa sobre el hombro de Rhys. Los sidhe habían perdido la capacidad de consolarse los unos a los otros con el contacto físico. Nos habían enseñado que era algo que nos hacía menos feéricos, un signo de que la superioridad de los sidhes se debilitaba. Pero yo había aprendido hacía ya meses que era sólo una historia para enmascarar el hecho de que los sidhe ya no confiaban los unos en los otros para tocarse de esa manera. El roce había comenzado a significar dolor en vez de consuelo, pero no aquí, no entre nosotros. Entre nosotros había sidhe y también semiduendes o duendes menores, si es que puedes llamar así a un duende de dos metros ochenta de altura, pero en aquel momento todos éramos simplemente duendes y así estaba bien.

CAPÍTULO 34

NOS DETUVIMOS DELANTE DE LO QUE YO YA HABÍA empezado a considerar como nuestro hogar, pero que en realidad era la mansión de Maeve Reed en Holmby Hills. Ella nos había asegurado a través de correos electrónicos y llamadas telefónicas que quería que nos quedáramos tanto como nos fuera necesario. Me preocupaba que eventualmente ella se cansara de todos nosotros, pero por hoy, y hasta que ella regresara de Europa, era nuestro hogar.

Los reporteros que nos habían seguido desde el lugar de los hechos se unieron a aquellos que los vecinos habían dejado acampar en su propiedad, previo pago, desde luego, y entonces llegamos a casa. Rhys le dio al botón que abría los portones en el alto muro de piedra y entramos. Se había vuelto automático ignorar las preguntas que nos gritaban los reporteros precipitándose hacia nosotros. Se quedaron fuera de la propiedad de Maeve. Siempre esperaba que alguno de ellos llegara a darse cuenta de que ninguno de ellos, por muy lejos que fueran, cruzaba nunca esa línea invisible.

Era nuestro derecho, y también el de Maeve, prevenir la entrada por la fuerza en nuestra propiedad. Teníamos permiso para usar la magia como protección mientras dicha magia no hiciera daño. Simplemente habíamos reforzado las propias defensas de Maeve, y los reporteros se detenían cada vez, tal como queríamos. Era bueno que al menos algo funcionara exactamente como deseábamos.

Había llamado a Lucy de camino, y le había contado todo lo que Jordan nos había contado a nosotros. Ayudó, pero no lo suficiente. Julian me mandó un SMS y me dijo que su hermano estaba bien y que no tendría que pasar la noche en el hospital. Marshall, el técnico sanitario no era el primero de su profesión que había comenzado a tratar a los que sufrían de shock psíquico con más cuidado, aunque sí había sido el primer profesional sanitario que admitía el por qué. Aprecié la diferencia.

Rhys se detuvo delante de la gran casa principal porque nos habíamos mudado a ella desde la casa de huéspedes, cediendo la casa de huéspedes a nuestros integrantes más nuevos. Había pedido permiso a Maeve antes de hacer el cambio, pero de nuevo me pregunté qué haríamos cuando ella legítimamente quisiera recuperar su casa. Hice a un lado ese pensamiento, y me concentré en problemas más inmediatos como un asesino mágico en serie, en si Barinthus me desafiaría o si estaría aquí o no para la cena, o…

En ese momento las enormes contrapuertas se abrieron y Nicca y Biddy estaban tras ellas saludándonos con la mano. Él la rodeaba con un brazo por los hombros y ella, con el suyo, le tenía abrazado por la cintura. Nicca superaba muy ligeramente el metro ochenta de altura de auténtica guerrera sidhe de Biddy. Su largo cabello castaño estaba recogido en dos largas trenzas hasta las rodillas que enmarcaban su hermoso rostro, pero era la sonrisa en su rostro moreno lo que le hacía verdaderamente atractivo. Biddy también sonreía aunque ella era de piel pálida y llevaba cortos sus rizos negros. Ambos tenían los ojos castaños, y probablemente el bebé también los tendría de ese color. A ella justo ahora comenzaba a notársele un poco el embarazo, aunque a menos que supieras lo que estabas buscando bajo sus pantalones cortos y la parte superior del top, no te darías cuenta de que allí había un bebé.

Sus brazos desnudos y sus piernas eran largos, y mostraban músculos moviéndose suavemente bajo la piel mientras se acercaba a mi lado del coche. Nicca fue hacia la puerta de Rhys. Él era un poco menos musculoso que ella, aunque no había demasiada diferencia, sin embargo, la relajada felicidad que parecían sentir el uno por el otro me hacía feliz cada vez que les miraba. Fueron los primeros de nosotros en casarse oficialmente, y parecía haber resultado perfecto para ambos.

Biddy no fue hacia la puerta de Cathbodua. Ella había visto dónde iba yo y fue hacia la puerta trasera, lo que realmente quería decir que primero saldría Galen.

– Bienvenidos a casa, todos -dijo Biddy. Ella no brillaba debido sólo al embarazo sino que también era debido al amor. Cada vez que estaba cerca de ellos tenía esperanzas de que el resto de nuestros sidhes formarían parejas y que eso sería el comienzo de un montón de “felices para siempre” para una buena cantidad de nuestra gente.

– Es bueno estar en casa -dijo Galen mientras salía a toda prisa. Nicca abrió la puerta del otro lado y Sholto también salió rápidamente. Ambos me ofrecieron la mano a la vez inclinándose dentro del coche para ayudarme a salir, uno desde cada lado, produciéndose un momento embarazoso cuando los dos hombres se miraron a través del coche. Pero se trataba de Galen, y la mayoría de las veces él facilitaba las cosas, no las hacía más complicadas.

Hizo un pequeño asentimiento y dijo…

– Tú estás en el lado de la casa.

Sholto le sonrió, porque él era un buen rey, y los buenos líderes aprecian a las personas que facilitan las cosas.

– ¿Ése es el sistema que habéis acordado? ¿Quienquiera que esté más cerca de la casa consigue ayudarla a salir?

– Sí, si ella va en la parte de atrás -dijo Galen-, pero si ella va delante, entonces Biddy o Nicca o quienquiera que llegue al lado del pasajero la ayuda a salir.

Sholto asintió con la cabeza.

– Muy lógico. -Él me tendió la mano y yo la tomé, dejando que me ayudara a salir del coche. Nicca y Biddy estaban ya a nuestras espaldas para ayudar a Uther a salir. Si se podían plegar los asientos en los que nos habíamos sentado, ¿Para qué hacer que se retorciera para pasar por encima cuando simplemente podías abrir la parte trasera?

Saraid tomó la mano de Uther para salir de la parte trasera del SUV. A él le complació que ella aceptara su ayuda. Ella era alta y musculosa, y adiestrada tanto en el uso de las armas como en la magia, lo cual quería decir que no necesitaba ayuda, pero había aceptado su consuelo y ahora se lo devolvía, dejándole ayudarla.

Podía oír adentro el ladrido alto y excitado de los perros. Ésa, también, era una cosa feliz. Los perros de caza del mundo de las hadas habían dejado de existir mientras muestra magia se desvanecía, pero cuando la Diosa nos devolvió una cierta cantidad de magia también nos devolvió a algunos de nuestros animales. Los primeros en volver fueron los perros.

Biddy se rió.

– Kitto está tratando de contenerlos, pero todos han extrañado a sus amos y su ama.

Rhys fue el primero que llegó a la puerta e intentó abrirla sólo lo justo para poder deslizarse adentro sin que la horda peluda se le viniera encima, pero fue una batalla perdida. Se esparcieron a su alrededor, los nueve, todos terriers, saltando para amontonarse alrededor de sus pies. Él se inclinó para acariciar la cabeza de la pareja de terriers de color negro y marrón claro, una raza que se había perdido siglos atrás y que era la raza de la cual descendían la mayor parte de las razas de terriers modernas. Los demás eran completamente blancos con manchas rojas, los colores originales de la mayoría de los animales mágicos del mundo de las hadas.

Galen fue casi cubierto por pequeños perros falderos y altos y graciosos galgos. Por la razón que fuera, él había conseguido más perros que ningún otro sidhe. Los perros falderos hacían cabriolas alrededor de sus piernas, y los galgos le acariciaron con la nariz. Él se esmeró en darles atención.

Sholto me soltó la mano para que pudiera saludar a mis propios perros. Había sólo dos perros que fueran míos, esbeltos y preciosos. Mungo era más alto de lo que dictaban los estándares modernos para su raza, pero Minnie estaba dentro de los cánones, aunque ahora su barriga estaba hinchada con los perritos que estaba gestando. Pronto, uno de estos días se pondría de parto y sería la primera de las perras en dar a luz. Uno de los mejores veterinarios de la zona había comenzado a hacer visitas a domicilio. Teníamos una cámara de vídeo conectada a un ordenador que transmitía imágenes en tiempo real. Nuestro cada vez mayor conocimiento del mundo de la informática nos había dado la idea de permitir que la gente pudiera ver en línea el nacimiento de los primeros perros mágicos en más de tres siglos. Aparentemente, teníamos a un montón de personas que habían pagado para poder ver el acontecimiento. Algunos por ver a los perros y otros porque esperaban verme a mí y a los hombres con los perros frente a las cámaras, pero cualquiera que fuera el motivo era sorprendentemente lucrativo, y con tantas personas a nuestro cargo necesitábamos que lo fuera.

Acaricié las sedosas orejas de mis perros, y acuné sus largos hocicos en mis manos. Puse mi frente contra la frente de Minnie porque a ella le gustaba. Mungo era algo más distante, o tal vez pensaba que los golpecitos en la frente estaban por debajo de su dignidad.

En ese momento el aire se llenó de alas, como si las mariposas y polillas más bellas hubieran decidido repentinamente divertirse de lo lindo por encima de nuestras cabezas. La mayor parte de ellas eran semiduendes que me habían seguido al exilio. Eran los marginados de su raza porque no tenían alas en una sociedad que consideraba eso peor que estar lisiado. Pero mi magia, sumada a la de Galen, Nicca, y Kitto, les había dado las alas que nunca habían tenido, aunque casi les costó la vida. También había semiduendes entre los que volaban por encima de nosotros que habían estado exiliados en Los Ángeles desde hacía más de diez años. Los primeros habían llegado discretamente, casi con miedo, pero cuando se sintieron bienvenidos llegaron en número suficiente para doblar a los nuestros.

Royal y su hermana gemela Penny revolotearon por encima de mí.

– Bienvenida a casa, Princesa -dijo. Ella llevaba puesta una túnica pequeña que había tomado prestada del vestuario de alguna muñeca, haciéndole cortes en la espalda para las alas.

– Es bueno estar en casa, Penny.

Ella asintió con la cabeza, sus antenas diminutas temblaban cuando se movía. Penny y su hermano tenían el cabello oscuro y la piel pálida, y tenían las alas de una polilla Ilia Underwing [24]. Hacía juego con el tatuaje que yo tenía en mi estómago, porque conseguir las alas de Royal y salvar su vida mediante la magia me habían llevado a otro nivel de poder, y toda gran magia deja su huella en ti, marcándote para siempre.

Royal revoloteó junto a mi cara, moviendo sus alas con más rapidez que cualquier otra polilla real para poder mantener su cuerpo más pesado en el aire, aunque existía esa famosa teoría de la física que decía que ninguno de los semiduendes debería poder volar. Él tocó mi pelo y yo lo aparté a un lado para que se quedara sentado sobre mi hombro. Fue como una señal para que los otros semiduendes revolotearan a nuestro alrededor. Se distribuyeron por las trenzas de Nicca y comenzaron a saltar sobre ellas como si fueran cuerdas. Él parecía tener algún tipo de afinidad con ellos, tal vez porque Nicca también tenía alas. Cuando él lo deseaba las llevaba a su espalda como un tatuaje, pero si no, se alzaban sobre su cuerpo como la mágica vela de algún barco que te llevaría sólo a los lugares más bellos y mágicos.

Había sido mi amante. Antes, cuando sólo tenía el tatuaje de las alas en su espalda y nunca había tenido alas reales, y después, cuando la magia salvaje del mundo de las hadas hizo que sus alas se volvieran realidad alzándose sobre mí y brillando con su magia. Nicca era hijo de un sidhe y de una semiduende que podía adoptar el tamaño de un humano.

Una bandada de los semiduendes más pequeños, la mayor parte de ellos de una palidez fantasmal y con cabellos blancos como telarañas rodeando sus rostros, revolotearon alrededor de Sholto hablándole desde lo alto con voces trémulas, pidiendo permiso para tocar al Rey de los Sluagh. Él asintió con la cabeza y ellos treparon por su cola de caballo como si fuera un campo de juegos, posándose sobre sus hombros, tres a cada lado. Ninguno de ellos era más grande que la palma de mi mano, los más pequeños entre los pequeños. Royal estaba al otro extremo con su altura de unos veinticinco centímetros.

Penny, la hermana de Royal, revoloteaba alrededor de Galen, pidiéndole permiso para posarse sobre él. Hacía muy poco tiempo que Galen permitía que cualquiera de ellos lo tocara de manera casual. Tuvo una mala experiencia con los semiduendes de la Corte de la Oscuridad. La mayoría de las personas piensan que es gracioso tenerle miedo a algo tan pequeño, pero hay que tener en cuenta que los semiduendes de la Corte Oscura beben sangre además de néctar. La sangre sidhe es dulce para ellos, y la de los sidhe de sangre real, más dulce todavía. La reina Andais ató con cadenas a Galen y lo dejó ahí, a merced de esas bocas diminutas. El Príncipe Cel había pagado a su reina, Niceven, para que ordenara a sus semiduendes tomar más carne de lo que Andais había pedido. La experiencia había originado en Galen una fobia hacia los pequeños seres alados. Irónicamente, a los semiduendes les gustaba percibir su magia, y rondaban a su alrededor, dando la impresión de que estaba cubierto por una nube multicolor de mariposas, aunque habían aprendido a no tocarle sin preguntar. Penny, vestida con su túnica diminuta, se acomodó sobre el hombro de Galen, sujetándose con una mano al verde profundo de sus rizos. Galen había comenzado a confiar en Penny.

Rhys tenía a muchos de los pequeños duendes sobre sus hombros, riéndose tontamente bajo su pelo, pareciéndose a niños que miraban a hurtadillas entre las cortinas, o entre las hojas de un árbol, como en un libro de cuentos. Eso me hizo pensar en nuestras dos escenas del crimen, y fue como si la luz del sol fuera un poco más oscura.

– Te has puesto triste de repente -dijo Royal, cerca de mi cara-. ¿En qué estabas pensando, Merry?

Siempre era tentador girar la cabeza cuando uno de ellos te hablaba, pero cuando los tenías sentados sobre tu hombro, si girabas la cabeza los tirabas, así que tenías que girarte sólo lo imprescindible para poder ver esos ojos almendrados y oscuros, pero no tanto como lo harías si él estuviera a tu lado.

– ¿Soy tan fácil de leer, Royal?

– Me diste alas. Me diste magia. Eres importante para mí, mi Merry.

Eso me hizo sonreír. La sonrisa hizo que se moviera contra mi cara de forma que su cuerpo se curvó adaptándose a la línea de mi mejilla, dejando colgar los muslos bajo mi barbilla. Su pequeño brazo me rodeó la mejilla mientras la parte superior de su cuerpo desnudo se apretaba contra mi rostro. Y eso habría estado bien, podría haber disfrutado del abrazo -y si en ese momento nos hubieran estado observando, la mayor parte de la gente lo habría visto como un inocente gesto de consuelo, como el ser abrazado por un niño-, pero yo tenía mejor criterio. Y por si hubiera tenido alguna duda, su cara estaba ahora muy cerca de mi ojo y no había nada inocente en su atractivo rostro en miniatura. No, era una mirada muy adulta en una cara apenas un poco más grande que mi pulgar.

Habría estado de acuerdo con eso, pero Royal era Royal, y él tenía que forzar la situación. Su cuerpo se pegó un poco más a la línea de mi mandíbula, y podría decirse que él estaba feliz de estar apretado contra mí.

Era considerado como un cumplido entre los duendes excitarte sólo por estar cerca de alguien, pero…

– Yo también estoy muy contenta de verte, Royal, pero ahora que te has cobrado el cumplido, dame un poco de espacio para respirar, por favor.

– Deberías venir a jugar con nosotros, Merry. Te prometo que sería entretenido.

– Aprecio las posibilidades, Royal, pero no lo creo -le dije.

Él volvió a abrazarme, presionando sus caderas contra mí aún con más fuerza.

– Detén esto, Royal -le dije.

– Si me dejaras usar el encanto no te molestaría. Te pondría en trance. -Y su voz tenía ese tono bajo y sensual que sólo un cuerpo más grande, con un amplio pecho donde poder hacer resonar la voz, le debería haber dado. Qué pocos fuera del mundo feérico comprendían que algunos de los semiduendes podían usar el encanto mejor que la mayoría de las hadas. Sabía por experiencia que Royal podía hacerme creer que era un amante de tamaño humano, y que su encanto podría hacerme llegar al orgasmo con muy poco esfuerzo. Era un don, su talento.

– Te lo prohíbo -le dije.

Él besó mi mejilla, pero apartó sus caderas lo suficiente para que yo no fuera realmente consciente de que estaba allí.

– Desearía que no me lo hubieras prohibido.

Galen llamó desde la puerta…

– ¿Vas a entrar? -dijo, frunciendo ligeramente el ceño. Me pregunté cuánto tiempo llevaba hablando con Royal.

– Puede que no hayas utilizado el encanto, pero me has distraído otra vez -le dije.

– No se debe al encanto que te distraiga, mi diosa de blanco y rojo.

– ¿Entonces a qué? -Pregunté, cansada de sus juegos.

Él sonrió, obviamente complacido consigo mismo.

– Tu magia llama a la mía. Ambos somos criaturas de calor y sentimos lujuria.

Le miré frunciendo el ceño.

Sholto se acercó a mi lado y, evidentemente, al de Royal.

– No creo que la princesa sea una criatura de ninguna clase, hombrecito. -La bandada de diminutos duendes que se sujetaban a su cola de caballo dejó de jugar al escondite con su largo cabello, como si estuvieran escuchando.

Royal lo contempló.

– Quizá la palabra “criatura” está mal escogida, Rey Sholto. Fue perverso por mi parte olvidar el nombre cariñoso que la reina te dio.

Sholto se quedó repentinamente inmóvil a mi lado. Él siempre había odiado que la Reina Andais le llamara “su Criatura Perversa”. Me confesó que temía acabar algún día siendo simplemente eso, igual que el Asesino Frost o la Oscuridad de la Reina. Temía que algún día simplemente sería “ la Criatura ” de la reina.

– Tú no eres más que un bicho alado al que podría destrozar de un manotazo descuidado. Tu encanto no puede cambiar eso, o darte las mujeres de tamaño humano que pareces preferir.

– Mi encanto me ha dado un tamaño humano, tal como tú lo llamas, más de una vez, Rey Sholto -dijo Royal. En ese momento sonrió, y simplemente supe por su expresión que cualquier cosa que estuviera a punto de decir no me iba a gustar.

– Merry puede hablar de mi encanto y de cuánto disfrutó de él.

El rostro de Sholto mostró lo infeliz que le había hecho sentir ese comentario. Volvió ese semblante ceñudo hacia mí, diciéndome…

– Tú no lo hiciste.

– No -dije-, pero si no me hubieran parado lo podría haber hecho. Si nunca has experimentado que un semiduende intente realizar contigo sus artimañas mágicas y sexuales, entonces no puedes entenderlo. Su encanto es mucho más poderoso que el que poseen la mayoría de los sidhe.

– Recuerda, Rey, nos escondemos de la mirada de los humanos haciéndonos pasar por mariposas, polillas, libélulas y flores. Nunca ven a través de nuestros disfraces, a diferencia de los sidhe cuyo encanto no siempre logra mantenerse en pie.

– ¿Entonces por qué no ayudas a su agencia de detectives a localizar a las personas que están buscando? -preguntó Sholto.

– Podríamos hacerlo si ellos permanecieran en ciertas partes de la ciudad, pero tienden a irse a lugares con demasiado metal -dijo Royal temblando, y no fue un buen temblor.

Dos de los diminutos duendes que todavía caminaban por el pelo de Sholto se elevaron en el aire como si el pensamiento también les asustara sólo de oírlo. Los tres que quedaban en su pelo se escondieron bajo él como niños que se esconden bajo la cama al oír llegar al monstruo.

– Está más allá de las posibilidades de la mayor parte de nosotros viajar a través de algunas partes de la ciudad -dijo Royal.

– Así que tu encanto es sólo bueno para los trabajos suaves -dijo Sholto.

Royal lo miró, pero una sonrisa irónica curvó sus labios delicados.

– Ohh, nuestro encanto es muy, muy bueno con los trabajos suaves.

– Creo a Merry cuando dice algo, así que si ella dice que eres tan bueno en eso, así será, pero también sé que te ha prohibido que vuelvas a probar con ella tus trucos.

– Es mi semana para tomar la donación semanal para la Reina Niceven. Creo que Merry querrá que yo use mi encanto para eso.

Sholto sólo tuvo que mover los ojos para mirarme a la cara en lugar de al pequeño duende sentado en mi hombro.

– ¿Por qué todavía donas sangre para Niceven a través de sus sustitutos?

– Necesitamos aliados en las cortes, Sholto.

– ¿Por qué los necesitas si nunca piensas volver y gobernar?

– Espías -susurró Royal-. Los semiduendes son las proverbiales moscas en la pared, Rey Sholto. Nadie nos mira, nadie nos nota cuando estamos cerca y eso ocurre tannnn a menudo…

Él nos miró de uno al otro.

– Y yo que creía que era la red de espías de Doyle la que conseguía una información tan precisa.

– La Oscuridad tiene sus fuentes, pero ninguna tan dulce como la que tiene Merry -dijo Royal, y me di cuenta de que estaba exagerando para ver si podía irritar al otro hombre. Royal siempre se deleitaba cuando podía poner celoso a uno de mis amantes de tamaño humano. Le complacía desmesuradamente.

Sholto lo miró ceñudamente, luego se rió. El sonido nos sobresaltó a Royal y a mí. El semiduende saltó sobre mi hombro, mientras que yo estaba simplemente intrigada. Los duendes en el pelo de Sholto salieron volando, sobrevolando la casa hacia el cielo azul.

– ¿Qué es tan gracioso, Rey de los Sluagh? -preguntó Royal.

– ¿Tu encanto también hace que los hombres se pongan celosos?

– Por lo que respecta a la reacción de Merry hacia mí, estás celoso, Rey Sholto. No es magia.

La cara de Sholto se despejó mientras estudiaba al hombrecito, verdaderamente lo estudiaba con intensidad. Se lo quedó mirando mucho tiempo y con una mirada tan fija que consiguió que Royal acabara escondiendo su cara contra mi pelo. Había notado que éste era un gesto social entre los semiduendes. Lo hacían cuando se avergonzaban, se asustaban, se sentían tímidos o simplemente no sabían qué hacer. A Royal no le gustaba ser objeto de tal concentración por parte de Sholto.

Mungo golpeó mi mano y yo acaricié su cabeza lisa. Que los perros reaccionaran quería decir que no era simplemente Royal quien sentía en el aire la tensión de la reacción de Sholto hacia el semiduende.

Me detuve y mimé a mis perros, logrando con ese simple gesto que una parte de la tensión se relajara.

– Deberíamos entrar -dije al fin.

Sholto asintió con la cabeza.

– Sí, deberíamos. -Él me ofreció su brazo y yo lo tomé. Me guió adentro mientras Royal susurraba en mi oído…

– Los sluagh, igual que los duendes todavía nos comen como presas.

Eso me hizo tropezar en los pequeños escalones del porche. Sholto me sujetó.

– ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza. Podía preguntárselo a Sholto, pero si la respuesta era sí, no quería saberlo, y sin importar si era sí o no, era una pregunta ofensiva. ¿Cómo le preguntas a un hombre al que supuestamente amas y que es el padre de tu hijo si practica de vez en cuando el canibalismo?

– Te da miedo preguntar -susurró Royal en mi hombro como uno de esos demonios de caricatura.

Eso me hizo apoyarme contra Sholto y susurrar justo al otro lado de la puerta…

– ¿Los sluagh todavía cazan a los semiduendes?

Él frunció el ceño y entonces negó con la cabeza. Miró a Royal, que ahora intentaba esconderse entre mi pelo.

– No cazamos a los pequeños como comida, pero a veces son muy irritantes y tenemos que limpiar nuestro sithen de ellos. Cómo limpia mi gente nuestra casa es asunto de ellos. No los tolero en mi reino, porque tiene razón en una cosa, acabas olvidando que están allí, y yo no tolero a los espías.

Royal se deslizó completamente detrás de mi cuello rodeándolo con sus brazos y sus piernas, sujetándose como si mi cuello fuera el tronco de un árbol.

– Escóndete todo lo que quieras, Royal, pero no se me olvidará que estás aquí -dijo Sholto.

Podía sentir el corazón de Royal golpeando pesadamente contra mi columna vertebral. Estaba a punto de sentir simpatía por él, pero entonces noté cómo ponía un beso contra la parte posterior de mi cuello. Puede ser un lugar muy erótico, y mientras él dejaba caer suaves besos contra mi piel, noté esa reacción completamente involuntaria en la parte baja de mi cuerpo. Le hice salir de ahí.

CAPÍTULO 35

ESTABA EN EL DORMITORIO CAMBIÁNDOME DE ROPA PARA LA cena cuando se oyó un golpe en la puerta.

– ¿Quién es?

– Kitto.

Sólo llevaba puesto el sujetador marrón oscuro adornado de encaje, la falda, las medias y los tacones, pero él estaba en la lista de las personas de las que no tenía que esconderme. Sonreí y dije…

– Adelante.

Echó una ojeada alrededor del cuarto mientras abría la puerta, como si no estuviera seguro de ser bienvenido. Yo había logrado tener algunos minutos a solas y él sabía que yo apreciaba mis raros momentos de privacidad, pero hacía ya dos días que no le veía, casi tres, y le había echado de menos. Y en cuanto vi sus rizos negros y sus enormes ojos almendrados de un intenso color azul, sonreí con ganas. Mirarle a los ojos era como mirar una de esas piscinas perfectas que salpicaban el barrio. Sus negras pupilas ovaladas no le restaban belleza a mis ojos. Eran simplemente los ojos de Kitto, y amaba toda su cara, la delicada estructura ósea de ese rostro triangular. Era el más delicado de todos mis hombres. Medía algo más del metro veinte, unos treinta y cinco centímetros menos que yo, pero era un metro veinte de hombros anchos, cintura estrecha, culo firme, y todo lo que se necesitaba para ser masculino, simplemente contenido en un perfecto paquete en miniatura. Llevaba tejanos de diseño y una camiseta ceñida que resaltaba los nuevos músculos que las pesas le habían proporcionado. Doyle obligaba a todos los hombres a hacer ejercicio.

Mi cara debió reflejar lo contenta que estaba de verle, porque me devolvió la sonrisa y corrió hacia mí. Era uno de los pocos hombres en mi vida que no intentaba ser genial, o estar al mando, ni siquiera se preocupaba por ser viril. Él solamente quería estar conmigo y no intentaba esconderlo. No había juegos con Kitto, ninguna intención oculta. Simplemente amaba estar conmigo, de esa forma en que la mayor parte de las personas supera con la edad, pero ya que él había nacido antes de que Roma se convirtiera en una gran ciudad, nunca superaría con la edad el entusiasmo infantil que tenía por la vida, y yo le amaba por eso, también.

Apenas tuve un momento para afirmarme sobre mis pies antes de que se precipitara sobre mí, encaramándose como un mono y rodeándome con sus piernas la cintura, sus brazos abrazándome con fuerza, y simplemente pareció natural que le besara. Me encantaba poder sujetarle como los otros hombres me sujetaban a mí. Dejé que nuestro peso combinado nos hiciera retroceder hasta la cama, dejándome caer sentada sobre ella mientras nos besábamos.

Fui con precaución cuando deslicé la lengua entre sus dientes, porque tenía un par de colmillos retráctiles escondidos cuidadosamente contra el paladar y no estaban simplemente como adorno. Su lengua era más fina que las lenguas humanas, roja y con la punta negra. Esa lengua, sus ojos y la fina línea de escamas irisadas que le bajaba por la espalda, señalaban que era en parte un Trasgo Serpiente. Había sido el producto de una violación. Su madre sidhe nunca le había reconocido, dejándole abandonado junto al sithen de los trasgos, sabiendo que en aquella época los sidhe eran todavía considerados por los trasgos como un alimento. Ella no le había dejado allí para que le salvara la gente de su padre. Le había dejado allí para que le mataran.

Kitto era también el menos dominante de mis hombres, así que sabía que tenía que ser yo la que le sacara la camiseta fuera del cinturón y dejar que mis manos acariciaran la suave frescura de las escamas que trazaban su columna vertebral. Pero al momento de desabrochar algunas de sus prendas de vestir, sus manos pequeñas y fuertes se deslizaron por la parte posterior de mi falda acunando mi trasero y buscando el borde de las bragas marrón oscuro con adornos de encaje que hacían juego con el sujetador.

Tiré de su camiseta y él levantó los brazos para que pudiera acabar de sacársela y dejarla caer al suelo. Ahora estaba desnudo de la cintura para arriba, todavía sentado en mi regazo. Me gustaban sus nuevos músculos y también su ligero bronceado, un leve tono moreno sobre toda esa palidez. Los trasgos no se bronceaban, pero los sidhe sí lo podían hacer a veces, y cuando él descubrió que podía ponerse moreno había comenzado a tomar el sol en la piscina.

– Eres hermoso -le dije.

Él negó con la cabeza.

– No, estando sentado tan cerca de ti, no lo soy. -Sus manos empezaron a desabrochar un botón de mi falda, y entonces vaciló. Me di cuenta, y desabroché el cinturón de sus pantalones para que él se sintiera en libertad de desabrocharme los botones y abrir la cremallera. Empezó a bajarme la falda y luego volvió a vacilar. Podía ver su avidez por quitarme la falda, pero yo tendría que cooperar recostándome en la cama para que él pudiera deslizarla por mis caderas. Él todavía llevaba puestos los pantalones y, entre los trasgos, el que se desvestía primero era el sumiso, y eso significaba mucho más entre los trasgos que en una relación BDSM [25] entre humanos.

Desabroché el botón de sus tejanos, y empecé con la cremallera. Él se incorporó de rodillas, a horcajadas sobre mis muslos, para que yo pudiera bajar la cremallera; ahora podía echarme en la cama y dejar que me bajara la falda, deslizándola por mis caderas y piernas, y quedarme mirándole, llevando sólo la ropa interior, medias y tacones.

Él me contempló y su cara decía mejor que mil palabras lo bella que me encontraba.

– Nunca soñé que tendría permiso para ver así a una princesa sidhe, y saber que puedo hacer esto -dijo, mientras acariciaba mis pechos, allí donde el sujetador se encontraba con la blancura de mi carne. Me hizo contener el aliento. Él sonrió, y su mano bajó por el frente del sujetador hasta encontrar un pezón, y tomándolo entre dos dedos, lo hizo rodar, pellizcándolo con suavidad, hasta que dejé escapar un pequeño ruido feliz para él.

Él siguió sonriendo mientras dirigía las manos hacia sus pantalones abiertos, entonces vaciló de nuevo. Esta vez le ayudé diciendo…

– Quítate los pantalones, Kitto. Déjame verte sin ellos.

No especifiqué lo suficiente, porque no sólo se deshizo de los tejanos, su ropa interior de un azul sedoso también desapareció con ellos. Gateó desnudo de regreso a mí, su cuerpo ya deseándome. Mientras yo yacía estirada en la cama, con las piernas todavía colgando y los tacones tocando el suelo, le observé, mis ojos atraídos por esa parte de él que era… oh… tan masculina.

Él se inclinó sobre mí hasta tocar mi boca con la suya y nos besamos. Comenzó con suavidad, pero creció en intensidad hasta que tuvo que apartarse, diciendo con un susurro ronco…

– Vas a cortarte con mis colmillos.

– Dijiste que el veneno sólo funciona si te concentras. De lo contrario son simplemente dientes.

Él negó con la cabeza.

– No estoy dispuesto a arriesgarte a ti y a los bebés -dijo, posando su pequeña mano sobre mi todavía vientre plano y repitió de nuevo-, no voy a arriesgarlos.

Observé la dulzura en su rostro, no, la dulzura no, el amor. Él no era uno de los padres y lo sabía, pero a él más que a cualquiera de los otros hombres no parecía importarle. También ponía más entusiasmo en decorar las habitaciones de los niños que la mayoría de los otros hombres, incluyendo a algunos de los padres.

Acaricié sus brazos desnudos hacia arriba llegando a sus hombros, hasta que me miró, y la dulzura de su mirada quedó matizada por algo no tan tierno. Ya me iba bien y coincidía con mi estado de ánimo. Le demostré con mis manos, mis brazos, y mis besos que apreciaba su preocupación por mí, por mis bebés, por mi vida, por todo ello. Pero tuve cuidado con los besos, porque Kitto tenía razón. No valía la pena arriesgarse.

No llevaba nada excepto las medias hasta el muslo, los tacones altos y a él a cuatro patas encima de mí. Me deslicé hacia abajo en la cama para poder deslizar mis manos alrededor de sus caderas y mi boca alrededor de esa parte de él que colgaba tan tentadoramente por encima de mí. Todo su cuerpo reaccionó a mi boca que se deslizaba sobre él, su columna vertebral se arqueó dejando caer la cabeza, sus manos clavándose en la cama como un gato que amasa con las patas. Dejó escapar el aliento en una suave explosión, como si fuera a decir algo y no pudiera porque yo le había robado las palabras.

Puse una mano en la parte baja de su espalda, mis uñas arañando ligeramente, mientras me incorporaba y rodeaba con la otra mano la base de su sexo para poder obtener un mejor ángulo. No era que Kitto fuese pequeño, pero no estaba tan bien dotado como algunos de los otros hombres en mi vida. Aunque hay una cierta alegría en darle sexo oral a un hombre que no te obliga a forzar la garganta para poder tomarle por entero. Bajé con la boca hasta que topé con su cuerpo y no quedó más de él para entrar en mi boca. Mis manos rodearon sus caderas y cintura para poder disfrutar de tomarlo por entero sin tener que usar las manos, sólo la boca, succionando y tragando en un movimiento continuo alrededor de la longitud ancha y temblorosa de su sexo.

Mis uñas se clavaron en su espalda, y él gritó para mí. Consiguió hablar, apenas, diciendo…

– Para o me correré. Por favor, para o no voy a aguantar.

Separé mi boca de él lo suficiente para decir…

– Ven, córrete en mi boca.

– Necesito darte placer primero.

– Ahora estoy disfrutándolo.

Él negó con la cabeza y se habría apartado, pero le mantuve encima de mí con un aviso de mis uñas sobre su espalda.

– Por favor, Merry, por favor, déjame.

Lamí una larga línea húmeda hasta su estómago, y le solté para poder moverme bajo su cuerpo y alcanzar su pezón. Lo lamí hasta conseguir que se endureciera con mis atenciones. Lo rodeé con mis labios, chupándolo, y después usé los dientes para tirar de él, consiguiendo que Kitto dejara escapar pequeños ruidos ansiosos.

Su voz era entrecortada mientras decía…

– Por favor, déjame darte placer.

Le mordí con la fuerza suficiente para dejar una impresión roja de mis dientes rodeando su pezón. Con la fuerza suficiente para hacerle gritar encima de mí. A Kitto le gustaba que le mordieran tanto como le gustaba morder.

Se estremeció sobre mí. Todo su cuerpo se sacudió como reacción al mordisco. Cuando pudo controlarse lo suficiente para poder hablar, volvió a preguntar…

– ¿Por favor, puedo darte placer?

– Yo te lo he dado antes -dije.

– Pero en segundo lugar, después de haberte complacido -Se quedó a cuatro patas a mi lado, esperando a que yo le diera permiso.

– ¿Por qué es tan importante que yo me corra primero, aparte de que me lo pase tan bien?

Él se arrodilló en la cama, sentándose sobre sus talones.

– ¿Tú sabes cómo ven los trasgos el sexo oral?

– Los trasgos poderosos no ofrecen sexo oral, lo reciben de trasgos menos poderosos. Es una señal de dominación obtenerlo, pero no proporcionarlo.

Él sonrió.

– Exactamente. Algunos trasgos poderosos pueden ofrecer sexo oral a sus putos, pero sólo en privado, donde nadie jamás se enterará.

Yo tenía otros dos amantes medio trasgos, los poderosos gemelos Holly y Ash. Uno de los gemelos estaba considerado como un pervertido entre los trasgos porque amaba proporcionar sexo oral a las mujeres, pero sólo lo hacía cuando nosotros tres estábamos solos. Él sabía que su hermano nunca hablaría, ni yo tampoco, pero si alguien alguna vez se enterara, eso perjudicaría su estatus entre los trasgos.

– Puedes darme placer, pero sólo después de que yo te haya complacido primero.

– No voy a decir nada, Kitto.

Él negó con la cabeza.

– Tú eres sidhe y eso quiere decir magia, pero los trasgos os ven como más blandos, más débiles. Yo nunca haría nada que pudiera ponerte en peligro.

Me puse de espaldas, apoyándome sobre los codos.

– ¿Estás diciendo que si los trasgos se enteran de que te proporcioné sexo oral antes de que tú me tocaras, yo perdería mi estatus entre ellos?

Él asintió con la cabeza, y estaba muy serio.

– Entre los trasgos hay quien piensa que Kurag, el Rey de los Trasgos, está loco por ti y es por eso que los trasgos son tus aliados. No le creen cuando dice que eres sabia y poderosa.

– Y si se enteraran de que te dejo ser dominante en mi cama, ¿eso perjudicaría mi status?

Él asintió otra vez.

– Y reduciría el poder de Kurag sobre ellos. Los reyes trasgos nunca abdican, o mueren de viejos, Merry. Son asesinados por sus sucesores.

– Los sucesores más probables de Kurag son Holly y Ash, y ellos también son mis aliados.

– Algunos piensan que sólo te acostaste con los gemelos para evitar que mataran a Kurag.

– ¿Por qué me importaría Kurag lo suficiente para hacer eso? -Pregunté.

– Hay aquellos en nuestra corte que piensan que los gemelos no honrarían el tratado que Kurag hizo contigo, y entonces los trasgos serían libres para aliarse con quien ellos quisieran cuando los Oscuros tengan un nuevo gobernante.

– Andais no va a renunciar -dije.

– Por nadie, excepto por ti -dijo él.

– No quiero el trono -dije.

– Entonces ella será reina hasta que alguien la asesine. Tengo miedo de que quienquiera que tome el trono siempre te vea como una amenaza para conservar la corona.

– Porque el mundo de las hadas y la Diosa nos coronaron a mí y a Doyle.

– Sí, y tú eres del linaje de la reina.

– Tal vez el mundo de las hadas escogerá un gobernante nuevo para ellos.

– Tal vez -dijo él, pero sonó dudoso.

– ¿Pero qué tiene que ver la política con la práctica del sexo oral en la intimidad de nuestro propio dormitorio?

– Hasta que las cosas estén decididas tanto en la corte Oscura como en la de los trasgos no quiero hacer nada que pueda causarte un problema.

Estudié su cara solemne.

– Quieres decir eso. Que hasta que ambas cortes estén seguras de sus gobernantes, tú me das placer primero.

Kitto asintió con la cabeza.

Suspiré, y después sonreí.

– Tampoco es que sea una calamidad; tienes un gran talento con la boca.

Él sonrió, y no hubo nada humilde en la expresión de su cara.

– Fui un prostituto pasado de un poderoso amo a otro para ofrecer sexo. Tenía que ser hábil con lo único que podía proporcionar para conseguir que me apreciaran y me protegieran.

– Nunca te lo he preguntado antes. ¿Cómo es que no tenías un amo o un ama cuando me fuiste ofrecido por Kurag?

– El marido de mi última ama tenía celos de mí, y dado que eso era una señal de debilidad, mi ama tenía que elegir entre deshacerse de mí, o retar a duelo a su marido.

Le miré.

– Ése es un aspecto de la cultura trasgo que no conocía.

– La debilidad no es tolerada entre nosotros.

– Tú eres tan sidhe como trasgo, tal vez más -le dije.

Él dejó ver una pequeña sonrisa que no pude descifrar.

– Tal vez, pero por ahora, por favor… ¿me dejas darte placer?

– Y cuando me hayas hecho gritar tu nombre, ¿entonces qué?

– Luego me gustaría muchísimo follarte -Él lo dijo en un tono muy formal, pero la elección de palabras era trasgo. Los trasgos no hacían el amor, follaban. Realmente, algunos hacían el amor, pero si lo preguntabas en público, follaban.

– Nadie puede oírnos, Kitto.

– Quiero darte placer oral, y después quiero follarte.

Suspiré otra vez, y asentí con la cabeza.

– Vale -dije.

– ¿Sí? -dijo él.

Sonreí, viendo como la felicidad inundaba su rostro.

– Sí.

– ¿Vamos a hacer que te esperen para la cena?

– ¿Por qué lo dices? -Pregunté, porque sabía que tendría una razón.

– Porque si con la boca consigo que te corras más de dos veces, y luego te follo todo el tiempo que quiero, tendrán que esperar para cenar.

Sabía que no estaba fanfarroneando.

– Supongo que tendrá que ser un polvo rápido -le dije.

Él miró el reloj de la mesilla.

– Una hora, eso será un polvo rápido.

Había más de una razón por la que amaba tener a Kitto en mi vida.

CAPÍTULO 36

KITTO ME RECORDÓ QUE SU LENGUA NO ESTABA UNIDA A LA misma musculatura que el resto de mis amantes tenían en la boca y la garganta. Me recordó que su lengua era más larga y más fina, que tenía una punta parcialmente prensil y bifurcada. Esto significaba que podía hacer cosas con su lengua que no serían posibles para alguien que no tuviera un equipamiento superior al de un humano.

Lamió, tocó, y chupó hasta que grité su nombre hacia el techo, y luego presionó con su boca otra vez y usó su lengua haciendo una serie de rápidos movimientos que sólo parecían funcionar después de haberme corrido al menos ya una vez, pero Kitto quería que esto ocurriera una segunda vez. Introduje los dedos en su pelo, sintiendo sus sedosos rizos y le clavé las uñas ligeramente en el cuero cabelludo. Ese pequeño dolor pareció animarle para elevarme a nuevas alturas, llevándome a un tercer orgasmo.

Mis ojos se quedaron en blanco de forma que parecía ciega, mis manos cayeron laxas a mis costados mientras mi cuerpo seguía temblando gracias al trabajo de su talentosa boca. Sentí moverse la cama, sentí su cuerpo extenderse sobre mis muslos abiertos. Traté de abrir los ojos para verle entrar en mí, pero no conseguía que mi cuerpo respondiera lo bastante para poder hacerlo. Él se había excedido esta noche.

Pero la sensación de él entrando en mí mientras yo estaba mojada, tan excitada , aumentó el placer haciendo que me retorciera bajo su cuerpo. No pude menos que moverme cuando él se empujó dentro de mí. Kitto sabía que no era tan grande como algunos de los hombres que frecuentaban mi cama, pero sus preliminares lo compensaban, y de ninguna de las maneras era pequeño. Empujó toda su gruesa y henchida dureza dentro de mí, sólo unos pocos centímetros cada vez, hasta que dejé escapar unos pequeños ruidos de impaciencia antes de que se sepultara dentro de mí todo lo que su cuerpo y el mío permitían. Entonces comenzó a salir de mi cuerpo, despacio, deliberadamente controlado.

Mi cuerpo no quería todo ese control, o esa lentitud. Comencé a mover las caderas bajo su cuerpo para poder acoger su longitud y tomar todo de él, de forma que todo su control quedara desbaratado por mi impaciencia.

Él dejó oír un sonido bajo en su garganta, casi un grito, y luego abandonó la idea de ser lento y cuidadoso. Comenzó a moverse al ritmo que yo le había impuesto, y comenzamos a bailar juntos, su cuerpo en el mío, mi cuerpo envolviéndole, hasta que bailamos en la cama el mas íntimo de los bailes.

Él era lo bastante pequeño para poder acostarse sobre mí y que todavía pudiéramos seguir mirándonos a los ojos. No estaba atrapada bajo él; todavía podíamos movernos, y retorcernos el uno contra el otro. Sentí como ese pesado y dulce placer comenzaba a construirse entre mis piernas, y mis dedos encontraron su espalda. Mi respiración se aceleró y tuve que luchar por mantener el ritmo al que se movían mis caderas para encontrarse con su cuerpo. Entre un golpe, una caricia, y otro golpe, toda esa dulce presión estalló, y grité mi placer, arqueando el cuello y clavándole las uñas en la espalda, dibujando mi orgasmo en su piel, y mientras mis caderas salían a su encuentro, noté en medio de todo aquel placer que su cuerpo perdía el ritmo. Él luchó por mantenerlo, intentando obligarme a llegar a otro orgasmo, pero le apreté con fuerza dentro de mí, y esa fue su perdición. Su cuerpo presionó contra el mío en un profundo y último empuje que me llevó a la locura, a clavarle las uñas con más fuerza como si él fuera la última cosa sólida en este mundo, y todo lo demás hubiera desaparecido en el palpitar de nuestros cuerpos, en el éxtasis de él dentro de mí, y en mi cuerpo envolviéndole a él.

Él cayó desfallecido encima de mí, su cabeza acunada en la curva de mi hombro. Me quedé acostada boca arriba, sintiendo su latido aporreando contra mi pecho al tiempo que luchaba por respirar. Tuve que tragar dos veces antes de poder susurrar…

– Tendrán que esperar un poco para la cena.

Él asintió sin hablar, y luego, mientras tomaba un profundo aliento que le hizo estremecer, dijo…

– Totalmente de acuerdo.

Sólo pude asentir con la cabeza, al tiempo que dejaba de luchar por conseguir el aire suficiente para hablar y respirar al mismo tiempo.

CAPÍTULO 37

ME HABÍA VESTIDO PARA LA CENA, QUE SE HABÍA convertido en una ocasión semiformal, lo que significaba que iba demasiado arreglada para ir al laboratorio forense de la división mágica de la policía. Jeremy había telefoneado justo antes de que nos sentáramos para cenar porque había recibido la llamada de uno de los magos policiales para que fuera al laboratorio y diera su opinión sobre la varita mágica que le habían confiscado a Gilda. La que había hecho desplomarse a un policía dejándolo inconsciente durante horas.

Jeremy quería que algunos de nosotros la viéramos, porque pensaba que era de manufactura sidhe. Había propuesto que yo me quedara en casa y cenara tranquilamente porque realmente a quién necesitaba era a algunos de los guardias sidhe más viejos. Rhys había salido temprano para conocer su nuevo sithen, y Galen era, como yo, demasiado joven para saber demasiado acerca de nuestros más viejos artefactos mágicos. Pero resulta que éramos sólo nosotros tres quienes teníamos licencia de detectives privados. Los demás sólo podían acompañarnos como guardaespaldas. Los vídeos de los reporteros saliendo por la ventana habían salido en todas las noticias y colgados en YouTube, así que la policía estaba convencida de que yo no saldría sin un montón de guardias. Por lo tanto, salí “protegida” y Jeremy consiguió a los sidhe que quería para examinar la varita. La única pega fue que tuve que comer algo rápido en el coche, y que los altos tacones teñidos de color amarillo que llevaba puestos para hacer juego con el ceñido vestido amarillo, completado con enaguas para darle vuelo a la falda, no eran los zapatos adecuados para caminar sobre suelos de hormigón.

La varita descansaba en una caja de metacrilato. Había símbolos literalmente tallados en la caja. Ésta se utilizaba como un campo antimágico portátil de tal manera que si la policía encontraba algún artefacto mágico pudiera meterlo en la caja y anular su efecto hasta que los forenses encontraran una solución más permanente.

Todos estábamos de pie rodeándola y mirándola con fijeza, y por todos quiero decir a los dos magos de la policía, Wilson y Carmichael, y a Jeremy, Frost, Doyle, Barinthus (que se había unido a nosotros justo cuando salíamos), Sholto, Rhys, y yo. Rhys había interrumpido la exploración de su sithen para ayudar a resolver el crimen.

La varita todavía tenía sesenta centímetros de largo pero ahora eran sólo sesenta centímetros de pálida madera blanca y color miel, limpia y libre de todo los brillos que a Gilda tanto le gustaban, y que yo recordaba con claridad.

– No parece la misma varita -objeté.

– ¿Quieres decir que le falta la punta de estrella y el brillante recubrimiento externo? -preguntó Carmichael. Ella negó con la cabeza, haciendo que su cola de caballo castaña oscilara sobre su bata de laboratorio-. Una parte de las piedras tenían propiedades metafísicas que ayudaban a amplificar la magia, pero servían más que nada para hacerla más bonita y esconder esto.

Clavé los ojos en la larga pieza de madera, suavemente pulida.

– ¿Por qué esconderlo?

– No la mires sólo con los ojos, Merry -dijo Barinthus. Él sobresalía por encima de todos nosotros vestido con su larga gabardina de color crema. De hecho, llevaba un traje debajo del abrigo, aunque había pasado de la corbata. Era la mayor cantidad de ropas que le había visto llevar desde que llegó a California. Se había recogido el cabello en una cola, pero incluso recogido, su cabello seguía moviéndose demasiado comparado con el cabello de los demás, como si incluso estando aquí de pie, en este edificio ultra moderno, equipado a la última con el más sofisticado equipo científico rodeándonos, todavía hubiera alguna corriente invisible de agua jugando con su cabello. No lo hacía a propósito; supongo, o al menos eso parecía, que su pelo reaccionaba a la cercanía del océano.

No me gustó cómo lo dijo, sonó como una orden, pero lo hice, porque tenía razón. La mayoría de los humanos tienen que esforzarse para ver magia, hacer magia. Yo era en parte humana, pero de alguna forma también era completamente feérica. Tenía que protegerme todos los días, cada minuto, para no ver magia. Me había protegido cuidadosamente para entrar en esta área de los laboratorios forenses porque era la sala donde se guardaban los objetos mágicos realmente poderosos, aquéllos con los que no sabían qué hacer, o que estaban en proceso de desencantar o de descubrir una forma de destruirlos que no hiciera explotar nada más. Algunos objetos mágicos una vez activados son difíciles de destruir sin causar ningún daño.

Había levantado mis escudos porque no quería tener que abrirme paso entre toda la magia en la habitación. Las cajas antimagia impedían que los objetos encerrados en ellas funcionaran, pero no impedían que los magos pudieran estudiarlos. Era un bonito truco de ingeniería mágica. Aspiré profundamente, lo dejé salir, y dejé caer mis escudos muy ligeramente.

Intenté concentrarme sólo en la varita, pero por supuesto había otras cosas en el cuarto, y no todas ellas reaccionaban a simple vista. Algo en el cuarto gritaba… “Libérame de esta prisión y te concederé un deseo”. Algo diferente olía a chocolate, no, a un intenso dulce de cereza, tampoco, era como el olor de todo lo dulce y bueno, y con el olor estaba el deseo de encontrarlo y recogerlo para poder obtener toda esa bondad.

Negué con la cabeza y me concentré en la varita. La pálida madera estaba cubierta de símbolos mágicos. Serpenteaban sobre la madera, en resplandecientes amarillos y blancos, y aquí y allá con un poco de llameante rojo anaranjado, pero no era exactamente fuego, era como si la magia chispeara. Yo nunca había visto algo así antes.

– Es casi como la magia tuviera un cortocircuito -dije.

– Eso es lo que yo dije -dijo Carmichael.

Wilson dijo…

– Pensé que podría servir para obtener poder extra, como pequeñas piezas de batería mágica destinadas a aumentar el efecto del hechizo. -Era alto, más alto que todos los hombres excepto Barinthus, con un pálido pelo corto que iba del gris al blanco. Wilson apenas tenía treinta años. Su cabello había encanecido después de que hubiera hecho explotar una importante reliquia sagrada destinada a provocar el fin del mundo. Cualquier cosa verdaderamente capaz de provocar el fin del mundo era siempre destruida. El problema era que destruir algo tan poderoso no era siempre la profesión más segura. Wilson trabajaba en el equivalente mágico de la brigada de explosivos. Era uno de los pocos magos humanos en todo el país acreditado para eliminar grandes reliquias sagradas. Algunos de los otros especialistas en explosivos mágicos pensaban que Wilson había, literalmente, sacrificado una década de su vida junto con el color de su pelo original.

Él empujó hacia arriba las gafas con montura de alambre que resbalaban de su nariz. Realmente, seguía pareciéndose a un friki de la informática, y lo era, sí, pero un friki del estudio de la magia, y según los otros especialistas en magia, era el más valiente de todos ellos o un loco hijo de puta. Yo sólo citaba. El hecho de que sólo Wilson y Carmichael estuvieran todavía trabajando en ello y que el objeto estuviera en esta habitación implicaba que la varita había hecho algo desagradable.

– ¿El policía al que golpeó Gilda con esta varita murió o algo así? -Pregunté.

– No -dijo Carmichael.

– No. ¿Qué habías oído? -preguntó Wilson.

Ella le miró frunciendo el ceño.

– ¿Qué? -preguntó él.

Yo dije…

– Esta sala es sólo para aquellas cosas que asustan a la policía. Reliquias importantes, objetos diseñados para hacer cosas malas que no has averiguado aún cómo desencantar o destruir. ¿Qué hizo la varita de Gilda para ganarse un lugar aquí?

Los dos magos se miraron.

– Cualquier cosa que ocultéis -dijo Jeremy-, puede ser la llave para descifrar el poder de esta varita.

– Primero dinos qué ves -dijo Wilson.

– Os he dicho lo que pienso -dijo Jeremy.

– Tú dijiste que podría ser de fabricación sidhe. Quiero saber lo que algún sidhe piensa de eso -Wilson nos miró a cada uno de nosotros; su cara parecía muy seria ahora. Nos estudiaba de la manera en que estudiaría cualquier objeto mágico que le interesara. Wilson tenía a veces la inquietante tendencia de ver a los seres feéricos como otro tipo de objeto mágico, como si nos estuviera estudiando para ver cómo reaccionábamos.

Los hombres me miraron. Me encogí de hombros y dije…

– Los símbolos mágicos blancos y amarillos están reptando sobre la madera con esas extrañas chispas de rojo anaranjada. Los símbolos no son estáticos sino que parecen estar aún en movimiento. Eso es inusual. Los símbolos mágicos resplandecen a veces para el ojo interior, pero nunca se ven tan… frescos, como si la pintura todavía no se hubiera secado.

Los hombres que me acompañaban asintieron con la cabeza.

– Por eso es que pensé que podría ser una creación sidhe -dijo Jeremy.

– No lo entiendo -dije.

– La última vez que vi una magia permanecer tan fresca, era en un objeto encantado hecho por uno de los grandes magos de tu gente. Ocultan el corazón de la magia en un objeto hecho de metal, o en una vegetación viva que se mantiene fresca por el poder de la magia. Pero todo es ficticio, Merry. Sólo pretende esconder su esencia.

– Entiendo lo que dices, pero… ¿por qué lo hace eso un trabajo sidhe?

– Tu gente son los únicos que he visto alguna vez capaces de entrelazar la magia con algo tan fresco y vital.

– Nunca hemos visto nada capaz de hacer eso -dijo Wilson.

– ¿Qué la hace sidhe? -Insistí.

– No lo es -dijo Barinthus.

Le miramos.

Jeremy pareció un poco incómodo, pero miró al hombre alto y preguntó…

– ¿Por qué no es magia sidhe?

Nunca había visto a Barinthus parecer tan desdeñoso como en ese momento. Él no se llevaba bien con Jeremy. Al principio, había pensado que había algo personal entre los dos, pero luego me percaté de que Barinthus tenía algún prejuicio en contra de Jeremy, por ser éste un duende oscuro. Para Barinthus era un problema racial, como si un duende oscuro no fuera lo bastante digno para ser el jefe de todos nosotros.

– Dudo que pudiera explicarlo de forma que lo entendieras -dijo Barinthus.

La cara de Jeremy se oscureció

Me volví hacia Wilson y Carmichael y sonriendo, les dije…

– ¿Podríais disculparnos un momento? Lo siento, pero si sólo pudierais darnos un poco de espacio…

Se miraron el uno al otro, luego a la furiosa cara de Jeremy y a la arrogante figura de Barinthus, y se apartaron de nosotros. Nadie quiere estar junto a un hombre de más de dos metros diez de altura cuando está a punto de empezar una pelea.

Me volví hacia Barinthus.

– ¡Ya basta! -Exclamé, clavando un dedo en su pecho con la suficiente fuerza como para hacerle retroceder un poco-. Jeremy es mi jefe. Él nos paga la mayor parte del dinero que nos provee de ropa y alimentos a todos nosotros, incluyéndote a ti, Barinthus.

Él me miró desde arriba, y sesenta centímetros de distancia son suficientes para hacer que la arrogancia funcione muy bien, pero yo ya había aguantado todo lo que podía aguantar de este antiguo dios del mar.

– Tú no estás aportando ningún dinero. No contribuyes en una condenada cosa para el mantenimiento de las hadas aquí en Los Ángeles, así que antes de ponerte petulante con nosotros, yo pensaría en ello. Jeremy es más valioso para mí y para el resto de nosotros que tú.

Eso atravesó su arrogancia, y vi incertidumbre en su cara. La disimuló, pero estaba allí.

– Tú no dijiste en ningún momento que me necesitaras para contribuir de esa forma.

– Podemos estar viviendo gratis en las casas de Maeve Reed, pero no podemos continuar dejando que alimente a nuestro ejército. Cuando ella regrese de Europa puede que quiera recuperar su casa, todas sus casas. ¿Qué haremos entonces?

Él frunció el ceño.

– Sí, es cierto. Somos más de un centenar de personas, contando a los Gorras Rojas, y ellos están acampados en los terrenos de la finca porque en las casas ya no hay espacio para todos. No lo entiendes. Tenemos el equivalente a una corte del mundo de las hadas, pero no tenemos un tesoro real, o magia que nos provea de ropa y alimentos. No tenemos un sithen que nos aloje a todos y que simplemente vaya creciendo a medida que lo necesitamos.

– Tu magia salvaje creó un nuevo trozo de mundo de las hadas dentro de los límites de la tierra de Maeve -dijo él.

– Sí, y Taranis lo usó para secuestrarme, así que no podemos usarlo para alojar a nadie hasta que podamos garantizar que nuestros enemigos no lo pueden usar para atacarnos.

– Rhys tiene un sithen ahora. Más vendrán.

– Y hasta que sepamos que nuestros enemigos no pueden usar ese nuevo pedazo del mundo de las hadas para atacarnos, tampoco podemos trasladar a muchas personas allí.

– Es un edificio de apartamentos, Barinthus, no un sithen tradicional, -dijo Rhys.

– ¿Un edificio de apartamentos?

Rhys asintió con la cabeza.

– Apareció mágicamente en una calle moviendo dos edificios a fin de poder aparecer en el medio, pero parece un edificio de apartamentos de mala muerte. Es, definitivamente, un sithen, pero es como los viejos. Abro una puerta una vez y la próxima vez que la abro hay un cuarto diferente detrás de la puerta. Es magia salvaje, Barinthus. No podemos llevar a nuestra gente allí dentro hasta que sepa lo que hace, y qué planes tiene.

– ¿Es tan poderoso? -dijo él.

Rhys asintió con la cabeza.

– Así parece, sí.

– Más sithens aparecerán -dijo Barinthus.

– Tal vez, pero hasta que lo hagan, necesitamos dinero. Necesitamos a tantas personas como sea posible que aporten capital. Eso te incluye a ti.

– Tú no me dijiste que querías que aceptara los trabajos de guardaespaldas que él ofrecía.

– No le llames “él”; su nombre es Jeremy. Jeremy Grey, y él ha estado ganándose la vida aquí entre los humanos durante décadas, y esas habilidades son muchísimo más útiles para mí ahora que tu habilidad para hacer que el océano se levante y se estrelle contra una casa. Lo cual fue infantil, por cierto.

– Las personas en cuestión no necesitan guardaespaldas. Solamente quieren que yo esté cerca a la vista de todos.

– No, quieren que estés cerca y seas atractivo y atraigas la atención hacia ellos y sus vidas.

– No soy un monstruo para ser paseado ante las cámaras.

– Nadie recuerda esa historia desde los años cincuenta, Barinthus -dijo Rhys.

Un reportero había llamado a Barinthus “el Hombre Pez” por la membrana plegable que tenía entre los dedos. Ese reportero murió en un accidente de navegación. Los testigos oculares dijeron que el agua simplemente se elevó y golpeó contra la embarcación.

Barinthus nos dio la espalda, metiéndose las manos en los bolsillos de su abrigo. Doyle dijo…

– Frost y yo hemos protegido a humanos que no necesitaban protección. Hemos estado ahí parados y les hemos dejado admirarnos y que pagaran dinero por eso.

– Hiciste un trabajo y después te negaste a aceptar otro -le dijo Frost a Barinthus-. ¿Qué ocurrió para que luego te negaras?

– Le dije a Merry que era indigno de mí fingir el proteger a alguien cuando a quien debería proteger es a ella.

– ¿Intentó seducirte la cliente? -preguntó Frost.

Barinthus negó con la cabeza; su cabello se movió más de lo que debería haber hecho, igual que se movía el océano en un día de mucho viento.

– Seducción no es un término lo bastante explícito para lo que esa mujer intentó.

– Ella se propasó contigo -dijo Frost, y simplemente la manera en que lo dijo me hizo mirarle.

– Lo dices como si también te hubiera pasado a ti.

– Nos invitan a las fiestas para hacer algo más que protegerlos, Merry, ya lo sabes.

– Sé que quieren atraer la atención de la prensa pero ninguno de vosotros me dijo que los clientes se habían vuelto tan descontrolados.

– Se supone que nosotros debemos protegerte, Meredith -dijo Doyle-, no a la inversa.

– ¿Es por eso que tú y Frost habéis vuelto a ocuparos solamente de mi protección?

– Lo ves -dijo Barinthus-, vosotros también os habéis librado de eso.

– Pero ayudamos a Meredith con sus investigaciones. No hemos dejado de hacer fiestas para luego escondernos en el océano -dijo Doyle

– Parte del problema es que no has escogido un compañero -dijo Rhys.

– No sé qué quieres decir con eso.

– Yo trabajo con Galen, y nos cuidamos las espaldas el uno al otro, y nos aseguramos de que las únicas manos que nos tocan son las que queremos que nos toquen. Un compañero no sirve sólo para cuidar tu espalda en una batalla, Barinthus.

Esa arrogancia detrás de la que Frost se escondía volvía a aparecer en la cara de Barinthus, pero me di cuenta de que para él no era simplemente su versión de una cara en blanco.

– ¿Honestamente crees que nadie entre los hombres es digno de asociarse contigo? -Pregunté.

Él sólo me miró, lo cual supuse que era respuesta suficiente. Él miró a Doyle.

– Una vez habría estado encantado de trabajar con la Oscuridad.

– Pero no ahora que me he asociado con Frost -dijo él.

– Has escogido a tus amigos.

Me pregunté por un momento si Barinthus estaría enamorado de Doyle, o sus palabras sólo querían decir lo que dijo. El hecho de que nunca me hubiera dado cuenta de que fue algo más que un amigo para mi padre me había hecho cuestionar un montón de cosas.

– Está bien -dijo Rhys-. Tú y yo nunca nos hemos llevado bien.

– No importa -dije-. No es un descubrimiento. Si quieres quedarte aquí, vas a tener que contribuir de una forma real, Barinthus. Vas a comenzar por explicarle a Jeremy y a los amables magos de la policía el por qué ésa no es una magia sidhe. -Establecí contacto visual con él tan bien como pude teniendo en cuanta la diferencia de altura de sesenta centímetros. Supongo que con los tacones de ocho centímetros que llevaba era algo menos, pero seguía siendo el momento de estirar el cuello. Siempre es difícil mirar a alguien con firmeza cuando ése alguien es mucho más alto que tú.

Su cabello flotó a su alrededor, a todos nos dio la sensación de que se movía como si estuviera bajo el agua, aunque yo sabía que estaría seco al tacto. Era una nueva demostración de su poder creciente, pero yo ya había advertido que más bien parecía ser una reacción emocional.

– ¿Es eso un no, o un sí? -Pregunté.

– Intentaré explicarlo -dijo al fin.

– Muy bien, bueno, vamos a terminar con esto para que podamos volver a casa.

– ¿Estás cansada? -preguntó Frost.

– Sí.

Barinthus dijo…

– Soy un tonto. Puede que aún no se te note, pero estás embarazada. Debería estar cuidándote. En lugar de eso, estoy haciendo las cosas más difíciles para ti.

Asentí con la cabeza.

– Eso es lo que estaba pensando. -Hice señas a la policía y a Jeremy para que se acercaran. Nos reunimos todos de nuevo alrededor de la varita. Barinthus no se disculpó, pero comenzó a explicar…

– Si realmente fuera de manufactura sidhe no habrían llamaradas de poder. Si comprendo lo que son los cortocircuitos eléctricos, entonces eso es exacto. Los puntos resplandecientes blancos y amarillos indican los puntos donde la magia se debilita, como si la persona que hizo el hechizo no tuviera bastante poder para hacer una magia homogénea. Los puntos resplandecientes de un rojo anaranjado también indican, como dice el Mago Wilson, los puntos donde el poder aumenta. Creo que una de esas llamaradas de poder es lo que dañó al policía que resultó herido en un principio.

– Así es que si lo hubieras hecho tú, u otro sidhe, entonces las marcas mágicas serían iguales y el poder sería estable -dijo Wilson.

Barinthus asintió con la cabeza.

– No quiero parecer grosera -dijo Carmichael-, ¿pero no es cierto que los sidhe son menos poderosos ahora haciendo uso de la magia de lo que fueron en el pasado?

Hubo ese momento incómodo en el que alguien dice algo que todo el mundo sabe, pero nadie está dispuesto a discutir. Fue Rhys quién dijo…

– Eso sería cierto.

– Lo siento, pero si eso es cierto, entonces ¿por qué no podría ser esto de un o una sidhe, con menos control de su magia? ¿Tal vez es lo mejor que podía hacer ese mago?

Barinthus negó con la cabeza.

– No.

– Su lógica es válida -dijo Doyle.

– Has visto los símbolos; sabes para qué sirven, Oscuridad. Se nos prohíbe tal magia, y ha sido así desde hace siglos.

– Estos símbolos son tan viejos que no estoy familiarizada con todos ellos -dije.

– La varita está diseñada para cosechar magia -dijo Rhys.

Le fruncí el ceño.

– ¿Intentas decir que sirve para que tu propia magia se vuelva más poderosa?

– No.

Fruncí el ceño todavía más.

– Está diseñada para robar el poder de otras personas -dijo Doyle.

– Pero no puedes hacer eso -le dije-. No es que no estemos autorizados a hacerlo, sino que no es posible robar la magia personal de alguien. Es intrínseca a ellos, como su inteligencia o su personalidad.

– Sí y no -dijo él.

Comenzaba a estar cansada, verdaderamente cansada. Hasta el momento no había tenido ningún síntoma real de embarazo, pero de pronto estaba cansada, y también dolorida.

– ¿Puedo sentarme? -Pregunté.

Wilson dijo…

– Lo siento, Merry, digo, por supuesto. -Fue a traerme una silla.

– Estás pálida -dijo Carmichael, comenzando a tocarme la cara como cuando tocas la cara de un niño buscando si tiene fiebre, entonces se detuvo a medio movimiento.

Rhys lo hizo por ella.

– Estas fría, húmeda y pegajosa al tacto. Esto no puede ser bueno.

– Sólo estoy cansada.

– Tenemos que llevar a Merry a casa -dijo Rhys.

Frost se arrodilló a mi lado, estando sentada él quedaba casi a la altura de mis ojos. Puso su mano contra mi cara.

– Explícaselo, Doyle, y luego podremos llevarla a casa.

– Esta varita está diseñada para arrebatar la magia de otros. Merry tiene razón, la magia no puede ser robada permanentemente de alguien, pero la varita funciona como una batería. Absorbe magia de diferentes personas proporcionándole a su dueño más poder, pero éste tendría que cargarla con nuevo poder casi continuamente. El hechizo es astuto, y se remonta a la época anterior de nuestra propia magia, pero tiene las marcas de algo más que no es magia sidhe. Es nuestra magia, pero no sólo nuestra.

– Yo sé a lo que me recuerda -dijo Rhys-. A los humanos. Los seres humanos que fueron mis seguidores, y que podían llegar a ejecutar una parte de nuestra magia. Eran buenos, pero nunca pudieron llegar a nuestro nivel.

– Las marcas no están pintadas o esculpidas en la madera -dijo Carmichael.

– Si fuera magia sidhe, entonces podríamos rastrear los símbolos en la madera con sólo un dedo y nuestra voluntad, pero la mayoría de humanos necesitaban algo más real. Es como cuando nuestros seguidores vieron las marcas de poder que llevábamos en nuestra piel y pensaron que eran simples tatuajes, así que comenzaron a pintarse con glasto [26] para protegerse en los combates.

– Pero no funcionó -dijo Carmichael.

– Funcionó mientras nosotros conservamos nuestro poder -dijo Rhys-, y después, cuando lo perdimos, fue peor que inútil para la gente que debíamos proteger. -Rhys parecía tan infeliz. Yo había escuchado, tanto a él como a Doyle, narrar las historias de lo que les había ocurrido a sus seguidores cuando ellos perdieron una parte tan grande de su poder que ya no los podían proteger con la magia.

– ¿Hay algún humano que pudiera rastrear esos símbolos? -Pregunté. Sentarse había ayudado.

– Con nada más que la voluntad y la palabra, lo dudo.

– ¿Qué más podría usar él o ella? -preguntó Carmichael.

– Algún fluido corporal -dijo Jeremy.

Todos le miramos.

– Recordad, yo estudié algo de hechicería cuando los sidhe todavía eran tan poderosos. Cuando el resto de nosotros podíamos encontrar una muestra de vuestros encantamientos, los copiábamos usando fluido corporal.

– No hay nada visible en la madera. La mayoría de fluidos corporales dejarían algún rastro visible -dijo Carmichael.

– La saliva no lo haría -dijo Wilson.

– La saliva funciona -dijo Jeremy-. Las personas siempre hablan de utilizar sangre o semen, pero la saliva es buena, y es una parte igual de importante de una persona.

– No hemos ordenado hacer un frotis de la madera desde un principio, porque no estábamos seguros de cómo reaccionarían los hechizos -dijo Wilson.

– Quienquiera que lo hizo te ha dejado su ADN -dije. Me sentía mucho mejor. Me puse de pie, y vomité por todo el suelo del laboratorio forense.

CAPÍTULO 38

UNA VEZ QUE VOMITÉ ME ENCONTRÉ MEJOR. ME DISCULPÉ por devolver en el laboratorio, pero por suerte el suelo no conservaría pruebas del desastre. Carmichael me dio un caramelo mentolado y nos marchamos. Rhys nos llevó a casa, e hizo las gestiones pertinentes para recoger el otro coche a la mañana siguiente. Aparte de él, nadie más que yo sabía conducir, y ninguno de los hombres parecía desear que lo hiciera. Supongo que no podía culparlos.

Me recliné en el asiento de los pasajeros y dije…

– Pensé que podría tener náuseas por la mañana, no por la tarde.

– Es diferente de una mujer a otra -dijo Doyle desde el asiento trasero.

– ¿Conoces a alguien que sufra de náuseas por la tarde? -pregunté.

– Sí -fue todo lo que dijo.

Me giré en el asiento y él era la Oscuridad en un coche oscuro, aunque las farolas nos iluminaban mientras Rhys conducía. Frost estaba a su lado, haciendo que el contraste fuera aún mayor. Barinthus estaba en el lado opuesto y había dejado claro que no deseaba estar cerca de Frost.

– ¿Quién es ella? -le pregunté.

– Mi mujer -dijo, mirando hacia fuera por la ventanilla, no hacia mí.

– ¿Has estado casado?

– Sí.

– ¿Y tenías algún hijo?

– Sí.

– ¿Qué les pasó?

– Murieron.

No supe qué decir a esto. Me acababa de enterar de que Doyle había estado casado, había tenido un hijo, y los había perdido a ambos; no había tenido idea de todo eso minutos antes. Me giré y dejé que el silencio llenara el coche.

– ¿No te molesta? -preguntó Doyle quedamente.

– Pienso en ello, pero… ¿cuántos de vosotros habéis tenido mujer e hijos?

– Todos nosotros menos Frost, creo -contestó Rhys.

– Los tuve -dijo Frost.

– Rose -dije.

Él afirmó con la cabeza.

– Sí.

– No sabía que hubieras tenido un hijo con ella. ¿Qué pasó?

– Murió.

– Todos murieron -musitó Doyle.

Barinthus habló desde la penumbra del asiento trasero.

– Hay momentos, Meredith, en los que ser inmortal y eternamente joven no es una bendición.

Pensé en ello.

– Por lo que sabemos, estoy envejeciendo a un ritmo sólo algo más lento que un humano normal. No soy ni inmortal, ni eternamente joven.

– No eras inmortal de niña -dijo Barinthus -y tampoco tenías alguna mano de poder como los otros niños.

– ¿Todos vosotros vais a estar dentro de más de cien años, sentados en algún coche movido por energía atómica y contándoles a nuestros hijos cosas sobre mí?

Nadie dijo nada, pero Rhys separó una mano del volante y la puso sobre la mía. Realmente no había nada qué decir, o ningún consuelo. Me agarré a la mano de Rhys, y él me la sostuvo todo el camino a casa. A veces el consuelo no tiene palabras.

CAPÍTULO 39

ME DESHICE DE LOS TACONES ALTOS TAN PRONTO COMO cruzamos la puerta. Luego, toda la situación empezó a parecerse a una secuencia de una comedia romántica con todos los hombres intentando ayudarme a subir las escaleras. Julian y Galen salieron al vestíbulo desde la sala de estar. Galen era la viva estampa de la preocupación cuando escuchó que me había encontrado mal, pero tanto él como Julian tuvieron problemas para no reírse cuando se enteraron de que había vomitado en el laboratorio forense.

Les miré frunciendo el ceño, aunque abracé a Julian porque sabía que si estaba aquí era porque su cena con Adam no había salido muy bien.

– Perdona por no haber estado aquí para abrazarte durante la sesión de tele de esta noche.

Julian depositó un beso fraternal en mi mejilla.

– Estabas luchando contra el crimen. Sólo por eso, te perdono -dijo, haciendo una broma, pero aunque su sonrisa fue genuina, en sus ojos castaños se podía ver una sombra de tristeza.

Me separé de él y Galen me cogió en brazos.

– Puedo caminar -le dije.

– Sí, pero así ellos dejarán de discutir y nos seguirán mientras te preparas para ir a la cama. Tengo más noticias. Y también para Julian.

Galen había comenzado a ir hacia la escalera, y llamando a Julian, usó toda la velocidad que sus largas piernas podían proporcionarle. Julian tuvo que correr para no perderle.

Aunque realmente, fue Rhys quien nos alcanzó en la escalera antes que los demás, explicándonos mientras corría para seguirnos el ritmo.

– Doyle y Frost están hablando con Barinthus. Él y yo nunca hemos sido amigos, así que pensé que sería mejor que viniera para ayudarte a meterte en la cama -sonrió abiertamente mientras hablaba, alzando una ceja en un movimiento lascivo.

Me hizo sonreír, que era lo que pretendía.

– ¿Qué ha pasado ahora? -le pregunté.

Galen me besó en la mejilla al mismo tiempo que llegaba a lo alto de la escalera.

– No son malas noticias, Merry, pero probablemente podrías pasar sin oírlas.

– Sólo dímelas -comenté.

– ¡Julian! -llamó Galen. -Jordan despertó del efecto de los calmantes repitiendo siempre la misma frase: “Thumbelina quiere ser grande”. Siguió repitiéndolo una y otra vez, pero cuando se despertó del todo, no se acordaba de lo que había dicho, o lo que esto podría significar.

– ¿Se lo dijisteis a Lucy?

Él asintió.

– Pero podía ser una tontería. Ya lo sabes.

– Podría ser, pero el asesino ha estado copiando ilustraciones de cuentos para niños. Tal vez esto se refiera al próximo libro -dije.

Rhys abrió la puerta del dormitorio y Galen me hizo entrar. La cama estaba ya preparada, y sobre ella habían dejado preparado un camisón de seda.

Apoyé la cabeza en el hueco del cuello de Galen, inhalando el calor y olor de su piel para calmarme. Susurré…

– Tuve que enfrentarme a Barinthus. Le dije que Jeremy era más útil para mí que él.

– Vaya por Dios, me lo perdí -susurró Galen.

Rhys comentó…

– Realmente le puso en su sitio.

– ¿Escuchaste lo que dijeron? -preguntó Julian.

Rhys asintió, mirando al otro hombre.

– Exactamente igual que Galen y yo escuchamos tu conversación con Merry en la acera, así que sé que si estás aquí, quiere decir que te fue mal la cena con Adam.

– Maldición, ¿Qué oíste exactamente? -preguntó Julian.

Galen me dejó en la cama. Luego se arrodilló delante de mí.

– Mistral va a hablar con la Reina Niceven en el espejo de la habitación principal. Ella insiste en que debes alimentar a Royal esta noche o la alianza entre las dos se terminará.

Le miré.

– O le alimento o anula la alianza -comenté.

Asintió.

– Hemos hablado con ella varias veces durante el tiempo que has estado fuera.

– ¿Qué está pasando en la Corte para que quiera librarse de nosotros de tan mala manera?

Galen echó un vistazo hacia atrás mirando a Julian, quien cogió la indirecta y dijo…

– Creo que necesitas controlar las cosas aquí y dormir esta noche, Merry. Gracias por la oferta de cariños y arrumacos, pero ahora tienes otras cosas que hacer antes que ocuparte de mí.

– Te abrazaremos -dijo Rhys.

Julian le miró, frunciendo el ceño.

Rhys sonrió abiertamente.

– Ya te lo dije, Galen y yo escuchamos lo que le contaste a Merry. Si estás falto de afecto, Galen y yo podemos ayudarte.

Julian miró a cada uno de los hombres.

– Gracias, pero no estoy seguro de lo que estás ofreciendo.

– Te achucharemos -agregó Galen.

– Estrictamente como amigos -aclaró Rhys.

Entonces Julian me miró, y su expresión pareció dolida. Me reí.

– Vamos, que al final conseguirás tu achuchón, y además será con dos de los hombres más guapos del lugar, aunque claro, sin nada de sexo.

Él abrió la boca, la cerró, y finalmente dijo…

– Quiero el contacto, pero no estoy seguro de si debería sentirme insultado o halagado.

Rhys y Galen se rieron a la vez.

– Halagado -aclaró Rhys- y podemos enviarte a casa con la virtud intacta.

– ¿No dormirás con Merry esta noche? -preguntó Julian.

– Esta noche, no. Mistral no la ha visto en dos días, casi tres, por lo que le cedemos el turno. No estoy seguro de quién será el otro hombre, pero nosotros hace poco que hemos dormido con ella, y además creo que esta noche no habrá mucho sexo.

– Es extraño, pero ahora me siento bien -dije.

Rhys me miró.

– Yo no forzaría las cosas todavía. Éstas son las primeras náuseas que tienes, por lo que me tomaría las cosas con calma.

– No sabía que podías tener náuseas por la tarde -dijo Galen.

– Por lo visto, puedo -dije, y no di más detalles sobre la conversación mantenida en el coche. Busqué bajo mi falda el borde de mis ligas. Las quería fuera, y luego me lavaría los dientes. Realmente deseaba lavarme los dientes ya. Los caramelos de menta que me había dado Carmichael no habían hecho demasiado efecto.

Mistral atravesó la puerta maldiciendo entre dientes. Su pelo era de un color gris uniforme como el de las nubes de lluvia, pero a diferencia del de Wilson, el suyo siempre había sido de este color. Sus ojos se veían de un tono verde amarillento, como el cielo justo antes de abrirse y liberar un tornado capaz de comerse el mundo. Ése era el color de sus ojos cuando estaba muy preocupado, o muy cabreado. Hubo un tiempo lejano en que cuando los ojos de Mistral tomaban ese color, el cielo lo reflejaba, de forma que su cólera o ansiedad podían hacer cambiar el tiempo. Ahora era simplemente un guerrero de más de metro ochenta de puro músculo. Era el más masculinamente hermoso de mis hombres. Era muy apuesto, pero nunca mirarías su rostro y pensarías… qué guapo o qué hermoso. Era demasiado y absolutamente masculino para eso. También era el único que tenía los hombros más anchos que Doyle o que Frost. Si hablábamos de envergadura física, Barinthus le superaba, pero había algo en Mistral, Señor de las Tormentas, que le hacía parecer más alto. Era un hombre grande que ocupaba mucho espacio. Y en este momento, era un hombre grande y cabreado. La única cosa que pude entender de su rápido discurso en galés arcaico fue el nombre de Niceven y una retahíla de escogidas maldiciones.

Galen dijo…

– Entiendo que Niceven no ha cambiado de opinión.

– Ella quiere romper esta alianza por alguna razón -dijo Mistral, mientras hacía un esfuerzo visible para dominar su carácter y se acercaba hacia mí. -Te he fallado, Merry. Vas a tener que alimentar a su criatura esta noche.

– Dejadme intentar hablar con ella -indicó Rhys.

– ¿Crees que puedes conseguir aquello de lo que yo no he sido capaz?

– Puedo decirle que esta noche Merry está mareada. Niceven ha tenido hijos. Tal vez le dé un poco de respiro.

Mistral se sentó en la cama a mi lado, con cara de preocupación.

– ¿Estás bien?

– Ahora parece que sí. Supongo que no podía arreglármelas sin tener unas pequeñas náuseas.

Él me abrazó con suavidad, como si tuviera miedo de romperme. A Mistral le gustaba el sexo un poquito rudo, y eso de notar que me sujetaba como si estuviera hecha de cáscaras de huevo me hizo sonreír. Le abracé también con un poco más de firmeza.

– Deja que me lave los dientes y luego veremos cómo me siento.

Y eso es lo que hicimos. Cogí la ropa que me habían dejado preparada sobre la cama y fui al cuarto de baño, me lavé los dientes, y me quité las medias y el vestido. Volví con el camisón puesto a un dormitorio donde sólo estaba Rhys. Estaba sentado a un lado de la cama y no parecía muy contento.

– ¿Cómo te sientes?

– Bien -le dije.

Él me miró.

– De verdad, estoy bien; fuera lo que fuera lo que me sentó mal, perece que lo he eliminado.

– Haré que los cocineros hagan una lista de lo que cenaste esta noche. Algunas mujeres no pueden comer ciertos alimentos mientras están embarazadas.

– ¿Cómo tu esposa? -pregunté.

Él sacudió la cabeza, con una pequeña sonrisa, y se levantó.

– No, no voy hablar de eso. De lo que te voy a hablar es que Royal está fuera. Parece realmente avergonzado de que su reina siga insistiendo, incluso sabiendo que esta tarde estabas enferma, pero tiene miedo de que Niceven le obligue a volver a casa si él se niega a seguir haciendo de pequeño y buen sustituto para ella.

Me acerqué a él, rodeando con mis brazos su cintura. Él me abrazó a su vez y como sólo era quince centímetros más alto que yo, el contacto visual entre los dos fue cómodo.

– Kitto mencionó que también Kurag quiere romper nuestra alianza, y Kitto intenta cuidadosamente no darle ninguna excusa para hacerlo. ¿Está pasando algo en la Corte Oscura que yo debería saber?

– No es problema tuyo, ya que no quisiste gobernar en ella.

– Eso es un sí. Está pasando algo.

– Aún así, nada que necesites saber.

Estudié su rostro, intentando leer algo detrás de su afable sonrisa .

– ¿Por qué los trasgos y los semiduendes desean cortar los lazos que nos unen?

– Quisieron unirse a ti cuando creyeron que serías reina, pero ahora desean ser libres de unirse a quien quiera que gane esta carrera.

– Pero la Corte Oscura todavía tiene una reina -dije.

– Una que parece haberse vuelto loca por la muerte de su hijo.

Le abracé, apoyando la cara contra su pecho.

– Cel iba a matarme. No tenía otra opción.

Rhys descansó su cabeza contra mi pelo.

– Él nos habría matado a todos, Merry, y ella le habría dejado. El hecho de que tengas tanto poder para hacerlo es asombroso y maravilloso, y seamos francos, tampoco es que antes fuera la mujer más estable del mundo.

– No pensé que abandonar nuestra corte provocara tal anarquía. Sólo quería que estuviéramos seguros.

– Nadie te culpa, Merry.

– Barinthus lo hace, y si él lo hace lo harán otros.

Me besó en la mejilla y me abrazó con fuerza, y de nuevo, esa respuesta fue suficiente. Podría haber insistido en preguntar cómo de mal estaban las cosas, y qué podríamos hacer para solucionarlo, pero lo único que podríamos hacer sería volver y tomar el trono, y ya habíamos rechazado las coronas del mundo de las hadas una vez. No creo que para tales ofertas se diera una segunda oportunidad. Incluso con las coronas sobre nuestras cabezas, las posibilidades de que Doyle y yo pudiéramos defender el trono contra todas las facciones que Andais había permitido que se hicieran fuertes en su corte eran mínimas. Preferí permanecer segura y tener a nuestros bebés. Los niños y los hombres que amaba significaban para mí más que cualquier corona, incluida la Oscura. Por lo que le dejé abrazarme y no insistí en saber más detalles porque estaba segura de que todos serían malos.

CAPÍTULO 40

ROYAL PODRÍA ESTAR AVERGONZADO POR LA FALTA DE modales de su reina, pero no podía esconder el hecho de que quería estar conmigo. Por supuesto, en la cultura feérica, el hecho de disimular que encontrabas a alguien atractivo, sobre todo si ese alguien intentaba parecerlo, era un insulto. Yo no trataba exactamente de resultar atractiva, pero tampoco trataba de no serlo.

Llevaba un camisón blanco que contrastaba con el pálido color crema y oro de la cama. Royal flotaba por encima de mí con sus alas rojas, negras y grises. Al moverse, los colores se veían borrosos, y aunque las alas fueran las alas de una polilla, se movían más bien como las de una libélula, o una abeja, mucho más rápido de lo que deberían hacerlo. Bajó despacio hacia mí, hasta que el movimiento de sus alas hizo volar mi pelo sobre la almohada como una ola roja. Aterrizó sobre mi pecho. No pesaba tanto como para molestarme, pero sí lo bastante como para hacerme notar que estaba allí. Se arrodilló entre los montículos de mis pechos, sus rodillas tocaban un poco de mi suave carne. Llevaba puesto uno de esos vaporosos taparrabos con los que algunos semiduendes parecían haberse encariñado. Era la verdadera versión adulta de la ropa con la que el asesino había vestido a los semiduendes en la primera escena del crimen.

Plegó las alas detrás de su espalda, de manera que las capas exteriores, más oscuras y lisas, reposaran sobre el sorprendente resplandor de las rayas rojas y negras. Me miró fijamente con ese rostro diminuto con móviles antenas negras que debería haberme parecido lindo o incluso algo ridículo, pero Royal, desde que le conocí, siempre había conseguido no parecer ninguna de esas dos cosas.

– Se te ve seria, Princesa. ¿Estás bien? Antes oí que estabas enferma.

– Y si te dijera que estoy enferma, ¿cambiaría algo? -le pregunté.

Él bajó la cabeza y suspiró.

– Todavía me tendría que alimentar, pero lo sentiría.

Incluso mientras hablaba, una mano diminuta ascendía por un costado de mi pecho donde empezaba el borde del camisón.

– Tus acciones convierten en mentira tus palabras, Royal.

– No miento, como nunca te he mentido sobre el hecho de que te encuentro hermosa. Tendría que ser ciego e incapaz de tocar la seda de tu piel para no quererte, Princesa Meredith.

Le dije la verdad.

– Ahora me encuentro bastante bien, pero estoy cansada, y creo que dormir me sentaría bien.

– Si yo pudiera hacerte el amor con mi verdadera forma haría que durara toda la noche, pero ya que sólo puedo hacer lo que hace un Glimmer, te lo haré agradable, y no llevará mucho tiempo.

– Glimmer… ¿Qué significa eso?

Él pareció incómodo.

– No te gustará la respuesta.

– Aún así quiero saberlo.

– Hay humanos que tienen fantasías con la pequeña gente como yo, y también hay semiduendes que tienen el mismo interés por los humanos. He visto las imágenes en el ordenador y también hay películas.

– Pero… ¿cómo? Quiero decir… la diferencia de tamaño…

– Sin cópula -aclaró él-, pero con masturbación mutua, el semiduende se frota sobre el pene del hombre hasta que ambos se corren. Parece ser la imagen más descargada de Internet. -Él parecía muy serio mientras lo explicaba, como si no le llamara la atención y hablara simplemente de hechos y no de un tema sexual.

– ¿Y se llama Glimmer [27]?

– Se llama Glimmer al humano al que le atraen los semiduendes.

– ¿Y cómo se llama al semiduende al que le gustan los humanos?

Él se estiró boca abajo entre mis pechos de forma que su cabeza quedó por encima y sus pies justo por debajo de ellos.

– Wishful [28] -contestó.

Eso me hizo reír, haciendo que mi pecho subiera y bajara, y que la prenda se deslizara un poco hacia los lados de forma que él, de repente, quedó más aposentado sobre mis pechos desnudos, sin estar aún del todo expuestos los pezones, pero enmarcando la ropa la forma de mis pechos. Puso una mano en cada uno de ellos.

– ¿Puedo usar el encanto ahora?

Royal era uno de esos semiduendes que era especialmente bueno utilizando el encanto, por lo que habíamos acordado un sistema de reglas entre nosotros. Él tenía que preguntar antes de poder dirigir su encanto sobre mi persona. Yo deseaba saber el momento en el que mi mente se nublaría, porque él era lo bastante bueno para hacerlo sin que me diera cuenta. Algunos de mis hombres habían compartido mi cama al mismo tiempo que Royal se alimentaba de mí para su reina, y el encanto también les había afectado a ellos. No les gustaba porque le encontraban inquietante, pero él era el único semiduende que podía actuar como representante de Niceven quién le había elegido para estar a mi lado. Y los hombres que no le encontraban inquietante, molestaban a Royal. Doyle se hubiera quedado pero no era santo de su devoción, ninguno de ellos, de hecho. Esto ocurría con todos los hombres que podían desbaratar su encanto. Al semiduende le costaba mucho concentrarse en su alimentación si ellos estaban a su alrededor. Por eso, Royal y yo habíamos pactado un tiempo para que pudiera alimentarse estando los dos a solas, pasado el cual, uno de los guardias llamaría a la puerta y nos interrumpiría.

En un principio, el plan original de Niceven consistió en situar a mi lado a uno de sus súbditos que podía cambiar de tamaño y llegar a ser casi de mi misma altura para que intentara dejarme embarazada y así poder optar a ser rey de los Oscuros, pero yo ya estaba embarazada y Royal no podía aumentar realmente de tamaño, aunque a veces lo pareciera debido al encanto.

– ¿Puedo usar ahora mi encanto para poder disfrutar de la alimentación tanto como nos sea posible?

Suspiré profundamente, lo que provocó que mis pechos se elevaran y cayeran otra vez. Él acarició los suaves montículos casi como si fuera un nadador. Puso la cabeza contra mi pecho, mientras decía…

– Cuando estoy así adoro el sonido de tu corazón.

– No importa de qué fantasía se trate, creo que realmente lo haces.

Levantó la cabeza y me miró.

– Sólo contigo.

Ese comentario le ganó una mirada cargada de sospecha.

– ¿Debo prestar juramento para que me creas? -me preguntó.

– No, – le dije- y sí, puedes usar el encanto, pero compórtate.

Él me sonrió abiertamente y no debería haber percibido calor alguno en un hombre de su tamaño. Más bien debería haberse parecido a tener entre mis pechos a un gato enroscado, bonito y asexuado, pero un gato no podía mirar de esa manera. Y entonces dejó caer sus escudos tal como yo hice en el laboratorio, pero allí donde mis escudos me impedían ver la magia que me rodeaba, los escudos de Royal le impedían confundir al mundo con su magia.

Un momento antes estaba perpleja porque no sabía cómo podía ponerme nerviosa un hombre del tamaño de una muñeca, y al siguiente, él se deslizaba hacia abajo por un lado de mi cuerpo, arrastrando mi ropa consigo hasta dejar mis pechos expuestos. Siempre había mantenido las distancias en lo referente a la intimidad, pero esta noche había olvidado negociar tan firmemente como de costumbre. Sabía vagamente que había una buena razón para no dejar que pusiera ese capullo de rosa diminuto, que era su boca, sobre uno de mis pezones, pero mientras todavía trataba de pensar por qué, posó su boca sobre un pezón, rodeándolo, y una vez que comenzó a chupar, ya no pude recordar por qué se suponía que no debía hacerlo, o mejor dicho, ya no me preocupaba recordarlo.

Ya había dejado antes que el semiduende lamiera las yemas de mis dedos, y esos besos inocentes te hacían sentir como si estuviera lamiendo lugares mucho más íntimos. Ahora, él estaba en un lugar íntimo y era como si hubiera una línea desde allí hasta el más íntimo de los lugares donde un hombre puede chupar a una mujer. Pero era más que eso; era como si yo pudiera sentir su cuerpo a lo largo del mío. Royal podía usar su encanto para dar la ilusión de que era más grande. Yo podía sentir su peso contra mi cuerpo, muy caliente y muy real, mientras chupaba mi pecho.

Tuve que poner mi mano sobre sus delicadas alas para estar segura de cuál era su verdadero tamaño. Él batió las alas contra mis dedos y de repente, también ellas parecieron más grandes, como si se elevaran por encima de su espalda como las velas de un barco, pero eran velas que se agitaban con balanceos aterciopelados, y con golpecitos delicados y bellos contra mi mano.

Me mordió con la fuerza suficiente para que le rogara por más y de repente el mundo olió a rosas. Un olor a rosas salvajes y al calor del verano que llenó el mundo. Tuve que abrir los ojos para estar segura de que todavía estábamos en el pálido dormitorio de satén y seda. Después, los pétalos empezaron a caer de la nada sobre la cama.

Sus manos acunaban mi pecho, colocando una sobre la otra para poder sujetar mejor mi pezón, y noté sus manos más grandes mientras su boca me succionaba con fuerza, tirando cada vez más bruscamente de mi pezón, pero el dolor se sentía bien, en el punto justo para hacerme volver a gritar para él. Pensé que todo esto se debía a su encanto, cuando de repente se quedó mirándome fijamente, su cuerpo encima del mío. Creí que era su encanto lo que le hacía parecer lo bastante grande para poder hacer todo eso. Abrí los ojos para encontrar que sus alas se elevaban por encima de nosotros en una cascada de color y movimiento. Su cara todavía era un delicado triángulo, pero era tan grande como la mía, y él era todavía hermoso, pero cuando le vi inclinarse para darme un beso, comprendí que esto no era una ilusión.

Pétalos de rosa cayeron sobre él, enmarcándole en una lluvia rosada y blanca mientras me besaba, un verdadero beso con labios lo bastante grandes para besarme. Una de mis manos encontró su nuca y los rizos de su pelo mientras mi otra mano ascendía por la línea de su espalda hasta llegar allí donde nacían sus alas, y nos besamos, suavemente y durante mucho tiempo, acomodando él su cuerpo más cerca del mío. Me di cuenta de que él se había hecho más grande pero no así su ropa. Estaba desnudo contra mi cuerpo, lo mismo que yo bajo el camisón mientras nos besábamos.

Él rompió el beso lo suficiente para decir…

– Por favor, Merry, por favor. Nunca he podido ver cumplido mi deseo.

– ¿Y cuál es?

– Ya sabes lo que deseo. -Su mano se deslizó hacia abajo entre nuestros cuerpos hasta que sus dedos encontraron mi sexo. Deslizó un dedo dentro de mí, y sólo esa pequeña penetración me hizo contener la respiración y retorcerme para él. Sonrió.

– Estás húmeda.

Asentí.

– Sí. -Ahora fui yo quien deslicé la mano entre nuestros cuerpos y le encontré duro, largo y lo bastante grande para complacer a cualquier mujer. Le rodeé con la mano notando cómo se estremecía encima de mí.

– Por favor… -rogó.

– Sí -contesté, y moví las caderas hasta encontrar su cuerpo.

Él abrió los ojos, mirándome con fijeza.

– ¿Sí? -me preguntó.

– Sí -volví a responder.

Sonrió y luego alzó su cuerpo, usando una mano para guiarse a sí mismo hasta mi sexo. Levanté las caderas para ayudarle a encontrar su camino y de repente se deslizó dentro de mí.

– Tan estrecha, tan mojada…

Se elevó, apoyándose en sus brazos para poder empujar con la parte inferior de su cuerpo. El movimiento me dejó ver nuestros cuerpos de cintura para abajo, pudiendo ver cómo su cuerpo me penetraba por primera vez.

Lancé un grito.

– ¡Diosa! -Una espesa lluvia de pétalos, suaves como una nieve perfumada cayó sobre nuestra piel desnuda, aunque era una nieve caliente y sedosa.

Royal empujó con más fuerza dentro de mí, hasta que nuestros cuerpos se encontraron, estremeciéndose sobre mí, sus alas alzándose sobre la belleza pálida de su cuerpo. Miró hacia abajo y me dijo…

– Yaces en una cama de pétalos de rosa.

Y luego comenzó a hacerme el amor, su cuerpo entrando y saliendo del mío. Puso una de mis piernas sobre su hombro para poder penetrarme aún más, en un ángulo ligeramente diferente, como si supiera que eso le ayudaría a llegar hasta ese punto exacto dentro de mí. Comenzó a deslizarse una y otra vez mientras se elevaba por encima de mí, sus alas agitándose más rápidamente mientras se sepultaba más profundamente en mi cuerpo.

Mi respiración se aceleró, sintiendo como una dulce y pesada sensación crecía dentro de mí. Su respiración era más rápida, su cuerpo más frenético. Exhalé…

– Casi, casi estoy allí.

Él asintió como si me hubiera entendido o incluso me hubiera oído. Luchó contra su cuerpo, con su respiración, todo para seguir empujando contra mi cuerpo unas pocas veces más, y entre un envite y el siguiente consiguió hacer que me corriera gritando su nombre, mis manos aferrándose a sus costados, a su espalda, sujetándole, mientras me retorcía y gritaba debajo de él.

Mi piel brilló resplandeciente dibujando su silueta alada contra el techo. Gritó sobre mí, empujándose una última vez en mi interior. Gritamos juntos y luego él se sostuvo sobre sus brazos, con la cabeza gacha como un caballo resollando. Sus alas comenzaron a doblarse sobre su espalda.

Vi un movimiento en la habitación y comprendí que Mistral y Frost habían visto como mínimo el final de nuestro encuentro sexual. Royal colapsó lentamente sobre mí, y fue sólo cuando se acurrucó tan cálido a mi lado, con su cabeza al mismo nivel que la mía sobre la almohada, que me di cuenta de que en esta forma era más alto que Kitto. Que era de mi misma altura.

Le sostuve, con mis manos cuidadosamente apoyadas sobre el borde de sus alas mientras esperábamos a que los latidos de nuestros corazones redujeran la marcha. Sentí caer sobre mi hombro algo más fresco que el fluido corporal que acabábamos de compartir. Acaricié sus rizos y él alzó su rostro lo bastante para mirarme. Lloraba. Eran sus lágrimas las que caían sobre mi piel.

Hice la única cosa que pude pensar en hacer. Le besé y nos abrazamos hasta que pudimos juntar fuerzas para llegar hasta el cuarto de baño y ducharnos. Habíamos estado discutiendo quién compartiría mi cama esta noche junto a Mistral. Yo ya sabía a quién iba a elegir, si el Señor de las Tormentas lo permitía, y tal vez incluso aunque no lo hiciera. Igual que había pasado con Barinthus, era el momento adecuado para dejar de intentar complacer a todo el mundo y empezar a preguntarme qué era lo que yo quería, y en ese momento no podía pensar en otra cosa que quisiera más que conservar a Royal a mi lado. Podría deberse a su propio encanto, o podría ser porque la Diosa había dejado caer sobre nosotros pétalos de rosa, pero por la razón que fuera, él era uno de los hombres que deseaba tener a mi lado cuando me fuera a dormir esta noche.

CAPÍTULO 41

ME QUEDÉ DORMIDA CON ROYAL A MI LADO, DURMIENDO boca abajo. Era la única forma de dormir cuando se llevaban unas alas de polilla a la espalda. Mistral no compartió la cama con él, ni aunque todavía hubieran pétalos entre las sábanas que demostraran que fue la Diosa quien decretó que Royal fuera convocado a su forma más grande. No era, en realidad, culpa de Mistral, pero yo ya me había cansado de intentar que todos se sintieran bien a costa de mis propios sentimientos. No había forma alguna de ser totalmente justa sobre esto. O expulsaba a Royal, y con él al resplandor de ese sexo increíble, su nueva forma y la bendición de la Diosa que todavía nos rodeaba, cosa que me entristecía pensar, o le decía a Mistral que o bien compartía con quien yo quisiera que compartiera o dormía sin mí. El Señor de las Tormentas no daría su brazo a torcer, pero al igual que con Barinthus, yo tenía que hacer valer mi posición.

La cama era lo bastante grande para que Frost y Doyle durmieran a un lado y Royal en el otro. Los dos vieron como una bendición que Royal fuera traído a su forma más grande. Igual que la mayoría de los hombres, pero para Mistral significaba estar dos días sin mí y además, el semiduende había conseguido el sexo que de alguna forma pensaba que era su derecho. Yo le había informado de que no me sentía capaz esa noche de soportar una sesión de sexo duro y eso tampoco le había sentado bien.

Me había despertado con Frost a mi lado, su brazo encima y su pelo plateado esparcido sobre la cama, de modo que cuando las alas de Royal temblaron al despertarse, lo hicieron sobre un mar plateado como si sus alas fueran una pieza exótica de joyería engarzada sobre una base de plata fundida. Doyle estaba al otro lado de Frost, apoyado sobre un codo, mirándome mientras yo abría los ojos. Él había puesto a Frost a mi lado la noche pasada, mientras decía…

– Rhys no estaba tocando tu piel. Creo que ése puede ser el motivo por el que pudo permanecer despierto y protegerte en el transcurso de tu visión. Renunciaré a tocarte esta noche para mantener tu seguridad.

Frost intentó protestar porque quería ayudar a protegerme, pero Doyle insistió, y como casi siempre, cuando la Oscuridad insistía, conseguía lo que quería de los otros hombres. Mistral y Barinthus eran las dos excepciones a aquella regla y hasta ellos, por lo general, se dejaban convencer.

Así que, aquí estoy, cubierta por el pelo plateado de Frost, entre su tibieza y la de Royal y vigilada por mi Oscuridad. Es una buena manera de despertarse, y me alegré de no haberme encontrado otra vez en el desierto, en medio de otra visión. Llegaban noticias de un misterioso Hummer negro, que había aparecido para ayudar a nuestras tropas. Los medios especulaban sobre si sería una nueva fuerza especial, ya que el Hummer no se veía afectado por las balas u otras armas más potentes. El carruaje negro hacía lo que yo le había ordenado hacer. Tal vez por eso no tuve que ir rescatar a nadie más en persona.

Disfruté de ese agradable despertar como se disfruta de la sensación de estar arropada en una cálida manta durante una noche helada, aunque realmente la madrugada en California no era verdaderamente fría.

Pero lo que Lucy quiso que viera a primera hora de esa radiante mañana hizo que me sintiera helada, con un frío que calaba hasta los huesos.

Se trataba de una pequeña rosaleda en la parte de atrás de una casa vieja. Los rosales eran todos de la variedad híbridos de té [29] y habían sido plantados formando un círculo perfecto, con un pequeño arco en la entrada, con un banco a uno de sus lados para sentarse y admirarlos, y con una pequeña fuente cantarina situada en el mismo centro de la rosaleda. Habría sido feliz de poder sentarme en el banco y escuchar la cancioncilla del agua, dejando que el olor de las rosas me envolviera, salvo que bajo el perfume de las rosas podía percibir otros olores, olores que no habría deseado oler otra vez. El olor a rosas todavía me recordaba a las bendiciones de la Diosa, pero ese recuerdo iría unido a la sangre y al olor del miedo que los muertos dejan en sus últimos momentos de vida, de forma que mezclado con el aroma a rosas de esa mañana se podía percibir un vestigio de muerte y excrementos.

Lucy comentó…

– Si fueran de talla humana sería una masacre, pero son tan diminutos que incluso veinte de ellos no parecen que sean tan reales.

Dejé pasar su observación, ya que no estaba segura de estar de acuerdo, porque si los cuerpos hubieran sido más grandes, los asesinos no habrían podido colgarlos entre las rosas simulando un tendedero macabro. Los semiduendes muertos no habían comenzado a cambiar de color aún. Todos parecían pálidos y perfectos como pequeños muñecos, pero… ¿qué niño ataría por las muñecas a sus muñecos y los colgaría entre los rosales de forma que los cuerpos pendieran formando un círculo entre las rosas? Pero los asesinos habían dejado la arcada abierta de forma que la gente pudiera caminar de acá para allá sin inclinarse. Había un semiduende varón colgado en lo alto del arco como un espantoso ornamento. Sus gargantas estaban pálidas y enteras, intactas.

– No hay mucha sangre. ¿Cómo murieron? -pregunté.

– Mira sus pechos -dijo ella.

Comencé a decir que no quería hacerlo, pero cuadré los hombros y me agaché para poder ver más de cerca a una de las víctimas femeninas. Su pelo era una nube de cabello de un rubio muy claro que la luz del sol hacía brillar. Sus diminutos ojos eran de un azul tan brillante como el cielo que estaba encima de nosotros y que ahora comenzaba a nublarse un poco. Me obligué a mirar el diáfano vestido morado que llevaba puesto y el alfiler que tenía en el pecho. Era uno de esos delgados y largos alfileres como los que se usan para fijar una mariposa a un tapete mientras esperas a que muera y adquiera el rigor mortis que deje sus alas abiertas mostrándolas en toda su perfección.

Me distancié del cuerpo y miré la doble hilera de víctimas colgantes. Estaban vestidos como los semiduendes del primer asesinato, con transparentes vestidos o faldas escocesas, según el sexo del duende, pero siguiendo las versiones de los libros para niños ya que estaban completamente cubiertos. Sabía, por experiencia muy reciente, que los semiduendes eran más adultos, y que a la mayoría de ellos les gustaba mostrar mucha más piel. Parada bajo el frío aire de la mañana, viendo a las víctimas muertas con sus alas flotando tras ellos, era difícil no pensar en Royal y en cómo se había elevado por encima de mí con sus alas enmarcándole. Me pregunté… ¿cuántos de estos semiduendes tenían la capacidad de hacerse más grandes?

– Tenemos algunas pistas que nos hacen pensar en que al menos uno de los asesinos es un semiduende, pero… ¿cómo podría un semiduende hacerle esto a otro de su propia especie? -inquirió Lucy.

– Quien quiera que sea, odia ser un semiduende. Su odio o desdén queda demostrado por el alfiler que les atraviesa el corazón como si fueran las mariposas a las que se parecen, en lugar de las personas que verdaderamente son -le dije.

Ella asintió con la cabeza y me pasó una ilustración envuelta en plástico. Era una escena de Peter Pan donde aparece su sombra colgada. La escena del crimen no era exacta, ni de cerca.

– Ésta es diferente -comenté.

– No es una copia muy parecida -comentó Lucy.

– Es casi como si los asesinos tuvieran planeado perpetrar el crimen de esta forma, y luego buscaron una imagen que lo justificara, pero a posteriori. El asesinato fue lo primero en su plan, no la imagen.

– Podría ser -dijo ella.

Asentí. Ella tenía razón, lo presentía.

– ¿Si no quieres escuchar mis conjeturas, entonces por qué estoy aquí, Lucy?

– ¿Tienes algún sitio mejor dónde ir? -me preguntó, y había un deje de hostilidad en la pregunta.

– Sé que estás cansada -le dije-, pero me llamaste a , ¿recuerdas?

– Lo siento, Merry, pero la prensa nos está crucificando, dicen que no nos estamos esforzando lo suficiente porque las víctimas no son humanas.

– Sé que eso no es verdad -dije.

– Tú lo sabes, pero la comunidad duende está asustada. Ellos quieren a alguien a quién culpar, y si no podemos darles un asesino entonces nos culparán a nosotros. Tampoco fue una ayuda que tuviéramos que detener a Gilda bajo la acusación de conducta mágica malintencionada.

– Fue en mal momento -comenté.

Ella asintió.

– El peor.

– ¿Os dio el nombre de la persona que le hizo la varita?

Lucy sacudió la cabeza.

– Le ofrecimos no presentar cargos contra ella si nos daba el nombre, pero cree que si no podemos encontrar al fabricante, tampoco seremos capaces de demostrar lo que la varita puede o no puede hacer.

– Es difícil demostrar la magia ante un tribunal. Vuestros magos sólo serán capaces de explicar la magia de esta varita en particular, ya que es más fácil demostrar aquello que se puede probar ante un jurado.

– Sí, pero no hay nada que ver cuando alguien absorbe un poco de tu magia, o al menos eso es lo que nuestros magos me dicen -aclaró Lucy.

Rhys se unió a nosotros en el círculo.

– No es ésta la forma en la que quisiera comenzar el día -dijo él.

– Ninguno de nosotros lo querría -le contestó bruscamente Lucy.

Él alzó las manos, como diciendo… calma.

– Lo siento, Detective, sólo era una forma de hablar.

– Pues no hables por hablar, Rhys, dime algo que me ayude a atrapar a este bastardo.

– Vale, por Jordan sabemos que son bastardos, en plural -dijo él.

– Dime algo que no sepamos -le contestó.

– La señora mayor que vive aquí deja que los semiduendes vengan y bailen en su jardín al menos una vez al mes. Ella se sienta en el jardín y los mira.

– Yo pensaba que ellos no permitían que los humanos les vieran -comentó Lucy.

– Parece que su marido era en parte duende por lo que técnicamente los incluían a ambos como parte de la comunidad duende.

– ¿Qué clase de duende era él? -pregunté.

– No estoy segura de que lo fuera, pero la mujer así lo cree, ¿y quién soy yo para decirle que hay una diferencia entre parecer un poco duende por tener un temperamento artístico o algo lunático, o parecerlo porque realmente en tu ascendencia hay algo de sangre feérica?

– ¿Está senil? -pregunté.

– Algo, pero no demasiado. Ella cree lo que su querido marido le decía, que fue el resultado de un amante duende que su madre tuvo durante un breve periodo de tiempo. ¿Podría ser cierto? -preguntó Lucy.

Rhys la miró.

– Acabo de pasar la última hora mirando fotografías de él. Si fuera en parte duende viene de muy atrás en su árbol genealógico, nada reciente.

– ¿Puedes saberlo sólo mirando una foto? -preguntó ella.

Él asintió.

– Deja una marca -expliqué.

– Entonces éste es otro círculo donde los humanos sabrían que los semiduendes venían a bailar con regularidad.

– Jordan dijo que había algo con alas en la escena del crimen, y el brownie que murió pensó que lo que volaba era hermoso.

– Muchas cosas bonitas vuelan -comentó Lucy.

– Sí, pero míralos. Cuando estaban vivos eran hermosos.

– Sigues diciendo que tal vez un semiduende lo hizo, pero incluso aunque uno de ellos odiara a su gente lo suficiente para hacer esto, no podría conseguir que veinte de ellos se estuvieran quietos mientras los asesinaban. -Ella no trató de esconder la incredulidad de su voz.

– No subestimes a los semiduendes, Lucy. Ellos han conservado el más poderoso encanto que todavía le queda a nuestra raza, y son extraordinariamente fuertes para su tamaño, más que cualquier otro tipo de duende.

– ¿Cómo de fuertes? -Preguntó ella.

Rhys contestó…

– Podrían sacudirte.

– No me lo creo.

– Es verdad -dijo él.

– Uno de ellos podría patearte el culo -dije.

– Pero… ¿podrían un par de ellos hacer todo esto?

– Creo que al menos uno de la pareja tendría que ser de talla humana -aclaré.

– ¿Y podrían controlar a tantos semiduendes, controlarlos hasta el punto de poder asesinarles? -preguntó ella.

Suspiré, y luego intenté respirar con más tranquilidad.

– No lo sé. Honestamente, Lucy, no sé de nadie lo bastante poderoso para conseguir que tantos duendes de diferentes tipos les permitieran atarlos y posteriormente asesinarlos. Pero si ellos estaban muertos antes de que los atravesaran con los alfileres, muertos por alguna clase de magia, sé de un tipo de duendes lo bastante poderosos para matarlos a todos de una vez.

Me incliné y hablé en voz baja con Rhys.

– ¿Los Fear Dearg podrían haberlo hecho?

Él sacudió la cabeza.

– Ellos nunca han tenido el suficiente encanto para poder influir en los semiduende s de esta manera. Ése es uno de los motivos por el que los humanos les gustaban tanto. Les hacían sentirse poderosos.

– No susurréis. Compartid -dijo Lucy.

Me acerqué, por si acaso uno de los muchos policías que había en el jardín nos escuchaba por casualidad y le creaba problemas por dejar de hacer otra parte de su trabajo.

– ¿Todavía no habéis encontrado a Bittersweet?

– No.

– Siento que la perdieras debido a lo que pasó con los periodistas.

– No fue por tu culpa Merry.

– Todavía lo siento.

– ¿Por qué no han recreado la ilustración esta vez? En el dibujo sólo hay uno bien colgado y en la escena hay veinte de ellos.

– Tal vez querían matar a más -dijo Rhys.

– ¿Por qué?

Él sacudió la cabeza.

– No tengo ni idea.

– Yo tampoco, maldita sea -dijo ella.

A esto la única cosa que pude añadir fue…

– Ni yo. -No era una ayuda, y hasta que encontráramos a Bittersweet para que nos ayudara con su testimonio estábamos estancados.

CAPÍTULO 42

ESE MISMO DÍA ESTABA DE VUELTA EN LA OFICINA atendiendo a los clientes como si nada extraño hubiera pasado. Parecía que después de ver aquellos cuerpos ahorcados me debería haber tomado el resto del día libre, pero la vida no funcionaba así. Sólo porque una comience el día libre con pesadillas no significa que no se tenga que ir a trabajar. A veces ser un adulto responsable era una mierda.

Doyle y Frost estaban de pie a mi espalda preparados para la entrevista con el cliente. Nunca me permitían ver a nadie a solas. Yo ya había dejado de discutir sobre el tema. Era una batalla perdida, y a veces era de sabios no malgastar energía en las causas perdidas. Rhys tenía dos horas libres antes de tener que irse a un servicio de vigilancia, por lo que se encontraba sentado en una esquina de la oficina. Era parte de nuestra nueva consigna en vigor… “cuántos más guardias, mejor”.

Pero cuando vi cuál era el nombre que estaba en mi agenda me alegré de que todos estuvieran allí. El nombre del cliente era John MacDonald, pero el hombre que entró en la habitación era Donal, a quién yo había visto en el Salón de Té Fael el día que Bittersweet desapareció y Gilda derribó a un policía con su varita.

Todavía era alto y demasiado musculoso, con el pelo largo y rubio, y su encantador juego de implantes en las orejas para conseguir una elegante curva acabada en punta. La verdad, eran dignas rivales de las de Doyle, salvo que las de él eran negras y las de Donal eran de una palidez humana.

– La policía ha estado buscándole -le dije, con una voz que transmitía calma.

– Eso he oído -dijo él. -¿Puedo sentarme?

Rhys se puso en pie. Aunque no sabía quién era Donal, había percibido nuestra tensión.

– Después de que le registremos buscando magia y armas, sí -respondió Doyle.

Rhys puso al hombre contra la pared y le registró muy a fondo de arriba abajo.

– Está limpio -dijo Rhys. Parecía lamentar no haber encontrado nada que le diera excusa para tratarle con dureza, pero hizo su trabajo y dio un paso atrás.

– Ahora puede sentarse -comenté.

– Si pudiera colocar las manos donde siempre podamos verlas, mejor -añadió Doyle. Rhys siguió a Donal cuando éste fue hacia la silla y se situó detrás de él, junto a su hombro izquierdo.

Donal asintió con la cabeza como si se lo hubiera esperado, y luego se sentó en la silla dejando las manos extendidas sobre sus muslos.

Estudié su cara y me dije que mi pulso desbocado era una tontería, pero uno de los amigos de Donal casi me había violado, y casi había conseguido matarme. Había sido la magia de Doyle lo que me había salvado, pero había estado cerca, por no mencionar que habían tratado de robar una parte de mi esencia vital. Había sido un hechizo repugnante.

– ¿Si sabías que la policía te buscaba, por qué no te has entregado? -le pregunté.

– Ya sabes que yo formaba parte del grupo que trabajaba con Alistair Norton.

– Formabas parte de un grupo de gente que ayudaba a robar la esencia vital de mujeres con ascendencia feérica.

– No sabía lo que hacía ese hechizo. Sé que no me crees, pero la policía sí lo hace. Fui un estúpido, pero ser estúpido no me convierte en culpable.

– Ya que tu amigo trató de violarme no voy a ser muy comprensiva. Es por eso que suponía que antes preferirías acudir a la policía que a nosotros.

Sus ojos se movieron rápidamente mirando a Frost y a Doyle que estaban detrás de mí, y luchó para no echar un vistazo hacia atrás en dirección a Rhys.

– Puedes odiarme, pero entiendes la magia mejor que la policía y te necesito para que me ayudes a explicársela a ellos.

– Ya lo sabemos todo sobre tu amigo y lo que trató de hacerme, y que hizo con éxito con bastantes otras mujeres.

– Liam, mi amigo, también estaba implicado. La policía nunca lo averiguó porque es uno de sus magos. Si ellos se hubieran enterado, habría perdido la licencia para trabajar con ellos.

– Quieres decir que el Liam que nunca encontraron era uno de los suyos.

Él asintió.

– Pero su verdadero nombre no es Liam. Él siempre usaba ése cuando trataba con otros imitadores de sidhe, porque quería un nombre que mostrara su herencia.

– ¿Qué herencia? -inquirió Doyle.

– No sé si es verdad, pero su madre siempre le decía que él era el resultado de una sola noche con un sidhe. Es bastante alto, y su piel es más pálida que la de un humano normal, como la tuya -dijo él, mirándome. -Y la de él -continuó, señalando a Frost.

– ¿Qué edad tiene tú amigo? -le pregunté.

– Menos de treinta, como yo.

Sacudí la cabeza.

– Entonces su madre mentía o la engañaron.

– ¿Por qué?

– Porque soy el último niño nacido entre los sidhe y tengo más de treinta.

Donal se encogió de hombros.

– Sólo sé lo que él me dijo, y lo que su madre le dijo a él, pero él estaba obsesionado con el hecho de que era mitad sidhe. -Él se tocó los implantes de sus orejas. -Sé que yo lo finjo, pero no estoy seguro de que él lo haga.

– ¿Cuál es su verdadero nombre? -le pregunté.

– Si te lo digo, llamarás a la policía y aquí se acabará todo. Así que primero te lo explicaré y luego te daré su nombre.

Quise discutir, pero finalmente asentí.

– Escucharemos.

– Liam todavía deseaba controlar la magia duende para así poder ser lo bastante sidhe para hacer honor a su herencia, así que comenzó a tratar de diseñar un hechizo que pudiera robar la magia de otros.

– ¿Quieres decir su esencia, como hacía su otro amigo?

– No, no exactamente. Él quería magia, no la fuerza vital. Fui un ingenuo la vez anterior, o tal vez quise ser engañado, pero sabía que cuando Liam comenzó a decir esas cosas iba a ser algo malo. Encontró un modo de crear varitas que ayudaran a la gente a robar la magia de otros. No funcionaban con aquéllos que no tenían magia, pero estaban diseñadas para magos y otros duendes.

– ¿Dijiste varitas? -pregunté.

Sentí a Doyle acercarse aún más a mí, y Frost rodeó el escritorio para unirse a Rhys al lado del hombre, no como guardaespaldas sino más bien como carceleros.

Donal le echó a Frost una ojeada nerviosa, pero dijo…

– Sí, y he visto cómo trabajan. No es un robo permanente. Es como si la varita pudiera cargarse con magia, y esa magia funcionara como una batería. Luego ellos absorben ese poder, y la varita lo pierde.

– Entonces tienes que seguir recargándola -le dije.

Asintió.

– ¿Cómo roba el poder? -le pregunté.

– Tocándolos con ella, pero él tenía la teoría de que si los mataba, la varita podría absorber más poder. Parecía creer que si pudiera tomar el alma de la persona, toda su magia entraría en la varita.

– ¿Funcionó? -preguntó Doyle.

– No lo sé. Cuando comenzó a hablar como un loco corté toda relación con él. No quise saber ya nada más de él. Después de lo que pasó con Alistair, aprendí que a veces este tipo de gente no habla por hablar. A veces, las personas que uno piensa que son tus amigos realmente hacen cosas mucho más terribles que aquéllas de las que hablan. No alardean; a veces es sólo locura.

– ¿Por qué no fuiste a la policía? -le pregunté.

– ¿Y decirles qué? Apenas escapé sin cargos la última vez, por lo que cuando las cosas se ponen mal soy el primer sospechoso, pero además no estaba seguro de que él fuera a probar su teoría. No podía decirle a la policía lo que pensaba que él podría hacer; ¿y si nunca lo hacía? Él es uno de sus magos, por el amor de Dios. Ellos le creerían a él antes que a mí.

– Entonces vienes a nosotros porque tienes miedo de ir a la policía.

– Sí, pero es más que eso, vosotros entendéis la magia y el poder mejor que ellos. Ni siquiera sus otros magos están a vuestro nivel.

– ¿Qué te hizo cambiar de opinión? ¿Qué te hizo pensar que podrías hablar con nosotros? -inquirí.

– Los asesinatos de los semiduendes. Tengo miedo de que mi ex-amigo esté detrás de ellos.

– ¿Qué te hace pensar eso?

– Obtendría mucho poder de matar a un supuesto inmortal, ¿verdad?

– ¿Tiene tu amigo esa clase de poder?

– No, pero su novia sí lo tiene. Ella es una cosita pequeña y uno piensa que es inofensiva y linda. Un poco enferma, pero linda.

– ¿Ella está enferma, mentalmente enferma?

– Bueno, sí, pero lo que quiero decir es que es la relación la que está enferma. Quiero decir, ella es un semiduende y él es de mi tamaño.

– ¿Ella no es uno de los que pueden cambiar de tamaño? -le pregunté.

Él sacudió la cabeza.

– No, pero desea hacerlo, y por eso odia a todos los duendes que pueden disimular lo que son mientras que ella no puede hacerlo.

– ¿No tiene suficiente encanto para ocultarlo?

– Puede hacerse pasar por una mariposa, pero realmente no se maneja muy bien con el encanto, y las personas casi siempre pueden ver a través de sus ilusiones. He conocido a otros que eran mucho mejores que ella usando el encanto.

– Entonces la varita no era para él, era para ella -comenté.

Él asintió.

– Sí, y funcionó. La última vez que la vi, era mucho más poderosa. Ella usó el encanto conmigo, hizo que… la quisiera… que la viera… mucho más grande, pero ella no lo era. Yo… -Él estaba obviamente avergonzado.

Se inclinó sobre el escritorio, alargando una mano, suplicando…

– Hice cosas. Cosas que no quería hacer. -Él sacudió la cabeza. -No, no, no vas a creerme. Puedo verlo en tus ojos.

Quería que él nos contara todo lo que sabía, y yo le diría a la policía que él había venido voluntariamente. Teníamos permitido usar la magia para ayudar a nuestros clientes. ¡Qué demonios! ésa era una de las razones por las que nuestra agencia era conocida, y sabía que estaba justificando lo que iba a hacer después.

Me levanté para poder rodear el escritorio y tocar su mano.

– Está bien, sé lo que puede llegar a afectar el poder de un semiduende.

Él miró mi mano en la suya.

– ¿Puedo sostener tu mano?

– ¿Por qué quieres hacerlo?

– Porque estoy ciegamente enamorado de las hadas, soy un adicto a su contacto y sostener tu mano sería mucho más de lo que alguna vez pensé que podría llegar a hacer.

Estudié sus ojos. Había dolor allí y era real. Pensé en ello, y supe que cuanto más me tocara, más probabilidades habría de que nos lo contara todo. Si realmente era un adicto a las hadas, dejar que me tocara nos daría acceso a todos y cada uno de sus secretos. Acepté…

– Sí.

Tomó mi mano en la suya, y su mano temblaba como si el gesto fuera mucho más importante de lo que debería de haber sido. Frost le tocó en el hombro, pero en vez de tener miedo, Donal le miró como si el roce fuera maravilloso. Tenía que estar realmente mal.

– Mi terapeuta dice que estoy jodido porque miraba pornografía feérica cuando tenía doce años. Dice que por eso soy un adicto a las hadas, y todos mis intereses se centran en los sidhe, porque los vi brillar en la pantalla cuando mi sexualidad se estaba formando. -Dejó de mirar a Frost para mirarme a mí, y su mirada parecía atormentada. -Una vez que he visto cómo dos de vosotros iluminan una habitación, ¿cómo puede compararse cualquier humano?

Parpadeé hacia él.

– Lo siento. No sabía que algún sidhe hubiera hecho pornografía.

Rhys contestó…

– Aparecieron unos cuantos al mismo tiempo que Maeve Reed, pero no tenían su capacidad de interpretación.

Eché una ojeada hacia él.

– ¿Me estás diciendo que actualmente hay algún sidhe que actúa en películas pornográficas?

Él asintió.

– Infiernos, hay hasta un Glimmer porno.

– Royal lo mencionó anoche -le dije.

– Puedes apostarlo -dijo Rhys.

Le dirigí una mirada poco amistosa.

– Lo siento -dijo él.

Sostuve la mano de Donal y sentí su felicidad ante ese ligero roce. Ser adicto a las hadas era para un humano algo realmente terrible. Significaba que nada ni nadie podía satisfacer esa necesidad. Algunos humanos se habían consumido por la falta de nuestro contacto, aunque esta situación se daba, generalmente, con humanos que habíamos capturado e integrado en el mundo de las hadas, y que luego habíamos liberado o se habían escapado, porque nadie escapaba real y definitivamente del mundo feérico. Ocurría en tiempos lejanos, mucho antes de que yo naciera, pero el humano quedaba arruinado para tener una vida normal. Anhelando cosas que los humanos no podrían darle.

Entonces pensé en algo.

– Rhys, ¿cómo averiguaste lo del Glimmer porno?

– Cuando vimos la película de Constantine había algunos extras en la película que eran duendes.

– Por eso ella quería ser grande -aclaró Donal -Para poder tener relaciones sexuales con él. Ella fue una “chica cámara” durante un tiempo.

– ¿Qué hace una “chica cámara”?

– Trabajan en un sitio web donde puedes ver a semiduendes jugando consigo mismos, con otros semiduendes y a veces, incluso con humanos. Para acceder te suscribes como a cualquier página pornográfica.

– ¿Y eso hacía su novia para ganarse la vida? -le pregunté.

– Se conocieron a través de la web. Ella rompió las reglas saliendo con un cliente y la despidieron.

– Entonces una “chica cámara” es una semiduende.

– No sólo semiduendes, también humanas. Son sólo muchachas que uno puede pagar y que actúan representando tus fantasías -dijo Rhys.

Donal asintió.

– ¿Y cómo sabes tú todo esto, Rhys? -pregunté.

– Tengo una casa fuera del mundo feérico, Merry, ¿te acuerdas? Cuando a uno no le permiten tocar a alguien más, la pornografía es una cosa maravillosa.

Eché un vistazo a Doyle.

– Pensé que la reina no dejaba que los guardias se dieran placer a sí mismos.

– Ella impuso esa regla sólo a sus hombres de más confianza. Considerándolo ahora, creo que sólo a los hombres que ella pensó que podría volver a querer algún día.

– ¿Debería sentirme insultado? -preguntó Rhys.

– No, deberías sentirte feliz. Al menos tú obtenías una liberación.

Rhys asintió.

– Honrada y suficiente.

– ¿Los viste matar a alguien? -pregunté.

– No, juro que habría ido a la policía.

– ¿Entonces, por qué estás seguro de que ellos lo hicieron?

– Fue cuando averigüé quiénes eran los semiduendes que murieron. Ella odiaba a unos porque podían transformarse y jugar a ser humanos, y odiaba a otros porque eran más poderosos que ella, pero sólo a veces. Unas veces eran sus amigos, pero en otros momentos parecía odiarlos. Realmente se ganó su nombre.

– ¿Qué nombre? -le pregunté.

– Bittersweet. A veces ella se hacía llamar Sweet [30] y lo era, pero antes, en otros tiempos, ella se llamaba Bitter [31], y estaba medio loca.

Tuve uno de esos momentos en los que las cosas parecen encajan en su lugar, como si fueran un puzzle. Ella no era nuestro testigo, era uno de nuestros asesinos, pero… ¿por qué había perdido el tiempo? ¿Por qué no se marchó?

– Ella pretendió ser un testigo de los primeros asesinatos -comenté.

– Puede que no estuviera fingiendo -dijo Donal.

– ¿Qué quieres decir?

– Si hizo cosas malas como Bitter, y cuando volvió en sí era Sweet, estaría confusa. Ella te diría que nunca haría esas cosas horribles. Al principio pensé que actuaba, pero finalmente comprendí que ella realmente no lo recordaba.

– ¿Puede un semiduende ser un bogart? -preguntó Rhys.

– Pensé que sólo los brownies podrían ser como Jekyll y Hyde -dije.

– Ella era mitad brownie -aclaró Donal. -Dijo que era como Thumbelina [32], que su madre era de tamaño normal, pero que ella era del tamaño de su pulgar. Su hermana es de talla normal, pero se parece a una brownie.

Recordé el mensaje de Jordan cuando salió del sueño inducido por los calmantes.

– Thumbelina quiere ser grande.

– ¿Y su padre? -pregunté.

– Es un semiduende que puede cambiar de tamaño hasta casi llegar al humano. Ella tiene a un hermano así, también.

– ¿Cuál es el nombre de la hermana? -indagué.

Él nos lo dijo, pero no era el de nuestra víctima. Tuve otra idea.

– ¿Su madre y hermana se hicieron cirugía plástica para reconstruir sus caras?

– Parecen humanas, narices, bocas, y todo eso. Y los duendes se curan mucho mejor que los humanos, por lo que el resultado de la cirugía es realmente bueno.

– Así que su madre y hermana, aunque brownies, ¿pueden pasar por humanas?

Él asintió.

– Si su padre y hermano pudieran esconder sus alas, entonces también podrían.

– ¿Ella es la única que no puede efectuar el cambio? -pregunté.

Volvió a asentir, mientras comenzaba a frotar mis nudillos con su pulgar. Luché para no separarme de él, porque si era un adicto a las hadas, y se había convertido en eso sólo por ver esas películas, entonces, de alguna forma, toda su vida había sido arruinada por alguien de nuestro pueblo.

Miré a Rhys.

– ¿Has visto pornografía sidhe?

– Alguna -dijo él.

– ¿Podría bastar para hacer que un humano se convirtiera en adicto a las hadas?

– Sólo en el caso de que fuera impresionable, pero que fuera un crío empeoraría las cosas. -Él miró al hombre que estaba sentado en nuestra oficina y sólo asintió con la cabeza. Sí que lo creía.

– Danos el verdadero nombre de Liam -le pedí.

– ¿Me crees?

– Lo hago.

Él sonrió y pareció aliviado.

– Steve Patterson, y es sólo Steve, no Steven. Él siempre odiaba que su primer nombre fuera un apodo.

Retiré mi mano y él me dejó ir de mala gana.

– Tengo que llamar a la policía y darles el nombre.

– Lo entiendo. -Pero sus ojos se llenaron de lágrimas y se giró para mirar fijamente a Frost, quién todavía tenía la mano en su hombro. Era como si cualquier contacto que viniera de nosotros fuera mejor que ningún toque.

Llamé a Lucy y le dije todo lo que teníamos.

– ¿Crees que este Donal no estuvo implicado?

Le vi mirar fijamente a Frost como si éste fuera la cosa más hermosa del mundo.

– Sí, lo creo.

– Bien, te avisaré cuando tengamos a Patterson. No puedo creer que fuera uno de los nuestros. Los medios se van a poner las botas.

– Lo siento, Lucy… -pero yo ya hablaba al aire. Ella estaba ya de camino, preparándose para atrapar a nuestro asesino y nosotros estábamos abandonados aquí con Donal, quién había sido condenado a la temprana edad de doce años a querernos. ¿Quién iba a decirnos que nuestra magia también surtía efecto en las películas? ¿Y habría alguna cura para ello?

CAPÍTULO 43

PATTERSON NO ESTABA EN SU CASA, NI EN EL TRABAJO, NI en ningún otro sitio donde la policía le buscó. Simplemente había hecho las maletas y había desaparecido. Pero era más fácil encontrar en Los Ángeles a un hombre humano que a una semiduende del tamaño de una Barbie. Pusieron sus fotografías en las noticias como personas de interés [33] que podrían tener información sobre los asesinatos. Tenían miedo de lo que la comunidad duende les podría hacer si las noticias sacaban a relucir que ellos eran nuestros presuntos asesinos. Yo tenía sentimientos encontrados sobre ahorrar a los contribuyentes el coste de un juicio que acabaría siendo apelado.

Esta noche soñé con la última escena del crimen. Pero era Royal el que estaba suspendido de lo alto del arco, su cuerpo colgando inerme y muerto, luego abrió los ojos, pero estaban nublados, como los ojos de los muertos. Desperté gritando su nombre, empapada en un sudor enfermizo.

Rhys y Galen habían intentado consolarme para ver si podía volver a conciliar el sueño, pero no podía volver a dormir hasta que despertaran a Royal y me lo trajeran. Tenía que verle vivo antes de poder volver a dormirme.

Me desperté entre Rhys y Galen, con Royal enroscado sobre la almohada, al lado de mi cabeza. Se parecía… bueno, de alguna forma parecía estar a medio camino entre ser el objeto de un sueño infantil o una fantasía muy adulta.

Él despertó con una sonrisa perezosa y me dijo…

– Buenos días, Princesa.

– Siento haberte despertado anoche.

– Que te importe lo suficiente para llegar a preocuparte no es algo malo.

– Es demasiado temprano para hablar -masculló Galen desde su almohada, acurrucándose luego en la cama para poder así esconder sus ojos contra mi hombro.

Rhys se dio la vuelta, dejando caer un brazo a medias sobre mi cintura y a medias sobre Galen. Podía notar que estaba despierto, pero si quería fingir lo contrario, allá él.

Royal y yo bajamos la voz, y él se movió por la almohada para así poder acurrucarse contra un costado de mi cara y susurrar en mi oído.

– Los otros semiduendes están celosos -dijo.

– ¿Del sexo? -Susurré.

Él acarició con su mano la curva de mi oreja de la misma forma que un amante de mayor tamaño podría acariciar un hombro.

– Por eso, aunque ser capaz de crecer en tamaño es un raro don entre nosotros. Nadie en esta casa puede hacerlo excepto yo. Ellos se preguntan si el pasar una noche contigo les proporcionaría el mismo poder.

– ¿Qué piensas tú? -le pregunté.

– No sé si quiero compartirte con ellos, y además soy como todos los nuevos amantes, celoso y enamorado. Incluso nos han llegado a abordar semiduendes que no son de los nuestros. Quieren saber si es verdad que he obtenido tal poder.

Rhys alzó la cabeza, adiós al fingimiento.

– ¿Qué les dijiste?

Royal se sentó al lado de mi cara, rodeándose las rodillas con los brazos.

– Que era verdad, pero ellos no me creyeron hasta que se lo mostré.

– Entonces puedes hacerlo a voluntad -comentó Rhys.

Él asintió feliz.

– ¿Qué pensarías que ocurriría si nos acercáramos al Fael y cambiaras delante de todos?

– Que a Merry le darían la lata todos y cada uno de los semiduendes que quisieran ser más grandes.

Miré a Rhys, y Galen levantó la cabeza.

– No, Rhys, no -exclamó Galen.

– Han pasado dos días y la policía todavía no tiene ninguna pista de su paradero -dijo Rhys.

– No vas a poner a Merry de cebo para esos monstruos.

– Creo que eso debería decidirlo Merry -aclaró Rhys.

Galen giró su enojado rostro para mirarme.

– No lo hagas.

– Creo que Bittersweet no sería capaz de resistirse -dije.

– Eso es exactamente lo que me da miedo -dijo él.

– Tendríamos que hablarlo con la Detective Tate -dijo Rhys.

Galen se apoyó sobre los codos y nos miró.

– Despertaste gritando, Merry. Eso sólo después de ver a sus víctimas. ¿Realmente quieres ponerte como cebo ofreciéndote como una víctima potencial para ellos?

La verdad sea dicha, no, pero en voz alta dije…

– Sé que no quiero tener que ir a otra escena del crimen, especialmente si tenemos la posibilidad de desenmascararlos.

– No -sentenció Galen.

– Hablaremos de esto con Lucy -le dije.

Él se arrodilló en la cama, e incluso estando desnudo y absolutamente atractivo, estaba tan enfadado que no me pareció sexy.

– ¿Es que aquí no cuenta mi voto en absoluto?

– ¿Qué tipo de gobernante sería si me mantuviera al margen y dejara que más duendes murieran?

– Dejaste la maldita corona por amor; bien, no hagas esto por la misma razón. Te amo, te amamos, y este humano tiene alguno de los aparatos más poderosos de los que algunos de los más viejos de entre nosotros han visto en siglos. No sabemos de lo qué es capaz, Merry. No hagas eso. No te pongas en peligro a ti misma y a nuestros bebés.

– Puede que la policía no permita que actúe como señuelo. Ya les preocupa que pueda salir lastimada por los medios de comunicación…

– Y aunque la policía lo prohíba, pasarás de todo e irás al Fael para exhibir a Royal, ¿no es cierto?

No dije nada. Rhys me miraba a mí, no a Galen. Royal sólo estaba allí sentado como si esperase a ver lo que decidirían los sidhe, como todos los de su clase habían hecho durante siglos.

Galen salió de la cama y recogió su ropa del suelo donde ellos la habían dejado caer anoche. Nunca le había visto tan disgustado.

– ¿Cómo puedes hacer esto? ¿Cómo puedes arriesgarlo todo de esta manera?

– ¿Realmente quieres ver otro asesinato? -le pregunté.

– No, pero sobreviviría. A lo que no estoy seguro de sobrevivir es a ver tu cuerpo en un depósito de cadáveres.

– Vete -le dije.

– ¿Qué?

– Que te vayas.

– No puedes asustarla así antes de una batalla -dijo Rhys.

– ¿Qué demonios significa eso? -preguntó Galen.

– Significa que está asustada y no quiere hacerlo, pero que lo hará por la misma razón que nosotros cogemos un arma y corremos hacia la batalla, y no nos alejamos de ella.

– Pero somos sus guardaespaldas. Se supone que nosotros corremos hacia su problema. Ella es a quién se supone que nosotros debemos mantener a salvo. ¿No es parte de nuestro trabajo impedirle que corra esos riesgos?

Rhys se sentó, tirando de la sábana sobre su regazo y parte de mi cuerpo.

– A veces, pero antaño montábamos a caballo hacia la batalla al lado de nuestros líderes. Ellos iban al frente, no en la retaguardia. El único fracaso para la guardia era no morir al lado de su rey, o que muriera antes de que lo hiciéramos nosotros.

– No quiero que Merry muera de ninguna manera.

– Ni yo tampoco, y arriesgaré mi vida para que eso no llegue a pasar.

– Es una locura. No puedes hacerlo, Merry, no puedes.

Sacudí la cabeza.

– Espero no tener que hacerlo, pero tu ataque de histeria no hace que me sienta mejor.

– Bien, porque no deberías sentirte mejor por ello. No deberías hacerlo en absoluto.

– Sólo vete, Galen, por favor, vete -le pedí.

Se fue, todavía con su ropa hecha un revoltijo en sus brazos, desnudo y mostrando su hermosa espalda salió por la puerta, cerrándola de golpe detrás de él.

– Estoy asustada -dije.

– Me sentiría preocupado si no lo estuvieras -indicó Rhys.

– Eso no es muy consolador -musité.

– Ser un líder no es siempre cómodo, Merry. Tú sabes eso mejor que cualquier líder de los que hemos tenido desde que aterrizamos en este país.

Royal, de repente, se hizo lo bastante grande para sostenerme. Me envolvió entre sus brazos, sus alas chasquearon detrás de él en un abanico de rojos y negros, como hacen las polillas cuando quieren espantar a un depredador.

– Dime que no debo mostrar mi nuevo poder y lo esconderé.

– No, Royal, queremos que ellos lo sepan.

Él presionó su cara contra la mía y miró a Rhys.

– ¿Realmente es tan peligroso?

– Podría serlo -contestó él.

– Mi voto sumado al del caballero verde no os hará cambiar de opinión, ¿o podría?

– No -sentencié.

– Entonces haré lo que tú quieras, mi princesa, pero debes prometerme que nada te pasará.

Sacudí la cabeza, mis manos se alzaron por su espalda hacia las delicadas, rígidas y extrañas alas.

– Soy un miembro de la familia real hada. No puedo hacer una promesa que sé que no puedo llegar a cumplir.

– Debemos hablar con Doyle y los demás -comentó Rhys. -Quizás tengan un plan un poco más seguro.

Estuve de acuerdo. Royal también, pero al final nadie tuvo un plan mejor.

CAPÍTULO 44

EL MIÉRCOLES FUIMOS Al FAEL Y ROYAL NOS HIZO UNA exhibición de su nuevo talento. Alice, la camarera de barra, le tiró rápidamente una toalla encima y él quedó decentemente cubierto tal como exigían las leyes humanas. La multitud de semiduendes de la tetería estaba fuera de sí y revoloteaba a su alrededor, y cuando él contó cómo había adquirido ese poder, se abalanzaron sobre mí. Fui cubierta por pequeñas manos, minúsculos cuerpos, todos con deseos de tocarme, enganchándose en mi pelo, y gateando sobre mi ropa. Tuve que arrancar a una pequeña hembra del interior de mi blusa, ya que se había anidado entre mis pechos.

Por un momento me sentí claustrofóbica con tantos cuerpos pequeños a mi alrededor. Doyle, Rhys, y los demás me ayudaron a separarme de ellos y regresamos a casa dejando la trampa tendida. Nunca estaba en ningún lugar, ni siquiera en casa, sin que al menos tuviera a cuatro de mis guardias conmigo. Yo estaba protegida, pero en lo qué no habíamos pensado era en que teníamos amigos en Los Ángeles, gente por los que me preocupaba, y a los que no habíamos dado protección.

Me estaba preparando para ir a la cama. Doyle observaba mientras me lavaba los dientes, lo que me parecía una precaución excesiva, pero ya que no sabíamos demasiado sobre lo que podrían llegar a hacer los artilugios mágicos de Steve Patterson, no discutí. Aunque eso de no tener siquiera un sólo minuto a solas se me estaba haciendo eterno, y eso que sólo habían pasado tres días.

Mi móvil sonó en el dormitorio. Grité…

– ¿Alguien puede cogerlo?

Frost vino con mi teléfono, acercándomelo. La pantalla mostró que era Julian. Contesté y dije…

– Hey, Julian, ¿no tienes bastante de mí en el trabajo?

– No soy tu amigo -dijo una voz de hombre que no reconocí.

– ¿Quién eres? -pregunté. Tuve uno de esos momentos donde uno sabe que algo malo está a punto de pasar, pero no hay nada que puedas hacer para evitarlo porque ya está todo decidido de antemano.

– Ya sabes quién soy, Princesa.

– Steve, ¿verdad?

– ¿Ves? Sabía que me reconocerías.

Los hombres que estaban conmigo sólo escuchaban.

– Me pregunto… ¿cómo conseguiste el móvil de Julian?

– También sabes la respuesta -dijo él, con una voz que era demasiado controlada. No fría, pero carecía de miedo, o de emoción. No me gustó que nada se dejara ver a través del teléfono.

– ¿Dónde está? -le pregunté.

– Eso está mejor. Está con nosotros. Los humanos son más fáciles de secuestrar con mi magia que los duendes.

– Déjame hablar con Julian.

– No -contestó.

– Entonces creeré que está muerto, y si está muerto, nada tienes con lo que negociar.

– Quizás es sólo que no quiero dejar que hables con él.

– Quizás, pero si no hablo con él entonces quiere decir que está muerto. Algo salió mal en tu plan de secuestrarle y puede que ahora esté muerto. -Mi propia voz sonaba impasible, sin parecer excitada o asustada. Quizás es que tras el primer sobresalto ya no te queda la energía suficiente para continuar en ese estado de tensión que se da en los primeros momentos de una situación de emergencia. Tal vez era lo que le pasaba a Patterson también.

Oí un sonido al otro lado de la línea que no estaba segura de identificar, y entonces escuché la voz de Julian…

– Merry, no vengas. Ellos van a… -supe lo que fue el siguiente sonido, carne golpeando carne. Lo había escuchado bastantes veces para poder identificarlo.

– Le he amordazado otra vez. Prometo no matarle si vienes y haces que Bittersweet sea tan grande como tu Royal.

– No puedo garantizar que la magia funcione con todos los semiduendes -dije.

– Es en parte brownie. En su ascendencia, hay la genética apropiada para poder ser más grande, tanto su padre como su hermano pueden hacerlo. Ella puede ser lo que quiera ser. -Ahora había emoción en su voz. Esto quería creerlo. Era su mentira, era un modo para estar con su amor y no matarla en el intento. Él tenía que creerlo, como yo tenía que creer que él no mataría a Julian.

– Puedo intentarlo, pero Julian tiene que quedar en libertad, tanto si esto funciona, como si no.

– De acuerdo -dijo, y su voz de nuevo no expresaba ninguna emoción. Estaba casi segura de que mentía. -Ven sola -añadió.

– Eso no puedo hacerlo. Ya lo sabes.

– Has visto el trabajo de Bittersweet. Puede ser muy creativa, Princesa. -Se oyó otro sonido que no pude identificar, y luego otro sonido proferido por un hombre. No fue un grito, pero tampoco fue un sonido muy alentador.

Oí la voz más alta y estridente de una mujer…

– ¡Grita para mí, humano, grita para mí!

La voz de Julian me llegó ronca y baja por el esfuerzo. Sabía que se debía a la fuerza con que luchaba para no gritar.

– No -dijo, con voz serena y clara.

Oí a Steve gritar…

– No, Bitter. Si le matas, ella no te hará más grande.

Ahora la voz de ella sonó como un quejido agudo.

– Cortaré sólo esta parte. No lo echará a faltar.

– Si le lastimáis demasiado no habrá nada que salvar -dije, y ahora fue mi turno para que la tensión se reflejara en mi voz. Joder.

– Bitter, quieres ser grande, ¿o no?

– Sí. – Y su voz cambió. -Oh, Dios, ¿qué he hecho? ¿Dónde estamos? ¿Qué pasa? Steve, ¿qué pasa?

– Tienes que venir esta noche. Nada de policía o morirá. Nada de guardias o morirá.

– No me dejarán venir sin guardias. Estoy embarazada de sus hijos. No me dejarán ir sola. -Hacía días que habíamos tenido esta conversación y Galen había ganado ese punto. Si los tipos malos llamaban y querían que fuera sola a encontrarme con ellos, no lo haría.

Bittersweet estaba llorando, y por el sonido parecía que estaba llorando sobre el hombro de Steve, cerca de su oído. Al menos, en esta faceta de su personalidad no le haría daño a Julian. De hecho, levanté la voz y le dije…

– Bittersweet, soy la Princesa Meredith. ¿Te acuerdas de mí?

– Princesa Meredith -dijo ella y su pequeña voz sonó más cerca del teléfono – ¿Por qué estás hablando con Steve?

– Él quiere que yo te haga más grande.

– Sí, como hiciste con Royal -dijo ella y ahora su voz sonaba más calmada mientras hablaba.

– Él dice que si no lo hago matará a mi amigo.

– Sólo quiere que nosotros podamos ser capaces de amarnos el uno al otro.

– Lo sé, pero dice que torturarás a mi amigo si no lo hago.

– Oh, yo nunca podría… -y luego debió ver algo, ya que comenzó a emitir pequeños gritos. -Sangre, estoy manchada de sangre, ¿qué hice? ¿Qué pasa? -Su voz se hizo más lejana y Steve estuvo de vuelta al teléfono.

– Te necesito para esta noche, Princesa.

– Ella necesita ayuda, Steve.

– Sé lo que ella necesita -dijo el, y otra vez había emoción en su voz.

– Deja que Julian se vaya.

– Deberías de haber protegido mejor a tus amigos y amantes, Meredith.

Comencé a decir que Julian no era mi amante pero Doyle me tocó el brazo y sacudió la cabeza. Confié en su juicio y sólo dije…

– Créeme, Steve, Sé que metimos la pata.

– Nos encontraremos esta noche. Puedes traer a dos guardias, pero si siento que están lanzando algún hechizo entonces le pegaré un tiro en la cabeza a tu amante. Es humano; no se curará.

– Sé que él es humano -le dije.

– ¿Cómo es en la cama, por qué te acuestas con un humano? – preguntó él.

Pensé que no era una pregunta sin importancia para Steve.

– Es mi amigo.

– ¿Le amas?

Vacilé porque no estaba segura de qué respuesta mantendría seguro a Julian.

Doyle asintió.

– Sí -le contesté.

– Entonces ven con sólo dos guardias y ninguno de ellos puede ser Oscuridad o el Asesino Frost. Si veo a cualquiera de ellos, simplemente le pegaré un tiro.

– De acuerdo. No les llevaré conmigo como mis guardias. Ahora, ¿dónde debo encontrarme contigo?

Él me dio una dirección. Lo anoté en un papel que Frost me había acercado a la cama, y se lo repetí para que no hubiera ningún error. En más de una ocasión se habían perdido vidas por culpa de un error al tomar nota.

– Estad ahí a las ocho. Si a las ocho y media no estáis asumiremos que no vais a venir y dejaré que Bitter haga lo que a ella tanto le gusta. -Bajó la voz y susurró… -Viste los últimos cuerpos. Está mejorando a la hora de asesinar. Ahora lo disfruta. Ya ha escogido una nueva ilustración y esta vez no es de un cuento para niños.

– ¿De qué estás hablando?

– Es de un libro de texto, una imagen de un libro de anatomía. No llegues tarde. -El teléfono quedó muerto en mi mano.

– ¿Oísteis lo último? -Pregunté.

Lo habían hecho.

– ¡Joder! No pensé que Julian pudiera estar en peligro. ¿Por qué él?

– Fue el día en el que te arrimaste a él en la calle, cuando todo el mundo estaba mirando -aclaró Rhys.

– Había magos de la policía en la escena. Rhys, él podría haber estado trabajando en su propia escena del delito.

– Tiene sentido.

– Y sí ellos estuvieron observando la casa, saben que él se quedó y no se marchó hasta la mañana siguiente -puntualizó Doyle.

– Él ha estado viviendo con otro hombre durante más de cinco años. ¿Por qué no asumieron que dormiría con uno de vosotros?

– Porque Steve Patterson es heterosexual y debido a eso, antes pensará que fue con una mujer que con un hombre -dijo Rhys.

– Un libro de medicina. Ella va a matarle.

Rhys estaba apoyado en la entrada mientras Frost y Doyle se miraban el uno al otro.

– La cuestión es… ¿están ellos en esta dirección o van llevarse a Julian al punto de encuentro? -preguntó Rhys.

– ¿Qué le decimos a Lucy? ¿Se lo decimos a la policía? -pregunté.

Los hombres se miraron. Doyle dijo…

– Si no mezclamos a la policía podemos simplemente matarlos. No me quieren a tu lado, eso es bueno. Soy la Oscuridad. No me verán hasta que sea demasiado tarde.

– Si sólo planeamos matarlos, es más fácil -aclaró Rhys-. Más simple.

– ¿Cuál de las dos situaciones le da a Julian más posibilidades de salir sano y salvo? -Pregunté.

Otra vez intercambiaron miradas.

– La policía, no -aclaró Doyle.

Rhys asintió.

– Nada de policía.

Frost me abrazó, y susurró contra mi pelo…

– Nada de policía.

Y así, de esta manera, el plan cambió otra vez. No llamaríamos a la policía. Sólo los mataríamos. Debería de haber sido lo bastante humana para que esto me molestara, pero seguía oyendo la voz de Julian al teléfono y la voz de Bitter pidiéndole que gritara para ella. Seguía viendo a sus víctimas. Recordé mi sueño con Royal muerto de esa manera. Pensé en lo que ellos planeaban hacerle a Julian o lo que podrían estar haciéndole justo ahora. No me sentí mal cuando planeamos cómo llegar a esa dirección, explorarla sin ser descubiertos, y decidir la mejor manera de salvar a Julian. Si podíamos cogerlos vivos, lo haríamos, pero teníamos una única prioridad: sacar a Julian tan ileso como fuera posible, y si había muertos, que fueran Steve y Bittersweet. A partir de ahí, cualquier cosa era posible.

Rhys tenía razón. Era mucho más simple.

CAPÍTULO 45

LA DIRECCIÓN CORRESPONDÍA A UNA CASA EN LAS COLINAS. Era una casa bonita, o lo había sido antes de que el banco la embargara y el mercado de la vivienda se derrumbara. Aparentemente nuestros asesinos en serie estaban ocupando la casa ilegalmente. Me pregunté qué harían si el agente inmobiliario se presentara de improviso con unos potenciales compradores. Probablemente mejor que eso no ocurriese.

Sholto regresó a Los Ángeles. Él era El Señor de Aquello Que Transita por el Medio. El espacio que había entre la fila de árboles y el patio de la casa era un lugar intermedio, lo mismo que allí donde la playa chocaba con el océano, o donde un campo cultivado colindaba con tierra virgen. Él podía traer a más de una docena de soldados hasta el mismo borde del patio. Pero eso era lo más cerca que podía llegar. Doyle se había encargado de inspeccionar el área y había encontrado que la casa estaba repleta de protecciones mágicas. Era una mezcla de magia humana y duende, mejor que cualquiera que hubiera visto en años, lo cual podía considerarse un elogio.

Eso quería decir que no podíamos abandonar nuestras protecciones y confiar en que no íbamos a necesitar a Sholto y sus refuerzos, quizás tendríamos que esperarnos hasta que llegaran para tirar abajo las paredes. Vendría con los Gorras Rojas porque a ellos las defensas mágicas no los detendrían. Sólo evitarían las ventanas y las puertas, que era lo que estaba más fuertemente protegido, y abrirían nuevas puertas en las mismas paredes donde no había defensas. Los semiduendes eran fuertes, pero no pensaban en ese tipo de fuerza bruta más de lo que lo hacían los humanos. Era una ventaja para nosotros, pero necesitábamos más.

Frost vendría con Sholto y los Gorras Rojas. Doyle iría en cabeza junto a Cathbodua y Usna, que eran los otros dos guardias de los cuáles, en verdad dijo…

– Pueden pasar inadvertidos casi tan bien como yo. Confiaría en ellos para hacer esto. -Una vez más, un gran elogio.

La pregunta era… ¿quién entraría conmigo como mis dos guardaespaldas? Barinthus pidió ir.

– Te he fallado, Merry. He sido arrogante y de poca utilidad, pero para esto soy ideal. Puedo soportar más lesiones que la gran mayoría de los sidhe. He usado la diplomacia durante siglos, aunque no porque me falte la habilidad para utilizar cualquier arma. -Doyle le había dado la razón en eso.

Barinthus había agregado…

– Y además soy una prueba para casi todo tipo de magia sin importar del tipo que sea.

Yo estudié su rostro, sin estar del todo segura de si no estaría jactándose de nuevo.

– Soy el mar hecho carne, Merry. No se puede incendiar el mar. No se puede secar. Ni siquiera se puede envenenar del todo. Puedes golpearlo, pero el golpe se volverá contra ti. Estar junto al mar me ha devuelto gran parte de mi poder. Permíteme hacer esto para ti. Déjame probar que era digno de ser el amigo de Essus, y que te soy leal.

Al final, tanto Doyle como Frost estuvieron de acuerdo en que él era una buena elección y así se convirtió en uno de los dos.

– El otro tengo que ser yo -dijo Rhys-. Soy el tercero al mando y casi tan bueno con las armas como los dos tipos grandes de aquí, mejor que ellos incluso, con un hacha. Y casi he vuelto a llegar a mi viejo nivel de poder. Puedo matar a un duende con sólo el roce de mi mano, me has visto hacerlo.

– ¿Has intentado hacerlo cuando el mundo de las hadas no está en contacto contigo o con tu víctima? -Pregunté.

Eso nos hizo pensar a todos. Al final él había salido al patio, a una zona que no se había convertido en parte del mundo feérico y encontró un insecto. Se aseguró de que a los semiduendes no les importaba que hiciera la prueba, y entonces lo tocó y le dijo que muriera. El insecto rodó patas arriba, convulsionó una vez, y murió.

– Ahora, si tan sólo recuperara también mis poderes de sanación -dijo Rhys.

Doyle había estado de acuerdo, pero para el trabajo de esta noche la muerte nos iría mejor. A las seis de la tarde teníamos nuestro plan montado y bastante gente para hacerlo funcionar. Es por eso que los reyes y las reinas necesitan a centenares de personas. A veces, necesitas soldados.

Sholto nos daría un poco de tiempo y después sacaría a todo el mundo por la pared al patio y los conduciría a otro patio a muchos kilómetros de distancia. Yo sabía que él lo podía hacer, y luego tendríamos toda la ayuda que necesitáramos, aunque durante unos pocos minutos, tendríamos que bastarnos a nosotros mismos. Barinthus y Rhys como mis guardias, y Doyle, Usna, y Cathbodua, que eran los que tenían la mayor probabilidad de pasar inadvertidos en la casa.

Algunos de nuestros semiduendes se mezclaron con los insectos locales en el límite de la propiedad en un macizo de flores silvestres cerca de la casa. Se suponía que nos harían saber si Bittersweet se volvía demasiado amarga demasiado pronto y comenzaba a cortar a Julian. Era lo único que podíamos hacer.

Doyle, Cathbodua, y Usna se fueron antes que nosotros en uno de los coches. Doyle me envolvió en sus brazos y yo recosté la cabeza contra su pecho para poder oír el lento y profundo latido de su corazón. Inhalé su olor como si necesitara memorizarlo.

Él me alzó la cara para poder besarme. Había mil cosas que quería decirle, pero al final, sólo dije lo más importante…

– Te amo.

– Y yo a ti, mi Merry.

– Ni se te ocurra morirte -le dije.

– Ni a ti.

Nos besamos otra vez y volvimos a declarar nuestro amor, y eso fue todo. De entre toda la gente que me preocupaba era la persona más importante para mí y marchaba para intentar atravesar una de las defensas mágicas más poderosas que se habían visto fuera del mundo de las hadas en siglos. Si podían entrar antes de que llegáramos, atraparían a nuestros tipos malos y rescatarían a Julian, pero si creían que eso haría estallar la alarma antes de poder salvarlo, esperarían. Barinthus, accidentalmente, bueno, más bien a propósito, haría saltar sus protecciones como si hubiera una falsa alarma, y Doyle, Cathbodua, y Usna abrirían brecha en sus defensas al mismo tiempo. Cuando las restauraran, nuestra gente estaría dentro. Ése era el plan.

Cuando fue nuestro turno para marchar, tuve que dar a demasiadas personas un beso de despedida. Demasiados “Te amo” y demasiados “No mueras por mí”. Galen no dijo ni una palabra cuando me abrazó y me dio el beso de despedida. Él acompañaría a Sholto y los demás, y combatiría esta batalla. Desde que habían secuestrado a Julian, ni siquiera había discutido, y ni una sola vez había dicho “Te lo dije”. Le amé más por eso, que por su disposición a derramar sangre para salvar a Julian. Todos haríamos lo que tuviéramos que hacer para salvar a nuestro amigo, pero la mayor parte de los hombres no habrían podido resistirse a soltar un “Te lo dije”.

Rhys conducía, y Barinthus tenía todo el asiento de atrás para él. Yo iba en el asiento de delante [34], aunque no llevaba ninguna escopeta. Llevaba mi Lady Smith porque nos habían dicho que no lleváramos a la policía, o a más de dos guardias; pero no habían dicho nada de no llevar armas, así que todos íbamos armados hasta los dientes.

Llevaba también una navaja plegable en una funda atada al muslo bajo mi falda de verano, no porque pensara que la iba a usar para herir a alguien, sino porque el arma blanca atraviesa la mayoría del encanto. Si en mis venas corriera menos sangre humana o brownie no hubiera sido capaz de soportar el cuchillo pegado a mi piel, pero yo no era solamente una cosa. Era la suma de mis partes. Intenté tranquilizarme y pensar en positivo mientras Rhys conducía colina arriba. Esperaba que lo poco que había cenado no fuera algo que mi cuerpo embarazado fuera a rechazar. No quería vomitar encima de los chicos malos, o quizás, a lo mejor lo hacía. Desde luego, sería una buena causa de distracción.

En caso necesario podría fingir el malestar. Mantuve la idea en reserva, y le recé a la Diosa y al Consorte para que Julian no estuviera malherido y que pudiéramos escapar, sin que ninguno de nosotros saliera lastimado. Ésa fue mi oración mientras conducíamos al amparo de un crepúsculo creciente.

No hubo olor de rosas para acompañar la oración.

CAPÍTULO 46

LLEGÁBAMOS CON VEINTE MINUTOS DE ANTELACIÓN cuando Rhys entró en la pequeña área de aparcamiento sin asfaltar. ¿Qué haces cuando llegas antes de tiempo al punto de encuentro con los secuestradores? ¿Sales? ¿Esperas? ¿Qué diría la Señorita Modales [35] sobre eso? Apostaba a que no lo explicaba en ninguno de sus libros.

Rhys salió primero, después Barinthus. Él me abrió la puerta y me dio la mano mientras salía. Llevaba una fina chaqueta sobre la falda y la blusa de verano para esconder la Lady Smith enfundada en la parte baja de mi espalda. Rhys y Barinthus llevaban los dos ligeras gabardinas para esconder sus armas, sus cuchillos y sus espadas, y Rhys, incluso llevaba una pequeña hacha a su espalda. Algunas de las armas eran, además, mágicas reliquias sagradas. Yo había dejado la mía en casa, porque la espada que había llegado a mis manos tenía sólo un propósito y era matar, y matar de una forma sangrienta. Nosotros intentaríamos fingir que estábamos aquí para otra cosa. Si al final resultaba que tenía que acudir la policía teníamos que poder asegurar que nuestra intención era rescatar a Julian y no matar a Steve y a su pequeña novia. Apostaba a que acabaríamos teniendo que matarlos, pero necesitábamos disponer de un margen de maniobra en caso de que algún vecino llamara a los polis.

Llegamos hasta la puerta como si fuéramos de visita. Casi nos parecía mal tocar el timbre de la puerta y esperar a que contestaran. Doyle nos había llamado en el coche para decirnos que no se habían arriesgado a atravesar las defensas por miedo a que asesinaran a Julian antes de que le pudieran rescatar. Así que cuando atravesáramos la puerta, Barinthus proyectaría la magia suficiente para hacer que se disparasen todas las defensas que tuviesen. Si lo cronometrábamos bien, Doyle y los demás entrarían en ese momento. Y confiaba en Doyle para cronometrarlo bien.

Rhys tocó el timbre. Me habían situado entre los dos. Había recibido órdenes para no dejarme ver hasta que Rhys me autorizara. No podía ver nada pero la puerta se abrió.

La impasible voz de Rhys fue mi primer indicio de…

– El cañón de un arma no es la forma más amigable de recibir a una visita.

– ¿Dónde está la princesa?

– Saluda al tipo, Merry.

Hice un gesto con la mano, saludándole por encima de los anchos hombros de Rhys.

– Muy bien, vamos dentro, pero si intentas algún tipo de magia, tu amigo estará muerto antes de que puedas llegar hasta él. Bittersweet está ahora con él.

No me gustó cómo sonó eso, pero seguí a Rhys a través de la puerta. En el momento que la atravesé las defensas llamearon sobre mi piel con una magia tan poderosa que me quitó el aliento por un momento. Nunca había sentido nada igual, ni siquiera en el mismo mundo de las hadas.

Barinthus entró el último e hizo lo que habíamos planeado. Hizo aflorar su magia proyectándola con fuerza para asegurarse de que las alarmas se dispararían. Pero no era ruido lo que estas alarmas hacían, era magia.

Rhys me mantuvo detrás de él, protegida por su cuerpo.

– Tu sistema de defensas es demasiado sensible para Barinthus. Cálmate, él era Mannan Mac Lir. Su magia es demasiada para confinarla dentro de estas defensas.

Si la apariencia física de Barinthus no hubiera sido tan malditamente espectacular, puede que no hubiera funcionado, pero era difícil clavar la mirada en un hombre de más de dos metros de alto, con el pelo de todos los matices de azul contenidos en todos los océanos del mundo, y ojos azules con pupilas elípticas como los de alguna criatura de las profundidades marinas y no comprender simplemente cuánta magia estaba delante de ti.

Bittersweet llegó zumbando desde el balcón que tenía vistas hacia el enorme salón abierto. Era una de las habitaciones más grandes que había visto alguna vez. La vi llegar por encima del hombro de Rhys mientras él y Barinthus intentaban convencer a Steve Patterson para que bajara el arma.

Llevaba en la mano un cuchillo ensangrentado casi tan grande como ella, y sólo con ver su mirada, me di cuenta de que en ese momento era Bitter, y no Sweet. Estábamos a punto de conocer a su Hyde, cara a cara.

– Viene por detrás, Rhys -dije en voz baja.

– Me preocupa la pistola -musitó él sonriendo entre dientes mientras intentaba apaciguar a Patterson.

Me volví para enfrentarla, y grité…

– Estoy aquí para ayudarte a poder hacer el amor con Steve. -Fue lo único que se me ocurrió decir que pudiera atravesar el deseo de matar que vi en su cara.

Eso hizo que se quedara suspendida en el aire batiendo furiosamente las alas. La sangre goteaba espesa de la punta del cuchillo increíblemente largo. El mango tenía que ser de madera o cerámica para que ella pudiera sujetarlo sin que se le resbalase.

– Están aquí para ayudarnos, Bitter. Te ayudarán a ser lo bastante grande para hacer todo lo que queremos.

Ella pestañeó otra vez como si pudiera oírle pero no fuera capaz de entenderle. Me pregunté si era demasiado tarde para la razón. ¿Habría avanzado su psicosis hasta el punto de que el deseo de matar era más importante para ella que el amor?

– Bittersweet -dijo él-, por favor, cariño, ¿puedes oírme? -Yo no era la única que se preocupaba por ella.

– Bittersweet -dije-, ¿quieres estar con Steve?

Su diminuta cara fruncía el ceño por la concentración y entonces, finalmente, asintió con la cabeza.

– Bien -le dije-. Estoy aquí para ayudarte a estar con Steve de la forma en que deseas estar con él.

Su rostro parecía estar vaciándose al mismo tiempo que se llenaba. La furia parecía ir abandonándola, al mismo tiempo que algo de su personalidad y cordura aparecía en sus ojos, en su cara. El cuchillo cayó de sus manos estrellándose contra el suelo, salpicando gotas de sangre que se estamparon contra mi falda. Hice lo que pude para no estremecerme. No era la sangre lo que me molestaba, sino el pensamiento de que era de Julian.

Bittersweet se miró las manos y el cuchillo caído en el suelo y gimió. Es la única palabra que se me ocurría para describirlo. Fue uno de los peores sonidos que alguna vez he oído provenir de alguien. Contenía desesperación y tormento y una absoluta desesperanza. Si es cierto que existe el infierno cristiano, así debían gemir las personas allí confinadas.

– Steve, Steve, ¿qué he hecho? ¿Qué me has dejado hacer? Te dije que no me dejaras hacerle daño.

– Bittersweet, ¿eres tú?

– Por ahora -dijo ella, y me miró. Había cansancio en su rostro-. Tú no puedes hacerme grande, ¿verdad?

– Podría, pero la diosa tendría que bendecirnos.

– No hay bendición aquí -dijo ella-. La Diosa ya no habla conmigo. -Aterrizó en el suelo y me miró. Estaba desnuda, pero llevaba tanta sangre encima que no había podido asegurarlo hasta que se acercó. ¿Qué le había hecho a Julian? ¿Estaban Doyle y los demás dentro de la casa? ¿Estaban rescatando a Julian?

Ella me tendió la mano. Me arrodillé, mientras Rhys decía…

– Merry, no creo que sea una buena idea.

– Deja el arma en el suelo -dijo Barinthus.

Los hombres siguieron con su baile a tres bandas por la posesión de la pistola, pero para mí el mundo se había reducido a la pequeña figura cubierta de sangre sobre la alfombra. Le ofrecí la mano y ella me rodeó un dedo con su mano diminuta. Intentó usar el encanto conmigo como hacía con algunos humanos, pero realmente no tenía poder suficiente. Era como si hubiera heredado de su padre la apariencia de semiduende, pero su magia fuera brownie. Era muy injusto.

– No se nos puede salvar -dijo.

– Bittersweet, ella te hará grande. Podemos estar juntos.

– Sé que hay algo terriblemente mal en mí -dijo ella, y estaba totalmente serena cuando lo dijo.

– Sí -le dije-. Creo que lograrías con facilidad que cualquier jurado aceptara la enajenación mental como eximente.

Ella sonrió, acariciando mi dedo, pero no era una sonrisa feliz.

– Ahora puedo ver dentro de esa otra parte de mi mente. Quiere hacer cosas terribles. No estoy segura de lo que he hecho y de lo que sólo soñé con hacer. -Ella me acarició otra vez-. Esa otra parte de mí quiere que la hagas grande, pero una vez que lo hagas ella va a arrancar a los bebés de tu cuerpo y a bailar sobre tu sangre. No puedo detenerla, ¿me entiendes?

La miré fijamente, tratando de tragar más allá del pulso que latía en mi garganta.

– Creo que sí.

– Bien. Steve no lo entiende. No quiere creerlo.

– ¿Creer el qué? -Pregunté.

– Que es demasiado tarde. -Ella sonrió con una sonrisa tan triste y cansada… y entonces sonrió de forma completamente diferente. Me mordió el dedo y yo reaccioné sacudiendo con fuerza la mano, enviándola a volar hacia el techo con mi sangre en su boca. Ella se lanzó a por el cuchillo en el suelo y un montón de cosas ocurrieron a la vez.

Steve gritó algo y la pistola se disparó. El ruido fue atronador en un cuarto cerrado, y yo me quedé medio sorda mientras la veía recoger el cuchillo y abalanzarse directamente sobre mí con esa malvada sonrisa en su cara. No intenté sacar la pistola para disparar a un blanco tan pequeño y tan rápido. Llamé a mis manos de poder, mi mano de carne y mi mano de sangre. Ella me cortó cuando, a propósito, dejé mi brazo izquierdo a su alcance mientras le tocaba las piernas con la otra mano, mi mano de carne. Un cuchillo voló desde arriba y la atravesó por la espalda, clavándola contra el suelo delante de mis rodillas.

Me giré hacia Rhys y Barinthus y encontré a Barinthus sangrando en el suelo. Rhys había sacado su pistola y apuntaba al otro hombre que estaba boca arriba en el suelo.

Doyle saltó desde el balcón desde donde había lanzado el cuchillo, aterrizando en cuclillas sobre las puntas de sus manos y pies. Se acercó a mí, quitándose la camisa para envolver con ella el brazo que me sangraba. Ya no me dolía, lo que probablemente significaba que era un corte profundo.

El cuerpo de Bittersweet estaba muerto antes de que mi magia comenzara a hacer girar su carne de dentro afuera. Acabó como una pelota de carne irreconocible enroscada alrededor del cuchillo. Una mano de carne en su pleno poder podía derretir un cuerpo hasta convertirlo en una masa y lo peor era que si la víctima era inmortal no moría. La podías detener, pero para matarla necesitabas una espada determinada. Me alegré de que ella hubiera muerto primero.

– Viviré. Ves a ver cómo está Barinthus -le dije.

Doyle vaciló, entonces hizo lo que pedí. Rhys comprobaba si Patterson tenía pulso. Se aseguró con una patada de que la pistola quedara lejos de su mano, pero cuando se giró y me vio mirando, negó con la cabeza. Patterson estaba muerto.

Oí sirenas. Los vecinos habían dado la alarma al oír los disparos. Era lo que nos faltaba, que alguien llamara a la poli.

Doyle ayudó a Barinthus a sentarse. El gran hombre hizo una mueca y comentó…

– Se me había olvidado lo mucho que duele recibir un tiro.

– No es mortal -dijo Doyle.

– Todavía duele.

– Creía que me echaste un discurso acerca de que es imposible herir al mar -le dije.

Él me sonrió.

– Si no lo hubiera dicho, ¿me habrías dejado venir?

Pensé en ello.

– No lo sé.

Él asintió con la cabeza.

– Ya es hora de que me comporte -dijo.

Cathbodua voló desde el balcón, su capa de plumas de cuervo parecía ser realmente un par de alas. Se arrodilló a mi lado.

– ¿Es grave?

– No estoy segura -le dije-. ¿Está Julian…?

– Vivirá y se curará, pero está herido. Usna está ahora con él -dijo, mientras hacía presión sobre el vendaje improvisado y Doyle hacía lo mismo sobre el costado herido de Barinthus. Para cuando la policía golpeó la puerta, Rhys ya había escondido la pistola y exhibía su licencia de detective a plena vista.

No nos dispararon, y no nos arrestaron. Ayudó el hecho de que estuviéramos heridos y de que yo fuera la Princesa Meredith Nic Essus. De vez en cuando no es tan malo ser una celebridad.

CAPÍTULO 47

ME TUVIERON QUE DAR PUNTOS EN EL BRAZO, PERO ME LOS pusieron de los que se caen solos cuando la herida cicatriza, porque mi cuerpo reabsorbería el otro tipo de puntos antes de que el doctor pudiera quitármelos. No estaba segura de sanar tan rápido pero me alegré de que el médico supiera lo suficiente sobre duendes para tomar tal precaución.

Nunca había visto a Lucy tan disgustada.

– Podías haber muerto.

– Él trabajaba para la policía, Lucy. Temí que si llamábamos a tus chicos, pudiera enterarse de alguna forma.

– Nadie de nuestra gente le habría contado nada a ese hijo de puta asesino.

– No podía arriesgar a Julian, especialmente porque yo tuve la culpa de que le cogieran.

– ¿Por qué dices que fue culpa tuya? -preguntó ella.

– Me puse a mí misma como cebo y cuidamos de nuestra protección y la de nuestra gente, pero no se nos ocurrió proteger a Julian y a los demás.

– ¿Por qué le cogieron? -preguntó ella.

– Viene de vez en cuando buscando remedio para aliviar su necesidad física de afecto [36].

– ¿Estamos hablando de sexo?

– No, es exactamente como suena. Viene buscando abrazos y un poco de afecto y luego le mandamos de regreso a casa con su virtud intacta. Se quedó a dormir la otra noche por primera vez y al parecer los tipos malos le vieron salir por la mañana. Asumieron que era otro de mis amantes.

– ¿No tienes ya bastantes?

Asentí con la cabeza.

– Algunos días demasiados.

– ¿No se dieron cuenta de que Julian es gay?

– Doyle dijo que cuando alguien es heterosexual piensa que los demás también lo son.

Ella asintió con la cabeza como si eso tuviera sentido para ella.

– Ya sabes que el Teniente Peterson está pidiendo a gritos que arrestemos a alguien.

– ¿Con qué cargos? La ciencia forense puede considerar los patrones de sangre, pero ella me atacó. Si Doyle no hubiera usado su cuchillo cuando lo hizo, el resultado sería bastante peor que esto -dije, señalándome el brazo vendado.

– Y he visto a Barinthus, abajo en la entrada. Los doctores dicen que vivirá, pero que si hubiera sido humano no lo hubiera superado.

– Es difícil matar a un exdios -dije.

Ella me palmeó el hombro.

– Sabes que conocemos a fondo nuestro trabajo, Merry. Te pudimos haber ayudado con esto.

– Al jefe de tu jefe ni siquiera le gusta que aparezca en una escena del crimen por miedo a que resulte herida por algún reportero demasiado entusiasta. ¿Realmente crees que habría estado de acuerdo con que yo entrara allí para salvar a Julian?

Lucy miró a su alrededor, luego se inclinó y me habló en voz baja.

– Negaré haber dicho esto si me lo preguntan en público, pero no. Nunca te habrían dejado entrar.

– No podía dejar que mi amigo muriera sólo porque lo fastidiamos todo y no asignamos protección a todos nuestros amigos. -Eso me hizo pensar-. Y a todo esto, ¿Cómo está Julian?

– Está todavía en quirófano. Parece ser que se recuperará, pero estaba ligeramente hecho tiras. Más vale que no veas la ilustración que esa pequeña perra psicópata estaba usando esta vez. Era de un texto médico de anatomía. -Lucy se estremeció, mientras hablaba-. No había llegado muy lejos cuando apareciste, pero había hecho la peor parte, y no iban a matarle primero.

– Ella no fingió que mataba para obtener más poder o magia. Había admitido para sí misma que le gustaban el dolor y el asesinato.

– ¿Cómo sabes todo eso?

– Me dijo una parte antes de morir.

– ¿Qué, te hizo un discursito?

– Algo parecido.

– Patterson fue quien hizo la varita de Gilda. Ella conoce a todos los que le compraron artículos y nos ayudará a localizarlos a todos a cambio de su impunidad.

– ¿No va a ir a la cárcel?

– Uno de los asesinos en serie trabajaba para la policía, Merry. Nuestras relaciones con la comunidad duende de Los Ángeles ya son lo suficientemente malas sin que encarcelemos a su hada madrina.

– ¿Y cómo les sentará a los duendes que Gilda los delate por la posesión de los artículos mágicos?

– Ella dice que es por su propio bien. Los artículos son un peligro para la comunidad y ella no tenía idea de que su varita fuera maligna -dijo Lucy, haciendo comillas en el aire cuando dijo “maligna”. -Ya puedo oír la versión de Gilda, según ella, llevará a cabo personalmente una cruzada para desbaratar el trabajo del malvado asesino en serie.

– Confío plenamente en la habilidad de Gilda para caer de pie ante la opinión pública -dije.

– Jeremy y los demás están fuera, en la sala de espera. Adam, la pareja de Julian, está totalmente destrozado.

– Realmente aún no se ha recobrado de la muerte de su hermano.

Lucy se puso seria.

– Lo recuerdo. Estás teniendo un año infernal, Merry.

¿Qué le podía decir a eso? Estaba de acuerdo con ella.

Se oyó un golpe en la puerta y Doyle, Frost, y Galen entraron.

– Creo que es momento de dejarte un rato a solas. -Ella les saludó a todos y se marchó.

Doyle tomó mi mano buena en la suya.

– Casi dejo que te mate.

– Casi dejamos que la mate -dijo Rhys, poniendo una mano en mi muslo bajo la sábana.

Galen simplemente estaba allí mirándome.

– ¿No vas a decir “te lo dije”? -le pregunté.

Él negó con la cabeza.

– Vi lo que le hizo a Julian, y vi la ilustración que estaba intentando copiar. No podíamos dejar que nadie le hiciera eso a Julian.

– Pero si primero no les hubiéramos puesto un cebo, él no se habría convertido en un blanco.

– Tampoco habría pasado si se nos hubiera ocurrido poner protección a nuestros amigos y colegas humanos -dijo Rhys.

Doyle asintió con la cabeza.

– Al pensar en “nosotros” pensé sólo en los sidhe y en los duendes que hay en la casa con nosotros. Olvidé que nuestra familia es mucho más que eso. Está Jeremy y todo el mundo en la agencia. Está Lucy y algunos de los otros agentes de policía. También los soldados que salvaste y por quienes la Diosa parece tener tanto interés. Tengo que dejar de pensar como un dios que sólo tenía un pequeño trozo de tierra y comenzar a pensar más a lo grande.

Hice un gesto de dolor ante el discurso.

– Todo lo que Steve quería era que Bittersweet fuese lo bastante grande para ser realmente su amante.

– Pero… ¿qué quería realmente Bittersweet? -preguntó Rhys.

– Morir -dijo Doyle.

– ¿Qué? -Pregunté.

– Ella me vio, Merry. Me vio en el balcón, sé que lo hizo, y aún así fue a por el cuchillo. Te atacó, dándome la espalda.

– Quizás es que no creyó que pudieras acertar con un cuchillo a un blanco tan pequeño desde esa distancia y con ese ángulo -dijo Rhys-. La mayoría de nosotros no se hubiera arriesgado a intentar ese lanzamiento tan cerca de Merry.

– Yo no fallo -dijo él.

– Pero tal vez los semiduendes no lo sabían, Doyle -dijo Rhys.

– Pero, por qué atacar a Merry entonces, ¿por qué no atacarte a ti? Ella te vio sacar la pistola, y su amante estaba en peligro. ¿Por qué no intentó salvarle? ¿Por qué atacó a Merry y me dio la espalda si no quería morir?

– Creo que una parte de ella quería morir -dije-, pero también creo que otra parte de ella simplemente disfrutaba provocando dolor. Bittersweet me dijo justo antes que esa otra parte creció y se volvió loca. Me dijo que esa parte de ella quería hacerse grande y entonces arrancaría a los bebés de mi cuerpo y bailaría sobre mi sangre. Dijo que no lo podía controlar.

– Entonces piensas que ella quería morir y Doyle fue la forma en que eligió suicidarse -dijo Galen.

Negué con la cabeza.

– No, creo que ella sabía que les mataríamos a ambos y quiso hacernos la mayor cantidad de daño posible, causarnos el máximo dolor que pudiera. Creo que ella pensaba que matándome a mí y a los bebés os heriría a todos vosotros más que con cualquier otra cosa que pudiera haber hecho.

Nos quedamos en silencio, oyendo el ajetreo del hospital a nuestro derredor.

– Me alegro de que estén muertos -dijo Galen.

Solté la mano de Doyle para alargarle la mano. Sus ojos brillaban por las lágrimas no derramadas. Se inclinó sobre mi mano y la besó.

– Siento que nos hayamos peleado.

– Yo, también.

– Nunca me gustará que te arriesgues, pero prometo no volver a desmoralizarte antes de una batalla.

Le sonreí y Rhys le palmeó en el hombro. Doyle se inclinó y colocó un beso en mis labios.

– Al menos dos de nosotros estarán en la habitación toda la noche.

– Los asesinos están muertos, Doyle.

Él sonrió, y alisó mi pelo apartándomelo de la cara.

– Siempre hay más asesinos, mi Merry, y cuándo la vi clavarte el cuchillo dos veces antes de poder apuntar con seguridad, pensé que se me pararía el corazón.

– Ya la había tocado con mi mano de carne.

– Pero yo no lo sabía. -Él me besó otra vez y dijo…- Frost dejó que Adam llorara sobre su hombro por Julian. Parece que el susto de ver a Julian a punto de morir ha ayudado a Adam a ver los errores de su procedimiento. Creo que Julian ya no tendrá que venir a casa en busca de abrazos cuando salga del hospital.

– ¿Cómo terminó Frost sujetando la mano de Adam?

– Le vi llegar -dijo Doyle con una sonrisa.

– Yo, también -dijo Rhys.

– Y yo -dijo Galen-. Sujetaré la mano de Julian si lo necesita, pero Adam le ha tratado muy mal y estoy muy enfadado con él por eso.

Como hecho a propósito, Frost entró por la puerta. Doyle se apartó, dejándole espacio para que me besara.

– Adam quiere agradecerte que lo arriesgaras todo por salvar al hombre que ama.

– Le ama ahora -dijo Galen.

– No me dejéis solo con Adam otra vez. Al menos vi cómo dos de vosotros retrocedíais para esconderos detrás de la esquina.

– Haremos la primera guardia -dijo Doyle. Frost asintió con la cabeza. Y así lo hicieron. Y cuando sus cuatro horas se acabaron, Galen y Rhys estuvieron allí, y luego Amatheon y Adair, Usna y Cathbodua, Saraid y Dogmaela, Ivi y Brii, hasta que me desperté con la luz brillando a través de las cortinas y otra vez estaban Doyle y Frost en la habitación.

– El doctor dice que puedes irte a casa hoy -dijo Doyle.

– Vosotros estáis aquí. Ya estoy en casa. -Ambos me besaron y estábamos acariciándonos cuando el médico entró para darme el alta y dejarme volver a casa.

Algunas noches duermo entre mi Oscuridad y mi Asesino Frost. Algunas noches con Rhys y Galen, y Mistral finalmente ha accedido a compartir mi cama con Barinthus. Barinthus está ayudando a Mistral a adaptarse al mundo que hay más allá de la casa y los terrenos de Maeve Reed, y Mistral parece que desea compartirme con Barinthus aunque aún no hemos cruzado esa barrera. No estoy segura de lo que podría llegar a hacer Mannan Mac Lir si el sexo conmigo le devuelve tanto poder como el que le fue restituido a Rhys y Doyle.

Algunas noches Royal se une a nosotros, otras noches Adam y Julian vienen a cenar. Jeremy y su nueva novia humana han venido algunas veces, también. A ella le incomodan un poco nuestras costumbres sobre el contacto físico, así que procuramos no tocar demasiado a Jeremy las noches que viene con ella. Uther y Saraid se han hecho amigos, y si su relación va a más, bien, eso es decisión de ellos.

Brennan y su unidad regresarán a los EEUU pronto. Quieren hacernos una visita y eso parece estar bien, también. No he tenido más sueños donde visito el desierto, pero algo me dice que la Diosa no ha terminado con eso, o conmigo. El gobierno se interesó por la muestra de suciedad que llevamos a analizar. Quieren saber de dónde la sacamos. No se creen la verdad. Finalmente he comenzado a aparecer en público, y los desconocidos continúan tratando de tocarme la barriga como si yo fuera un Buda o una especie de estatua de la fortuna. Me han dicho que es costumbre hacérselo a las mujeres embarazadas, y me he fijado que las mujeres se marchan sonriendo, y los hombres estrechan la mano de Galen como si fueran amigos. Maeve Reed dice que regresará de Europa muy pronto. Necesitamos más dinero, más empleos para nuestra gente. Aún en medio de tanta magia y tantas bendiciones, es cierto que el mundo real se abre camino, y creo que ése es el mensaje que la Diosa intentaba transmitirnos. Los sidhe, en Europa, fueron forzados a ser poco más que otro grupo étnico. En EEUU, se escondieron en sus colinas huecas y se mantuvieron al margen de los humanos. Creo que, aunque sigamos siendo sidhe, estamos destinados a ser parte del mundo, no a apartarnos de él. Se supone que somos criaturas mágicas y podemos ayudar a la gente que nos rodea a darse cuenta de que ellos son mágicos también. Simplemente es una clase diferente de magia.

Laurell K. Hamilton

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